Jul
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¿Cómo se formaron las galaxias?
por Emilio Silvera ~ Clasificado en AIA-IYA2009 ~ Comments (1)
La historia de las galaxias ha sido una serie de preconcepciones que han ido cayendo una tras otra, y los más recientes trabajos sobre el tema sugieren que las ciencias que se articulan para su estudio pueden esperar todavía más.
El origen y desarrollo de las galaxias es una cuestión bastante compleja que, a su vez, genera uno de los problemas que se enfrenta la teoría del Big Bang. Observamos un universo contemporáneo muy poco homogéneo y de aspecto granulado. La densidad media de las galaxias es significativamente superior que las del espacio que las separa, alrededor de un millón de veces. Existen grandes variaciones entre las temperaturas del cosmos: el fondo del cielo está a 2,7º K, mientras que ciertos núcleos estelares alcanzan varios miles de millones de grados. Todo esto no refleja la situación del universo primigenio. El cocimiento primitivo es de que éste era extremadamente isotermo. De ello nacen una multiplicidad de interrogantes. La primera que se me viene es ¿Cómo pasó el universo del anterior estado homogéneo al actual observado muy poco homogéneo? ¿Cómo es que se fueron formando las galaxias en medio de la cazuela primigenia o primordial? ¿Por qué se formó la grumocidad que se observa en el espacio primario? Muchas de estas interrogantes -no todas- han sido fundamentales para que encuentren cabida nuevas teorías, no solamente para explicar el origen de las galaxias, sino que también el del mismísimo universo.
En el marco de la teoría del Big Bang, las semillas de las galaxias fueron sembradas cuando tiempo, espacio, energía y materia estallaron en una gran explosión hace unos 15.000 millones de años. Los físicos sólo pueden especular acerca de la dinámica y la distribución de la materia primigenia, pero una cosa es virtualmente cierta: el universo hoy, se encuentra en partes cubierto por grande acumulaciones de gases o estrellas, como si flotaran dentro de un espacio de apariencias oscuras, y que se encuentran flojamente unidas por la fuerza de la gravedad. Fue de esas crisálidas cósmicas –llamadas protogalaxias– de donde han emergido las bellas galaxias que hoy observamos. Exactamente cómo fueron formadas las protogalaxias es uno de los debates siempre presente dentro del seno de la comunidad de estudiosos del cosmos.
Una de las explicaciones para la formación de las protogalaxias nace de una consecuencia rigurosa con la física. Esta nos indica que es la gravedad el principal actor para que se formen esos objetos en el espacio. Un grumo primordial genera una atracción. La materia de su alrededores reacciona juntándose aumentando su masa e incrementando la gravedad. Este proceso se amplifica por sí mismo, al igual como se comporta una bola de nieve cuando se desprende en caída desde los altos de una montaña. Así habrían nacido las galaxias del cielo y, si se quiere, con agujeros negros incluidos en sus núcleos centrales. A este modelo de explicación sobre el origen de las galaxias se le suele llamar «modelo de jerarquía gravitacional».
En el proceso que hemos descrito para el embrionaje de las galaxias en el universo es necesario hacer una precisión. No existía ninguna posibilidad de que aquello se pudiese haber llevado a cabo si la materia hubiese sido absolutamente homogénea, ya que cada partícula, atraída de igual manera por todas las que la rodean, permanece en el estado inicial. Pero ello cambia, cuando la materia incrementa levemente su densidad por sobre el medio circundante, lo que hace que se genere un proceso de atracción y, de ahí, a la constitución de las protogalaxias.
Un escenario verosímil, para darle cabida a nuestra teorización anterior, lo podemos describir dándole trabajo a nuestra imaginación. Pensemos que la materia primigenia haya albergado pequeñas fluctuaciones de densidad (espacios donde la densidad es un poco más elevada que la media). Aquellos espacios más densos, en consecuencia, con una mayor gravedad, atraen a la materia circundante. Ésta, primero se les aproxima y, luego se les une, lo que incrementa sus volúmenes de densidad como asimismo sus capacidades de atracción. Se trataría de un efecto semejante al de la «bola de nieve», en el cual los espacios más densos vacían progresivamente las regiones más livianas, acentuando continuamente los contrastes de densidad de la masa de la material primigenia. Serían los causantes del nacimiento de todas las grandes estructuras que cohabitan el universo.
