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¡Será por soñar!

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Cosmología    ~    Comentarios Comments (0)

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Hace algún tiempo, posiblemente el pasado año, me topé de bruces con el trabajo que a continuación os expongo. Fue inspirado por unos soñadores y, el Proyecto, continúa hoy su camino hacia ese “infinito sin respuestas” que será su destino.

Comienza así:

Voyager: Una historia de amor

La portada del Disco de Oro de las sondas Voyager
Algún día, dentro de muchos años —tal vez miles de millones de años, nadie lo sabe— seres extraterrestres podrían sorprenderse al encontrar una vieja nave procedente de la Tierra. Situada improbablemente lejos de su planeta de origen, la antigua sonda está helada como el espacio que la rodea, su fuente de energía nuclear hace mucho que se ha agotado, una antena blanca e icónica apunta silenciosa hacia el vacío, sin enviar dato alguno a la especie que la construyó. Pero aun así la sonda Voyager (Viajero, en idioma español) podría hablar a quienes la encuentren.
Hay un Disco de Oro adherido a un lado de la sonda y si un extraterrestre (ET) logra descifrar su contenido se sorprenderá de nuevo, porque Voyager tiene una historia para contar —y es una historia de amor.
Regresemos la cinta hasta el año 1977.
El presidente de Estados Unidos era Jimmy Carter, la película más taquillera era La Guerra de las Galaxias (Star Wars, en idioma inglés), y la NASA estaba preparando el lanzamiento de las dos sondas Voyager, las cuales viajarían a los planetas exteriores del sistema solar. Así como las sondas Pioneer 10 y 11 (Pionero, en idioma español) que les precedieron, las sondas Voyager 1 y 2 volarían entre los planetas gigantes gaseosos y, después de un frenesí de recolección de datos, serían lanzadas como con una honda hacia afuera del sistema solar. Estas naves espaciales estaban destinadas a convertirse en embajadores interestelares. Menos de 9 meses antes de su lanzamiento, el personal de la NASA pidió a Carl Sagan que preparara “algún mensaje para una posible civilización extraterrestre”.
Más tarde, un miembro del pequeño equipo de Sagan describiría el proceso como un “simulacro de incendio”, en el que se arriesgaba nada menos que el llamado Primer Contacto.
http://1.bp.blogspot.com/-Avcc4naD-ww/Tceq49aNHBI/AAAAAAAAFEs/tfhGhPLWjF4/s1600/voyager1.jpg

