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Divagando sin rumbo fijo

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en General    ~    Comentarios Comments (4)

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Es curioso cuando mi mente está libre y divagando sobre una gran diversidad de cuestiones que, sin ser a propósito, se enlazan o entrecruzan las unas con las otras, y lo mismo estoy tratando de sondear sobre el verdadero significado del número 137 (sí, ese número puro, adimensional, que encierra los misterios del electromagnetismo, de la luz y de la constante de Planck – se denomina alfa (α) y lo denotamos 2πe2/hc), que me sumerjo en las profundidades del número atómico para ver de manera clara y precisa el espesor de los gluones que retienen a los quarks. Sin embargo, mi visión mental no se detiene en ese punto, continúa avanzando y se encuentra con una sinfonía de colores que tiene su fuente en miles y miles de cuerdas vibrantes que, en cada vibración o resonancia, producen minúsculas partículas que salen disparadas para formar parte en otro lugar, de algún planeta, estrella, galaxia e incluso del ser de un individuo inteligente.

Me pregunto por el verdadero significado de la materia, y cuanto más profundizo en ello, mayor es la certeza de que allí están encerradas todas las respuestas. ¿Qué somos nosotros? Creo que somos materia evolucionada que ha conseguido la conquista de un nivel evolutivo en el que ya se tiene consciencia de “ser”.

Pienso que toda materia en el universo está cumpliendo su función para conformar un todo que, en definitiva, está hecho de la misma cosa, y que a partir de ella surgen las fuerzas que rigen el cosmos y toda la naturaleza del universo que nos acoge. La luz, la gravedad, la carga eléctrica y magnética, las fuerzas nucleares, todo, absolutamente todo, se puede entender a partir de la materia, tanto a niveles microscópicos como a dimensiones cosmológicas, todo son aspectos distintos para que existan estrellas y galaxias, planetas, árboles, desiertos, océanos y seres vivos como nosotros, que somos capaces de pensar en todo esto.

Mirando a mi alrededor, de manera clara y precisa, puedo comprobar que el mundo está compuesto por una variedad de personas que, siendo iguales en su origen, son totalmente distintas en sus mentes.

La mayor parte, se aplica en sus vidas cotidianas y sin grandes sobresaltos: trabajo, familia y dejar transcurrir el tiempo. Es la mayoría silenciosa. Una parte menor, conforman el grupo de los poderosos; sus afanes están centrados en acumular poder, dirigir las vidas de los demás y de manera consciente o inconsciente, dañan y abusan de aquella mayoría. Son los grandes capitalistas y políticos, que con sus decisiones hacen mejor o peor las vidas del resto. Por último, existe una pequeña parte que está ajena y “aislada” de los dos grupos anteriores; se dedican a pensar y a averiguar el por qué de las cosas. La mayor preocupación de este grupo de elegidos es saber, quiero decir ¡SABER!, de todo y sobre todo; nunca están satisfechos y gracias a ellos podemos avanzar y evitar el embrutecimiento.

Pensando en el cometido de estos tres grupos me doy cuenta de lo atrasados que aún estamos en la evolución de la especie. El grupo mayor, el de la gente corriente, es muy necesario; de él se nutren los otros dos. Sin embargo, el grupo de mayor importancia “real”, el de los pensadores y científicos, está utilizado y manejado por políticos, militares y capitalistas que, en definitiva, aprueban los presupuestos y las subvenciones de las que se nutren los investigadores.

En las dos grandes guerras mundiales tenemos un ejemplo de cómo se utilizaron a los científicos con fines militares. Los que no se prestaron a ello, lo pasaron mal y fueron marginados en no pocos casos.

Es una auténtica barbaridad el ínfimo presupuesto que se destina al fomento científico en cualquiera de los niveles del saber. Cada presupuesto, cada proyecto y cada subvención conseguida es como un camino interminable de inconvenientes y problemas que hay que superar antes de conseguir el visto bueno definitivo, y lastimosamente, no son pocos los magníficos proyectos que se quedan olvidados encima de la mesa del político o burócrata de turno, cuyos intereses particulares y partidistas miran en otra dirección.