La presencia de esos espacios embrionarios debería manifestarse dentro de un plazo breve en la evolución del universo. Sus huellas deberían ser distinguibles en la radiación cósmica de fondo uno de los problemas que siempre rondaba a la teoría del Big Bang.
En marzo de 1992, el satélite norteamericano denominado COBE detectó las primeras evidencias de disparidad térmica en la radiación cósmica. En ello, por fin, se logra distinguir variaciones de temperatura, al nivel de una parte por cien mil. Se había encontrado los gérmenes de las grandes estructuras del cosmos. Si el fluido hubiese sido más homogéneo, un problema significativo estarían abordando los teóricos.
En principio, esta idea aparece bastante encajable, ya que entrega una explicación adecuada para la generación de las galaxias en el espacio intergaláctico y, por ende, también la aparición de las estrellas en las galaxias. Pero hay un problema… Cómo se genera en el universo primigenio espacios de inhomogeneidades más densos. Se trata, por ahora, de un problema sin recursos para enfrentarlo.
Retomemos el computador y sometamos al modelo de jerarquía gravitacional a simulaciones de cúmulos irregulares en un universo en expansión. Dispongamos en posiciones iniciales 10 mil a 10 millones de puntos de masa, cada uno en representación de una galaxia o porción de una galaxia; programemos una velocidad centrífuga inicial correspondiente a la expansión del universo, y dejemos que interactúen mediante su gravedad mutua. Agreguemos materia oscura y materia faltante, conformando alguna fracción supuesta de la masa total y distribuyéndola de alguna forma también supuesta. Veremos que las hipotéticas galaxias se desplazan por la pantalla del monitor del computador, gravitando una hacia la otra y formando aglomeraciones, cúmulos y vacíos. Ahora, añadamos los efectos de la presión del gas a estas simulaciones computacionales. A continuación veremos que tales efectos –que surgen, en parte, de que las galaxias individuales no constituyen puntos de masa sino que tienen una extensión finita en el espacio– son relevantes sobre distancias de 100 millones de años luz, y menores. Sobre los cálculos de este escenario computacional, también se puede llegar a concluir que los cúmulos irregulares de materia inicialmente inferiores a unas mil veces la masa visible de una galaxia no son capaces de mantenerse unidas bajo los efectos de la radiación.
Otra de las tesis sobre el origen de las galaxias que también se estudia con el objetivo de arribar a una conclusión es la que se denomina el «modelo panqueque», desarrollado en Moscú a comienzos de la década de 1970 por Y. B. Zel’dovich, A. G. Doroshkevich y otros. En este modelo, los primeros cúmulos irregulares de masa que comenzaban a formarse eran muy grandes y, por supuesto, había muchos. A medida que se enfriaban iban colapsando bajo su propio peso, y la desintegración tendía a ser más rápida en una dirección. El resultado sería un delgado panqueque de gas, que luego se dividiría en múltiples fragmentos, cada uno de los cuales constituiría una galaxia individual. En esta imagen, las galaxias tenderían a estar distribuidas en capas, siguiendo la forma de su nube de gas materna.
La tesis de la jerarquía gravitacional es un modelo de abajo hacia arriba para la formación de estructuras cósmicas, en que primero se forman pequeños cúmulos irregulares de materia que van creciendo cada vez más. En el modelo del panqueque, por el contrario, primero se forman grandes condensados de materia que luego se dividen en estructuras más pequeñas. En otras palabras, primero galaxias y después cúmulos o primero cúmulos y después galaxias.
