Jul
22
¿La Conciencia? ¡Qué misterio!
por Emilio Silvera ~ Clasificado en El Universo y los pensamientos ~ Comments (0)
La Conciencia ha sido a un tiempo misterio y fuente de misterio. Pese a ser uno de los principales objetos de estudio de la filosofía, hasta hace poco tiempo no había sido admitida en la familia de los objetos científicos susceptibles de investigación experimental. Las razones de esta tardía aceptación son obvias: Aunque todas las teorías científicas presuponen la conciencia, y aunque la sensación consciente y la percepción son necesarias para su aplicación, los medios para la investigación científica de la propia conciencia no han estado a nuestro alcance hasta hace poco tiempo.
La conciencia tiene algo especial: La experiencia consciente surge como resultado del funcionamiento de cada cerebro individual. No es posible compartirla para su observación directa de la misma manera que es posible compartir los objetos de la física. Por consiguiente, el estudio de la conciencia plantea un curioso dilema: La introspección, por sí sola, no es científicamente satisfactoria, y por bien que los relatos de diferentes personas sobre sus propias conciencias son útiles, no nos pueden revelar el funcionamiento subyacente del cerebro. De otro lado, los estudios del cerebro no pueden, por sí mismos, transmitirnos qué es ser consciente. Estas limitaciones nos hacen ver la necesidad de acercamientos especiales para poder traer la conciencia a la casa de la ciencia.
Por mi parte, habiendo leído e investigado sobre todas estas dudas existentes sobre lo que la conciencia es, y, por supuesto, por lo que entendemos por ser conscientes, siempre he buscado las respuestas a algunas preguntas que me planteo y, de los que saben más que yo, las preguntas serían:
- ¿Cómo surge la conciencia como resultado de procesos neuronales particulares y de las interacciones entre el cerebro, el cuerpo y el mundo?
- ¿Cómo pueden explicar estos procesos neuronales las propiedades esenciales de la experiencia consciente? Cada uno de los estados conscientes es unitario e indivisible, pero al mismo tiempo cada persona puede elegir entre un número ingente de estados conscientes distintos.
- ¿Cómo podemos entender los distintos estados subjetivos –los llamados qualia- en términos neuronales?
- ¿De qué manera puede ayudarnos nuestra comprensión de la consciencia a enlazar las descripciones estrictamente científicas con el dominio más amplio del conocimiento y la experiencia humanos?
Describir los mecanismos neuronales que dan origen a la conciencia, mostrar de qué modo las propiedades generales de la conciencia emergen como resultado de las propiedades del cerebro en tanto que sistema complejo, analizar los orígenes de los estados subjetivos o qualia, y mostrar de qué modo estas indagaciones pueden cambiar nuestra visión sobre el observador científico y sobre posturas filosóficas muy arraigadas es, no cabe duda muy difícil; además, en un pequeño artículo como el presente que, es más una reflexión en la que se exponen las dudas de lo que la conciencia pueda ser, es difícil dejar nada sentado.
No obstante, si prestamos la debida atención a las preguntas básicas que antes he formulado, podríamos esbozar las soluciones al problema de la conciencia. Las respuestas se basan en la suposición de que la conciencia surge dentro del orden material de ciertos organismos. Pero querría dejar bien claro que no considero que la conciencia, en toda su plenitud, surja únicamente del cerebro; creo que las funciones superiores del cerebro necesitan y precisan interactuar con el mundo y con otras personas.
Así que, una vez establecida esta nueva comprensión de la manera en que nace la conciencia, podríamos tratar algunas cuestiones interesantes que se derivan de esta perspectiva. Para empezar, propondría una nueva visión del observador científico e indagamos sobre cómo podemos saber lo que sabemos –el dominio de la epistemología-, para, finalmente, discutir qué sujetos son apropiados para el estudio científico. Es importante someter estas cuestiones a un examen profundo porque mi proposición –que la conciencia surge como resultado de un tipo particular de proceso cerebral que es a un tiempo altamente unificado (o integrado) y altamente complejo (o diferenciado) tienen implicaciones de gran alcance.
A fin de esclarecer los fundamentos de la conciencia y de explicar algunas de sus propiedades es necesario contemplar primero varias cuestiones polémicas. Antes de acometer el tema central, el sustrato neuronal de la conciencia, sería necesario pasar revista a los rasgos estructurales y funcionales de la organización del cerebro y facilitar así, la comprensión, de cómo la materia en una simbiosis con la energía y en contacto directo con la Naturaleza, puede, según podemos ver, hacer surgir tal maravilla de ser conscientes.
