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La Mente: un complejo misterio
por Emilio Silvera ~ Clasificado en La Mente - Filosofía ~ Comments (7)
Una galaxia es simplemente una parte pequeña del universo, nuestro planeta es una mínima fracción infinitesimal de esa galaxia, y nosotros mismos podríamos ser comparados (en relación a la inmensidad del cosmos) con una colonia de bacterias pensantes e inteligentes. Sin embargo, todo forma parte de lo mismo, y aunque pueda dar la sensación engañosa de una cierta autonomía, en realidad todo está interconectado y el funcionamiento de una cosa incide directamente en las otras.
Pocas dudas pueden caber a estas alturas del hecho de que poder estar hablando de estas cuestiones, es un milagro en sí mismo.
Después de millones y millones de años de evolución, se formaron las consciencias primarias que surgieron en los animales con ciertas estructuras cerebrales de alta complejidad, que podían ser capaces de construir una escena mental, pero con capacidad semántica o simbólica muy limitada y careciendo de un verdadero lenguaje.
La consciencia de orden superior (que floreció en los humanos y presupone la coexistencia de una conciencia primaria) viene acompañada de un sentido de la propia identidad y de la capacidad explícita de construir en los estados de vigilia escenas pasadas y futuras. Como mínimo, requiere una capacidad semántica y, en su forma más desarrollada, una capacidad lingüística.
Los procesos neuronales que subyacen en nuestro cerebro son en realidad desconocidos, y aunque son muchos los estudios y experimentos que se están realizando, su complejidad es tal que de momento los avances son muy limitados. Estamos tratando de conocer la máquina más compleja y perfecta que existe en el universo.
Si eso es así, resultará que después de todo no somos tan insignificantes como en un principio podría parecer, y sólo se trata de tiempo. En su momento y evolucionadas, nuestras mentes tendrán un nivel de conciencia que estará más allá de las percepciones físicas tan limitadas. Para entonces sí estaremos totalmente integrados y formando parte, como un todo, del universo que ahora presentimos.
El carácter especial de la conciencia me hace adoptar una posición que me lleva a decidir que no es un objeto, sino un proceso, y que desde este punto de vista puede considerarse un ente digno del estudio científico perfectamente legítimo.
La conciencia plantea un problema especial que no se encuentra en otros dominios de la ciencia. En la física y en la química se suelen explicar unas entidades determinadas en función de otras entidades y leyes. Podemos describir el agua con el lenguaje ordinario, pero podemos igualmente describir el agua, al menos en principio, en términos de átomos y de leyes de la mecánica cuántica. Lo que hacemos es conectar dos niveles de descripción de la misma entidad externa (uno común y otro científico de extraordinario poder explicativo y predictivo, ambos niveles de descripción), el agua líquida, o una disposición particular de átomos que se comportan de acuerdo con las leyes de la mecánica cuántica (se refiere a una entidad que está fuera de nosotros y que supuestamente existe independientemente de la existencia de un observador consciente).
En el caso de la conciencia, sin embargo, nos encontramos con una simetría. Lo que intentamos no es simplemente comprender de qué manera se puede explicar las conductas o las operaciones cognitivas de otro ser humano en términos del funcionamiento de su cerebro, por difícil que esto parezca. No queremos simplemente conectar una descripción de algo externo a nosotros con una descripción científica más sofisticada. Lo que realmente queremos hacer es conectar una descripción de algo externo a nosotros (el cerebro), con algo de nuestro interior: una experiencia, nuestra propia experiencia individual, que nos acontece en tanto que observadores conscientes. Intentamos meternos en el interior, o en la atinada ocurrencia del filósofo Tomas Negel, saber qué se siente al ser un murciélago. Ya sabemos qué se siente al ser nosotros mismos, qué significa ser nosotros mismos, pero queremos explicar por qué somos conscientes, saber qué es ese “algo” que nos hace ser como somos, explicar, en fin, cómo se generan las cualidades subjetivas experienciales. En suma, deseamos explicar ese “Pienso, luego existo” que Descartes postuló como evidencia primera e indiscutible sobre la cual edificar toda la filosofía.
Ninguna descripción, por prolija que sea, logrará nunca explicar claramente la experiencia subjetiva. Muchos filósofos han utilizado el ejemplo del color para explicar este punto. Ninguna explicación científica de los mecanismos neuronales de la discriminación del color, aunque sea enteramente satisfactoria, bastaría para comprender cómo se siente el proceso de percepción de un color. Ninguna descripción, ninguna teoría, científica o de otro tipo, bastará nunca para que una persona daltónica consiga experimentar un color.