Ahora bien, cualquier modelo sobre la formación de estructuras debe explicar la distribución observada de las galaxias. En especial, los cosmólogos deben explicar por qué muchas galaxias están situadas en capas relativamente delgadas (aquí, «delgadas» significa que el ancho es muy inferior a la altura o la profundidad, a pesar de que ese ancho pueda ser de un millón de años luz). El modelo del Big Bang supone que la gravedad es la fuerza principal para determinar la evolución y la estructura del universo. Y la opinión convencional sostiene que la gravedad produce por sí misma rasgos que varían con fluidez en las localizaciones de las masas, con anchos, alturas y profundidades comparables para cualquier agrupamiento de galaxias. Según esta perspectiva, se necesitan otros fenómenos físicos o condiciones iniciales especiales para obtener características definidas en la distribución de la masa, como las cuerdas o las capas delgadas de galaxias.
También a través de las simulaciones computacionales se demuestra que las características definidas pueden en efecto presentarse si las inhomogeneidades iniciales son suficientemente pronunciadas en fragmentos pequeños y distancias breves. Lo anterior, dio cabida para desarrollar otra versión del modelo de jerarquía gravitacional, a través de la utilización de varios millones de puntos de masa, a la cual se ha denominado «modelo de la materia oscura fría».
El modelo de la materia oscura fría, que intenta explicar la formación de galaxias y otras estructuras de gran escala, se basa en el modelo del universo inflacionario (lo veremos en un capítulo posterior), que exige que W sea igual a 1 y que especifica las inhomogeneidades iniciales en el universo recién creado. El nombre del modelo proviene del supuesto que las partículas de materia oscura -cualquiera sea su naturaleza- se desplazan lentamente, es decir están frías, y por ello son fácilmente desviadas por la gravedad. Muchos teóricos que trabajan en el problema del origen de las galaxias y de la estructura en gran escala del universo han adoptado el modelo de la materia oscura fría como punto de partida.
Sin embargo, las observaciones no han sido un buen aliado de este modelo, ya que de ellas se extraen más de un argumento como para dudar de su viabilidad. Del catastro confeccionado sobre unas dos mil galaxias en el cual se combinan la información del desplazamiento al rojo, la posición tridimensional y una amplia cobertura del cielo, se infiere la existencia de más aglomeraciones de galaxias en escalas que superan por 30 millones de años luz lo que puede explicar el modelo de la materia oscura fría. Estas observaciones de inhomogeneidades sustanciales en gran escala vienen a ratificar trabajos anteriores de descubrimientos de cúmulos de galaxias a escalas de varios cientos de millones de años luz, que muestran mayor acumulación que la que podría explicar el modelo de la materia oscura fría. También el descubrimientos de El Gran Atractor, comprende inhomogeneidades de masa en escalas para las que el modelo de la materia oscura fría ya no es válido. Considerando todas estas observaciones, es legítimo pensar que este modelo está hoy en serias dificultades.
Otra versión explicativa sobre el origen de las galaxias, es aquella que recurre a extensas ondas de choque, la que podría ser denominada como «el modelo de las explosiones cósmicas». Ésta, parte de la premisa de que los gases primordiales se encontraban, entonces, repartidos en forma uniforme y que requirieron de alguna fuerza exógena para iniciar la evolución de gases a protogalaxias.
En un escenario, un número reducido de estrellas se formaron a partir de las regiones más densas de gas que comportaba el cosmos primigenio. Las más masivas de esas estrellas explosionaron como supernovas, creando cataclísmicas ondas de choque que empujaron los gases circundantes en densas nubes. Y, es a partir de esas nubes, es que las estrellas se fueron formando y constituyendo las modernas galaxias que hoy observamos. Pero, por lo visto, ni siquiera esta explicación no gravitacional puede aclarar las inhomogeneidades que se observan en el universo contemporáneo en escalas de hasta 30 millones de años luz y mayores.
