domingo, 17 de noviembre del 2024 Fecha
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Formamos parte del misterio que tratamos de desvelar

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en El Universo y... ¿nosotros?    ~    Comentarios Comments (10)

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Una parte de la ciencia estudia la estructura y la evolución del Universo: La cosmología.

La cosmología observacional se ocupa de las propiedades físicas del Universo, como su composición física referida a la química, la velocidad de expansión y su densidad, además de la distribución de Galaxias y cúmulos de galaxias.  La cosmología física intenta comprender estas propiedades aplicando las leyes conocidas de la física y de la astrofísica.  La cosmología teórica construye modelos que dan una descripción matemática de las propiedades observadas del Universo basadas en esta comprensión física.

La cosmología también tiene aspectos filosóficos, o incluso teológicos, en el sentido de que trata de comprender por qué el Universo tiene las propiedades observadas. La cosmología teórica se basa en la teoría de la relatividad general, la teoría de Einstein de la gravitación.  De todas las fuerzas de la naturaleza, la gravedad es la que tiene efectos más intensos a grandes escalas y domina el comportamiento del Universo en su conjunto.

El espacio-tiempo, la materia contenida en el Universo con la fuerza gravitatoria que genera, los posibles agujeros de gusano y, nuestras mentes que tienen conocimientos de que todo esto sucede o puede suceder. De manera que, nuestro consciente (sentimos, pensamos, queremos obrar con conocimiento de lo que hacemos), es el elemento racional de nuestra personalidad humana que controla y reprime los impulsos del inconsciente, para desarrollar la capacidad de adaptación al mundo exterior.

Al ser conscientes, entendemos y aplicamos nuestra razón natural para clasificar los conocimientos que adquirimos mediante la experiencia y el estudio que aplicamos a la realidad del mundo que nos rodea. Claro que, no todos podemos percibir la realidad de la misma manera, las posibilidades existentes de que el conocimiento de esa realidad, responda  exactamente a lo que  ésta es en sí, no parece fácil.

Descartes, Leibniz, Locke, Berkeley, Hume (que influyó decisivamente en Kant), entre otros, construyeron una base que tomó fuerza en Kant, para quien el conocimiento arranca o nace de nuestras experiencias sensoriales, es decir, de los datos que nos suministra nuestros cinco sentidos, pero no todo en él procede de esos datos.  Hay en nosotros dos fuentes o potencias distintas que nos capacitan para conocer, y son la sensibilidad (los sentidos) y el entendimiento (inteligencia).  Esta no puede elaborar ninguna idea sin los sentidos, pero éstos son inútiles sin el entendimiento.

A todo esto, para mí, el conocimiento está inducido por el interés.  La falta y ausencia de interés aleja el conocimiento.  El interés puede ser de distinta índole: científico, social, artístico, filosófico, etc.  (La gama es tan amplia que existen conocimientos de todas las posibles vertientes o direcciones, hasta tal punto es así que, nunca nadie lo podrá saber todo sobre todo). Cada uno de nosotros puede elegir sobre los conocimientos que prefiere adquirir y la elección está adecuada a la conformación individual de la sensibilidad e inteligencia de cada cual.

                     Lo que ocurría allá arriba, siempre despertó en nosotros interés y curiosidad

También se da el caso de personas que prácticamente, por cuestiones genéticas o de otra índole, carecen de cualquier interés por el conocimiento del mundo que les rodea, sus atributos sensoriales y de inteligencia funcionan a tan bajo rendimiento que, sus comportamientos son casi-animales (en el sentido de la falta de racionalidad), son guiados por la costumbre y las necesidades primarias: comer, dormir…

El polo opuesto lo encontramos en múltiples ejemplos de la historia de la ciencia, donde personajes como Newton, Einstein, Riemann, Ramanujan y tantos otros (cada uno en su ámbito del conocimiento), dejaron la muestra al mundo de su genio superior.

Pero toda la realidad está encerrada en una enorme burbuja a la que llamamos Universo y que encierra todos los misterios y secretos que nosotros, seres racionales y conscientes, persiguen.

