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Algo sobre los Mayas
por Emilio Silvera ~ Clasificado en Cosmología ~ Comments (0)
Aislada de las culturas del viejo mundo, la civilización maya, ubicada en lo que es actualmente el sur de México y Guatemala, surgió alrededor de la época del nacimiento de Cristo, floreció y, luego, desapareció abrupta y misteriosamente. Aparte de las pirámides y las estelas de piedra talladas con unos elaborados glifos, su historia se conserva en unos pocos códices, entre los que figura el libro de la creación escrito en lengua maya-quiché, el Popol Vuh. Sin embargo, la cosmología maya tiene muchos aspectos parecidos a las cosmologías de otras culturas: a la cosmología hindú se parece en lo relativo a los ciclos alternos de destrucción y creación, y en los enormes intervalos de tiempo en que se sitúan estos ciclos; a la cosmología de la antigua Mesopotamia, en el seguimiento meticuloso de los cuerpos celestes, que son manifestaciones de los dioses; a la cosmología moderna, en la cuidadosa experimentación y revisión de los dioses, y en la igualmente implacable condena de las teorías anticuadas.
Antes de la aparición de los seres humanos, el universo maya se desarrolla de una manera muy homogénea y continua. Como muchas otras cosmologías, comienza con un mar original. El Popol Vuh empieza diciendo: “Ahora todavía se ondula, ahora todavía se oyen sus murmullos…todavía susurra…y está vació bajo el cielo”. El traductor Dennis Tedlock se refiere a esta escena diciendo que es una especie de “ruido blanco”; el sonido que precede al sonido. Sólo están presentes los dioses del mar y de la tierra, llamados colectivamente Corazón del Lago y Corazón del Mar: el Hacedor, el Modelador, el Portador, el Procreador y la Serpiente Emplumada Soberana. A éstos se unen el Corazón del Cielo y los primeros dioses celestes, llamados Huracán, Rayo Recién Nacido y Rayo Repentino. Después de negociar, los dioses de las aguas y del cielo acordaron crear la tierra y la vida en una sucesión que se parece a la “sopa original” de la biología del siglo XX: una tierra cubierta por el océano y sometida a un violento relampagueo, que contribuye a producir los primeros aminoácidos. Así se producen las divisiones cósmicas, siendo la primera de ellas la separación preexistente de los dioses de las aguas y de los cielos, y la segunda la separación activa de la tierra y las aguas, y del cielo y la tierra. Acto seguido se lleva a cabo la siembra del Sol, la Luna y las estrellas. Los antiguos mayas concebían esta actividad como “la siembra” o el “amanecer”, porque la asociaban a la plantación de semillas, que empujan desde el subsuelo para crecer, y a la salida de los cuerpos celestes, con respecto a los cuales creían que recorrían el inframundo antes de salir por el este.
El arte maya antiguo representaba el cielo como una serpiente de dos cabezas, con símbolos de Venus-que sale justo antes del amanecer-en un extremo y el Sol en el otro. La cosmología maya describe una Tierra cuya base es un reptil terrestre monstruoso y un cielo que descansa sobre unos pilares en forma de cocodrilo y jaguar. Cada atardecer el Sol es devorado por el monstruo terrestre y vuelve al mundo subterráneo para luego salir cada mañana por el este.
Por lo tanto, Venus y el Sol (representados en el Popol Vuh como un par de muchachos gemelos) surgen cada amanecer uno tras otro, tal como los gemelos humanos salen al nacer. Según Anthony Aveni: “La sinuosa imagen de una serpiente celeste de dos cabezas ofrece una descripción gráfica del modo en que se puede seguir a los largo del tiempo la línea imaginaria que conecta a Venus, situada sobre el horizonte, con el Sol, que se encuentra abajo”. Venus asciende como el “extremo frontal del monstruo cósmico que emerge del mundo subterráneo”. A medida que avanza el día, estos dos cuerpos celestes se desplazan cruzando el cielo para ponerse uno tras otro cuando llega el crepúsculo. El Popol Vuh relata este movimiento orbital celeste como el combate de los gemelos con Zipacna, un monstruo sísmico que tiene forma de cocodrilo, y habla del descenso de estos gemelos al submundo, el dominio de Una Muerte y Siete Muertes. Después de una serie de contiendas, los gemelos emergen para renacer con el día.
Tomando todo esto en conjunto, tenemos un monstruo en forma de reptil que está bajo la tierra, una serpiente celeste que planea sobre los cielos, y unos pilares en forma de cocodrilos que conectan ambas regiones. Como una conjetura total, quizá tal como la comida pasa a través del cuerpo de una serpiente gigante (formando una gran protuberancia a medida que avanza), así vieron los mayas al Sol y las estrellas pasando a través de las grandes órbitas sinuosas por encima y por debajo del plano terrestre.