Un enfoque más nuevo sitúa a las llamadas supercuerdas en el centro de las turbulencias que dan nacimiento a las protogalaxias. Aunque nunca se han podido observar, pero existen algunas evidencias indirectas como para dar la cabida a que podrían haber existido, las supercuerdas se encuentran insertas en las predicciones del Big Bang. En teoría, son filamentos residuales de los instantes primarios del universo que podrían haber tenido la forma de invisibles rizos o bucles vibrantes muy pequeños pero con una enorme cantidad de energía almacenada en ellos. Puesto que las cuerdas no se habrían expandido con el resto del universo, serían increíblemente densas y masivas, con un peso que un trocito de un centímetro de largo y una trillonésima del grueso de un protón pesaría tanto como un macizo cordillerano. Lo más importante es que oscilarían a velocidades cercanas a la de la luz, perdiendo tanta energía que acabarían disolviéndose. Esta emisión de energía pudo crear ondas de choque que luego comprimieran los gases circundantes, haciendo que se formaran cúmulos estelares y protogalaxias.
Las galaxias remotas nubes de gas primordial (espiraladas unas, elípticas otras) son sistemas estelares externos, muchas muy semejantes a la Vía Láctea, son el crisol para la formación de estrellas, planetas, la materia y el mismísimo tiempo.
Otro enfoque nuevo sobre el origen de las galaxias es aquel que sitúa a los agujeros negros como responsables de la formación de éstas en el universo, es lo último que circula dentro del ámbito de las ciencias del cosmos. Como partida para formular esta nueva idea se retoma, en parte, la hipótesis sobre la posible existencia de agujeros negros en el núcleo de las radiogalaxias y de conjeturas que se pueden extraer de los estudios y análisis de las últimas observaciones que se han realizado a los quásares que se han podido ubicar en el cielo. En la conferencia N° 189, celebrada en enero de 1997, de la Asociación Astronómica Americana, un grupo de científico planteó que los gérmenes de las galaxias no nacen simultáneamente, en un pasado de 15.000 millones de años, a partir de un misteriosa explosión de energía concentrada en un punto infinitesimal de la nada. Consideran que el hecho de haber concitado una aceptación mayoritaria el origen del universo a partir de un átomo primigenio sólo ha servido para opacar controversias más racionales, como el porqué de ese estallido o hasta dónde era fiable tan rotunda perspectiva. Para ellos, los gérmenes de formación de galaxias corresponden a una recreación de formación continua y que no se cocinaron todos de golpe en una fragua cósmica de hidrógeno y helio. Su formación se debería a un proceso prácticamente permanente pero con chispazos dispares, como ocasionales chisporroteos de un leño ardiente o explosiones aleatorias semejantes a la de los fuegos de artificio. Ello explicaría la distinta densidad que se observa en las galaxias y la factibilidad de que exista un masivo agujero negro, casi, en cada núcleo de los centros de cada una de ellas. Pero esta propuesta va más allá de una nueva explicación para la formación de las galaxias. En efecto, ella conlleva más de una implicancia cosmológica. Calculan que esta versión explicativa, que es parte de otras propugnaciones que conforman una versión alternativa al «viejo Big Bang», abarcó un período de miles de millones de años, un tiempo tan extenso como la mitad de la edad que se ha estimado para el universo en función del modelo del Big Bang.
Las evidencias más serias sobre la posible existencia de los agujeros negros se han encontrado en el centro de nuestra propia Vía Láctea. En efecto, los astrónomos alemanes Andrea Eckart y Reinhard Genzel del Instituto de física Max Planck, en octubre de 1996, anunciaron que habían registrado una seria evidencia sobre la posibilidad de la existencia de un agujero negro en el centro del núcleo de la galaxia. Un equipo de astrónomos liderados por Genzel monitoreó los movimientos de 39 estrellas cercanas al núcleo galáctico con el objeto de estudiar cual era la naturaleza de sus movimientos que desarrollaban alrededor del centro de la galaxia. El equipo logró determinar que esas 39 estrellas comportaban un movimientos circular entorno al núcleo de la galaxia, lo que invita a pensar en la existencia de un objeto tremendamente masivo en el centro. Si las órbitas que describen esas estrellas fueran irregulares, entonces estaríamos pensando en la existencia de un objeto central de características poco masivas. El comportamiento gravitatorio de esas 39 estrellas, permite determinar que éstas orbitan un objeto de una masa aproximada de 2,5 millones de veces mayor que el Sol. Este objeto, se encuentra cerca de una fuente poderosa de radio, que se le conoce como Sgr Un+ y ello, puede ser considerado de hecho, como una muy buena adicional evidencia para estimar que el objeto que condiciona el comportamiento gravitatorio de esa estrellas cercanas al centro galáctico es un masivo agujero negro.
