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¡La Vida! Ese enigma maravilloso I
por Emilio Silvera ~ Clasificado en General ~ Comments (0)
¡La Vida! Ese enigma maravilloso
Dentro de mi, según lo que puedo deducir de lo que siento, debe existir un astrobiologo que esta ávido de saber si, verdaderamente existe vida en otros lugares del Universo. Sobre todo, me refiero a la vida inteligente, ya que, de la vida de las bacterias y de los dominios eucariota y procariotas y otros, pocas dudas me caben de que, están presentes en mas lugares del Cosmos del que su7poner podemos.
Una de las preguntas que mas a menudo me suelo hacer es, ¿Qué aspectos de nuestra biología terrestre podrán encontrarse allí, en aquellos mundos lejanos que, situados en la nuestra o en otras galaxias, hayan podido surgir mediante los mecanismos que la Naturaleza ha puesto en marcha para que eso sea posible y, después de miles de millones de años, a través de la evolución, esos insignificantes “seres” infinitesimales puedan dar lugar a otros que, adquiriendo la conciencia de ser, puedan, como nosotros, hacerse algunas preguntas sobre los orígenes de la vida.
Uno de los temas más claros de la historia evolutiva es el carácter acumulativo de la diversidad biológica. Las especies individuales (al menos las de los organismos nucleados) aparecen y desaparecen en una sucesión geológica de extinciones que ponen de manifiesto la fragilidad de las poblaciones en un mundo de competencia y cambio ambiental. Pero la historia de las asociaciones –de formas de vida con una morfología y fisiología características- es una historia de acumulación. La visión de la evolución a gran escala es indiscutiblemente la de una acumulación en el tiempo gobernada por las reglas de funcionamiento de los ecosistemas. La serie de sustituciones que sugieren los enfoques al estilo de la genealogía de Abraham no consigue captar este atributo básico de la historia biológica.
Jul
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¡El cerebro! Ese “yo” desconocido
por Emilio Silvera ~ Clasificado en General ~ Comments (5)
La Naturaleza de la mente es el misterio más profundo de la humanidad., se trata, además de un enigma de proporciones gigantescas, que se remonta a milenios atrás, y que se extiende desde el centro del cerebro hasta los confines del Universo. Es un secreto que provocó vértigo y depresión en alguna de las mentes más preclaras de algunos de los filósofos y pensadores más grandes que en el mundo han sido. Sin embargo, este amplio vacío de ignorancia está, ahora, atravesado, por varios rayos de conocimiento que nos ayudará a comprender cómo se regula la energía mental.
Aunque puede que no sepamos que es la mente, sabemos algunas cosas sobre el cerebro. Está formado por una red, una increíble maraña de “cables” eléctricos que serpentean a través de una gran cantidad de “sustancias” neuroquímicas. Existen quizás cien mil millones de neuronas en el cerebro humano, tantas como estrellas hay en la Vía Láctea, y, cada una de ellas recibe datos eléctricos de alrededor de mil neuronas, además de estar en contacto y en comunicación con unas cien mil neuronas más.
El suministro de datos que llega en forma de multitud de mensajes procede de los sentidos, que detectan el entorno interno y externo, y luego envía el resultado a los músculos para dirigir lo que hacemos y decimos. Así pues, el cerebro es como un enorme ordenador que realiza una serie de tareas basadas en la información que le llega de los sentidos. Pero, a diferencia de un ordenador, la cantidad de material que entra y sale parece poca cosa en comparación con la actividad interna. Seguimos pensando, sintiendo y procesando información incluso cuando cerramos los ojos y descansamos.
La unidad a partir de la cual se configuran todas las fabulosas actividades del cerebro es una célula del mismo, la neurona. Las neuronas son unas células fantásticamente ramificadas y extendidas, pero diminutas.
La hipótesis neuronal de las células anatómicamente separadas se estableció cuando Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) modificó el método cromoargéntico de Golgi y lo utilizó en una serie magistral de experimentos. Aunque Golgi y Ramón y Cajal compartieron el premio Nobel en 1906, siguieron asiendo rivales encarnizados hasta el final.