                                                   A veces la conciencia nos grita

Todo el mundo sabe lo que es la conciencia; es lo que nos abandona cada noche cuando nos dormimos y reaparece a la mañana siguiente cuando nos despertamos.  Esta engañosa simplicidad me recuerda lo que William James escribió a finales del siglo XIX sobre la atención:”Todo el mundo sabe lo que es la atención; es la toma de posesión por la mente, de una forma clara e intensa, de un hilo de pensamiento de entre varios simultáneamente posibles”.  Más de cien años más tarde somos muchos los que creemos que seguimos sin tener una comprensión de fondo ni de la atención, ni de la conciencia que, desde luego, no creo que se marche cuando dormimos, ella no nos deja nunca.

La falta de comprensión ciertamente no se debe a una falta de atención en los círculos filosóficos o científicos.  Desde que René Descartes se ocupara del problema, pocos han sido los temas que hayan preocuado a los filósofos tan persistentemente como el enigma de la conciencia.

Para Descartes, como para James más de dos siglos después, ser consciente era sinónimo de “pensar”: el hilo de pensamiento de James no era otra cosa que una corriente de pensamiento. El cogito ergo sum, “pienso, luego existo”, que formuló Descartes como fundamento de su filosofía en Meditaciones de prima philosophía, era un reconocimiento explícito del papel central que representaba la conciencia con respecto a la ontología (qué es) y la epistemología (qué conocemos y cómo le conocemos).

Claro que tomado a pie juntillas, “soy consciente, luego existo”, nos conduce a la creencia de que nada existe más allá o fuera de la propia conciencia y, por mi parte, no estoy de acuerdo.   Existen muchísimas cosas y hechos que no están al alcance de mi conciencia.  Unas veces por imposibilidad física y otras por imposibilidad intelectual, lo cierto es que son muchas las cuestiones y las cosas que están ahí y, sin embargo, se escapan a mi limitada conciencia.

Todo el entramado existente alrededor de la conciencia es de una complejidad enorme, de hecho, conocemos mejor el funcionamiento del Universo que el de nuestros propios cerebros. ¿Cómo surge la conciencia como resultado de procesos neuronales particulares y de las interacciones entre el cerebro, el cuerpo y el mundo? ¿Cómo pueden explicar estos procesos neuronales las propiedades esenciales de la experiencia consciente ?

Cada uno de los estados conscientes es unitario e indivisible, pero al mismo tiempo cada persona puede elegir entre un número ingente de estados conscientes distintos.

                                    Charles Sherrington

Muchos han sido los que han querido explicar lo que es la conciencia.  En 1.940, el gran neurofisiólogo Charles Sherrington lo intento y puso un ejemplo de lo que él pensaba sobre el problema de la conciencia.  Unos pocos años más tarde también lo intentaron otros y, antes, el mismo Bertrand Russell hizo lo propio, y, en todos los casos, con más o menos acierto, el resultado no fue satisfactorio, por una sencilla razón: nadie sabe a ciencia cierta lo que en verdad es la conciencia y cuales son sus verdaderos mecanismos; de hecho, Russell expresó su escepticismo sobre la capacidad de los filósofos para alcanzar una respuesta:

“Suponemos que un proceso fisico da comienzo en un objeto visible, viaja hasta el ojo, donde se convierte en otro proceso físico en el nervio óptico y, finalmente, produce algún efecto en el cerebro al mismo tiempo que vemos el objeto donde se inició el proceso; pero este proceso de ver es algo “mental”, de naturaleza totalmente distinta a la de los procesos físicos que lo preceden y acompañan.  Esta concepción es tan extraña que los metafísicos han inventado toda suerte de teorías con el fin de sustituirla con algo menos increíble”.

Está claro que en lo más profundo de ésta consciencia que no conocemos, se encuentran todas las respuestas planteadas o requeridas mediante preguntas que nadie ha contestado.

Al comienzo mencionaba el cosmos y la gravedad junto con la consciencia y, en realidad, con más o menos acierto, de lo que estaba tratando era de hacer ver que todo ello, es la misma cosa.  Universo-Galaxia-Mente.  Nada es independiente en un sentido global, sino que son partes de un todo y están estrechamente relacionados.

Una Galaxia es simplemente una parte pequeña del Universo, nuestro planeta es, una mínima fracción infinitesimal de esa Galaxia, y, nosotros mismos, podríamos ser comparados (en relación a la inmensidad del cosmos) con una colonia de bacterias pensantes e inteligentes.  Sin embargo, todo forma parte de lo mismo y, aunque pueda dar la sensación engañosa de una cierta autonomía, en realidad todo está interconectado y el funcionamiento de una cosa incide directamente en las otras.

