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“Pues yo he sido a veces un muchacho y una chica,

Un matorral y un pájaro y un pez en las olas saladas.”

Esto nos decía Empédocles, el padre de aquellos primitivos elementos formados por Agua, tierra, aire y fuego que, mezclados en la debida proporción, formaban todas las cosas que podemos ver a nuestro alrededor. Claro que, él no podía llegar a imaginar hasta donde pudimos llegar después en la comprensión de la materia a partir del descubrimiento de las partículas “elementales” que formaban el átomo. Pero sí, con sus palabras, nos quería decir que, la materia, una veces está conformando mundos y, en otras, estrellas y galaxias.

Sí, hay cosas malas y buenas  pero todas deben ser conocidas para poder, en el primer caso aprovecharlas, y en el segundo, prevenirlas.

Pero demos un salto en el tiempo y viajémos hasta los albores del siglo XX cuando se hacía cada vez más evidente que alguna clase de energía atómica era responsable de la potencia del Sol y del resto de las estrellas que más lejos, brillaban en la noche oscura. Ya en 1898, sólo dos años despuès del descubrimiento de la radiactividad por Becquerel, el geólogo americano Thomas Chrowder Chamberlin especulaba que los átomos eran “complejas organizaciones y centros de eneromes energías”, y que “las extraordinarias condiciones que hay en el centro del Sol pueden…liberar una parte de su energía”. Claro que, por aquel entonces, nadie sabía cual era el mecanismo y cómo podía operar, hasta que no llegamos a saber mucho más sobre los átomos y las estrellas.

     Conseguimos tener los átomos en nuestras manos

El intento de lograr tal comprensión exigió una colaboración cada vez mayor entre los astrónomos y los físicos nucleares. Su trabajo llevaría, no sólo a resolver la cuestión de la energía estelar, sino también al descubrimiento de una trenza dorada en la que la evolución cósmica se entrelaza en la historia atómica y la estelar.

La Clave: Fue comprender la estructura del átomo. Que el átomo tenía una estructura interna podía inferirse de varias líneas de investigación, entre ellas, el estudio de la radiactividad: para que los átomos emitiesen partículas, como se había hallado que lo hacían en los laboratorios de Becquerel y los Curie, y para que esas emisiones los transformasen de unos elementos en otros, como habían demostrado Rutherford y el químico inglés Frederick Soddy, los átomos debían ser algo más que simples unidades indivisibles, como implicaba su nombre (de la voz griega que significa “imposible de cortar”).

El átomo de Demócrito era mucho más de lo que él, en un principio intuyó que sería. Hoy sabemos que está conformado por diversaspartículas de familias diferentes: unas son bariones que en el seno del átomo llamamos necleones, otras son leptones que gitan alrededor del núcleo para darle estabilidad de cargas, y, otras, de la familia de los Quarks, construyen los bariones del núcleo y, todo ello, está, además, vigilado por otras partículas llamadas bosones intermedios de la fuerza nuclear fuerte, los Gluones que, procuran mantener confinados a los Quarks.

Pero no corramos tanto, la física atómica aún debería recorrer un largo camino para llegar a comprender la estructura que acabamos de reseñar. De los trs principales componentes del átomo -el protón, el neutrón y el electrón-, sólo el electrón había sido identificado (por J.J. Thomson, en los últimos años del siglo XIX). Nadie hablaba de energía “nuclear” pues ni siquiera se había demostrado la existencia de un núcleo atómico, y mucho menos de sus partículas constituyentes, el protón y el neutrón, que serían identificados, respectivamente, por Thomson en 1913 y James Chawick en 1932.

De importancia capital resultó conocer la existencia del núcleo y que éste, era 1/100.000 del total del átomo, es decir, casi todo el átomo estaba compuesto de espacios “vacíos” y, la materia así considerada, era una fracción inifintesimal del total atómico.