“Las posibilidades de que una civilización extraterrestre encuentre a las sondas Voyager en el inmenso vacío del espacio son muy pequeñas —algunos dirían que infinitesimales— pero nosotros tomamos el trabajo muy en serio”, recuerda Ann Druyan, quien era miembro del equipo. “Desde el momento en el que Carl describió el proyecto a Tim Ferris y a mí, lo percibimos como mítico”.
Las sondas Voyager llevarían una selección de la mejor música de la Tierra, una galería de fotos de nuestro planeta y de sus habitantes y un ensayo sobre sonidos terrestres, tanto naturales como tecnológicos, con soporte de audio.
Pero, ¿cómo se podría guardar esta información? Una tecnología popular en la década de 1970 eran las cintas de 8 pistas. Esas no funcionarían. En primer lugar, ¿qué pensarían de nosotros los extraterrestres? Más aún, las cintas magnéticas son susceptibles de degradarse por la radiación espacial y los campos magnéticos. Un mensaje guardado en un medio de ese tipo se echaría a perder mucho tiempo antes de que lo encontraran.
El radioastrónomo Frank Drake, quien se convirtió en un miembro clave del equipo de Sagan, sugirió un disco fonográfico. Los extraterrestres tendrían buenas posibilidades de averiguar cómo reproducir ese tipo de tecnología de la vieja escuela y, además, los discos fonográficos son resistentes. Según uno de los cálculos, las marcas en un disco fonográfico de metal adecuadamente resguardado podrían durar cientos de millones de años en el espacio interestelar, erosionadas principalmente por una muy leve llovizna de impactos de micrometeoroides. Un disco de cobre cubierto de oro satisfaría los requisitos térmicos y magnéticos de las sondas Voyager.
“Finalmente decidimos diseñar el disco para que sonara a 16 2/3 revoluciones por minuto”, escribió Sagan. Eso es la mitad de la velocidad de un disco convencional de 33 1/3. “Habría algunas pérdidas respecto de la fidelidad pero no pérdidas extremadamente severas, creemos, en especial si quienes encuentren el disco son tan listos como para haberlo hallado en primera instancia”.
Escoger el contenido del disco fue un proceso embriagante y agotador. Aun con la velocidad de reproducción disminuida, había apenas suficiente espacio para unos 90 minutos de música y poco más de cien imágenes.
“Recuerdo que nos sentábamos alrededor de la mesa de la cocina para tomar estas enormes decisiones acerca de qué poner y qué dejar afuera”, recuerda Druyan. “No podíamos sino darnos cuenta de la enorme responsabilidad que teníamos al crear un arca de Noé que duraría cientos de millones de años”.
En su libro Murmullos de la Tierra (“Murmurs of Earth”, en idioma inglés), Sagan y sus colaboradores describen el proceso de la toma de decisiones. Era más que nada un reto intelectual —por ejemplo, cómo abarcar la enorme variedad geográfica, histórica y cultural de la música de nuestro mundo en 90 minutos o menos. Entre la música occidental, se escogieron la 5ta. sinfonía de Beethoven y Johnny B. Goode, de Chuck Berry; un grupo de canciones selectas de Jefferson Starship quedaron descartadas. Algunos retos fueron de índole legal: la canción Here Comes the Sun, de The Beatles, no pudo ser enviada porque a pesar de que los miembros del famoso Cuarteto de Liverpool (los “Fab Four”, como también los denominan en idioma inglés) aprobaron por unanimidad que su música fuese enviada a las estrellas, no eran dueños de los derechos de autor de su propia canción. Otros retos fueron burocráticos. En una de las muchas anécdotas que ilustran la condición humana en todo el contenido del Disco de Oro, Sagan describe el tortuoso proceso de obtener permiso para que un grupo de delegados de la Organización de las Naciones Unidas (ONU, por su sigla en idioma español) dijeran simplemente “Hola”. Al final, eso no se pudo lograr, y Sagan acudió entonces a los departamentos de idiomas extranjeros de la Universidad de Cornell, donde profesores y alumnos se mostraron ansiosos por colaborar. De este modo, se pudo armar un conjunto representativo de saludos cortos, comenzando por el idioma sumerio, uno de los más antiguos que conocemos, y terminando con el saludo de un niño estadounidense de cinco años: “Saludos de parte de los niños del planeta Tierra”.
Una muestra de las ondas cerebrales de Ann Druyan, grabadas el 3 de junio de 1977
