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¡Aquellos viajeros!

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Rumores del Saber    ~    Comentarios Comments (0)

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Los griegos había descubierto el Atlántico en el s. VII a.C., cuando dieron el nombre de columnas de Hércules a la que hoy es el estrecho de Gibraltar.  Según Hecateo, el mundo era básicamente un plato plano y circular, cuyo centro estaba cerca de Troya o de la actual Estambul, y el mar Mediterráneo era una vía de acceso a un océano que circundaba toda la tierra.  A finales del S. VI, en el sur de Italia, un seguidor de Pitágoras propuso la idea de que la tierra era una esfera, una de los diez unidades de ese tipo que giraban alrededor de un fuego ubicado en el centro.  Sócrates y Platón aceptaron la perspectiva pitagórica y el primero llegó a decir que la tierra era plana en apariencia debido a su enorme tamaño.

Los griegos sabían que la tierra firme se extendía desde España hasta la India y había rumores de que incluso más allá.

El primer viajero del que se tiene noticias es Piteas, que vivió en Massalia (la actual Marsella).  Gracias a barqueros que habían recorrido el Ródano y conocido a otros viajeros, los habitantes de Massalia sabían que existía al norte un mar lo suficientemente grande como para contener islas, en las que se producían metales preciosos y una sustancia resinosa de color amarillo oscuro, muy apreciada debido a su belleza, denominada ámbar.  Sin embargo, el Ródano no llegaba hasta este mar y nadie sabía en realidad lo lejos que estaba.

Hacia el año 330 a.C., unos marineros que regresaban tras viajar al Mediterráneo occidental informaron de que, en esta ocasión, las Columnas de Hércules no estaban siendo defendidas.  Era la oportunidad que los mercaderes de Messalia habían estado esperando:

Se escogió a Piteas para realizar este viaje y se le equipó con una embarcación de unos cuarenta metros de largo (más grande de las que emplearía Colón).  Bordeando el continente, Piteas finalmente alcanzó el norte de Francia y luego, en medio de la niebla y la lluvia, pasó entre Inglaterra e Irlanda en dirección norte hasta llegar a las Orcadas y a continuación fue más allá de los Shetland y las Feroe y se encontró con una tierra en la que, durante el primer día del verano, el Sol permanecía durante veinticuatro horas por encima del horizonte.

Piteas denominó a este lugar Tule, y durante siglos Última Tule se consideró el fin del mundo en esta dirección  (es posible que se tratara de Islandia, Noruega o incluso algunas de los Shettand o las Faroe). Piteas regresó por Dinamarca y Suecia y descubrió un gran mar interior, el Báltico, donde comenzó su búsqueda del País del Ámbar.  En su recorrido, descubrió ríos que fluían de sur a norte (como el Oder y el Vistula) y entendió que a través de ellos las noticias sobre el mar del norte habían llegado al Mediterráneo.

Cuando regresó  a casa, muchos se negaron a creer su historia y luego los cartagineses se hicieron con el control de las Columnas de Hércules, cerrando de nuevo el paso del Atlántico.

Por otro lado, los griegos sabían que más allá de Persia había un lugar llamado India.  Habían escuchado relatos fabulosos sobre un rey tan poderoso que podía usar en la guerra mil elefantes, e historias de hombres con cabezas de perro y de gusanos enormes, capaces de arrastrar un buey o un caballo hasta el río para devorarlos allí.

El año 331 a. C., Alejandro Magno comenzó la serie de conquistas que lo llevarían más allá de Persia, hasta Afganistán y el río Indo, en el que encontró a los cocodrilos, los gigantescos gusanos de los que hablaban las leyendas.

Siguió el curso del río hasta llegar al gran océano del que le habían llegado rumores.  Era un hecho: la tierra estaba en verdad ordenada por el mar como los antiguos habían dicho.

Todos los detalles de estos viajes empezaron más tarde a ser reunidos por los estudiosos, especialmente en la famosa biblioteca de Alejandría (ya comentaré algo sobre este tema más adelante), donde Eratóstenes (276 – 196 a.C.), probablemente el primer geógrafo matemático de la historia y uno de los bibliotecarios más destacadazos de la institución, se propuso crear el mapa más preciso del mundo.  Igualmente, calculó que la circunferencia de la Tierra tenía algo menos de 40.200 Km.

