May
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Paracelso y, “la ciencia” médica
por Emilio Silvera ~ Clasificado en Rumores del Saber ~ Comments (0)
Leonardo Da Vinci, entre otras muchas cosas, también dijo: “La experiencia nunca se equivoca, es el juicio quien lo hace cuando se promete resultados que no proceden de experimentos.” Precisamente por eso la Ciencia, no confía en hipótesis ni teorías que no sean refrendadas por el experimento una y mil veces, en lugares diferentes, por científicos distintos, de distintas formas y maneras y, una vez que todos los resultados son coincidentes, entonces y sólo entonces, se dará por buena la teoría.
En la Europa del siglo XVI el sentido común y la sabiduría popular, del mismo modo que antes se había interpuesto entre el hombre y los astros, obstruían la visión que éste tenía de sí mismo y la exploración del cuerpo humano. Sin embargo, a diferencia de la Astronomía, la anatomía humana era una materia en la que resultaba inevitable el conocimiento directo. En Europa, el saber relativo al cuerpo humano había sido codificado y confiado a la custodia de una profesión poderosa, exclusivista y respetada. Dicho saber se recogía en lenguas cultas (griego, latín, árabe y hebreo) y era dominio paticular de unos monopolizadores que se llamaban así mismo doctores en física. El cuerpo, su tratamiento o disección, era un coto que pertenecía a otro grupo más relacionado con los carniceros y cuyos miembros eran llamados en ocasiones cirujanos-barberos.
Los cirujanos-barberos se dedicaba a curar heridas, sacar el pus de los abscesos, realizar sangrías y poner emplastos. Además, claro está, afeitaban con maestría barbas pobladas y cortaban el pelo con destreza. ¡Vamos que servían tanto para un roto como para un descosío! Que nadie se piense que estos “cirujanos” intervenían a aquellos que pertenecían sólo a las clases menos pudientes, había reyes que tenían a su servicio a una pléyade de cirujanos-barberos.
Hasta alrededor del año 1300 no se disecaron cuerpos humanos con el fín de enseñar y aprender anatomía. En aquella época, disecar un cadáver era una tarea especialmente desagradable. Puesto que no existía refrigeración, era necesario disecar las partes más perecederas. Una disección que se conocía como “anatomía”, se desarrollaba de una manera continua y apresurada durante cuatro días y, por lo general, se realizaba al aire libre. En las ilustraciones de los primeros libros de texto de anatomía impresos aparece un profesor de física, el médico, impecablemente ataviado con sombrero y toga, sentado en un sillón elevado que recuerda un trono, la cátedra, mientras un cirujano-barbero, de pie sobre la hierba se encarga de los distintos órganos de un cuerpo extendido en un banco de madera y un ayudante señalaba con un puntero las partes del cuerpo a los estudiantes o aspirantes a sanadores. El médico lleva en las manos un libro, probablemente de Galeno o Avicena, del que lee a distancia antiséptica.
“La lección de anatomía”
Obra pictórica de óleo sobre lienzo perteneciente al arte barroco holandés de principios del siglo XVII en Holanda. Obra de Rembrandt cuyo género es el de retrato grupal, representando a una agrupación de estudiosos anatómicos de la época.
Los doctores en física encerraban sus secretos en lenguas que sus pacientes no comprendían. No es sorprendente que disfrutaran del prestigio de la erudición y del temor a lo oculto. Aristrócatas del mundo académico, guardinaes de los secretos de la vida y de la muerte, eran invulnerables a los ataques de los legos. Antes de pagar sus altos honorarios o de arriesgarse a dolorosos y arriesgados tratamientos, el pueblo prefería consultar al boticario más cercano, que era un poco más que un comerciante en especias o un tendero de comestibles.
El mundo de la medicina era un mundo de separaciones; los libros estaban separados de los cuerpos, el conocimiento de la experiencia y los curanderos eruditos de aquellos que más necesitaban la curación. Sin embargo, eran precisamente esas separaciones las que conferían dignidad a una profesión que inspiraba temor.
A fines del siglo XV , cualquier médico que hubiese aprendido las lenguas académicas y hubiera sido discípulo de algún eminente profesor de medicina tenía fuertes interese4s creados basados en la sabiduría tradicional y en los viejos dogmas. “Procurad conservar la salud -aconsejó Leonardo da Vinci- y lo conseguireis en la medida en que os aparteis de los médicos, porque sus drogas constituyen un tipo de alquimia que produce menos medicinas que libros hay sobre ella.” Atacar esta ciudadela exigía el deseo de desafiar los cánones de la respetabilidad, de apartarse de la comunidad universitaria y de la comunidad profesional. Tal aventura requería en igual medida pasión y conocimientos, y más atrevimiento que prudencia.
Evidentemente el profesor sumiso de reconocido prestigio no podía abrir la senda que habría de conducir a la medicina moderna. El indicado era un vagabundo y un visionario, un hombre de temeridad mística. El hombre que osara señalar el camino habría de usar lengua vernácula y no hablar sino gritar.
Paracelso
En su época, Paracelso (1493-1541) fue considerado sospechoso y ya nunca perdió la fama de charlatán. Su fe en Dios le condujo a una nueva visión del hombre y de las artes de la curación. Del mismo modo que la creencia de Kepler en la divina simetría del Universo confirmaba su fe en un sistema copernicano de los cielos, también la fe en el orden divino aplicado al cuerpo humano inspiró a Paracelso.
