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¡Los Humanos! ¿Sabrán controlar la tecnología?

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en General    ~    Comentarios Comments (0)

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Para la XIX Edición del

Pienso en un mundo mucho más avanzado, dentro de 500 ó 1.000 años. ¿Qué habrá pasado con los robots?, máquinas cada vez más perfectas que llegaron a autofabricarse y repararse. ¿Cómo evolucionarán a partir de esos procesadores inteligentes de la nanotecnología? ¿Llegarán algún día a pensar por sí mismos? Ahí puede estar uno de los grandes peligros de la Humanidad.

La invención del robot (del checo, robota, trabajo) se debe al esfuerzo de las sociedades humanas por liberarse de las labores más ingratas y penosas a que se ven obligados algunos de sus individuos. En un principio, la apariencia de los robots sólo atendía a las razones prácticas de las funciones que cada modelo tenía que desempeñar, o sea, su morfología estaba aconsejada por criterios funcionales y prácticos.

Una vez superada la primera fase, el hombre trata de fabricar robots que cada vez sean más semejantes a su creador, y aunque las primeras figuras han sido algo groseras y poco hábiles en sus movimientos, poco a poco se va perfeccionando la imitación de los humanos.

Un robot se diferencia fundamentalmente de una máquina por su capacidad para  funcionar de modo automático sin la acción permanente del hombre. Los primeros robots se mostraron especialmente válidos para llevar a cabo aquellos trabajos sencillos y repetitivos que resultaban tediosos y pesados al hombre (al Ser Humano mejor). También son ideales para el trabajo en el que se está expuesto a cierto peligro o se trabaja con materiales peligrosos en lugares nocivos para los seres vivos.

Una de las condiciones esenciales que debe tener una máquina-robot para ser considerada como tal es la posibilidad de ser programada para hacer tareas diversas según las necesidades y la acción que de ellos se requieran en cada situación.

Dentro de algunas decenas de años, por ejemplo, no será necesario que ningún astronauta salga al espacio exterior para reparar estaciones espaciales o telescopios como hacen ahora, con riesgo de sus vidas, con el Hubble.

El miedo a los robots del futuro que antes citaba está relacionado con el hecho de que la robótica es el estudio de los problemas relacionados con el diseño, aplicación, control y sistemas sensoriales de los robots.

Ya van quedando muy viejos aquellos robots de primera generación (en realidad brazos mecánicos), muy utilizados en labores de menos precisión de la industria automovilística. Hoy día, los robots que se fabrican, están provistos de sofisticados sistemas “inteligentes” que son capaces de detectar elementos e incluso formas de vida rudimentarias. El proyecto de la NASA en el río Tinto es un ejemplo de ello; allí han utilizado pequeños robots capaces de comunicar datos científicos de los hallazgos en el fondo de un río. Actúan mediante programas informáticos complejos o no, que hacen el trabajo requerido.

Las necesidades de la industria aeronáutica, poco a poco, han ido exigiendo sistemas de mayor precisión, capaces de tomar decisiones adecuadas en un entorno predefinido en función de las condiciones particulares de un momento dado. Estos ingenios, llamados de segunda generación, poseen instrumentos propios y programación informática dotada de medios de autocorrección frente a estímulos externos variables.

Los sensores utilizados por los sistemas robóticos de segunda generación son, con frecuencia, equipos de cámaras electrónicas digitales que convierten la imagen luminosa recibida desde el exterior en impulsos eléctricos que se comparan con patrones almacenados en un pequeño núcleo de memoria informática. Así mismo, disponen de instrumentos táctiles de alta sensibilidad y de detección de pesos y tensiones.

Los robots de tercera generación emplean avanzados métodos informáticos, los llamados sistemas de inteligencia artificial, y procedimientos de percepción multisensorial (estoy leyendo una maravillosa tesis doctoral de un ingeniero de materiales – hijo de un buen amigo – que es fascinante, y me está abriendo la mente a nuevos campos y nuevos conceptos en el ámbito de la inteligencia artificial. Su nombre es Alcione Mora Fernández, y tiene la suerte de ser, además, un físico teórico-matemático, con lo cual, según lo que puedo deducir de su trabajo, le espera grandes empresas y mi deseo personal es que triunfe en ese complejo mundo de fascinantes perspectivas al que pertenece. De hecho, ya ha sido contratado para un Proyecto Internacional que consiste en un satélite que orbitará nuestro Sol con instrucciones muy precisas).