Por otra parte, recientes observaciones astronómicas permiten pensar de que se estaría confirmando la creencia de que los quásares son un fenómeno transitorio que le ocurre al núcleo, la parte central, de alguna galaxia, que los lleva a aumentar tremendamente su luminosidad, superando ampliamente a la de la galaxia entera. Se cree que por colisiones estelares y aglomeraciones de materia en el centro mismo de la galaxia, se puede ir condensando materia en gran cantidad, y que llegado el caso, la fuerza gravitatoria de ella no puede ser equilibrada con ninguna fuerza conocida en el universo y ese objeto masivo del núcleo colapsa para formar un agujero negro.
Describir a los quásares en lo forma como lo hemos hecho anteriormente, como si en el fondo fueran una especie de aglomeración de materia estelar ardiendo como tizones en la boca de un agujero negro, no basta para entender qué son. Las observaciones recientes dan cabida para pensar que los quásares podrían ser galaxias jóvenes o en formación y, por lo consiguiente, como se estaría pensando como una generalidad para casi todas las galaxias, éstos comportarían un núcleo supermasivo en su interior: un agujero negro hecho de restos de millones de estrellas, y devorando todavía el material suelto que se encuentra disperso que al caer en sus fauces emite un haz suprabrillante que, sin embargo, la luz de él que llega a la Tierra es debilísima, tanto que los antiguos telescopios tenían serias dificultades para detectarla. Pero los quásares en sí despiden fuertes ondas luminosas a través del espacio, parte de sus rayos son absorbidos por nubes de gas que están en su ruta. Esto fue lo que hizo que teóricos como Arthur Wolfe, de la Universidad de California, pensaran en usar a los quásares como si fueran faros o linternas para ubicar posibles focos de formación de protogalaxias. Tesis que confirmó el astrónomo Charles Steidel en el año 1991, con sus trabajos realizados en Chile al descubrir veinte potenciales galaxias bebés, llegándose a la fecha a una cantidad que supera las ciento cincuenta en diferentes fases de evolución.
En esta idea sobre los quásares, podemos concluir que éstos, entonces, formarían una notable población de galaxias en germinación o ya en un estado de jóvenes y que, por las observaciones, se encuentran ubicados a centenares de millones, incluso miles de millones de años luz de la Tierra. No existen en las proximidades de nuestra galaxia. Muy por el contrario, cuanto más distante miramos, más quásares encontramos. El máximo de su población se sitúa entre diez y catorce mil millones de años luz. Los vemos tal como se presentaban en un período en que el universo sólo tenía el 20% de la edad que estimamos en función del modelo del Big Bang.
Pero las observaciones también nos indican que, más allá de catorce mil millones de años luz, su población decrece rápidamente. Parece que los quásares fueran una fase juvenil de la evolución de ciertas galaxias. Se encienden y brillan con todo su resplandor, y se van extinguiendo cuando las galaxias envejecen.
Lo anterior conlleva consecuencias cosmológicas importantes. Implica que todas estas galaxias-quásares nacieron al mismo tiempo, poco después del Big Bang, sino cómo se podría explicar que ellas sean observadas, únicamente, dentro de los límites precisos de distancias cósmicas y que lo que hoy observamos de ellas es parte de una historia determinada por las distancias. Estas conclusiones no nos separan del Big Bang, muy por el contrario, se encuentran en plena consecuencia con esa teoría y son pruebas convincentes de ella.