Pocas dudas pueden caber a estas alturas de que, el hecho de que podamos estar hablando de estas cuestiones, es un milagro en sí mismo.

Después de millones y millones de años de evolución, se formaron las conciencias primarias que surgieron en los animales conciertas estructuras cerebrales de cierta (aunque limitadas) complejidad que, podían ser capaces de construir una escena mental, pero con capacidad semántica o simbólica muy limitada y careciendo de un verdadero lenguaje.

La conciencia de orden superior (que floreció en los humanos y presupone la coexistencia de una conciencia primaria) viene acompañada de un sentido de la propia identidad y de la capacidad explícita de construir en los estados de vigilia escenas pasadas y futuras.  Como mínimo, requiere una capacidad semántica y, en su forma más desarrollada, una capacidad lingüística.

Los procesos neuronales que subyacen en nuestro cerebro son en realidad desconocidos y, aunque son muchos los estudios y experimentos que se están realizando, su complejidad es tal que, de momento, los avances son muy limitados.  Estamos tratando de conocer la máquina más compleja y perfecta que existe en el Universo.

Si eso es así, resultará que después de todo, no somos tan insignificantes como en un principio podría parecer, y solo se trata da tiempo. En su momento y evolucionadas, nuestras mentes tendrán un nivel de conciencia que estará más allá de las percepciones físicas tan limitadas.  Para entonces, sí estaremos totalmente integrados y formando parte, como un todo, del Universo que ahora presentimos.

El carácter especial de la conciencia me hace adoptar una posición que me lleva a decidir que no es un objeto, sino un proceso y que, desde este punto de vista, puede considerarse un ente digno del estudio científico perfectamente legítimo.

La conciencia plantea un problema especial que no se encuentra en otros dominios de la ciencia.  En la Física y en la Química se suele explicar unas entidades determinadas en función de otras entidades y leyes.  Podemos describir el agua con el lenguaje ordinario, pero podemos igualmente describir el agua, al menos en principio, en términos de átomos y de leyes de la mecánica cuántica.  Lo que hacemos es conectar dos niveles de descripción de la misma entidad externa (uno común y otro científico de extraordinario poder explicativo y predictivo.  Ambos niveles de descripción) el agua líquida, o una disposición particular de átomos que se comportan de acuerdo con las leyes de la mecánica cuántica (se refiere a una entidad que está fuera de nosotros y que supuestamente existe independientemente de la existencia de un observador consciente.

En el caso de la conciencia, sin embargo, nos encontramos con una simetría.  Lo que intentamos no es simplemente comprender de qué manera se puede explicar las conductas o las operaciones cognitivas de otro ser humano en términos del funcionamiento de su cerebro, por difícil que esto parezca.  No queremos simplemente conectar una descripción de algo externo a nosotros con una descripción científica más sofisticada.  Lo que realmente queremos hacer es conectar una descripción de algo externo a nosotros (el cerebro), con algo de nuestro interior: una experiencia, nuestra propia experiencia individual, que nos acontece en tanto que observadores conscientes.  Intentamos meternos en el interior o, en la atinada ocurrencia del filósofo Tomas Negel, saber qué se siente al ser un murciélago.  Ya sabemos qué se siente al ser nosotros mismos, qué significa ser nosotros mismos, pero queremos explicar por qué somos conscientes, saber qué es ese “algo” que no s hace ser como somos, explicar, en fin, cómo se generan las cualidades subjetivas experienciales.  En suma, deseamos explicar ese “Pienso, luego existo” que Descartes postuló como evidencia primera e indiscutible sobre la cual edificar toda la filosofía.

Ninguna descripción, por prolija que sea, logrará nunca explicar cabalmente la experiencia subjetiva.  Muchos filósofos han utilizado el ejemplo del color para explicar este punto.  Ninguna explicación científica de los mecanismos neuronales de la discriminación del color, aunque sea enteramente satisfactorio, bastaría para comprender cómo se siente el proceso de percepción de un color.  Ninguna descripción, ninguna teoría, científica o de otro tipo, bastará nunca para que una persona daltónica consiga experimentar un color.