Rutherford, Hans Geiger y Ernest Marsden se encontraban entre los Estrabones y Tolomeos de la cartografía atómica, en Manchester , de 1909 a 1911, sonderaron el átomo lanzando corrientes de “partículas alfa” subatómicas -núcleos de helio- contra delgadas laminillas de oro, plata, estaño y otros metales. La mayoría de partículas Alfa se escapaban a través de las laminillas, pero, para sombro de los experimentadores, algunas rebotaban hacia atrás. Rutherford pensó durante largo tiempo e intensamente en este extraño resultado; era tan sorprendente, señalaba, como si una bala rebotase sobre un pañuelo de papel. Finalmente, en una cena en su casa en 1911, anunció a unos pocos amigos que había dado con una explicación: que la mayoría de la masa de un átomo reside en un diminuto núcleo masivo. Ruthertford pudo calcular la carga y el diámetro máximo del nucleo atómico. Así se supo que los elementos pesados eran más pesados que los elementos ligeros porque los núcleos de sus átomos tienen mayor masa.

Todos sabemos ahora, la función que desarrollan los electrones en el atomo. Pero el ámbito de los electrones para poder llegar a la comprensión completa, tuvo que ser explorado, entre otros, por el físico danés Niels Bohr, quien demostró que ocupaban órbitas, o capas, discretas que rodean al núcleo. (Durante un tiempo Bohr consideró el átomo como un diminuto sistema solar, pero ese análisis, pronto demostró ser inadecuado; el átomo no está rígido por la mecánica newtoniana sino por la mecánica cuántica.)

Entre sus muchos otros éxitos, el modelo de Bohr revelaba la base física de la espectroscopia. El número de electrones de un átomo está determinado por la carga eléctrica del núcleo, la que a su vez se debe al número de protones del núcleo, que es la clave de la identidad química del átomo. Cuando un electrón cae  de una órbita externa a una órbita interior emite un fotón. La longitud de onda de este fotón está determinada por las órbitas particulares entre las que el electrón efectúa la transición. E esta es la razón de que un espectro que registra las longitudes de onda de los fotones, revele los elementos químicos que forman las estrellas u otros objetos que sean estudiados por el espectroscopista. En palabras de Max Planck, el fundador de la física cuántica, el modelo de Bohr del átomo nos proporciona “la llave largamente buscada de la puerta de entrada al maravilloso mundo de la espectroscopia, que desde el descubrimiento del análisis espectral (por Fraunhoufer) había desafiado obtinadamente todos los intentos de conocerlo”.

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Es curioso que, mirando en la oscura noche como brillan las estrellas del cielo, nos atrae su titilar engañoso (es la atmósfera terrestre la que hace que lo parezca) y su brillo, Sin embargo, pocos llegan a pensar en lo que verdaderamente está allí ocurriendo. Las transformaciones de fase por fusión no cesan. Esta transformación de materia en energía es consecuencia de la equivalencia materia-energía, enunciada por Albert Einstein en su famosa fórmula E=mc2; donde E es la energía resultante, m es la masa transformada en energía, y c es la velocidad de la luz (300 000 kilómetros por segundo). La cantidad de energía que se libera en los procesos de fusión termonuclear es fabulosa. Un gramo de materia transformado íntegramente en energía bastaría para satisfacer los requerimientos energéticos de una familia mediana durante miles de años.

Es un gran triunfo del ingenio humano el saber de qué, están confomadas las estrellas, de qué materiales están hechas. Recuerdo aquí a aquel Presidente de la Real Society de Londres que, en una reunión multitudinaria, llegó a decir: “Una cosa está clara, nunca podremos saber de qué están hechas las estrellas”. El hombre se vistió de gloria con la, desde entonces, famosa frase. Creo que nada, con tiempo por delante, será imposible para nosotros.

Pero, por maravilloso que nos pueda parecer el haber llegado a la comprensión de que los espectros revelan saltos y tumbos de los electrones en sus órbitas de Bohr, aún nadie podía hallar en los espectros de las estrellas las claves significativas sobre lo que las hace brillar. En ausencia de una teoría convincente, se abandonó este campo a los taxonomistas, a los que seguían obstinadamente registrando y catalogando espectros de estrellas, aunque no sabían hacia donde los conduciría esto.

En el Laboratorio de la Universidad de Harvard, uno de los principales centros de la monótona pero prometedora tarea de la taxonomía estelar, las placas fotográficas que mostraban los colores y espectros de decenas de miles de estrellas se apilaban delante de “calculadoras”, mujeres solteras en su mayoría y, de entre ellas, Henrietta Leavitt, la investigadora pionera de las estrellas variables Cefeidas que tan útiles serían a Shapley y Hubble.