El gráfico de la izquierda muestra la cantidad de quásares observados por unidad de volumen en función de la edad del universo. Los quásares están concentrados en un sector de distancia bien delimitado. Esta zona corresponde a un período en que el universo tenía entre uno y tres mil millones de años. La concentración en el espacio lo confirma: el aspecto del universo cambia con el paso del tiempo.
Por otra parte, y retomando la idea de agujeros negros recicladores galácticos, de quince galaxias cercanas, el estudio de las observaciones de ella entrega antecedentes para pensar que catorce de ellas se comportan siguiendo el modelo de influencia gravitacional de un agujero negro. De ahí se desprenden los anuncios de la tesis de que el comportamiento de los agujeros negros tiene directa vinculación con la evolución de cada una de las galaxias en que se encontrarían insertos. Se estima además, que los agujeros negros son la fuente de energía de los que se denominan quásares fósiles, sobrevivientes de un matrimonio de peligrosos intercambios. Es que en esa condición que se da para la materia ocurre algo muy difícil de explicar: el tiempo y el espacio (tal como lo conocemos) dejan de existir, fluyen en una sola dirección y, como una albóndiga subatómica, se zambullen en una dimensión desconocida la que ha sido bautizada por los físicos teóricos como el «horizonte de sucesos».
Para esta nueva hipótesis, el valor científico de los agujeros negros parece residir en que su estudio permitiría saber cómo se formaron (y se forman) las galaxias, pero además entregarían antecedentes importantes para comprender la historia del cosmos. “Cuando lleguemos a conocer los agujeros negros, comprenderemos el origen del mismísimo universo”, han señalado los astrónomos Mitchell Begelman, de Estados Unidos, y sir Martin Rees, de Gran Bretaña. Sostienen esta afirmación indicando que “los agujeros negros demuestran que la fuerza de gravedad es la mayor de todas las fuerzas cósmicas” y asumen la clasificación de estos objetos en dos grupos como ha señalado el Dr. Douglas Richstone, de la Universidad de Michigan : los galácticos, cuya masa podría equivaler a 3.000 millones de soles insertos en un reducido espacio no mayor que el que ocupa nuestro sistema planetario, y los estelares, muy pequeños, de unos pocos kilómetros de diámetro. Estos últimos serían los más fáciles de captar y, por tanto, los que más servirían para esclarecer cómo nacen, viven y mueren las estrellas. En cuanto a los grandes agujeros negros, ocultos en el centro de las galaxias, su forma detectada de actuar daría cabida para pensar en una preeminencia de ellos dentro de todo el proceso estelar del universo, dado el tremendo poder que demuestran, como lo estaría indicando el hallazgo de uno en el corazón del sistema M87, el cual se ha podido distinguir una parte de su forma de actuar: como un horno de ladrillos refractarios, la energía liberada por la que cae adentro produce un chorro centrífugo de electrones en espiral, remolinos de gas candente que se expanden más allá de los 500 años luz. Para resumir la idea del poder de estos intrigantes objetos estelares: los agujeros negros recientemente descubierto en las constelaciones de Virgo y Leo pesarían del orden de los cien soles cada uno.
Pero hay algo más que predicen estos científicos sobre los agujeros negros. Cuando estos objetos estelares chocan, el desastre debe inundar el cosmos con radiación gravitacional, señalan. Las ondas crearían olas en el mismo tiempo espacial. Harían que el espacio se contrajera o expandiera. Esto nunca se ha detectado en ningún tipo de fósil u otra manera, pero se está desarrollando un proyecto para concretarlo en el año 2001 de un sistema de espejos que permitiría el monitoreo para detectar una onda de esta procedencia y naturaleza. Pero la idea lleva a explicar la actual expansión observada del universo.