En un experimento mental filosófico, Mary, una neurocientífica del futuro daltónica, lo sabe todo acerca del sistema visual y el cerebro, y en particular, la fisiología de la discriminación del color.  Sin embargo, cuando por fin logra recuperar la visión del color, todo aquel conocimiento se revela totalmente insuficiente comparado con la auténtica experiencia del color, comparado con la sensación de percibir el color.  John locke vio claramente este problema hace mucho tiempo.

Pensemos por un momento que tenemos un amigo ciego al que contamos lo que estamos viendo un día soleado del mes de abril: El cielo despejado, limpio y celeste, el Sol allí arriba esplendoroso y cegador que nos envía su luz y su calor, los árabes y los arbustos llenos de flores de mil colores que son asediados por las abejas, el aroma y el rumor del río, cuyas aguas cantarinas no cesan de correr transparentes, los pajarillos de distintos plumajes que lanzan alegres trinos en sus vuelos por el ramaje que se mece movido por una brisa suave, todo esto lo contamos a nuestro amigo ciego que, si de pronto pudiera ver, comprobaría que la experiencia directa de sus sentidos ante tales maravillas, nada tiene que ver con la pobreza de aquello que le contamos, por muy hermosas palabras que para hacer la descripción empleáramos.

La mente humana es tan compleja que, no todos ante la misma cosa, vemos lo mismo.  Nos enseñan figuras y dibujos y nos piden que digamos (sin pensarlo) la primera cosa que nos sugiere.  De entre diez personas solo coinciden tres, los otro siete divergen en la apreciación de lo que el dibujo o la figura les sugiere.

Esto nos viene a demostrar la individualidad de pensamiento, el libre albedrío para decidir.   Sin embargo, la misma prueba, realizada en grupos de conocimientos científicos similares y específicos: Físicos, matemáticos, químicos, etc.  hace que el número de coincidencias sea más elevada, más personas ven la misma respuesta al problema planteado.  Esto nos sugiere que, la mente, está en un estado virgen que cuenta con todos los elementos necesarios para dar respuestas pero que necesita experiencias y aprendizaje para desarrollarse.

¿ Debemos concluir entonces que una explicación científica satisfactoria de la conciencia queda para siempre fuera de nuestro alcance? ¿O es de alguna manera posible romper esa barrera, tanto teórica como experimental, para resolver las paradojas de la conciencia?

                                                             Todavía no sabemos encajar las piezas

La respuesta a estas y otras preguntas, en mi opinión, radica en reconocer nuestras limitaciones actuales en este campo del conocimiento complejo de la mente, y, como en la Física cuántica, existe un principio de incertidumbre que, al menos de momento (y creo que en muchos cientos de años), nos impide saberlo todo sobre los mecanismos de la conciencia y, aunque podremos ir contestando a preguntas parciales, alcanzar la plenitud del conocimiento total de la mente no será nada sencillo, entre otras razones está el serio inconveniente que su ponemos nosotros mismos, ya que, con nuestro que hacer podemos, en cualquier momento, provocar la propia destrucción.

Una cosa si está clara: ninguna explicación científica de la mente podrá nunca sustituir al fenómeno real de lo que la propia mente pueda sentir.

¿ Cómo se podría comparar la descripción de un gran amor con sentirlo, vivirlo física y sensorialmente hablando ?

Hay cosas que no pueden ser sustituidas, por mucho que los analistas y especialistas de publicidad y maketin se empeñen,  lo auténtico siempre será único.

emilio silvera

Algunos recuerdos del pasado

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Divagando    ~    Comentarios Comments (5)

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Aunque hombre de ciudad, en alguna que otra oportunidad, he tenido la posibilidad de pasar algunas noches en el campo y tambien, en pleno océano, alejado de la tierra firme, lejos del ruido habitual de las aglomeraciones, vehículos y personas que, de alguna manera, no dejan de contaminar acústica y luminosamente los ámbitos de su presencia.

En aquel silencio campestre donde en las noches oscuras sólo se oyen lejanos ruidos y gruñidos de algún animal que salió a buscar el sustento, o el batir del viento sobre las ojas de los árboles, o, incluso, según la temporada, también el correr de las aguas del regajo que lleva, sin demora, sus aguas hacia el río en el que tienen que confluir. En el mar, el esacenario es diferente, te sientes más sólo y, los ruidos son distintos, además del viento que te corta la cara, se oyen el batir de las grandes masas de agua que, en formas de ondas, hacen que tu minúscula embarcación se mueve continuamente y acostumbrarme, nunca pude.