En un experimento mental filosófico, Mary, una neurocientífica del futuro daltónica, lo sabe todo acerca del sistema visual y el cerebro, y en particular la fisiología de la discriminación del color. Sin embargo, cuando por fin logra recuperar la visión del color, todo aquel conocimiento se revela totalmente insuficiente comparado con la auténtica experiencia del color, comparado con la sensación de percibir el color. John Locke vio claramente este problema hace mucho tiempo.
Pensemos por un momento que tenemos un amigo ciego al que contamos lo que estamos viendo un día soleado del mes de abril: el cielo despejado, limpio y celeste, el Sol allí arriba esplendoroso y cegador que nos envía su luz y su calor, los árboles y los arbustos llenos de flores de mil colores que son asediados por las abejas, el aroma y el rumor del río, cuyas aguas cantarinas no cesan de correr transparentes, los pajarillos de distintos plumajes que lanzan alegres trinos en sus vuelos por el ramaje que se mece movido por una brisa suave, todo esto lo contamos a nuestro amigo ciego que, si de pronto pudiera ver, comprobaría que la experiencia directa de sus sentidos ante tales maravillas nada tiene que ver con la pobreza de aquello que le contamos, por muy hermosas palabras que para hacer la descripción empleáramos.
La mente humana es tan compleja que no todos ante la misma cosa vemos lo mismo. Nos enseñan figuras y dibujos y nos piden que digamos (sin pensarlo) la primera cosa que nos sugiere. De entre diez personas, sólo coinciden tres, los otros siete divergen en la apreciación de lo que el dibujo o la figura les sugiere.
Esto nos viene a demostrar la individualidad de pensamiento, el libre albedrío para decidir. Sin embargo, la misma prueba realizada en grupos de conocimientos científicos similares y específicos: físicos, matemáticos, químicos, etc, hace que el número de coincidencias sea más elevado; más personas ven la misma respuesta al problema planteado. Esto nos sugiere que la mente está en un estado virgen que cuenta con todos los elementos necesarios para dar respuestas pero que necesita experiencias y aprendizaje para desarrollarse.
¿Debemos concluir entonces que una explicación científica satisfactoria de la conciencia queda para siempre fuera de nuestro alcance?
¿O es de alguna manera posible, romper esa barrera, tanto teórica como experimental, para resolver las paradojas de la conciencia?
La respuesta a estas y otras preguntas, en mi opinión, radica en reconocer nuestras limitaciones actuales en este campo del conocimiento complejo de la mente, y como en la física cuántica, existe un principio de incertidumbre que, al menos de momento (y creo que en muchos cientos de años), nos impide saberlo todo sobre los mecanismos de la conciencia, y aunque podremos ir contestando a preguntas parciales, alcanzar la plenitud del conocimiento total de la mente no será nada sencillo, entre otras razones está el serio inconveniente que suponemos nosotros mismos, ya que con nuestro quehacer podemos, en cualquier momento, provocar la propia destrucción.
Una cosa sí está clara: ninguna explicación científica de la mente podrá nunca sustituir al fenómeno real de lo que la propia mente pueda sentir.
emilio silvera
el 2 de febrero del 2010 a las 21:28
Amigo Emilio:
Planteas cuestiones muy interesantes. Yo soy de los que creo en el alma, pero esto no ha sido siempre, cuando salí de la Universidad (donde sólo se habla de materia) era la persona más materialista que cabe, pero un momento determinado surgió la duda de si había algo más. Empecé a estudiar Parapsicología, Física, Psicología… aparte de Medicina, y todavía sigo. He encontrado que la coherencia sólo se encuentra contando con una dimensión espiritual. Todas las Ciencias que he mencionado apuntan a ello, y se me ocurre una pregunta: ¿porqué la Parapsicología es una Ciencia rechazada en la mayoría de los medios académicos, cuando aporta luces importantes?, yo he podido comprobar cosas espectaculares.
Amigo Emilio, gracias por tus planteamientos y un abrazo. Ramon Marquès
el 3 de febrero del 2010 a las 12:23
Hola Ramón, sobre una cosa que comentas quería aportar mi explicación. La parapsicología no es una ciencia simplemente por el hecho de que no se puede aplicar el método científico.