Sin embargo, las complicaciones y los problemas parecen empezar con el ser humano y dan lugar a la versión maya de la hipótesis de la pluralidad de los mundos. Según el Popol Vuh, los dioses crean primero los pájaros, los venados, los jaguares y las serpientes para que velen por los bosques y aporten ofrendas para sus creadores. Pero los animales no pueden rezar a los dioses; no pueden hablar ni una palabra y, cuando los dioses se dan cuenta de ello, decretan que los animales sirvan para un solo fin: ser comidos.
Visto esto, los dioses hacen otro intento. Esta vez modelan con arcilla un ser humano. Pero la arcilla es blanda y no se mantiene en una pieza. “No durará”, dicen entonces los dioses albañiles y escultores.” Parece que va menguando y deshaciéndose. Bueno, pues dejemos que mengüe. No puede andar y tampoco multiplicarse. Pues bien, que sea meramente un pensamiento”. Y los dioses abandonan su creación.
En la tercera creación, los dioses deciden que necesitan algo más sólido. Entonces hacen criaturas de madera, que son, efectivamente, tiesas como la madera. Estos prototipos tienen aspecto de personas, hablan como las personas y se reproducen como las personas, pero no tienen sentimientos, no piensan, y, lo peor de todo, no pueden recordar a sus creadores. (No rezan a sus dioses.) Los hombres de madera están poblando la Tierra cuando los dioses los destruyen mediante un diluvio; mediante el Arrancador de Rostros; mediante el Sangrador Inesperado, que los decapita; mediante el Jaguar Masticador, que los devora; y mediante sus propias piedras de moler, que los pulverizan. Como le sucedería a un cosmólogo de la teoría del plasma atrapado en una conferencia sobre el biga bang, no queda gran cosa de ellos después de esto. Y así termina la tercera creación.
Pero los dioses son empíricos y aprenden experimentando, trabajando en colaboración y haciendo tanteos, es decir, lo que Aveni llama un “proceso de aproximación sucesiva para construir el universo”. En la cuarta y última creación y después de muchas consultas, optan por utilizar maíz para hacer la carne, agua para la sangre, sebo para la grasa. Como resultado consiguen los primeros seres humanos auténticos, que hablan y rezan a sus creadores. Hay un fallo: los humanos son demasiado inteligentes. Como dice el Popol Vuh: “Veían perfectamente, conocían a la perfección todo lo que había bajo el cielo, dondequiera que miraran…A medida que miraban, se intensificaba su conocimiento”. A nadie le gusta tener competencia, por lo que los dioses nublaron el conocimiento humano de tal modo que las personas “quedaron cegadas como la superficie de un espejo cuando se le echa el aliento… Y así se perdió… la capacidad de comprender, así como la facultad de conocerlo todo”.
Tres intentos de creación fallaron antes de que surgiera un universo que pudiera sostener la vida humana. (Estos intentos fallidos recuerdan la cosmología que desarrolló en el siglo XVIII David Hume, al que ya hemos citado anteriormente.) Y así surge el mundo actual, aunque también él será destruido al final de su era. Los mayas, como los hindúes, concibieron el engranaje de unos largos ciclos temporales que generaron creaciones y destrucciones con tanta facilidad como un árbol despliega sus hojas y luego las deja caer.
Curiosamente, las fechas de la cuarta y última creación maya encajan bastante bien con las del cuarto y último ciclo hindú: 13 de agosto del año 3114 a. C. y 5 de febrero de 3112 a.C. para los mayas, según Linda Schele, y 17-18 de febrero del año 3102 a.C. para los hindúes, según Aveni. En la India estas fechas concuerdan con una conjunción planetaria en Aries. En la mitología maya estas fechas representan dos actuaciones de los dioses para crear el universo. El 13 de agosto de 3114 establecieron el corazón cósmico llevando las tres estrellas del cinturón de Orión al centro del cielo; dos años más tarde, el 5 de febrero, levantaron el árbol cósmico, que es la Vía Láctea. Como en la India, ambos días correspondían a acontecimientos astronómicos. Schele, una epigrafista y profesora de historia del arte de la Universidad de Texas, que ve los mitos mayas como “mapas estelares”, afirma que el 13 de agosto del año 3114 a.C. las estrellas de Orión se situaron en el centro del cielo al amanecer. La Gran Nebulosa (M42), desconocida para los europeos hasta 1610, puede verse entre estas estrellas y los mayas la llamaron el humo de la cocina cósmica. Un año más tarde, los dioses plantaron el árbol cósmico, representado por la Vía Láctea, que conectaba las trece capas del cielo con las siete capas del submundo. Según Schele, “ En el año 3112 a.C. la mañana del 5 de febrero, la totalidad de la Vía Láctea ascendió por la parte oriental del horizonte, hasta que al amanecer se extendió de norte a sur por el cielo”. Aveni está de acuerdo con la primera interpretación, pero tiene dudas con respecto a las afirmaciones que hablan de la Vía Láctea del 5 de febrero.