Eratóstenes, que también calculó la cantidad de tierra habitable del planeta según el clima y desarrolló el concepto de latitud, lo que le permitió localizar de forma más precisa ciudades como Alejandría, Massalia, Asmán y Meroe, que había sido descubierta río arriba.  Más tarde, Hiparlo amplió el trabajo de Eratóstenes, quien hacia 140 a. C., ajustó la circunferencia de la tierra propuesta por su predecesor y trazó líneas de latitud separadas un grado entre y a las que demonio klimata, que es de donde procede nuestra palabra clima.

El primer gran aventurero del Atlántico, después de Piteas, y el primer explorador cristiano de la historia fue el monje irlandés conocido como san Brandán (o Barandán) el Navegante.  Nacido hacia el año 484 cerca de Tralee y ordenado sacerdote en 512, Brandán creció escuchando los relatos de muchos pescadores irlandeses que se habían hecho a la mar y habían regresado con historias sobre unas islas situadas al oeste del país.

Brandán, según cuentan, era hombre decidido y, en compañía de otros dieciséis monjes, allá por el año 539, partió a la búsqueda de la “Tierra prometida de los Santos” en un viaje de los viajes de proporciones épicas.  Fue tal su reputación que, incluso se le atribuyen viajes de otros.

Viajaban guiados por las estrellas y habiendo prestado atención a la migración de las aves, navegaron hacia el oeste durante cincuenta y dos días, tras lo cual llegaron a una isla y desembarcaron en ella.  Allí sólo había un perro para recibirles, pero en cualquier caso, levantaron un refugio y descansaron.  Cuando iban a partir de nuevo, apareció un isleño y les ofreció comida.  Seguidamente encontraron una isla en la que había rebaños de ovejas blanquísimas y arroyos repletos de peces.  Decidieron pasar allí el invierno y fueron acogidos en un monasterio.

Continuaron el viaje y visitaron otras islas del Atlántico, como por ejemplo la Isla de los hombres fuertes, que estaba cubierta por una alfombra de flores blancas y púrpuras.  Los monjes también navegaron alrededor de una enorme columna de cristal que flotaba en el océano y pasaron cerca de una isla de “herreros gigantes” que le arrojaron terrones de escoria al rojo vivo.  (Decidieron que ésta era la frontera exterior de infierno).  Otra montaña que vieron más al norte, arrojaba fuego y humo al cielo.

En ningún lugar pudieron hallar la tierra que constituía el objetivo del viaje.  Se especuló mucho, pero nadie sabe a ciencia cierta, qué lugares visitaron.

La historia de los mongoles, escrita por Juan de Plano Carpini, que inició su viaje en la Pascua de 1.245, tuvo un gran éxito y, su viaje fue una importante contribución al conocimiento de Oriente.

El interés por Oriente podía advertirse especialmente en Europa en un punto de Italia, Venecia, cuyos mercaderes se habían mantenido vinculados con los comerciantes árabes y musulmanes, que les proporcionaban artículos procedentes de países situados más al este.

Esta fue la razón de que los hermanos Polo, Nicolás y Mateo, decidieran abrirse camino en Asia en 1.260.  Este primer viaje resultó muy fructífero ya que el líder mongol de la época, el gran kublai kan, estaba muy interesado en Europa, y los hermanos Polo regresaron convertidos en sus embajadores.

En 1.271, cuando los Venecianos regresaron a Oriente, llevaron consigo a Maroc, hijo de Nicolás, que entonces tenía diecisiete años, al que se convertiría en uno de los viajes más épicos de todos los tiempos.

Los Polos siguieron la antigua Ruta de la Sed (cincuenta y dos días de viaje) hasta alcanzar kashgar y Yarkand, en los límites de China.  Desde allí atravesaron el desierto y llegaron finalmente a kambalu (la actual Beijing) donde se había trasladado la capital del kan desde karakorum.  La ciudad fascinó a Marco Polo, que la describe como “más grande de lo que la mente puede imaginar… no menos de mil carruajes y caballos de carga entran en ella diariamente cargados con seda cruda; Grocados y sedas de distintos tipos y colores que se fabrican allí en enormes cantidades.”

Como su padre, Marco era un astuto comerciante, con una profunda sensibilidad para los negocios, y también se convirtió en favorito del kan.  Durante quince años le sirvió como embajador de China y el Oriente.  De hecho, los Polo sólo regresaron a su ciudad cuando kublai kan y el gobernante de Persia hubieron acordado un contrato de matrimonio en el que se establecía el envió a Occidente de una joven prometida.