Si algún día se descubre la forma de hacerlo no dudes que se convertirá en ciencia respetada por todos.
Saludos!
el 3 de febrero del 2010 a las 19:50
Hola Zephyros:
Sí que se pueden hacer experimentos con el método científico, yo los he hecho y con resultados espectaculares. Y los libros de Lynne McTaggart: “El campo” y “El experimento de la intención”, son una numerosa recopilación de experimentos parapsicológicos con métodos totalmente científicos. Creo que lo que pasa es que hay un bloqueo materialista, o no me lo explico. Por ejemplo, ahora con la energía negativa y el campo de Higgs ya se comprende que que hay un nuevo éter, el que nunca se hubiera considerado abolido si se hubieran tenido en cuenta los fenómenos parapsicológicos.
Gracias Zephyros por leer mis comentarios, expresar tu opinión y darme la acasión de seguir comentando sobre ellos. Un saluda muy afectuoso. Ramon Marquès
el 4 de febrero del 2010 a las 7:31
Amigo Ramón, a mí me pasa como a Zaphyros, al no haber tenido experiencias en ese campo, desconfio. Ya sabes que aquello que no se conoce causa desconfianza e incluso algo de temor. De momento, sólo me quedo con todo aquello que se puede comprobar mediante diferentes experimentos, en distintos lugares y por distintas personas y, que todas ellas, al final den el mismo resultado.
Suerte la tuya que, al haber tenido esa oportunidad que mencionas, has llegado más lejos y puedes hablar de aquello que otros desconocemos. Pero, de todas las maneras y conociéndo de tu seriedad, prestaré más atención a ese campo en adelante.
Un abrazo amigo
el 4 de febrero del 2010 a las 18:07
Amigo Emilio:
Gracias por confiar en mis palabras. Y por citar un ejemplo, como muy bien sabes, Newton era un estudioso de las Ciencias Ocultas. Por otro lado nadie duda de la superinteligencia de Einstein, pero no estudió Parapsicología, de haberlo hecho no hubiera dicho tan alegremente que el éter no existía, aunque parece que al final de su carrera ya intuyó y expresó que el éter tenía una larga carrera no terminada.
Amigo Emilio, un abrazo. Ramon Marquès
el 4 de febrero del 2010 a las 19:18
Lo que sí parece estar descartada es la idea de éter que se tenía en el siglo XIX. Ese medio que servía de soporte a la radiacción electromagnética y que se demostró con el experimento de Michelson-Morley que no existe para tener esa función y que las ondas electromagnéticas no necesitan ese medio, con el vacío les vale.
Ahora se sabe que el vacío no está tan vacío como se pensaba, de todas formas eso que llamas éter lo mismo se asemeja más a otras dimensiones de las que no somos conscientes por nuestros sentidos, o lo que sea.
No se si es el sitio adecuado, pero podría ser interesante que contaras alguna experiencia y cómo se desarrolló el “experimento” así como los resultados obtenidos e interpretaciones generadas. Con permiso del jefe, que no tengo claro ni soy quién para introducir temáticas y menos si son no científicas. Creo que con una pincelada valdría.
Saludos!
el 4 de febrero del 2010 a las 21:13
Hola Zephyros:
No creo que a Emilio le moleste que explique un experimento totalmente significativo de que hay que contar con algo más que materia. Hace años decidí coordinar un pequeño grupo de oui-ja, precisamente para convencerme de esto, que hay más que la materia. En el experimento más claro se trataba de adivinar los 8 números del DNI de cualquier persona que entrara en la sala, conocida o no. Un secretario tomaba nota de los números que facilitaba la oui-ja y la persona en cuestión enseñaba el número del DNI, que muchas veces, como esto hace años, él no sabía de memoria. Resultado: ¡cien por cien de aciertos de las 8 cifras!, hasta el punto que decidí, después de unas pocas sesiones, no repetir el experimento porque ya estaba suficientemente claro y no tenía intención de convertirlo en un espectáculo.
De todos modos tengo que advertirte que la oui-ja es peligrosa si no se domina y no se tienen unos objetivos limpios y claros. Yo no atisbé nunca el peligro (aunque en alguna vez tuve que decir: se cierra la sesión), pero del peligro advierten todos, especialmente cuando se utiliza como juego.
Amigo Cephyros, un cordial saludo y, por supuesto, extensivo a Emilio. Ramon Marquès