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¡La vida extraterrestre! ¿Cuándo?

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Astronomía y Astrofísica    ~    Comentarios Comments (0)

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¡La vida en otros mundos!

Cuando la Ciencia creció también lo hizo el materialismo, y con él la creencia en una pluralidad de mundos.

En Inglaterra, en el año 1636, un clérigo protestante llamado John Wilkins publicó un libro en el que conjeturaba que la Luna era habitable. Descartes, cuya teoría de los torbellinos cósmicos prefiguró algunos aspectos de la Gravitación universal de Newton se preguntaba si “en otras partes no existirán innumerables criaturas de cualidades superiores a las nuestras”. Pero ningún autor hizo más por dar al concepto de universo diversificado y fértil una sensación de deleite que el joven cartesiano francés Bernard de Fontanelle, cuya obra Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos que fue publicada en 1686 y consiguió tener fascinados a muchos lectores desde entonces.

El libro, como otros muchos de su época, adoptaba la forma de un diálogo entre Fontanelle y una bella condesa a la que no se nombra y con quien él caminaba por los jardines todas las tardes en el crepúsculo, hablando de las estrellas centelleantes en el cielo oscuro. “Quien puede pensar mucho tiempo en la Luna y las estrellas, en compañía de una bella mujer?”, exclamaba Fontanelle, pero pronto vuelve al tema. “La Tierra rebosa de habitantes” dice la condesa. “¿Por qué, entonces, la Naturaleza, que aquí es fructífera en exceso, sería tan estéril en el resto de los planetas?”. La Luna, piensa, puede estar habitada, pero no sabe por qué clase de seres. “Pongamos por caso que nosotros mismos habitásemos la Luna, y no fuésemos hombres, pero si seres racionales, ¿podríamos imaginar, pensadlo, sobre la Tierra, gente tan fantástica como la Humanidad?”.

La condesa tiene sus dudas: “Habéis hecho el mundo tan vasto –dice- que ya no sé dónde estoy ni que será de mí…Protesto, es temible.” “¿Temible, Madame? –Responde Fontanelle-

Así, de aquella manera inocente, transcurrían los días hablando de las estrellas y de otros mundos que, a lo largo de las conversaciones ellos llenaban de vida de las más diversas formas.

En realidad, hasta mediados del siglo XX no fue posible empezar realmente a buscar vida en otros mundos. Un modo de hacerlo fue enviar naves espaciales a otros planetas del Sistema solar. Esta empresa se inició con la misión norteamericana Pioneer y la Soviética Venera a Venus en los años sesenta, y continuó con las misiones norteamericanas a Marte y Júpiter en las décadas siguientes. Los resultados y de estos y otros reconocimientos preliminares fueron negativos: las fotografías tomadas por los módulos soviéticos no tripulados no revelaron ningún rastro de vida en Venus, que tiene una densa atmósfera pero que es más caliente que el infierno de Dante, y dos módulos enviados a la superficie de Marte por el Proyecto norteamericano Viking no registraron tampoco ningún signo de vida marciana. Pera éstas, claro está, eran razones insuficientes para llegar a una conclusión sobre la abundancia  de la vida extraterrestre en general, pues el Sistema Solar alberga menos de una diezmillonésima del número total de planetas que se calcula existen en nuestra Galaxia solamente.

Se podía buscar la vida más allá del Sistema solar viajando a las estrellas, pero hacerlo dentro de un período razonable es realmente mucho pedir. Las estrellas están demasiado lejos: una nave espacial capaz de viajar a algo más de un millón y medio de kilómetros por hora –que sería una nave asombrosamente rápida, pues podría volar desde la Tierra a Marte en menos de dos días- tardaría casi tres mil años en llegar a Alfa de Centauro, la estrella más cercana. Si los astronautas avanzaran hasta la siguiente estrella prometedora –Delta del Pavo, de clase espectral F8, sería una elección razonable- y luego se dirigiesen, digamos, a Beta de la Hidra para después marchar a Zeta del Tucán antes de detenerse para un bien ganado reposo, habrían logrado visitar sólo  una cienmillonésima parte de las estrellas de la Galaxia, una muestra estadística menos significativa que tratar de comprender todos los escritos de Shakespeare examinando sólo dos letras de uno de sus sonetos. Más aún, el viaje llevaría más de treinta mil años, que es un período demasiado largo; hace treinta mil años nuestros antepasados paleolíticos tallaban los primeros tambores de madera de nuestro mundo.

Pero hay un método mejor para búsqueda de la vida inteligente más allá del Sistema solar. Es emplear radiotelescopios para escuchar señales electromagnéticas –transmisiones de radio o de televisión- irradiadas al espacio por civilizaciones extrañas. Tal señal, transmitida utilizando electricidad que se desplaza a la velocidad de la luz y puede ser interceptada por radiotelescopios de la Tierra a través de distancias de muchos años-luz. Esta era la idea que estaba detrás de lo que se llamó SETI: Search for Extraterrestrial Inteligence (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre).