¡Qué lastima!

A pesar de ello, milagrosamente, el avance continúa implacable gracias a personajes que, como Ramón y Cajal, con medios insuficientes pero con sacrificio e inteligencia, triunfan sobre estas adversidades materiales que superan por amor a la ciencia, con trabajo y con ingenio.

Einstein nos decía que “el hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir“.

Ese encuentro maravilloso con la luz suprema del saber es un momento mágico, que es el precio que pagan al científico por sus esfuerzos, y es el incentivo que necesita para seguir trabajando en la superación de los muchos secretos que la naturaleza pone ante sus ojos para que sean desvelados.

Cuando me pongo a escribir sin un programa previamente establecido, vuelco sobre el papel en blanco todo lo que va fluyendo en mis pensamientos, y a veces me sorprendo a mí mismo al darme cuenta de cómo es posible perder la noción del tiempo inmerso en los universos que la mente puede recrear para hacer trabajar la imaginación sin límites de un ser humano. Es cierto, nuestras limitaciones son enormes, enorme nuestra ignorancia y, sin embargo, estas carencias se pueden compensar con la también enorme ilusión de aprender y la enorme curiosidad y espíritu de sacrificio que tenemos en nuestro interior, que finalmente van ganando pequeñas batallas en el conocimiento de la naturaleza, y que sumados hacen un respetable bloque de conocimientos que, a estas alturas de comienzos del siglo XXI, parecen suficientes como punto de partida para despegar hacia el interminable viaje que nos espera.

Es tal la pasión que pongo en estas cuestiones que, literalmente, cuando estoy pensando en el nacimiento y vida de una estrella y en su final como enana blanca, estrella de neutrones o agujero negro (dependiendo de su masa), siento cómo ese gas y ese polvo cósmico estelar se junta y gira en remolinos, cómo se forma un núcleo donde las moléculas, más juntas cada vez, rozan las unas con las otras, se calientan e ionizan y, finalmente, se fusionan para brillar durante miles de millones de años y, cuando agotado el combustible nuclear degeneran en enanas blancas, veo con claridad cómo la degeneración de los electrones impide que la estrella continúe cediendo a la fuerza de gravedad y queda así estabilizada. Lo mismo ocurre en el caso de las estrellas de neutrones, que se frena y encuentra el equilibrio en la degeneración de los neutrones, que es suficiente para frenar la enorme fuerza gravitatoria.

En el caso de las estrellas supermasivas, tal degeneración de electrones y neutrones resulta insuficiente para frenar la infinita fuerza de gravedad; toda la masa de la estrella se derrumba bajo su propio peso, se comprime y se concentra en una densidad y energía infinitas que desaparecerán de la vista del posible observador, que sólo podrá sentir sus efectos. A partir de ahí, tenemos una singularidad y su horizonte de sucesos. Todo el proceso pasa ante mis ojos (de la mente) con increíble claridad; veo que allí han dejado de existir el tiempo y el espacio. Es un lugar dentro del universo que, en realidad, está fuera de él. ¿Cómo pueden suceder cosas así?

Es asombroso comprobar cómo, ni lo más rápido del universo, la luz, puede escapar de la infinita fuerza gravitatoria que se desprende de un agujero negro. Ante fenómenos así, nos podemos dar cuenta de lo insignificantes que somos en comparación con estas realidades del universo en el que estamos, como una partícula infinitesimal de las muchas que lo conforma.

Sí, pero esta ínfima partícula tiene un don inapreciable: puede pensar… y eso la hace muy peligrosa, casi más de lo que pueda serlo un agujero negro que, por cierto, no es consciente de que nosotros estamos aquí y sabemos de él.

Hace ya varios años desde que se hizo público un borrador del genoma humano. En estos años, los científicos han ido desvelando algunos de los misterios moleculares que están escondidos tras la variabilidad genética del hombre. Han podido observar que al intentar el incremento del color de una petunias, lo que se conseguía era el efecto contrario mediante un fenómeno posteriormente conocido como silenciamiento génico. Los doctores Fire y Mello, al fín reconocidos por la Academia Sueca con el Nobel de Medicina, sentaban las bases estudiando un gusano de menos de 1.000 células de un proceso vital de regulación de la expresión génica basado en el RNA interferente.