¿Serán los agujeros negros los causantes principales del origen de las galaxias y de la estructura a gran escala del universo? ¿La materia devorada por un hoyo saldría reciclada por otro? No lo sé, pero la idea general de la tesis sobre la función que cumplirían los agujeros negros viene a ser como una forma de otorgarle a una de las fuerzas que se conocen que operan en el universo, en este caso la gravedad, como preeminente del comportamiento evolutivo del cosmos y, a su vez, también la causante del final de éste. Según estos científicos, la actual era estelífera durará más de 100 mil millones de años, y luego atravesará una larga fase de degeneración material para arribar al imperio liquidador de los agujeros negros y desaparecer, al fin, como resaca de átomos desgajados, en un vacío absoluto. Pero y, cómo partió todo. Aunque realmente sean los agujeros negros los crisoles de las galaxias, eso no explica en nada como se dio la materia en el universo, o cómo realmente se forman los agujeros negros antes de iniciar su papel de expandidor, depredador, reciclador y exterminador estelar. Si embargo, merece reconocimiento la idea de los agujeros negros, como medio para sustentar científicamente una mayor preeminencia para la fuerza gravitatoria que es la que el hombre conoce desde más antiguo y la que menos comprende.
Por otra parte, aun cuando sea una tesis aceptable que las galaxias no nacieron todas juntas en un “paripaso” con la gran explosión sino durante el transcurso de miles de millones de años y que veamos nacer nuevas estrellas cada año en nuestra galaxia lo que invita a pensar que la creación continúa, ello no significa colocar en aprietos a la teoría del Big Bang como han manifestado los científicos que se encuentran propugnando esa nueva versión sobre el origen de las galaxias. Una teoría está en dificultades cuando sus predicciones no coinciden con los resultados de laboratorio o con las observaciones. Ese caso no se da para el Big Bang. Cada vez que se ha dado la posibilidad de contar con mediciones fiables, éstas no han sido contradictorias en su esencia a los cálculos predeterminado. La radiación fósil y la nucleosíntesis primigenia son ejemplos más que convincentes que lo garantizan.
Pero, de todas manera, es necesario reconocer que el origen de las galaxias presenta dificultades al modelo del Big Bang. Una de ellas se refiere al poco tiempo que ha transcurrido para que se hayan formado toda la inmensa cantidad de cúmulos galácticos que somos capaces de observar.
No se tienen buenas explicaciones como para describir la razones que dan origen a que la materia galáctica se pueda condensar dentro de un medio que se expande. Recordemos que es la densidad la que controla la velocidad de alejamiento. Si el universo no fuera lo suficientemente denso como parece que lo es, se dilataría rápidamente sin que nada lo frenara. En consecuencia, no podríamos estar escribiendo esta historia ya que no tendría galaxias y, por ende, no existiría nuestra vapuleada Tierra. Sin embargo, el universo tiene la densidad mínima como para que la expansión haya sido paulatinamente frenada por la gravedad y el mecanismo germinador se haya puesto en marcha. Ahora, es muy distinto explicarse como sucedió.
Sobre lo anterior, debemos considerar que al margen de la expansión existe otro elemento que se opone al proceso de germinación galáctico, como es el caso de la presión térmica. Ambos elementos juntos generan el efecto de «diluyente espacial». Nuestros conocimientos nos indican que deberíamos estar frente a un crecimiento laborioso y lento. Se necesita tiempo, muchísimos tiempo, como para que se hubiese transformado una sobredensidad ínfima en una refulgente galaxia. Entre el Big Bang y hoy el tiempo transcurrido es insuficiente para llevar a cabo esa operación. Aquí, si que se debe considerar que se está en un problema, máxime si consideramos que las galaxias un vez formadas como volúmenes individuales no se encuentran en expansión endógena. La tendencia a la dilatación, una vez que éstas se han formado, ha desaparecido. Se ha establecido un equilibrio en ellas entre la gravedad y su rotación. Las fuerzas internas les asegura ahora una estabilidad que las sustraen del movimiento general del universo.
Precisemos lo anterior para alcanzar una mejor comprensión. Partamos, para ello, sustituyendo la escala de tiempo por una de temperatura, más apropiada para describir los fenómenos físicos. Descartemos la posibilidad de que las galaxias pudieron haberse formado en los primeros instantes del universo, ya que la radiación intensa que se debió haber dado en esos momentos cósmicos debió haber horquillado con éxito los esfuerzos de la fuerza de gravedad, impidiendo con ello la acumulación de materia. Visto de otra forma, nada ocurre cuando la opacacidad del universo impide la radiación fotónica. Por ello, es menester esperar al término de la era radiactiva. Ésta finaliza cuando el plasma de electrones y protones se transforma en hidrógeno, cuando la temperatura bordeaba los 3.000° K y se generaba la emisión de la radiación cósmica de fondo.