La SETI fue propuesta  en 1959 por dos científicos, Giuseppe Cocconi y Philip Morrison. “La probabilidad de éxito es difícil de estimar –señalaron-, pero si nunca buscamos, la probabilidad de éxito es cero.” El primer experimento de SETI, el Proyecto Ozma, fue llevado a cabo a principio de los años setenta por el astrónomo norteamericano Frank Drake. Drake observó un total de 659 estrellas durante un período de tres años, escuchando en una sola frecuencia con antenas de radio de 90 y 42 metros de diámetro. No detectó señales extraterrestres artificiales, pero no se desalentó, considerando que el número total de estrellas que hay en la Vía Láctea es tan grande; aunque hubiese, digamos, mil civilizaciones emitiendo señales hacia nosotros exactamente a la frecuencia sintonizada, la probabilidad de que el Proyecto Ozma detectase una de ellas habría sido más o menos de una en un millón. Si se toman en cuenta las otras numerosas incertidumbres –conjeturar la frecuencia correcta, considerar los corrimientos Doppler introducidos por el movimiento del Sol y de la Tierra, etc.- las probabilidades se reducen aún más. Para que la SETI tuviese éxito, tendría que ser una empresa continua y a muy largo plazo.

La SETI, como todos sabéis, ha seguido trabajando con presupuestos muy escasos y poca atención por parte de las autoridades que, esporádicamente la han ayudado en poder disponer algún poco de tiempo de los radiotelescopios y poco más. Ha sido la iniciativa privada y la colaboración de los particulares la que, en realidad, han posibilitado que el Proyecto continúe a duras penas y con bajo presupuesto.

Y, por otra parte, hay que tener en cuenta a los muchos detractores del Proyecto que con argumentos como:

El argumento probabilístico en contra del Proyecto SETI consistía en sumar todas las condiciones que, según se pensaba, habían sido necesarias para que la vida inteligente evolucionase en la Tierra, y luego calcular que es sumamente improbable que se diesen iguales condiciones en otra parte. Sus defensores empezaban con el tamaño de la órbita terrestre: si la Tierra hubiese estado ligeramente más cerca del Sol, toda su agua se habría evaporado; y si hubiese estado ligeramente más lejos, toda su agua se habría congelado; y luego se registraban todas las vueltas y virajes de la historia evolutiva que, se pensaba, habían llevado a la aparición del Homo Sapiens. Si se atribuían al azar todas esas variables (como ambas partes pensaban que se debía hacer), el resultado era una probabilidad ínfimamente pequeña de que la vida inteligente apareciese en cualquier parte. Hay mucho más de un millón de especies de vida en la Tierra actual, quizá, miles de mutaciones sin éxito que no llevaron a ninguna parte; y, tal argumento es agarrado con fuerza por los detractores para aferrarse al hecho de que, la probabilidad de que apareciera vida en otros mundos está en mil millones a uno.

Sin embargo, todos los argumentos en contra de que la vida esté proliferando en otros mundos, no tienen ningún sentido científico. Mundos como la Tierra, si se hacen los cálculos de manera seria, pueden existir muchos miles de millones y, cada uno de ellos, tienen exactamente las mismas condiciones que la Tierra en simbiosis con el Sol. Si nos paramos a pensar que, las leyes del Universo, sus mecanismos, son los mismos en todas partes (no existe ninguna privilegiada), la cosa está clara: No es un milagro que la vida surja en otro planeta fuera de la Tierra, el milagro sería, precisamente, que no lo hiciera.

Por suerte, hemos venido a caer en una época en la que, la Ciencia, ha comenzado a tener los medios para que, en unas pocas décadas, se pueda zanjar el largo problema de la vida extraterrestre. Ahora hemos empezado a contar con los aparatos tecnológicos necesarios para zanjar el misterio, y, no tardando mucho, todo quedará resuelto. ¿Qué la primera vida que encontraremos fuera de la Tierra no será inteligente? ¡Por supuesto!, la primera será, de origen bacteriano. Sin embargo, que vida tenía la Tierra en aquellos ígneos terrenos de la superficie cuando aún se estaba enfriando. ¿Qué clase de vida –si la hay- podremos encontrar en Titán?

Por otra parte, no podemos negar siquiera que el Sistema Solar no haya sido visitado por seres de fuera. ¿Quién nos puede asegurar que una Civilización más inteligente no sepa de nosotros? Y, por otra parte, tampoco podemos descartar que, mundos no muy lejanos del nuestro, estén aún en la fase de desarrollo rudimentario que, sin tecnología, no puedan enviar mensajes ni recibirlos.

Por otra parte, tampoco descarto la posibilidad de que, la primera señal que podamos recibir, no provenga de un ser vivo, sino de una máquina inteligente que hace miles de años fabricó una civilización extinguida dejando a unos robots dueños y señores de su mundo.

Son tantas las posibilidades que este tema puede tener que, sus múltiples variantes nos dirigen hacia caminos que debemos explorar antes de, negar una posibilidad que, de seguro, está ahí fuera.

emilio silvera

 


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