Al mismo tiempo, en estos últimos años hemos sido capaces de determinar los genes responsables de las más variadas manifestaciones de nuestra existencia: susceptibilidad a la obesidad, diferentes tipos de tumores, esquizofrenia, depresión o la mayor o menor capacidad para danza y ritmo. Y, con sorpresa para algunos, se ha podido saber que nuestra secuencia genética sólo difiere un 0’5% de nuestros parientes cercanos neandertales o que tampoco estamos muy lejos, genéticamente hablando, de algunos equinodermos que divergieron de nuestra rama evolutiva hace ahora 500 millones de años.

También se sabe que, tal como se ha visto en algunas plantas, tenemos genes capaces de adaptación, y que provocan mutaciones adaptativas al imprevisible ambiente cambiante por la acción del hombre, y que es responsable (el cambio artificial) de un gran número de patologías o que, finalmente, la mayor variabilidad genética entre los humanos estriba en la adición o disminución del número de copias de fragmentos de genes, genes, grupos de éstos, o segmentos cromosómicos.

Sin embargo, si en algo sigue la ciencia gateando en la oscuridad, es precisamente en el total desconocimiento de la parte más compleja y delicada de nuestro cuerpo: el cerebro.

Se escribe, se dice, se teoriza, se especula; pero de manera cierta, sabemos menos de nuestro cerebro que de las galaxias lejanas situadas a miles de millones de años-luz de nuestro sistema solar.

Son muchos los misterios encerrados en ese centro de control del sistema nervioso al que llamamos cerebro. Está constituido por un gran conjunto de neuronas que reciben, analizan y procesan la información, no sólo de todo el cuerpo, sino que también acoge a toda la información y sensaciones que llegan del exterior, para determinar una batería de órdenes que pone en marcha las distintas regiones de nuestro organismo.

Claro que, algo sí hemos aprendido de nuestro cerebro, y poco a poco se van desvelando algunos misterios. Ahora podemos hablar de algunas estructuras, como por ejemplo los hemisferios cerebrales, que prácticamente ocupan la totalidad del encéfalo, y constituyen lo que vulgarmente conocemos como cerebro. En los hemisferios se controla la memoria, la inteligencia, y en ellos están situados los centros de integración sensorial, y se coordinan los actos voluntarios más complejos.

En lo que se conoce como diencéfalo cabe distinguir dos partes: la glándula pineal, cuya función es desconocida en relación a los vertebrados, a excepción de los anfibios, en los que tiene misiones fotorreceptoras; el tálamo, donde se interpretan los estímulos externos procedentes de los sentidos; y el hipotálamo, situado por debajo de la anterior y relacionado, en el caso de los seres humanos, con la percepción de distintos estados emocionales.

La importancia de nuestro cerebro queda reflejada en la relación entre su tamaño y el resto del sistema nervioso, que en el ser humano es mucho mayor que en cualquier otro vertebrado (al menos en nuestro mundo).

Otro rasgo del cerebro humano es su organización. A diferencia de lo que ocurre en la médula espinal, en el cerebro las fibras nerviosas recubiertas de mielina constituyen la materia blanca que se encuentra en su interior, mientras que la parte externa está compuesta por las masas de cuerpos celulares de las neuronas, que forman la materia gris o corteza cerebral. Las neuronas o células nerviosas son las unidades estructurales y funcionales del sistema nervioso que, en realidad, es como un mapa de múltiples ramificaciones y conexiones, que a la velocidad de la luz (impulsos eléctricos) se transmiten información las unos a las otras.

Podría continuar muchas páginas más abundando en datos más o menos técnicos sobre nuestro cerebro y las neuronas del sistema nervioso que lo conforma, y al final todo seguiría igual: nuestra enorme ignorancia. En realidad no sabemos con certeza lo que allí ocurre.