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En la casa, llegada la noche y habiendo cenado, la chimenea deja oír su “eterna canción” del chisporroteo de la leña de encina quemándose y las llamas fantasmagóricas reflejándose en las paredes del recinto. Aquella contemplación sólo dura un rato, más tarde, me levanto y salgo al exterior, a la noche desnuda. El frío se deja notar y hay que cubrirse. Despacio me dejo deslizar por el camino que se aleja de la casa y llego hasta una conglomeración de árboles, allí, los chicos, tienen un lugar preferido en el que vienen para hacer sus fogatas y preparar sus viandas entre risas y cantos.

Aproveché ese sitio por tener preparados algunas piedras grandes en forma de asintos y, sentado en una de ellas, me quedé en silencio, con la mirada perdida hacia el firmamento en el que, las estrellas, titilaban pareciéndome a mí que trataban de hacerme alguna señal, de mandarme algún mensaje. Sin embargo, sabía que tal titilar era debido al fenómeno que produce la atmósfera interpuesta entre las estrellas y yo.

En el supulcrar silencio, inmerso en la oscuridad, arreciendo el frío y en ausencia de la Luna, sólo tenía ojos para contemplar aquellas estrellas lejanas que hacían volar mi imaginación que no dejaba de hacer preguntas sobre mundos ignotos y criaturas desconocidas.

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Esto es lo que podía ver cuando nos alejamos de la costa y nos sumergíamos en las tranquilas aguas del océano Atlántico caminando hacia el horizonte lejano. Me acompañaba un expero marinero, yo nunca me podría aventurar a estar sólo en un ámbito que no puedo dominar y que me produce algo de temor.

Alejados hasta haber perdido de vista las luces, todo era una oscuridad cenicienta y mortecina que, sin embargo, te dejaba ver hasta cierta distancia y, el vaiven de la barca te mecía suavemente hasta que, llegaba un momento en el cual, habiéndote acostumbrado a esa situación, no le prestaba atención.

Mirara hacia donde mirara, nada. Todo eran las profundas aguas del océano y algún que otro ruído típico del ámbito marinero, gruesas olas que sin cesar pasan y mecen la embarcación, algún ruído de extraño origen que no puedo calificar y, la brisa marina que era más fresca, mucho más que aquella otra campestre.

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Las estrellas eran las mismas, en mi región, siempre se ven las mismas estrellas y nada, como puede pasar en otras regiones más privilegiadas (Chile, por ejemplo), es excepcionalmente llamativo y sorprendente. Aquí, en la zona Sur de España, pasando el Mediterráneo entre las antiguas Columnas de Hércules (hoy el Estrecho de Gibraltar), se llega al Golfo de Cádiz en el que, se encuentran las Costas de Huelva, una ciudad antigua y marinera que, como todas, ha ido desvirtuándose con el paso del tiempo.

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Mirad esta estatua de Colón, comemorando el descubrimiento está mirando hacia el horizonte lejano de las Américas que él (re) descubrió. Está situada en la confluencia de los ríos Tinto y Odiel, frente al Monumento está el Monasterio de la Rábida en el que, con su hijo, fue acogido por los padres Franciscanos.

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Muy cerca del monumento, han construído las tres carabelas (una copia exacta) en las que partieron de este lugar para la gran aventura. Ahora son visitadas por los turistas que pueden contemplar, con asombro, como en aquellas frágiles barcas, pudieron llegar tan lejos.

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Cerca de donde están las embarcaciones, se encuentra el Monasterio de la Rábida que, como vereis muestra la parte vieja original y los añadidos modernos que se lo han cargado, Aquí vivió Colón con su hijo durante un tiempo y, por dentro, es precioso y sirve de diversión visual a los turistas y de buena fuente de ingreso a los curas que allí habitan. Está enclavado en un paraje natural de gran belleza donde las flores de inmensos jardines adornan el lugar y dejan sentir sus distintos y exquisitos aromas, siempre, acompañados de una suave brisa de las aguas marinas que lo rodean por casi todas partes.