Cuando todo estuvo dicho y hecho, las naves espaciales Voyager despegaron con 118 fotografías, 90 minutos de música, saludos en 55 idiomas humanos y un lenguaje de ballenas, un ensayo con soporte de audio que contenía desde pozos de lodo burbujeantes hasta perros ladrando y el estruendoso despegue de un cohete Saturno V, un extraordinariamente poético saludo del Secretario General de las Naciones Unidas y las ondas cerebrales de una joven mujer enamorada.
De todas las selecciones hechas para el disco, la última podría ser la que despierte más curiosidad en los extraterrestres. Ciertamente, tiene ese efecto en los seres humanos que la escuchan.
¿Cómo toparse con una mujer joven y enamorada y grabar sus ondas cerebrales para un mensaje interestelar? Ayuda el hecho de que la mujer sea miembro del equipo de grabación: Ann Druyan.
“Me surgió esta idea”, recuerda Druyan, “de que pusiéramos el electroencefalograma (EEG) de alguien en el disco. Sabemos que los patrones de los EEG registran algunos cambios en el pensamiento. ¿Podría ser posible, me pregunté, que alguna tecnología avanzada, dentro de millones de años, pudiese descifrar los pensamientos humanos?”
Sagan y los demás aprobaron la idea, y pidieron a Druyan que fuese la voluntaria para someterse al estudio de las ondas cerebrales.
“Contacté al Dr. Julius Korein, del Centro Médico de la Universidad de Nueva York (New York University Medical Center, en idioma inglés) y, con la ayuda de Tim Ferris, hicimos una sesión de grabaciones de una hora de duración de lo más profundo de mi ser”.
El EEG fue programado para el 3 de junio de 1977. Druyan preparó un libreto para guiar sus pensamientos —”un itinerario mental de las ideas e individuos de la historia cuya memoria esperaba poder perpetuar”. Pero ella no pudo prepararse para lo que sucedería dos días antes de la grabación programada.
“El 1 de junio de 1977, Carl y yo mantuvimos una maravillosa e importante conversación telefónica”, recuerda. Sin que hubiese una cita o siquiera un solo momento romántico previo, los dos se habían enamorado durante los alocados apurones por terminar el Disco de Oro. “Decidimos casarnos. Para ambos, fue simplemente un momento de esos en los que se exclama: ¡Eureka! —la idea de que podríamos haber hallado la pareja perfecta. Fue un descubrimiento que se ha reafirmado de incontables maneras desde entonces”.
Los ecos de aquel momento reverberaron en su mente durante la grabación. Su mente consciente pudo haber estado recitando cultura y filosofía, pero su subconsciente zumbaba con la euforia de la Gran Idea del Amor Verdadero. La hora de grabación fue comprimida a un solo minuto que suena, apropiadamente, como una tira de petardos en explosión.
“Mis sentimientos de mujer de 27 años, locamente enamorada, están en ese disco”, dice Druyan. “Es para siempre. Será verdadero dentro de 100 millones de años. Para mí, las sondas Voyager son una especie de alegría tan poderosa que me aleja del miedo a morir”.
Si los extraterrestres alguna vez encuentran las sondas Voyager y descifran su contenido, estarán brevemente en contacto con docenas de músicos, artistas, ballenas, perros, grillos, ingenieros y gente trabajadora común. Pero al único ser humano que tendrán oportunidad de conocer verdaderamente es a esa joven mujer —lo cual no es una mala elección.
Se ha hecho notar que quienes más probabilidades tienen de encontrar a las sondas Voyager… somos nosotros mismos. Finalmente, la tecnología permitirá a los seres humanos alcanzar y recuperar las distantes sondas. En ese caso, serán simples cápsulas del tiempo del año 1977.
El escritor Arthur C. Clarke reconoció esta posibilidad y sugirió añadir una nota al Disco de Oro. “Por favor déjenme en paz; permítanme continuar mi viaje hacia las estrellas”.
Porque las sondas Voyager tienen una historia para contar.
Enlace original: NASA.
Lo cierto es que, la nave automática Voyager 1 lleva 35 años viajando por el Sistema Solar, hacia fuera, y pasó cerca de Júpiter y Saturno en 1979 y 1980, respectivamente. Ahora ha llegado a una zona, a 17.381 millones de kilómetros del Sol, donde se detiene el viento de la estrella. Los científicos que aún siguen pendientes de la misión afirman que se trata de un hito en su trayectoria, camino de salir definitivamente del Sistema Solar, dentro de unos cuatro años. La nave de la NASA viaja a una velocidad de 61.000 kilómetros por hora. “El viento solar ha doblado la esquina, la Voyager 1 se acerca al espacio interestelar”, ha comentado Ed Stone, veterano científico del Instituto de Tecnología de California (Caltech) y científico jefe de la misión Voyager.
 


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