Estos ingenios de tercera generación adoptan algunas características del comportamiento humano al contar con la capacidad para percibir la realidad del entorno desde varias perspectivas y utilizar programas que rigen su propia actuación de modo inteligente. Conscientes de su situación espacial, los robots de tercera generación comprenden directamente el lenguaje humano y lo utilizan para comunicarse con las personas.

La ciencia robótica, basándose en avanzados principios de la electrónica y la mecánica, busca en la constitución y modo de funcionamiento del cuerpo y del cerebro humano los fundamentos con los que diseñar androides de posibilidades físicas e intelectivas semejantes a los del ser humano.

Nada de esto es ciencia ficción; es lo que hoy mismo ocurre en el campo de la robótica. Aún no podemos hablar de robots con cerebros positrónicos capaces de pensar por sí mismos y tomar decisiones que no le han sido implantados expresamente para responder a ciertas situaciones, pero todo llegará, en la espintrónica tenemos un gran futuro en este campo. Ya tienen velocidad, flexibilidad, precisión y número de grados de libertad. ¿Qué hasta donde llegarán? ¡Me da miedo pensar en ello!

Mecánicamente, el robot ya supera al ser humano; hace la misma tarea, con la misma velocidad y precisión o más que aquél, y tiene la ventaja de que no se cansa, puede continuar indefinidamente desempeñando la tarea, y, no digamos de las ventajas del robot sobre el humano en el espacio…son infinitas.

Menos mal que, de momento al menos, el cerebro del ser humano no puede ser superado por un robot, ¿pero será para siempre así? Creo que la especie humana está formada por seres que, llevados por sus ambiciones, son capaces de cometer actos que van encaminados a lograr la propia destrucción y, en el campo de la robótica, si no se tiene un exquisito cuidado, podemos tener un buen ejemplo.

Antes de dotar a estas máquinas de autonomía de obrar y de pensar, debemos sopesar las consecuencias y evitar, por todos los medios, que un robot pueda disponer como un ser humano del libre albedrío, como artificial que es, siempre debe estar limitado y tener barreras infranqueables que le impidan acciones contrarias al bienestar de sus creadores o del entorno.

Es muy importante que los sistemas sensoriales de los robots estén supeditados a los límites y reglas requeridas por los sistemas de control diseñados, precisamente, para evitar problemas como los que antes mencionaba de robots tan avanzados y libre pensadores e inteligentes que, en un momento dado, puedan decidir suplantar a la Humanidad a la que, de seguir así, podrían llegar a superar.

Pensemos en las ventajas que tendrían sobre los humanos una especie de robots tan inteligentes que ni sufrirían el paso del tiempo ni les afectaría estar en el vacío o espacio exterior, o podrían tranquilamente, al margen de las condiciones físicas y geológicas de un planeta, colonizarlo fácilmente, aunque no dispusiera de atmósfera, ya que ellos no la necesitarían y, sin embargo, podrían instalarse y explotar los recursos de cualquier mundo sin excepción.

¡Menuda ventaja nos llevarían!

Además, lo mismo que nosotros nos reproducimos, los robots se fabricarán unos a otros.

Ni las famosas tres leyes de Asimos me tranquilizan… ¿Las recuerdan?

  • Ningún robot puede dañar a un ser humano, ni permitir con su inacción que un ser humano sufra daño, etc., etc.

Pero, ¿quién puede asegurar que con los complejos y sofisticados sensores y elementos tecnológicos avanzados con los que serán dotados los robots del futuro, éstos no pensarán y decidirán por su cuenta?

¡Creo que nadie está en situación de asegurar nada!

La amenaza está ahí, en el futuro, y el evitarla sólo depende de nosotros, los creadores.

¡Es tanta nuestra ignorancia!

Es curioso cuando mi mente está libre y divagando sobre una gran diversidad de cuestiones que, sin ser a propósito, se enlazan o entrecruzan las unas con las otras, y lo mismo estoy tratando de sondear sobre el verdadero significado del número 137 (sí, ese número puro, adimensional, que encierra los misterios del electromagnetismo, de la luz y de la constante de Planck – se denomina alfa (α) y lo denotamos 2πe2/hc), que me sumerjo en las profundidades del núcleo atómico para ver de manera clara y precisa el espesor de los gluones que retienen a los quarks. Sin embargo, mi visión mental no se detiene en ese punto, continúa avanzando y se encuentra con una sinfonía de colores que tiene su fuente en miles y miles de cuerdas vibrantes que, en cada vibración o resonancia, producen minúsculas partículas que salen disparadas para formar parte en otro lugar, de algún planeta, estrella, galaxia e incluso del ser de un individuo inteligente.