Una de las pinturas de Daniel Vázquez Díaz

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Junto al Monasterio se levanta un enorme obelisco que fue construido en conmemoración del cuarto centenario del nuevo continente y, en su interior, como podeis ver arriba, existen obras pictóricas conmemorativas de la gesta que pintó Daniel Vazquez Díaz.

El monasterio tipológicamente pertenece al Gótico-Mudéjar incorporado a la Rábida desde el período Almohade.

 

 

Placa conmemorativa


La iglesia-Santuario es de dimensiones pequeñas y estructura compacta posee una sola nave y un hermoso artesonado de influencia mudéjar que cubre la bóveda primitiva. El ábside posee arcos apuntados. En las paredes conserva pinturas de Juan de Dios realizadas en el Siglo XVIII que tratan temas de la vida de San Francisco.

Claustro mudéjar del Monasteio de la Rábida


El claustro del Monasterio de la Rábida es pequeño y sigue el modelo de San Isidoro y Guadalupe: estilo mudéjar. Se amplió en el siglo XVII con un cuerpo superior y se le incorporaron almenas como protección de invasiones.

Tiene en sus paredes frescos del siglo XV que han sido restauradas. El claustro estuvo punto de desaparecer en 1855 por la desamortización, y salvado el conjunto por el Gobernador Alonso. Es uno de los monumentos mas importantes y significativos en la historia de España y de América, fue declarado primer monumento histórico de los pueblos Hispanos y en 1856 fue declarado el tercer monumento nacional y patrimonio de la humanidad.

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Muy cerca del entorno, junto al Monasterio, está la Sede de la Universidad Internacional Iberoamericana de La Rábida, en la que, se imparten Cursos de verano y se acogen a grandes personalidades en los distintos campos del saber que dan conferencias muy apreciadas. Aquí, en el pasado no muy lejano, tuve la suerte de asistir a una de Lynn Margulis y pude hablar con ella de los temas tratados.

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Muy cerca de donde está la el monumento de Colón, se encuentra este puente totalmente hecho de hierro por el famoso Eisffel (el de la Torre de París que lleva su nombre). Se construyó para llevar el mineral en vagonetas hasta los barcos que lo transportaban a todos los lugares del mundo. Después, con la supremacía de Chile en el cobre, quedó relegado y ahora sirve para que paseen los enamorados.

Bueno, un día más me ha pasado, comencé el trabajo queriendo hablaros de las estrellas y del universo y, sin saber por qué, he terminado en estos comentarios sobre cosas de mi entorno, de mi infancia, lugares por los que jugué de niño y que, seguramente por eso, los recuerdos me trajeron hasta aquí.

emilio silvera


El Misterio Continúa

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Astronomía y Astrofísica    ~    Comentarios Comments (7)

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Los habitantes de este mundo, el planeta Tierra, hemos logrado construir un cuadro plausible del Universo (mucho) mayor. Podemos describir todo el proceso, del recorrido realizado hasta llegar hasta aquí, punto en el que podríamos decir que hemos “entrado en la edad adulta”, con lo cual podemos significar que, a través de siglos de esporádicos esfuerzos y relámpagos de descubrimientos que han realizado mentes elegidas en los distintos ámbitos del saber, finalmente hemos entrado a comprender algunos de los hechos fundamentales del universo, conocimiento que, presumiblemente, es un requisito de la más modesta pretensión de madurez cosmológica.

Sabemos, por ejemplo, dónde estamos, que vivimos en un planeta que gira alrededor de una estrella situada en el borde de una galaxia en espiral, que a su vez está cerca de las afueras de un supercúmulo de galaxias, cuya posición ha sido determinada con respecto a varios supercúmulos vecinos que, en conjunto albergan a unas cuarenta mil galaxias extendidas a través de un billón de años-luz cúbicos de espacio.

También sabemos, más o menos, cuando hemos entrado en escena, hace cinco mil millones de años que se formaron el Sol y sus planetas, en un universo en expansión que probablemente tiene una edad entre dos y cuatro veces mayor. Hemos determinado los mecanismos básicos de la evolución en la Tierra, hallado pruebas también de evolución química a escala cósmica y aprendido suficiente física como para investigar la Naturaleza en una amplia gama de escalas, desde los saltarines quarks hasta el vals de las galaxias.

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