“Cuando dirijo la mirada hacia el cielo, veo la cúpula celeste aplanada y el brillante disco del Sol y centenares de cosas visibles bajo él. ¿Cuáles son los pasos que hacen que eso sea posible? Un rayo de luz procedente del Sol penetra en el ojo y enfoca una imagen en la retina, con lo que provoca un cambio, que a su vez viaja hasta la capa de nervios del cerebro. La cadena entera de sucesos, desde el Sol hasta el cerebro, es física: cada uno de los pasos es una reacción eléctrica. Pero entonces se produce un cambio completamente distinto a los que le precedieron y completamente inexplicable e inesperado: ante la mente se presenta una escena visual. Veo la cúpula dorada o celeste, y el Sol en ella, y centenares de otras cosas visuales. Percibo, en fin, una imagen del mundo que me rodea.”
Con el sencillo examen anteriormente expuesto, ilustraba, en 1940, el gran neurofisiólogo Charles Sherrington el problema de la conciencia y su convencimiento de que era científicamente inexplicable.
Unos pocos años antes, Bertrand Russell usaba un ejemplo parecido para expresar su escepticismo sobre la capacidad de los filósofos para alcanzar una respuesta:
“Suponemos que un proceso físico da comienzo en un objeto visible, viaja hasta el ojo, donde se convierte en otro proceso físico que provoca aun otro proceso físico en el nervio óptico y, finalmente, produce algún efecto en el cerebro al mismo tiempo que vemos el objeto donde se inició el proceso; pero este proceso de ver es algo “mental”, de naturaleza totalmente distinta a la de los procesos físicos que los preceden y acompañan. Esta concepción es tan extraña que los metafísicos han inventado toda suerte de teorías con el fin de sustituirla con algo menos increíble.”
Al asunto de la conciencia, como podemos ver, no le ha faltado atención. En el pasado fue dominio exclusivo de filósofos, pero recientemente tanto psicólogos como neurocientíficos han empezado a abordar el llamado problema cuerpo-mente o, en sugerente expresión de Schopenhauer, “el nudo del mundo”.
William James
A finales del siglo XIX, William James decía:
“Todo el mundo sabe lo que es la atención; es la toma de posesión por la mente, de una forma clara e intensa, de un hilo de pensamiento de entre varios simultáneamente posibles.” Más de cien años más tarde, son muchos los que creen que seguimos sin tener una comprensión de fondo ni de la atención, ni de la conciencia.
Desde que René Descartes se ocupara del problema, pocos han sido los temas que hayan preocupado a los filósofos tan persistentemente como el enigma de la conciencia. Para Descartes como para James más de dos siglos después, ser consciente era sinónimo de “pensar”: el hilo del pensamiento de James no era otra cosa que una corriente de pensamiento. El cogito ergo sum, “pienso, luego existo” que formuló Descartes como fundamento de su filosofía, ha sido, a estas alturas, largamente superado por otras vías que, apartadas de la filosofía, se acercan más a la ciencia y nos hablan de escenas mentales inventadas por nuestros cerebros que, en cada caso, inventan una realidad.
Siempre hemos sabido imaginar otros mundos, otros lugares, otros escenarios
La ciencia ha intentado siempre eliminar de su descripción del mundo todo lo subjetivo. Pero, ¿qué pasa cuando la propia subjetividad es el objeto de la investigación? Habría que examinar el problema fundamental que plantea la conciencia y del cual toda teoría científica debe dar cuenta. Consideremos este sencillo ejemplo: ¿Por qué razón cada vez que realizamos ciertas distinciones, como por ejemplo entre la luz y la oscuridad, somos conscientes, en tanto que la misma discriminación entre estados, cuando la realiza un dispositivo físico simple, aparentemente no está asociada a una experiencia consciente? Esta paradoja sugiere que los intentos por entender la conciencia basados en las propiedades intrínsecas de ciertas neuronas o ciertas áreas del cerebro están condenados al fracaso. Sin embargo, no es así, y, a medida que se profundiza en el estudio del cerebro, se van descubriendo matices que, al ser relacionados con otros ya conocidos nos lleva poco a poco, a la comprensión compleja del cerebro.
Está claro que, el cerebro individual es “El Teatro” privado de cada uno: Unidad continua, variedad infinita. ¿Qué extraños pueden existir en la mente de más de siete mil millones de seres? Si pudiñéramos contemplarlas todas… ¡Qué locura!
Nuestra estrategia para explicar la base neuronal de la conciencia consiste en centrarse en las propiedades más generales de la experiencia consciente, es decir, aquellas que todos los estados conscientes comparten. De estas propiedades, una de las más importantes es la integración o unidad. La integración se refiere a que el sujeto de la experiencia no puede en ningún momento dividir un estado consciente en una serie de componentes independientes. Esta propiedad está relacionada con nuestra incapacidad para hacer conscientemente dos cosas al mismo tiempo, como por ejemplo, estar ahora escribiendo este comentario para ustedes y al mismo tiempo mantener una conversación sobre el Universo con mis amigos.
Otra propiedad clave de la experiencia consciente, y una que aparentemente contrasta con la anterior, es su extraordinaria diferenciación o informatividad: En cada momento podemos seleccionar uno entre miles de millones de estados conscientes posibles en apenas una fracción de segundo. Nos enfrentamos, pues, a la aparente paradoja de que la unidad encierra la complejidad: el cerebro tiene que afrontar la sobreabundancia sin perder la unidad o coherencia. La tarea de la ciencia consiste en mostrar de qué manera la consigue.