¿Por qué sentimos amor u odio profundo?

¿Qué mecanismos o sentimientos nos hacen llorar o reír?

¿Qué sistema es el responsable de la curiosidad?

Todas las respuestas que podemos dar a estas y otras muchas preguntas serían conjeturas, suposiciones, y una forma como otra cualquiera de teorizar. Sin embargo, no son preguntas que puedan ser contestadas con absoluta certeza. Los mecanismos que nos hacen ser como somos, en realidad, nos son bastante desconocidos y, de momento, sólo tenemos una aproximación a las posibles respuesta.

Siendo así, tenemos que aceptar el hecho cierto de que nuestras facultades reales, nuestro potencial cerebral, en realidad está ahora mismo en una fase de rendimiento de un 10%, que continúa creciendo sin cesar a medida que  nosotros vamos aprendiendo a observar el universo y las fuerzas que en él interaccionan y a las que nuestro cerebro no es ajeno.

Cuando me pongo a divagar y dejo volar libremente mis pensamientos sobre esta pregunta del por qué somos inteligentes, y sobre los mecanismos secretos que hacen posible tal milagro, no puedo evitar que a mi mente vengan los nombres de personas que son ejemplos de este fenómeno de inteligencia extrema: Newton, Planck, Einstein, Riemann, Ramanujan, y en el presente E. Witten o Gregory Perelman, adelantados a su tiempo, que son portadores de información del futuro y que hacen posible el avance de la Humanidad en su conjunto.

Estas personas fueron y son portadoras de mutaciones en los sistemas cerebrales de la inteligencia humana que, al facilitar nueva información, hace posible que el resto del grupo continúe avanzando.

Es bastante significativo el hecho de que estas personas tan especiales, en la gran mayoría de los casos, son muy sencillas y poco dadas a obtener riquezas materiales; ellos persiguen otra clase de riqueza que, en realidad, es mucho más valiosa. El ejemplo más reciente de esto lo tenemos en el comportamiento de Perelman, que rechaza premios, honores y riquezas y prefiere vivir de una insignificante paga en un insignificante apartamento compartido con su anciana madre, y pasar horas encerrado en su habitación estudiando los números para descubrir los secretos que encierran, mientras que su única diversión para despejar su mente es salir al campo a buscar setas.

Si miramos a nuestro alrededor y vemos lo que ocurre, este ejemplo no prolifera mucho.

Lo de Perelman ha sido un sueño hecho realidad. Todos los matemáticos del mundo recordarán 2.006 como el año en el que, después de más de un siglo de espera, fue resuelta la conjetura de Poincaré, ahora convertida en teorema (es decir, su verdad ha sido demostrada), y cómo este año, las fórmulas y las ecuaciones llamó la atención de toda la prensa especializada. La hazaña es debida, de manera principal, al excéntrico investigador ruso Gregory (Grisha) Perelman.

Desde que el científico francés Henri Poincaré formuló en 1.904 su famosa conjetura, referida a objetos imaginarios llamados hiperesferas, muchos expertos trataron sin éxito de probar su certeza, y la Fundación Clay había ofrecido un millón de dólares a quien resolviera este problema.

Ahora, una vez comprobada, la conjetura elevada a teorema es uno de los enunciados fundamentales de la topología, una rama de las matemáticas que estudia objetos imaginarios con tres o más dimensiones. Según postuló el genial investigador francés, cualquier objeto con tres dimensiones que cumpla una serie de características (como ser cerrado), podría deformarse hasta convertirse en una hiperesfera. Se puede deformar objetos imaginarios, aunque jamás está permitido rasgarlos ni coserlos. La topología es conocida popularmente como la geometría de la lámina de hule, al ser éste un material que se dobla y desdobla con facilidad.

La mayoría de las personas no podrían visualizar nunca una hiperesfera o cualquier otra forma equivalente, aunque pasáramos toda una vida intentándolo, pero sus propiedades matemáticas son conocidas y los expertos coincidían en que la escurridiza conjetura tenía que ser cierta. Otra cuestión distinta era demostrarlo.