Me pregunto por el verdadero significado de la materia, y cuanto más profundizo en ello, mayor es la certeza de que allí están encerradas todas las respuestas. ¿Qué somos nosotros? Creo que somos materia evolucionada que ha conseguido la conquista de un nivel evolutivo en el que ya se tiene conciencia de ser.

Pienso que toda materia en el universo está cumpliendo su función para conformar un todo que, en definitiva, está hecho de la misma cosa, y que a partir de ella surgen las fuerzas que rigen el cosmos y toda la naturaleza del universo que nos acoge. La luz, la gravedad, la carga eléctrica y magnética, las fuerzas nucleares, todo, absolutamente todo, se puede entender a partir de la materia, tanto a niveles microscópicos como a dimensiones cosmológicas, todo son aspectos distintos para que existan estrellas y galaxias, planetas, árboles, desiertos, océanos y seres vivos como nosotros, que somos capaces de pensar en todo esto.

Mirando a mi alrededor, de manera clara y precisa, puedo comprobar que el mundo está compuesto por una variedad de personas que, siendo iguales en su origen, son totalmente distintas en sus mentes. Y, al ser consciente de ello, caigo en la cuenta de que, nunca los robots podrán ser iguales que nosotros pero, si continúan evolucionando, sí podrán conformar una nueva raza que, incluso nos podría desplazar al tener más posibilidad de adaptación a los cambios que estar por venir en nuestro entorno.

Pensando en todo esto me doy cuenta de lo atrasados que aún estamos en la evolución de nuestra especie. ¡Somos tan engreidos! que, el (falso) alto concepto que tenemos de nosotros mismos, nos hace bajar la guardía y, eso, nos podría llevar hacia nuestra propia destrucción. Tenemos ejemplos de ello.

En las dos grandes guerras mundiales tenemos un ejemplo de cómo se utilizaron a los científicos con fines militares. Los que no se prestaron a ello, lo pasaron mal y fueron marginados en no pocos casos.

Es una auténtica barbaridad el ínfimo presupuesto que se destina al fomento científico en cualquiera de los niveles del saber. Cada presupuesto, cada proyecto y cada subvención conseguida es como un camino interminable de inconvenientes y problemas que hay que superar antes de conseguir el visto bueno definitivo, y lastimosamente, no son pocos los magníficos proyectos que se quedan olvidados encima de la mesa del político o burócrata de turno, cuyos intereses particulares y partidistas miran en otra dirección.

¡Qué lastima!

A pesar de ello, milagrosamente, el avance continúa implacable gracias a personajes que  con sus imparables ingenios y a pesar de los medios insuficientes pero con sacrificio e inteligencia, triunfan sobre estas adversidades materiales que superan por amor a la ciencia, ya que, ellos son muy conscientes de que en ella (la ciencia), está el futuro de la Humanidad.

Claro que, no debmos olvidar hasta donde podemos llegar, o, mejor, hasta donde es conveniente llegar y cuáles son los límites que no deberíamos traspasar. No somos infalibles y como decimos muy a menudo, tampoco perfectos. Así que, seguir avanzando sí, pero con exquisito cuidado, también. No podemos permitir que, en el futuro, nuestra creación nos esclavice.

Ese encuentro maravilloso con la luz suprema del saber es un momento mágico, que es el precio con el que el científico  se ve mejor pagado por sus esfuerzos, y es el incentivo que necesita para seguir trabajando en la superación de los muchos secretos que la naturaleza pone ante sus ojos para que sean desvelados.

Cuando me pongo a escribir sin un programa previamente establecido, vuelco sobre el papel en blanco todo lo que va fluyendo en mis pensamientos, y a veces me sorprendo a mí mismo al darme cuenta de cómo es posible perder la noción del tiempo inmerso en los universos que la mente puede recrear para hacer trabajar la imaginación sin límites . Es cierto, nuestras limitaciones son enormes, enorme nuestra ignorancia y, sin embargo, estas carencias se pueden compensar con la también enorme ilusión de aprender y la enorme curiosidad y espíritu de sacrificio que tenemos en nuestro interior, que finalmente van ganando pequeñas batallas en el conocimiento de la naturaleza, y que sumados hacen un respetable bloque de conocimientos que, a estas alturas de comienzos del siglo XXI, parecen suficientes como punto de partida para despegar hacia el interminable viaje que nos espera.

