Ago
3
¿Un Universo Cíclico?
por Emilio Silvera ~ Clasificado en Cosmología de los Antiguos pueblos ~ Comments (0)
Su inexorable transcurrir lo cambia todo. El Tiempo nació con el Universo, y, después del comienzo del Tiempo, nada sería igual siempre, todos los objetos inertes o no, acusarían su paso asimilando a su inseparable compañeta: ¡La Entropía!
“La idea principal que está presente en todas nuestras investigaciones
y que acompaña a toda nuestra Observación,
el sonido que en el oído del estudioso de la Naturaleza
parece resonar continuamente en toda parte de su obra es:
¡Tiempo! ¡Tiempo! ¡Tiempo!”
George Scrope
Ellos creían que, como las Estaciones, el tiempo era cíclico
La concepción del Tiempo que predominaba en la antigua Grecia era cíclica, y tan cerrada como las esferas cristalinas en las que Aristóteles aprisionaba el espacio cósmico. Platón, Aristóteles, Pitágoras y los estoícos, todos ellos, sostenían la idea, heredada de una antigua creencia caldea, de que la historia del universo consistía en una serie de “grandes años”, cada uno de los cuales era de un ciclo de duración no especificada que terminaba cuando todos los planetas estaban en conjunción, provocando una catástrofe de cuyas cenizas empezaba el siguiente ciclo de nuevo.
El Universo era infinito y se renovaba cíclicamente a partir del Caos destructor surgía el Nuevo
Se pensaba que este proceso tenía lugar desde siempre. Según el razonamiento de Aristóteles, con una lógica tan circular como el movimiento de las estrellas, sería paradójico pensar que el Tiempo ha tenido un comienzo en el tiempo, de modo que los ciclos cósmicos deben reproducirse continuamente.
La concepción cíclica del Tiempo no carecía de encantos. Expresaba un hastío del mundo y un elegante fatalismo del género que a menudo atrae a las personas con inclinaciones filosóficas, un tinte conservado en forma indeleble por el historiador Islámico Ahmad ibn Ábd al- Ghaffar, quien relató una parábola del eterno retorno.
Una y otra vez, en nuestro Universo, se repiten las mismas transiciones o cambios de fase que lo regeneran una y otra vez: Estrellas que al final de sus vidas explotan como supernovas, Dejando Nubes estelares gigantes de las que vuelven a surgir nuevas estrellas que, de nuevo, vuelven a brillar durante millones o miles de millones de años para empezar otro ciclo. Esa es, la verdadera dinámica del Universo: la Destrucción-Creación de la que se vale para luchar contra la Entropía. Es decir, ¿vida después de la muerte?
Claro que, en aquellos tiempos, el Universo cíclico era tomado literalmente y les sugería una especie de inmortalidad. Como Eudemo de Rodas, discípulo de Aristóteles, decía a sus propios discípulos: “Si creéis a los pitagóricos, todo retornará con el tiempo en el mismo orden numérico, y yo conversaré con vosotros con el bastón en la mano y vosotros os sentaréis como estais sentados ahora, y lo mismo sucederá con toda otra cosa.” Por estas o por otras razones, el tiempo cíclico aún es popular hoy, y muchos cosmólogos defienden modelos del “universo oscilante”, en los que se supone que la expansión del universo en elgún momento se detendrá y será seguida por un colapso cósmico en los fuegos purificadores del siguiente big bang. Sin embargo, la Densidad Crítica observada, no avala tal pensamiento.
Con relativa frecuencia, un científico determinado, o un grupo de ellos, nos advierten que nos dirigimos irremisiblemente al colapso, mientras que otros, por el contrario, vislumbran un mundo feliz.
No parece, que ninguna de las dos opciones estén basadas en una realidad científica en la que podamos confiar. La primera, la del colapso, no viene apoyada por los datos obtenidos en las observaciones del Universo que, siendo múltiples y obtenidas por distintos medios y en distintas regiones del espacio interestelar cosmológico, parecen coincidir en el hecho cierto de que, la Densidad Crítica, es decir, la Densidad Media de materia requerida para que la Gravedad detenga la Expansión y se produzca el “colapso” del Universo, no es tan alta como para que eso sea posible. La Densidad crítica es de alrededor de 10-29 gramos por cm3, es decir, se ajusta al Modelo que tiene justamente la Densidad Crítica necesaria para que se esté expandiendo para siempre, es el Modelo de Einstein- De Sitter.Parece que nuestro Universo, se expandirá sin ninguna parada, sino que, por el contrario, cada vez lo hará más rápidamente hasta que, el frío del cero absoluto, lo haga un universo muerto, sin vida.