El enigmático Perelman en 2.002 colgó en Internet el primero de una serie de artículos que contenían la demostración a la Conjetura de Poincaré, y este verano el Congreso Internacional de Matemáticas celebrado en Madrid, estableció de manera oficial que los trabajos del ruso, completados en ciertos detalles por matemáticos chinos y estadounidenses, habían resuelto el problema, así que, se le concedió la medalla Field, considerada el Nobel de las Matemáticas; se eligió al Rey Juan Carlos para imponérsela pero… Perelman no comparación. ¿Estaría cogiendo setas?

La verdad es que 2.006 no fue mal año para la ciencia. Como antes reseñaba, gracias a las técnicas más avanzadas de análisis genéticos, un equipo internacional de investigadores logró demostrar que los humanos modernos compartimos el 99’5% de nuestro genoma con los neandertales. El estudio demostró también que ambas especies divergieron hace aproximadamente 450.000 años, y que no existen evidencias de que llegaran a mezclarse y tener descendencia (pero sin poder descartarlo del todo).

Los sapiens sobrevivimos y los neandertales se extinguieron, ¿por qué?, otra de las muchas preguntas sin respuestas… de  momento.

2.006 también pasará a la historia de la ciencia como un momento clave en la demostración de los efectos del cambio climático sobre los ecosistemas de la Tierra. A lo largo del segundo semestre, diversas investigaciones han comprobado que las dos grandes capas heladas de nuestro planeta – sobre Groenlandia y la Antartida – se están reduciendo a una velocidad cada vez más preocupante y acelerada.

También es destacable entre los hitos del año lo que sin duda ha sido el hallazgo paleontológico de 2.006: el fósil de Tiktaalik, el llamado pez-cocodrilo, un vertebrado acuático con rasgos anfibios que vivió hace 365 millones de años. También cabe incluir en esta lista el prototipo de un sistema que permite simular la invisibilidad de un objeto mediante la manipulación de las células del material que pueden esquivar la luz evitando que sus rayos incidan sobre él. Otro logro de la lista es un nuevo tratamiento contra la ceguera en las víctimas de la degeneración ocular. El mecanismo cerebral que permite la grabación de nuevos recuerdos en la memoria, tampoco está nada mal.

El 27 de diciembre de 2.006 se produjo el lanzamiento al espacio de la misión “Corot” de la ESA, cuyo objetivo será buscar mundos similares a la Tierra. La sonda realizará la exploración en torno a más de 200.000 estrellas vecinas al Sol.

Ya sabemos que la exploración del cosmos nos ha descubierto objetos misteriosos e inimaginables, como supernovas, púlsares o estrellas supermasivas convertidas en agujeros negros, capaces de destruir o engullir cuanto le rodea que se atreva a pasar la línea prohibida conocida como horizonte de sucesos.

La verdad es que, aunque estos objetos estelares nos fascina, lo que más llama nuestra atención (científicos y aficionados) es el encontrar mundos parecidos al nuestro, quizá con la esperanza oculta de que alguno de ellos esté habitado para no sentirnos tan solos en el universo.

Recordemos la sorpresa que nos produjo, en junio 2.005, el equipo estadounidense que anunció el descubrimiento de un pequeño planeta rocoso parecido a la Tierra y orbitando una estrella parecida a nuestro Sol (antes se habían encontrado junto a estrellas de neutrones moribundas). Este nuevo mundo, que fue denominado el primo mayor de la Tierra, resultó tener siete veces y media la masa de nuestro planeta, y fue detectado gracias a la acción gravitatoria que ejercía sobre su estrella, llamada Gliese 876.

Unos meses más tarde, otro equipo descubrió otro planeta rocoso que sólo tenía 5’5 veces la masa de la Tierra. Esta vez se utilizó el efecto microlente gravitacional, descubierto en su día por A. Einstein.

El Corot, con el que se espera encontrar cuerpos de hasta sólo dos veces el tamaño de la Tierra, tendrá la ventaja de ser el primer observatorio dedicado en exclusiva a buscar planetas desde el espacio, por lo que estará libre de aberraciones provocadas por la atmósfera terrestre, con lo que verá multiplicada su eficacia. También analizará la composición y características físicas de las estrellas.