Con el fin de realizar el acuerdo, se preparó una escolta de catorce naves, de la que formaban parte los Polo.  Las embarcaciones partieron de Ziton (la actual Amoy). En la costa del Pacífico (el cual, pensaban los Polo, daba la vuelta al mundo hasta alcanzar Europa), pero antes de llegar allí los Polos pasaron por kinsai, la moderna Hangchow, lo que les deparó otra fantástica experiencia:

La ciudad tenía sesenta kilómetros de circunferencia, contaba con diez grandes mercados y tenía doce mil puentes.  “Cada día se comercia en los mercados de kinsai cuarenta y tres cargas de pimienta, cada una de ciento diez kilos.”

Marco Polo escuchó hablar de Cipango (Japón) a los marineros del Convoy, quienes le dijeron que quedaba a unos dos mil cuatrocientos kilómetros del continente (en realidad queda a menos de mil kilómetros de Shangai  y a unos trescientos veinte de Corea).

Cuando los Polo finalmente llegaron a casa, sus amigos les recibieron sorprendidos, pues hacía mucho tiempo que pensaban que estaban muertos.

Marco escribió el relato de sus viajes, La descripción del mundo, pero como al principio nadie creyó en lo que decía, se le apodó, Il Milione debido a los “increíbles cuentos” que narraba (el libro fue dictado a Rustichello de Pisa).  Pese a la incredulidad de algunos de sus contemporáneos, los Polo habían llegado a los confines de Asia y habían conocido un nuevo y vasto océano.

En este pequeño resumen de las aventuras viajeras de Marco Polo, me he saltado la parte más fantástica y me he querido ajustar a los hechos históricos.

Otro gran viajero de la Edad Media fue el árabe Ibn Battuta, que partió de su casa de Tánger en 1325 con el objetivo, en primera instancia, de Peregrinar a la Mesa.  No obstante, una vez alcanzada su meta, Ibn Battuta decidió ir más lejos.

Viajó a lo largo de la costa oriental de África y llegó luego a Asia Menor, antes de adentrarse en Asia central en dirección a Afganistán y la India, país en el que fue muy bien recibido (era un cadí), como hombre culto y educado.

Ibn Battuta vivió durante siete años en la India, y como ya le ocurriera a Marco Polo, se convirtió en embajador del gobernante del país, el Sultán de Deli, en cuyo nombre realizó un viaje a China.

Durante el camino tuvo muchas aventuras, fue asaltado, robado y abordonado por los bandidos que lo dieron por muerto, pero finalmente consiguió llegar a China en 1346 ó 1347.

En los puertos chinos, Ibn Battuta encontró a muchos musulmanes, a los que en ningún sitio sorprendió su llegada.  Tras regresar a su hogar, el siguiente viaje que realizó fue a España; luego partió para África Occidental y llegó hasta el río Níger, donde una vez más fue bien acogido, en esta ocasión por musulmanes negros.

El relato de sus viajes se convirtió en la base de los estudios geográficos, astronómicos y marítimos en los centros de aprendizaje musulmanes de Córdoba y Toledo.   Estas tradiciones contribuyeron en forma importante a las ideas que inspiraron los viajes de Colón.

El horizonte mental de Cristóbal Colón estaba de algún modo determinado, por lo menos en parte, por las experiencias y datos dejados por estos andares viajeros.  Por ser muy conocida para nosotros, no haré aquí un resumen de la historia que existe sobre el viaje de Colón que salió buscando una cosa y encontró otra.   Estaba fascinado por Asia y por los pueblos y tesoros exóticos (su libro de la traducción del libro de Marco Polo, realizada a principios del siglo XIV por el fraile dominico Pepino de Bolonia, tenía 366 anotaciones de puño y letra de Colón que, de alguna manera permite reconstruir, en buena medida, el horizonte metal del personaje que, en primer lugar, estaba enfocado hacia los grandes tesoros.

Claro que fue importante lo que hizo.  Claro que los peligros y la audacia de la empresa son dignos de elogio.  Sin embargo, había que profundizar mucho en la incidencia real de la llegada de Colón a aquellas tierras.  Yo preguntaría a los nativos Cultos a ver que dicen.

De viajes y exploradores podríamos llenar muchas páginas, pero no puede ser, y, antes de empezar otro tema, si me gustaría dejar constancia aquí de que, la Carta de Navegación más antigua que incluye tanto el Viejo como el Nuevo Mundo es española y fue elaborada en el año 1.500 por el cartógrafo y piloto vizcaíno Juan de la Cosa, que acompañó a Colón en su segundo viaje.

emilio silvera

 


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