 

Imagen de Sirio A, la estrella más brillante del cielo tomada por el Telescopio Hubble  (Créd. NASA). Sirio es la quinta estrella más cercana y tiene una edad de 300, millones de años. Es una estrella blanca de la secuencia principal de tipo espectral A1V con temperatura superficial de 10 000 K y situada a 8,6 años luz de la Tierra. Es una estrella binaria y, de ella, podríamos contar muchas historias. La estrella fue importante en las vidas de Civilizaciones pasadas como, por ejemplo, la egipcia.

Fue Cannon quien, en 1915, empezó a discernir la forma en una totalidad de estrellas en las que estaba presente la diversidad, cuando descubrió que en una mayoría, las estrellas, pertenecían a una de media docena de clases espectrales distintas. Su sistema de clasificación, ahora generalizado en la astronomía estelar, ordena los espectros por el color, desde las estrellas O blancoazuladas, pasando por las estrellas G amarillas como el Sol, hasta estrellas rojas M. Era un rasgo de simplicidad denajo de la asombrosa variedad de las estrellas.

Pronto se descubrió un orden más profundo, en 1911, cuando el ingeniero y astrónomo autodidacta danés Ejnar Hertzsprung analizó los datos de Cannon y Maury de las estrellas de dos cúmulos, las Híades y las Pléyades. Los cúmulos como estos son genuinos conjuntos de estrellas y no meras alineaciones al azar; hasta un observador inexperimentado salta entusiamado cuando recorre con el telecopio las Pléyades, con sus estrellas color azul verdoso enredadas en telarañas de polvo de diamante, o las Híades, cuyas estrellas varían en color desde el blanco mate hasta un amarillo apagado.

                                                                                                    Las Híades

Hertzsprung utilizó los cúmulos como muestras de laboratorio con las que podía buscar una relación entre los colores y los brillos intrínsecos de las estrellas. Halló tal relación: la mayoría de las estrellas de ambos cúmulos caían en dos líneas suavemente curvadas. Esto, en forma de gráfico, fue el primer esbozo de un árbol de estrellas que desde entonces ha sido llamado diagrama Hertzsprung-Russell.

El progreso en física, mientras tanto, estaba bloquedado por una barrera aparentemente insuperable. Esto era literal: el agente responsable era conocido como barrera de Coulomb, y por un tiempo frustó los esfuerzos de las físicos teóricos para copmprender como la fusión nuclear podía producir energía en las estrellas.

La línea de razonamiento que conducía a esa barrera era impecable. Las estrellas están formadas en su mayor parte por hidrógeno. (Esto se hace evidente en el estudio de sus espectros.) El núcleo del átomo de Hidrógeno consiste en un solo protón, y el protón contiene casi toda la masa del átomo. (Sabemos esto por los experimentos de Rutherford). Por tanto, el protón también debe contener casi toda la energía latente del átomo de hidrógeno. (Recordemos que la masa es igual a la energía: E = mc2.) En el calor de una estrella, los protones son esparcidos a altas velocidades -el calor intenso significa que las partículas involucradas se mueven a enormes velocidades- y, como hay muchos protones que se apiñan en el núcleo denso de una estrella, deben tener muchísimos choques. En resumen, la energía del Sol y las estrellas, puede suponerse razonablemente, implica las interacciones de los protones. Esta era la base de la conjetura de Eddintong de que la fuente de la energía estelar “difícilmente puede ser otra que la energía subatómica, la cual, como se sabe, existe en abundancia en toda materia”.

http://img.seti.cl/sol02.jpg

                                               Plasma en ebullición en la superficie del Sol

Hasta el momento todo lo que hemos repasado está bien pero, ¿que pasa con la Barrera de Coulomb? Los protones están cargados positivamente; las partículasd de igual carga se repelen entre sí; y este obstáculo parecía demasiado grande para ser superado, aun a la elevada velocidad a la que los protones se agitaban en el intenso calor del interior de las estrellas. De acuerdo con la física clásica, muy raras veces podían dos protones de una estrella ir con la rapidez suficiente para romper las murallas de sus campos de fuerza electromagnéticos y fundirse en un solo núcleo. Los cálculos decían que la tasa de colisión de protones no podía bastar para mantener las reacciones de fusión. Sin embargo, allí estaba el Sol, con el rostro radiante, riéndose de las ecuaciones que afirmaban que no podía brillar.