Las galaxias se alejaran las unas de las otras y la temperatura del Universo decaerá hasta el cero absoluto, allí, nada se mueve y la vida, no podría estar presente. ¿Tendremos que buscar otros caminos para preservar la especie? ¿Existen en realidad esos caminos? ¿Habrá Universos paralelos en los que poder refugiarnos? Tantas preguntas denotan nuestra enorme ignorancia. Claro que, el pensamiento principal al que debemos acudir en tales circunstancias es el de si, para entonces, estaríamos nosotros aquí.
Pero sigamos con el universo cíclico de los griegos. Pese a todos sus aspectos felices, la vieja doctrina de la historia infinita y cíclica tenía el pernicioso efecto de tender a desalentar los intentos de sondear la genuina extensión del pasado. Si la historia cósmica sonsistía en una serie interminable de repeticiones inunterrumpidas por destrucciones universales, entonces era imposible determinar cual era realmente la edad total del universo. Un pasado cíclico infinito es por definición inconmensurable, es un “tiempo fuera de la mente”, como solía decir Alejandro Magno. El tiempo cíclico tampoco dejaba mucho espacio para el concepto de evolución. La fructífera idea de que puede haber innovaciones genuínas en el mundo.
Es cierto, de andar arrastrando las manos por el suelo, hemos llegado a la mesa del Ordenador, o, como mas me gusta definir lo ocurrido realmente: Desde la copa de los árboles la evolución nos ha llevado al Espacio exterior, a las estrellas lejanas mediante los pensamientos complejos que hemos llegado a desarrollar.
Los griegos sabían que el mundo cambia y que algunos de sus cambios eran graduales. Al vivir como vivían con el mar a sus pies y las montañas a sus espaldas, se daban cuenta de que las olas erosionan la tierra y estaban familiarizados con el extraño hecho de que las conchas y fósiles de animales marinos pueden encontrarse en cimas montañosas muy por encima del nivel del mar. Al menos dos de los hallazgos esenciales de la ciencia moderna de la geología -que pueden formarse montañas a partir de lo que fue el lecho marino, y que pueden sufrir la erosión del viento y del agua- ya eran mencionadas en épocas tan tempranas como el siglo IV a. C.
Desde un punto de vista científico, la implicación más perniciosa del catastrofísmo fue que cortó el pasado del presente, como la astrofísica de Aristóteles había divorciado lo etéreo de lo mundano. Al relegar los principales cambios geológicos a poderosas fuerzas sobrenaturales que sólo se habían manifestado en la historia temprana de la Tierra, el catastrofismo excluyó la extrapolación a la historia de leyes científicas cosechadas del mundo actual. El geólogo escocés Charles Lyell escribió: “Nunca hubo un dogma más calculado para alentar la indolencia y embotar la curiosidad que este supuesto de la discordancia entre las causas anteriores y las actuales del cambio.” A darwin, cuya lectura eran los escritos de Lyell, le inspiraron estas ideas.
Está claro que con el paso del Tiempo siempre viaja la Evolución, no sólo ya del Universo, sino de nuestras Mentes que pueden imaginar, razonar, inventar y descubrir como hacer cosas nuevas, como crear la tecnología que nos permite llegar hasta lugares imposibles en el ámbito de lo muy pequeño y de lo muy grande, y, no digamos del Arte y de las Ciencias.
Recordemos que el Libro de Lyell convirtió el viaje de Darwin, en el bergantín Beagle, en un viaje en el tiempo. Darwin comenzó a leerlo inmediatamente, en su litera, mientras sufría los primeros de los muchos mareos que le atormentarían durante los cinco años siguientes. Construir una teoría de base empírica como la que realizó Darwin de la evolución, requiere no solo datos de observación, sino también una hipótesis organizadora, y, esa hipótesis, fue olvidada por aquellos griegos del universo cíclico.
Los cielos de nuestros antepasados se cernían a baja altura sobre sus cabezas. Cuando los antiguos astrónomos sumerios, chinos o coreanos subían los escalones de sus anchos y bajos zigurats de piedra para estudiar las estrellas, tenían razón para suponer que de ese modo lograban una visión mejor, no, como diríamos hoy, porque así dejaban atrás un poco de polvo y de aire turbulento, sino porque se acercaban considerablemente a las estrellas.
Zigurats del arte sumerio, para ver las estrellas en un ámbito religioso
Los egipcios, por ejmplo, consideraban el cielo como una especie de toldo de tienda de campaña, apoyado en las montañas que señalaban los cuatro rincones de la Tierra, y como las montañas no eran muy altas, tampoco lo eran, presumiblemente, los cielos; las gigantescas constelaciones egipcias revoloteaban cerca de la Humanidad, tan próximas como una madre que se inclina para besar a su hijo dormido.