El Corot cambiará su área de investigación y observación cada dos años. En verano, escudriñará el centro de la Vía Láctea, y seis meses después, cuando tenga al Sol encima y no pueda ver con claridad, dará media vuelta y quedará mirando a un punto opuesto de nuestro galaxia.

¡Suerte!

Todos hemos oído historia de cometas o de grandes asteroides que pueden impactar contra el planeta Tierra y complicarnos gravemente la existencia. Existen novelas y películas que recrean este hecho que, desde luego, podría ser real.

Todos los indicios indican que hace muchos millones de años, un pedrusco enorme impactó en el Yucatán en Méjico, y los efectos devastadores liquidaron a los dinosaurios.

Ahora, la NASA está estudiando enviar una misión tripulada preparada para desviar de la órbita terrestre aquellos cometas o cuerpos que puedan impactarnos con peligro serio de extinción.

Primero enviarán, en convenio con la Agencia Espacial Europea, dos sondas espaciales para el estudio de los asteroides. Las dos naves espaciales distintas – Sancho e Hidalgo – lanzadas en diferentes trayectorias hacia un asteroide para examinarlo y analizar su estructura, enviará los datos a la Tierra y, al final, se estrellaría contra el asteroide para desviar su trayectoria.

El objeto que representa mayor amenaza es el Apophis, que pasará en 2.029 junto a la Tierra. Sin embargo, no olvidemos que la Tierra cuenta con un buen aliado natural para evitar (en parte) problemas de ese tipo: nuestro vecino Júpiter que, con su enorme masa atrae hacia él objetos errantes de este tipo.

De todas maneras, un programa serio de este tipo no es tan fácil, y requeriría diseñar un proyecto para llevar cargamentos y astronautas a la Estación Espacial Internacional (ISS), la Luna y, eventualmente, Marte. Si se hace así, la misión de desviar pedruscos de la trayectoria de nuestro planeta Tierra sí podría tener éxito.

Einstein era muy aficionado a los ejercicios mentales (como él los llamaba). Planteaban un problema y se pensaba en cómo solucionarlo. Es un buen ejercicio para tener despierta la mente.

Yo, me parece, tengo la misma tendencia; de cualquier ocasión saco una excusa para hacer ejercicios mentales. Por ejemplo, estoy leyendo (a ratos y pedazos) un libro titulado “La plenitud del vacío”, escrito por Jean Bouchart d’Orval que trata de temas interesantes, sin embargo, contiene conceptos vacíos de contenido y pretenciosos en el fondo y en la forma. Me explico: contiene en sus expresiones un nivel que trata de ser superior, no adopta una forma sencilla de explicar las cosas y puede decir frases como “…estas dimensiones de espacio están unidas a la del tiempo por la noción del intervalo invariable.” (¿?) ¡Qué cosas! ¿Qué quiere decir esto? Mi amigo José Manuel, que me dejó el libro, tampoco comprende el concepto intervalo invariable; así lo tiene anotado en el margen superior. Para su tranquilidad le diré que el autor tampoco lo comprende; lo incluyó creyendo que la expresión quedaba bien y realzaba el trabajo, no obstante, para mí ha obtenido el resultado contrario. Nada puede tener más belleza que la sencillez y la claridad al expresar las ideas.

Otro ejemplo de lo que digo lo encuentro en el apartado que titula “Ni futuro, ni pasado, ni causa ni efecto…”

“El pasado y el futuro son visiones del espíritu.”

Bonita frase, pero poco real.

El pasado es una visión del recuerdo, mientras que el futuro es una visión de nuestra propia imaginación. Claro que el libro contiene muchos y buenos pasajes sobre muy diversas cuestiones, sólo que el autor adopta un plano de superioridad en la forma de contarlo que, al menos a mí, me choca.

De todas formas tengo que agradecer a mi amigo José Manuel (un espíritu puro) la oportunidad que me ha dado de leerlo, ya que, aparte de compartirlo conmigo, he tenido la oportunidad de aprender algunas cosas.