Afortunadamente, en el ámbito nuclear, las reglas de la Naturaleza no se rigen por las de la mecánica de la física clásica, que tienen validez para grandes objetos, como guijarros y planetas, pero pierden esa validez en el reino de lo muy pequeño. En la escala nuclear, rigen las reglas de la indeterminación cuántica.  La mecánica cuántica demuestra que el futuro del protón sólo puede predecirse en términos de probabilidades: la mayoría de las veces el protón rebotará en la Barrera de Coulomb, pero de cuando en cuando, la atravesará. Este es el “efecto túnel cuántico”; que permite brillar a las estrellas.

George Gamow, ansioso de explotar las conexiones entre la astronomía y la nueva física exótica a la que era adepto, aplicó las probabilidades cuánticas a la cuestión de la fusión nuclear en las estrellas y descubrió que los protones pueden superar la Barrera de Coulomb. Esta historia es mucho más extensa y nos llevaría hasta los trabajos de Hans Bethe, Edward Teller y otros, así como, al famoso Fred Hoyle y su efecto Triple Alfa y otras maravillas que, nos cuentan la historia que existe desde los átomos a las estrellas del cielo.

emilio silvera

 

  1. 1
    Odiseo
    el 18 de diciembre del 2012 a las 10:19

    Amigo Emilio:
    He encontrado algo en tu comentario, que por una vez y sin que sirva de precedente no estoy de acuerdo contigo.
    Dices que las estrellas titilan engañosamente(es la atmósfera terrestre la que hace que lo parezca). Ahí no puedo estar de acuerdo, no voy a negar que cuando las estrellas cercanas al horizonte ese efecto sea más visible, pero hay estrellas en el cenit que también titilan y no por la atmósfera, sino porque en su seno se están produciendo reacciones nucleares que hacen nos parezca que la estrella emita alteraciones de brillo, date cuanta de una cosa, si fuese la atmósfera la única causante de ese efecto, también los planetas parecerían que titilan, en cambio estos que emiten luz reflejada, no lo hacen en absoluto.
    Asomarse al cielo en una noche sin luna y desde un lugar con poca contaminación lumínica, es poder percatarse de que lo expuesto anteriormente se cumple de una manera maravillosa, pues la observación del cielo nocturno es una de las cosas maravillosas, que por el momento están libres de impuestos. 

    Saludos a todas y todos.  

    Responder
    • 1.1
      emilio silvera
      el 18 de diciembre del 2012 a las 12:56

      Amigo mío:
      Está claro que cuatro ojos ven más que dos. Sin embargo, las distancias que nos separan de las estrellas son tan enormes que, ver desde aquí a ojo desnudo los procesos y fenómenos que produce la fusión nuclear en ellas, aunque sean descomunales…sería prácticamente imposible.
       
      “Cuando la luz de las estrellas llegan al planeta Tierra, ese débil rayito debe atravesar las diversas capas de la atmósfera. Sin embargo, debido a las variaciones de temperatura, corrientes de aire y movimiento de las distintas masas de aire que componen la atmósfera, varía el coeficiente de refracciónde la misma. Por eso, ese rayito, es dispersado provocando que no llegue a nosotros de manera contínua, sino que parece como si parpadeara.”
      Esa es, amigo mío, la explicación más lógica de ese fenómeno que todos podemos contemplar en las noches oscuras mirando al cielo. Esos puntitos brillantes que vemos, a años-luz de nosotros los más cercanos, otros muchos están a cientos, miles o millones (también miles de millones) de años-luz de nosotros y, si pudiéramos ver las protuberancias producidas por los vientos solares, tendríamos la facultad de ver con las mismas propiedades de los telescopios. Incluso así, ni con potentes telescopios se podríoan ver algunas.
       