Según creían los sacerdotes mayas, estos acontecimientos celestes marcaban el amanecer de una nueva era, que se contabilizó usando la “cuenta larga”, un registro lineal de los días que comienza con la cuarta creación maya del año 3114 a.C. y predice que el final del universo actual tendrá lugar el 23 de diciembre del año 2012 d.C. Durante este intervalo de vida del universo, que es de unos cinco mil años, numerosos ciclos de tiempo menores marcaban las duraciones de los ritmos astronómicos, naturales y políticos intercalados.
Tedlock, al hacer la traducción del Popol Vuh, trabajó ampliamente en Andrés Xiloj Peruch, un líder espiritual maya moderno, para interpretar el antiguo texto en concordancia con las creencias mayas aún existentes. En los hogares de las chimeneas mayas suele haber en la actualidad tres piedras colocadas formando un triángulo, una representación de una moderna constelación maya-quiché formada por tres estrellas de Orión- Alnitak, Siph y Rigel-. El Popol Vuh afirma que, durante la destrucción de la tercera creación, “Las… piedras del hogar salieron disparadas, proyectadas fuera del fuego hacia las cabezas [de los hombres]”. Esto, según Xiloj Peruch, es la imagen de un volcán y una referencia indirecta al fogón cósmico. Hay además otras pruebas que proceden de los antiguos escribas mayas de Palenque y Quirigu, los cuales dijeron en sus escritos que al final de la era anterior, tres piedras del hogar anunciaron el paso a una nueva era. (Schele y Tedlock discrepan en cuanto a si la fecha de agosto de 3114 y la ascensión de las estrellas de Orión representan el final de la vieja era o el principio de la nueva, pero está claro que las piedras del hogar constituyen un punto de inflexión importante.)
Otra historia de la creación, proveniente de los mayas del Yucatán, refuerza el encaje de los ciclos cósmicos y políticos. Según Aveni. Cuando Pacal, rey de Palenque, falleció a mediados del siglo VIII d.C., había logrado consolidar el poder de su ciudad-estado frente a los desafíos de las ciudades vecinas. Chan Bahlum, hijo de Pacal, necesitaba una señal del cielo para cimentar su legitimidad política vinculando sus ancestros a los progenitores de la familia real de Palenque, tres dioses nacidos cuatro mil años antes. El linaje divino, tallado en los relieves de un templo, representa al dios nacido en segundo lugar como el Sol y al primogénito como Venus. La identidad del tercer dios es desconocida.
En cualquier caso, en el año 690 d.C., al principio del reinado de Chan Bahlum, una conjunción planetaria alineó a Saturno, Júpiter, Marte y la Luna, que se movieron juntos a través del cielo para situarse directamente sobre el templo del viejo rey. Con esto se tuvo una clara señal de los dioses que confirmaba el mandato real y el linaje divino de Chan Bahlum. El hecho de que en este acontecimiento no participaran ni Venus ni el Sol fue algo que probablemente no preocupó a los antiguos mayas. Aveni destaca que la cosmología maya no exige una correspondencia uno a uno; solamente alguna conexión entre el plano astral y el plano humano.
¡Ah! Pero podemos estar tranquilos que, el mundo, no se acabará en 2.012 como muchos nos quieren hacer creer guiados por intereses oscuros que nada, en absoluto, tienen que ver con la Ciencia.
Lo que habéis leído es un resumen entresacado del capítulo “La Mesoamérica Maya”, en el apartado de Cosmología: Aquella religión de los viejos tiempos, del libro “Los grandes descubrimientos perdidos” de Dick Teresi, en el que nos lleva hasta las antiguas raíces de la Ciencia, desde Babilonia hasta los Mayas. Hoy domingo, día de asueto, es un buen día para repasar cómo eran y pensaban aquella gente, aquella Civilización que, al igual que otras muchas de la antigüedad, llegaron a tener conocimientos que, para aquella época, son asombrosos.
emilio silvera