Como todo me hace pensar, cuando termino este comentario caigo en la cuenta de que no todos los buenos científicos están siempre en lo cierto al exponer sus teorías, la historia está llena de ejempolos que así lo atestiguan pero, cuando alguno dice algo, hay que prestarles atención…por si acaso.

emilio silvera

 

  1. 1
    Zephyros
    el 11 de febrero del 2011 a las 23:33

    Amigo Emilio sigue con esa pasión durante los próximos 200 años por lo menos, si lo haces me tendrás todo ese tiempo rondando por aquí 🙂
     
    Gracias!

    Responder
  2. 2
    kike
    el 12 de febrero del 2011 a las 0:51

    Saludos Maese; veo que te encuentras en plena forma; el título de tu artículo es completamente representativo, ya que das un pequeño repaso a buena parte del conocimiento, y no solo astronómico; como dice Zephiros, espero verte con tantas ganas dentro de al menos varios siglos.

     Como pequeño detalle, hay una cita sobre lo de que los a.n. no son conscientes de nuestrea existencia; creo que en ello existe una cierta correspondencia, ya que esos (supuestos) lugares de tanto poder, no son conscientes de la existencia de seres tan insignificantes como nosotros, pero paradójicamente, nosotros, esos minúsculos seres, somos conscientes de la existencia de lugares tan lejanos, invisibles y poderosos.

     Creo que ese detalle puede marcar la diferencia, pues aunque pareciera lo contrario, normalmente lo pequeño no se encuentra en la posibilidad de concebir lo muy grande, (Una hormiga no suele ver a la persona que rompe su itinerario hacia el hormiguero); es en esos detalles donde podríamos sacar pecho, pues pese a nuestra insignificancia física, hemos conseguido por el momento concebir cuerpos astronómicos tremendamente más grandes que todo lo que podríamos divisar; y eso teniendo en cuenta que a efectos cosmogónicos, acabamos de comenzar a vislumbrar algo en el horizonte.                            

    Responder
  3. 3
    emilio silvera
    el 12 de febrero del 2011 a las 9:44

    Gracias amigo Zephyros. No creo que a estas alturas pueda cambiar. Cada uno es como es y, los misteriosos caminos que nuestras mentes deciden seguir, son eso, misterios. Mi pasión por el querer saber no tiene límites. Sin embargo, otra cosa es, que lo pueda conseguir. Pero, como no quiero contradecirte, estaré aquí los próximos 200 años para que tú, estimado amigo, lo puedas comprobar.
    Kike, como siempre suele hacer, pone el dedo (que no la bala) en la diana. Sí, querido amigo, a pesar de lo pequeños que somos en comparación con tanta grandeza que vemos y presentimos a nuestro alrededor, está claro que, “algo” nos hace más grande de lo que a primera vista pueda parecer y, nuestra imaginación y nuestros sentidos nos llevan a vislumbrar algunos de los secretos de la Naturaleza que, aunque no están a la vista, nos hablan por medio de señales que sabemos comprender.
    A ambos, un fuerte abrazo.

    Responder
  4. 4
    Ignacio C. Ignoscere
    el 12 de febrero del 2011 a las 11:00

    Muy buenas amigo Emilio, debo confesar que me siento identificado con el título del artículo, el divagar sin rumbo fijo es algo que hago habitualmente, tal vez inconscientemente, no estoy seguro, sin embargo y, si me lo permiten los aquí presentes, quiero aportar un modo singular que tengo de preparar el camino a transitar para que el final del rumbo sea satisfactorio, aunque todo puede fallar…

    Claves para una receta y definirse un rumbo pre-asignado:
    *Crear una balanza imaginaria.
    *En un lado colocar razonamiento.
    *Del otro colocar el instinto.
    *Y la columna que sostenga a ambos sea vuestra conciencia.

    No puedo asegurar que el éxito esté asegurado, pero sin lugar a dudas es una manera de transitar por el camino del conocimiento con sabiduría…

    Saludos cordiales amigos!

    Responder

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