      La atmósfera, la temperatura que la luz atraviesa por las diversas capas y que no son uniformes, esas son, las verdaderas responsables del titilar de las estrellas.
      Un abrazo amigo mío.
       

      Responder
    • 1.2
      marc victor
      el 18 de diciembre del 2012 a las 18:32

      Interesante, a ver lo que contesta Emilio? Por mi la razon es las perturbaciónes atmosfericas. 
      Un saludo Odiseo. 

      Responder
  2. 2
    Odiseo
    el 18 de diciembre del 2012 a las 16:01

    Amigo, Emilio. aunque tus argumentos parecen ser lógicos y certeros, no me convencen. Cuando estoy enseñando a un principiante a observar el cielo, una de las reglas básicas es que sepan distinguir entre los astros, aquellos que emiten su propia luz, es decir las estrellas, y los que emiten la reflejada, los planetas. La mejor manera de diferenciarlos es porque mientras los astros con luz propia titilan, los planetas no lo hacen, En estos días puede verse a Júpiter brillando de manera espectacular, y no titila, ¿es que la luz proveniente de este planeta no tiene que atravesar la atmósfera?.
    Si conoces la razón por la que las estrellas si se ven afectadas por la refracción atmosférica y los planetas no, te rogaría me lo expliques y no dudes que si tiene una explicación basada en la física, la aceptaré, pues viniendo de ti será cierta.

    Saludos cordiales. 

    Responder
  3. 3
    fandila
    el 18 de diciembre del 2012 a las 21:15

    Aun si la pregunta no va dirigida a mí, aportaré mi grano de arena:
    Las luces normales que vemos brillar a lo lejos en la noche tililan o pueden tililar dependiendo de la clase que sean (Su grado de titilaje seguramente dependa de la energía de la luz en cuestión, y de la atmósfera en el momento). Sin embargo a media distancia y al acercarnos se ve que no tililan en absoluto, o tal  efecto es indetectable.
    Sería interesante saber si los astronautas fuera de la atmósfera, observan el tililar de las estrellas. Parece ser que no, o de darse en alguna forma, obecerá a perturbaciones en el vacío cósmico, lo que no parece. No es probable que el efecto sea producido en la propia estrella, su superficie es demasiado grande para notar pequeñas perturbaciones habituales.
     
    Saludos cordiales

    Responder
  4. 4
    emilio silvera
    el 19 de diciembre del 2012 a las 3:10

    Amigo mío:
    La explicación que tengo es la que te he dado y, en relación a los planetas como Marte, Venus y Júpiter, que se nos muestran como estrellas brillantes, están mucho más cerca y al telescopio se ven como discos medibles. También aquí se promedia el temblor de las regiones periféricas del disco y se percibe una variación muy ligera en el conjunto de la luz que emana del planeta.
    Todas las explicaciones técnicas del fenómeno que comentamos (hasta donde sabemos), son del mismo corte que te he dado y mientras el planeta más cercano (Venus) se encuentra en su punto más próximo a “tan sólo” 39 millones de km, la estrella más cerca (Alfa centauri) está a 40 billones de kilómetros (un millón de veces más lejos!!). ¿Eso qué implica? La principal consecuencia es que el haz de luz de las estrellas es muy muy débil. Tan débil que termina siendo un diminuto puntito, un rayito de luz que se ve afectado por las distintas capas atmosféricas antes de llegar a nosotros que lo vemos, por ese motivo, titilar,. Por el contrario, los planetas, mucho más cercanos, poseen un haz de luz de mayor grosor, llegando a verse como un círculo. Así, los planetas, como su haz es mucho mayor, no se ve alterado tanto y lo percibimos de manera contínua.
    Sí, ya lo se, sigo sin convencerte pero, esa es la única explicación que te puedo dar.
    Un abrazo.
     

    Responder
  5. 5
    Odiseo
    el 19 de diciembre del 2012 a las 8:15

    Gracias Emilio, si me has convencido en esa última explicación que has dado, ahora entiendo el porqué los planetas no parecen titilar.

    Saludos cordiales.
     

    Responder
  6. 6
    emilio silvera
    el 19 de diciembre del 2012 a las 10:06

    ¡A mandar!

    Responder

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