“Paracelso”, el apodo por el que se le conoce a lo largo de la historia, es en sí un misterio. Quiza significaba que él mismo se identificaba con la gran autoridad médica romana Celso, o quiza simplemente que escribia obras paradójicas en contradicción con las opiniones generalizadas de su profesión. Su nombre verdadero era Teofrasto Felipe Aurelio Bombasto von Hohenheim.
Nació en la zona oriental de Suiza, donde su padre, de origen ilegítimo, ejercía de médico y su madre era fiadora de la Abadía benedictina de Einsiedeln. Cuando tenía nueve años murió su madre, y su padre se trasladó a una aldea minera de Carintia, Austria, donde Paracelso creció.
Esta ubicada en los Alpes Orientales y es conocida por sus montañas y sus lagos. Los lagos más conocidos son Wörthersee, Ossiacher ve, Faaker ve, Millstätter ve. Para realizar esquí los lugares son Nassfeld/Hermagor, Gerlitzen, así como en Catedral de Gurk, Hochosterwitz castillo, GroBglockner como la montaña más alta de Austria. Tiene un clima continental, con veranos calientes y húmedos y los inviernos son muy áridos. Ahí pasó Pacelso su juventud.
Su educación fue informal e irregular, recibida de su padre o de hombres religiosos versados en la medicina y las ciencias ocultas populares. Es probable que nunca obtuviera el título de doctor en medicina. Jamás se estableció en ningún lugar fijo y durante su vagar trabajó en las minas de Fugger, Tirol, y sirvió como cirujano en la armada veneciana en Dinamarca y Suecia. Llegó incluso hasta la Isla de Rodas y todavía más al este.
Durante cierto tiempo prosperó en Estrasburgo como médico en ejercicio. Luego tuvo la suerte de ser llamado a Basilea para participar en la consulta de la crítica enfermedad del eminente Johann Froben (1460-1527), que había fundado una de las imprentas más influyentes y publiado el primer Nuevo Testamento impreso en griego. La curación de Froben se atribuyó a Paracelso. En aquel momento, el gran Erasmo (1466-1536) vivía con Froben, y también lo trató a él. Ambos quedaron tan impresionados por el buen juicio del joven Paracelso que en 1527 consiguieron que fuera nombrado médico municipal y catedrático de la universidad. Pero los demás profesores lo discriminaron por haberse negado a prestar el juramento hipocrático y no ser siquiera doctor en medicina titulado.
Basilea hoy es una ciudad muy poblada y alejada de aquella que conoció Paracelso
A los treinta y tres años, Paracelso combinaba la arrogancia de un autodidacta con la elocuencia de quien se ha designado así mismo portavoz de Dios. Respaldado por el principal publicista del humanismo, aprovechó la oportunidad que se le presentaba en Baselea para atacar al estamento médico. Al mismo tiempo publicó su propio manifiesto de las artes de la curación, que esperaba llegar a ocupar el lugar del juramento hipocrático.
Del mismo modo que, diez años antes, Lutero había apelado a la Iglesia primitiva, Paracelso apeló, pasando por encima de los obispos y cardenales de la medicina, a los pristinos principios de la ciencia médica y demostró que hablaba en serio arrojando una copia de la obra de Galeno y del reverenciado Canon de Avicena a una hoguera el día de San Juan de 1527. Así mismo, declaró abietamente que sus clases de medicina se basarían en su propia experiencia con los pacientes.
Paracelso escribe sus notas
Y todavía enfureció más a los profesores cuando, en lugar de utilizarel latin, dio las clases en dialecto local del alemán llamado schweizerdeustsch, con lo cual violaba también el juramento hipocrático, que obligaba al médico digno a guardar su conocimiento profesional, supuestamente para evitar que los legos se convirtieran en incompetentes practicantes de la medicina. “No deis lo santo a los perros -reza la palabra de Dios según San Mateos (7,6)-, ni echeis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen con sus patas, y luego se revuelvan para destrozaros a mordiscos.
No pocas veces, un torbellino de confusión y no la tranquila seguridad es lo que indica el crecimiento de la mente, y, cuando el polvo de la ignorancia empieza a disiparse, emerge ante nosotros con claridad meridiana, aquellas respuestas que incansables bucábamos sin poder encontrarlas en el Caos de la complejidad que, sin saber cómo, de pronto desaparece para ver ante nosotros el horizonte lejano pero, muy claro, de límpida transparencia, de ese saber que parece ser el único proyecto por el que aquí estamos.
Claro que, Paracelso estaba en el punto de mira de los “sabios doctores” y, en cuanto murió su mayor defensor, Froben, en octubre de 1927, todos sus enemigos, los profesores, los boticarios, a quienes había atacado a causa de sus elevados beneficios y su parco conocimiento, e incluso sus discípulos, que gozaban mofándose de su apasionamiento, se unieron contra él. La fortuna de Parecelso se desvaneció cuando perdió un juiciom que había puesto para intentar cobrar unos honorarios exorbitante a un eclesiástico de alto rango. El dignatario gravemente enfermo de un desorden abdominal le había prometido una elevada suma si lo curaba. Luego, cuando Paracelso lo curó sólo con unas pocas píldoras de luédano, el sacerdote se negó a pagarle. El Juez dictó Sentencia en contra de Paracelso, y cuando este denunció al Juez, se vio obligado a marcharse de Basilea. Los dos turbulentos aaños que Paracelso pasó en Basilea fueron los últimos en que trabajó de forma regular. Nunca volviió a relacionarse con Institución alguna. Se convirtió en un pícaro académico, en un don Quijote de la medicina.
Paracelso