Los últimos pensamientos sobre la mente y la conciencia están centrados en el constructivismo y nos viene a decir que cada cual, se fabrica su propia realidad, y, al hilo de ese pensamiento se me vienen a la mente algunas lecciones de neuropsicología y lo que es la integración bajo tensión, me explico: algunas de las indicaciones más sobresalientes de la ineludible unidad de la experiencia consciente provienen del examen de ciertos fenómenos patológicos. Muchos trastornos neuropsicológicos demuestran que la conciencia puede doblarse o encogerse y, en ocasiones, incluso dividirse, pero que nunca tolera que se rompa la coherencia. Por ejemplo, aunque un derrame cerebral en el hemisferio derecho deja a muchas personas con ese lado del cuerpo paralizado y afectado por una pérdida sensorial completa, algunas personas niegan su parálisis, un fenómeno que se conoce como anosognosia.
Cuando se le presentan pruebas de que su brazo y su pierna derecha no pueden moverse, algunas de estas personas llegan incluso a negar que se trate de sus extremidades y las tratan como si fuesen cuerpos extraños. Otras personas con daños bilaterales masivos en la región occipital no pueden ver nada y, sin embargo, no reconocen que estén ciegos (síndrome de Antón).
Las personas con cerebro dividido ofrecen una demostración más de que la conciencia siente horror por los vacíos o las discontinuidades. Las personas con hemi-inantención, un complejo síndrome neuropsicológico que se suele dar cuando se producen lesiones en el lóbulo parietal derecho, no son conscientes del lado izquierdo de las cosas, a veces incluso de toda la parte izquierda del mundo.
Pongo estos ejemplos para que podamos ver la complejidad de lo que el cerebro encierra.
Asisto con otras muchas personas a un mismo lugar para escuchar y ser testigos de una conferencia. Tal reunión dará lugar a una multitud de pensamientos, los suyos y los míos, algunos mutuamente coherentes, otros no. Son tan poco individuales y recíprocamente independientes como son un todo coherente. No son ni lo uno ni lo otro: ninguno de ellos está separado, sino que cada uno pertenece al ámbito de los otros pero además al de ninguno. Mi pensamiento pertenece a la totalidad de mis otros pensamientos, y el de cada uno, a la totalidad de pensamientos de cada uno…los únicos estados de conciencia que de forma natural experimentamos se encuentran en las consciencias personales, en las mentes, en todos los yo y tu particulares y concretos…el hecho consciente universal no es “los sentimientos y los pensamientos existen”, sino “yo pienso” y “yo siento”. De ahí, sin lugar a ninguna duda surge, la idea de que cada cual, dentro de su mente, se inventa su realidad del mundo que le rodea.
Algunos, llegan a decir que somos la imagen de algo divino… Sí, somos Naturaleza
Es un buen reflejo de la arrogancia humana el hecho de que se hayan erigido sistemas filosóficos enteros sobre la base de una fenomenología subjetiva: la experiencia consciente de un solo individuo con inclinaciones filosóficas. Tal como Descartes reconoció y estableció como punto de partida, esta arrogancia es justificada, por cuanto nuestra experiencia consciente es la única ontología sobre la cual tenemos evidencia directa. La inmensa riqueza del mundo fenoménico que experimentamos –la experiencia consciente como tal- parece depender de una nimiedad del menaje de ese mundo, un trozo de tejido gelatinoso del interior del cráneo. Nuestro cerebro, un actor “secundario” y “fugaz” que casi ninguno llega a ver sobre el escenario de la conciencia, parece ser el guardián del teatro entero. Como a todos se nos hace dolorosamente obvio cuando nos vemos ante una escena de desgracia humana, en un ser querido cercano, supondrá una agresión al cerebro y puede modificar permanentemente todo nuestro mundo. De ahí, el hecho cierto, de que las sensaciones tales como los sentimientos o el dolor, inciden de manera directa, a través de los sentidos, en nuestra consciencia que, como decimos, siempre es particular e individualizada, nadie podrá nunca compartir su consciencia y, sin embargo ésta, estará también siempre, supeditada al mundo que la rodea y de la que recibe los mensajes que, aún siendo los mismos, cada cual nos interpretará a su manera muy particular y, al mismo tiempo, dentro de unos cánones pre-establecidos de una manera común de ver y entender el mundo al que pertenecemos.
Amigos, tenemos una jungla en la cabeza, y, su enmarañada ramificación es tan descomunalmente compleja que, de momento, lo único que podemos hacer es ir abriéndonos camino a machetazos de la ciencia que, sin duda alguna, finalmente nos permitirá deambular por esa intrincada selva que llamamos cerebro y que es la residencia de nuestras mentes generadoras de pensamientos… y, también, de sentimientos.
emilio silvera