Es tal la pasión que pongo en estas cuestiones que, literalmente, cuando estoy pensando en el nacimiento y vida de una estrella y en su final como enana blanca, estrella de neutrones o agujero negro (dependiendo de su masa), siento cómo ese gas y ese polvo cósmico estelar se junta y gira en remolinos, cómo se forma un núcleo donde las moléculas, más juntas cada vez, rozan las unas con las otras, se calientan e ionizan y, finalmente, se fusionan para brillar durante miles de millones de años y, cuando agotado el combustible nuclear degeneran en enanas blancas, veo con claridad cómo la degeneración de los electrones impide que la estrella continúe cediendo a la fuerza de gravedad y queda así estabilizada. Lo mismo ocurre en el caso de las estrellas de neutrones, que se frena y encuentra el equilibrio en la degeneración de los neutrones, que es suficiente para frenar la enorme fuerza gravitatoria.

En el caso de las estrellas supermasivas, tal degeneración de electrones y neutrones resulta insuficiente para frenar la infinita fuerza de gravedad; toda la masa de la estrella se derrumba bajo su propio peso, se comprime y se concentra en una densidad y energía infinitas que desaparecerán de la vista del posible observador, que sólo podrá sentir sus efectos. A partir de ahí, tenemos una singularidad y su horizonte de sucesos. Todo el proceso pasa ante los “ojos” de mi mente con increíble claridad; veo que allí, en la singularidad recien formada, han dejado de existir el tiempo y el espacio. Es un lugar dentro del universo que en realidad, está fuera de él. ¿Cómo pueden suceder cosas así?

Es asombroso comprobar cómo, ni lo más rápido del universo, la luz, puede escapar de la infinita fuerza gravitatoria que se desprende de un agujero negro. Ante fenómenos así, nos podemos dar cuenta de lo insignificantes que somos en comparación con estas realidades del universo en el que estamos. Somos, en el contexto del Universo, como infinitesimales seres pensantes que, a pesar de su pequeñez, tienen la capacidad de comprender…al menor lo intentamos. Somos pequeñas partículas ancladas en un pequeño planeta desde el que miramos hacia lo más profundo y, agudizamos la mirada de nuestra imaginación para tratar de comprender.

Sí, pero esta ínfima partícula tiene un don inapreciable: puede pensar… y eso la hace muy peligrosa, casi más de lo que pueda serlo un agujero negro que, por cierto, no es consciente de que nosotros estamos aquí y sabemos de él.

Hace ya algunos años desde que se hizo público un borrador del genoma humano. En estos años, los científicos han ido desvelando algunos de los misterios moleculares que están escondidos tras la variabilidad genética del hombre. Han podido observar que al intentar el incremento del color de una petunias, lo que se conseguía era el efecto contrario mediante un fenómeno posteriormente conocido como silenciamiento génico. Los doctores Fire y Mello, finalmente reconocidos por la Academia Sueca con el Nobel de Medicina, sentaban las bases estudiando un gusano de menos de 1.000 células de un proceso vital de regulación de la expresión génica basado en el RNA interferente.

Al mismo tiempo, en estos últimos años hemos sido capaces de determinar los genes responsables de las más variadas manifestaciones de nuestra existencia: susceptibilidad a la obesidad, diferentes tipos de tumores, esquizofrenia, depresión o la mayor o menor capacidad para danza y ritmo. Y, con sorpresa para algunos, se ha podido saber que nuestra secuencia genética sólo difiere un 0’5% de nuestros parientes cercanos neandertales o que tampoco estamos muy lejos, genéticamente hablando, de algunos equinodermos que divergieron de nuestra rama evolutiva hace ahora 500 millones de años.

También se sabe que, tal como se ha visto en algunas plantas, tenemos genes capaces de adaptación, y que provocan mutaciones adaptativas al imprevisible ambiente cambiante por la acción del hombre, y que es responsable (el cambio artificial) de un gran número de patologías o que, finalmente, la mayor variabilidad genética entre los humanos estriba en la adición o disminución del número de copias de fragmentos de genes, genes, grupos de éstos, o segmentos cromosómicos.

Sin embargo, si en algo sigue la ciencia gateando en la oscuridad, es precisamente en el total desconocimiento de la parte más compleja y delicada de nuestro cuerpo: el cerebro.

Se escribe, se dice, se teoriza, se especula; pero de manera cierta, sabemos menos de nuestro cerebro que de las galaxias lejanas situadas a miles de millones de años-luz de nuestro sistema solar. No podemos explicar el por qué nuestras mentes deciden hacer las cosas que hacen (en ciertas ocasiones) y que no tienen una razón cierta. Y, si eso es así (que lo es), tengamos mucho cuidado con las nuevas técnicas, los nuevos materiales y los nuevos adelantos en IA, ya que, si fabricamos esa última serie de robots, no ya que piensen por sí mismos, sino que tengan sentimientos, entonces…apaga y vamonós. La era del ser humano habrá finalizado.

emilio silvera

 


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