Es con 3.000° K que pudo empezar a sentirse los efectos de la contracción de la materia primigenia. Al principio, el embrión galáctico se distingue poco del medio circundante. Su campo de gravedad es muy débil; la acumulación de materia se desarrolla dentro de un lento proceso. Esta primera etapa de densificación, llamada «fase lenta», llega a su término cuando la densidad local, más o menos, alcanza a duplicarse. Con posterioridad, se desata un efecto de «bola de nieve» que acelera el proceso hasta llegar a la formación de galaxias, con densidades de un millón de veces superiores a la de los medios intergalácticos. Se trata de lo que se llama «fase rápida».
De entre estas dos fases es la lenta la que presenta problemas para el modelo del Big Bang. En efecto, utilizando un resultado simple de la física queda demostrado que el contraste de densidad aumenta proporcionalmente a la caída de la temperatura de la radiación cósmica de fondo. Mientras que la temperatura cae en un factor de diez, el contraste se incrementa en un factor de diez. Lo anterior, no se condice con las cifras que se manejan de 3.000° K para el momento de la emisión de la radiación cósmica y sus casi 3° de hoy, lo que representa que la temperatura de la radiación cayó en un factor de mil, lo que implica que la sobredensidad generadora de galaxias sólo se habría podido acrecentar, en el mejor de los casos, en un factor de mil, lo que a la vista, es toda una contradicción. Más aún, el problema se complica cuando se observan galaxias nacidas menos de mil millones de años después del Big Bang, en que su formación debió haber acaecido bajo una temperatura cósmica de unos quince grados, pero la temperatura entonces solamente había caído desde la emisión de la radiación cósmica en un factor 3.000/15 = 200.
Ahora ¿por qué el problema? Bueno, como se explica el hecho de que las sobredensidades de la radiación cósmica de fondo no sobrepasan las cienmilésimas y, si las multiplicamos por mil, ¡apenas deberían superar hoy una centésima! O sea, no podríamos estar escribiendo esta historia, ya que la fase lenta todavía no habría terminado y, por consiguiente, no se hubiesen formado aún las galaxias. Pero estamos vivos y coleando escribiendo este cuento y las galaxias se ven cada noche en el cielo y están ahí desde hace mucho…
Por otro lado, aunque admitamos, condicionados por las observaciones, las burbujas, las murallas y los filamentos de galaxias, no debemos olvidar que el universo todavía es notablemente regular, comparado con lo que podría ser. La densidad de las galaxias y la velocidad de expansión del universo son más bien similares en toda dirección. Y la intensidad de la radiación cósmica de fondo que nos llega varía menos de una parte en diez mil a medida que nuestros radiotelescopios recorren la esfera celestial. Por supuesto que los cosmólogos deben explicar por qué las galaxias se acumulan como lo hacen, pero también deben explicar por qué el panorama global es tan uniforme.
Finalmente, si nos ceñimos a lo que hemos descrito aquí, entonces tenemos que concluir que el efecto gravitatorio por sí solo no es suficiente, ya que sería muy lento. Otro factor debe de intervenir para acelerar el proceso. Pero, ¿cuál puede ser?
Texto extraído de Astrocosmo
el 13 de diciembre del 2009 a las 22:04
Hola amigo Emilio:
A mi me gusta simplificar las cosas. El Universo es uniforme por el espacio vibratorio en expansión que le da la forma. Las galaxias comenzaron a formarse por fluctuaciones en el espacio.
Claro que luego resulta que la realidad es muy compleja. Aunque lo simple y lo complejo no son incompatibles y pueden integrarse.
Amigo Emilio, un abrazo. Ramon Marquès