La Gran Pirámide y la Esfinge de Giza
El Sol griego estaba tan cerca que Ícaro tan sólo había alcanzado una altura de unos pocos miles de metros cuando el calor del astro fundió la cera de sus alas, arrojando al pobre muchacho al inhóspito Egeo. Tampoco las estrellas griegas estaban mucho más distantes; cuando Faetón perdió el control del Sol, viró hacia las estrellas tan repentinamente como un carro desviado que choca contra un poste indicador, y luego rebotó hacia la Tierra (tostándo a los etíopes en su descenso).
Ícaro es hijo del arquitecto Dédalo constructor del laberinto de Creta, y de una esclava llamada Nñáucrate. Estaba retenido junto a su padre en la isla de Creta por el rey de la isla, llamado Minos.
Dédalo decidió escapar de la isla, pero dado que Minos controlaba la tierra y el mar, Dédalo se puso a trabajar para fabricar alas para él y su joven hijo Ícaro. Enlazó plumas entre sí uniendo con hilo las plumas centrales y con cera las laterales, y le dio al conjunto la suave curvatura de las alas de un pájaro. Ícaro a veces corría a recoger del suelo las plumas que el viento se había llevado o ablandaba la cera.
Cuando al fin terminó el trabajo, Dédalo batió sus alas y se halló subiendo y suspendido en el aire. Equipó entonces a su hijo de la misma manera, y le enseñó cómo volar. Cuando ambos estuvieron preparados para volar, Dédalo advirtió a Ícaro que no volase demasiado alto porque el calor del sol derretiría la cera, ni demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no podría volar.
Claro que, de ninguna manera podemos criticar las creencias de aquellos antecesores nuestros que, de alguna manera, nos prepararon el camino a seguir, y, de hecho, muchas de sus costumbres relacionadas con el cosmos y las estrellas que lo pueblan nos dejaron bellas anécdotas:
“Cuando se eleva el Gran Orión, pon a tus esclavos
A aventar el sagrado grano de Démeter
En la ventosa y desgastada era…
Luego da un repaso a tus esclavos; desunce tu yunta.
Pero cuando Orión y Sirio se desplacen
A la mitad del cielo, y Arturo acompaña
A la rosada Aurora, entonces Perseo, arranca
Las uvas arracimadas y lleva la cosecha a tu casa…
Cuando el gran Orión se sumerje el tiempo ha llegado
De arar, y, oportunamente, muere el viejo año.”
Los cazadores recolectores que precedieron a los agricultores también usaron el cielo como calendario. Todas aquellas civilizaciones antiguas miraban a los cielos y a las estrellas para saber, en cada momento, qué era lo que tenían que hacer. Hasta en sus viajes eran las estrellas sus guías.
El modelo geocéntrico.
El modelo geocentrico lo propuso aristoteles y este consiste en lo siguiente: la tierra esta inmovil y aparece en el centro del universo, esta rodeada por ocho esferas concentricas que transportan el sol, la luna, los planetas conocidos y las estrellas fijas; el universo es finito.
Ptolomeo revisó las ideas de Aristóteles y fue el que consagró el modelo geocéntrico que permitía predecir el movimiento aparente de los planetas.
La diminuta escala de esos primeros modelos del cosmos era el resultado del supuesto de que la Tierra está situada, inmóvil, en el centro del universo. Si la Tierra no se mueve, entonces deben hacerlo las estrellas: la esfera estrellada debe rotar en su eje una vez al día para llevar a tiempo las estrellas apiñadas sobre nuestras cabezas, y cuanto mayor sea la esfera, tanto más rápidamente debe rotar. Si tal cosmos fuese muy grande, la velocidad requerida para la esfera celeste sería irrazonablemente alta.
Cuando hizo acto de presencia en escena Aristarco, cuya cosmología heliocéntrica se adelantó a la de Copérnico en unos mil setecientos años, las cosas cambiaron para mejor y el concepto del universo tomó otros senderos más en consonancia con la realidad. Aristarco era oriundo de Samos, una isla boscasa cercana a la costa de Asia Menor, donde Pitágoras, tres siglos antes, había proclamado por primera vez que “todo es número”. Discípulo de Estrabón de lampsaco, Jefe de la escuela peripatética fundada por Aristóteles, Aristarco era un hábil geómetra que se sentía atraído por la tercera dimensión, y trazaba en su mente vastas figuras geométricas que no sólo se extendían por el cielo, sino también por las profundidades del espacio.
Él, antes que Copérnico, nos habló del Sistema solar auténtico
Las adelantadas ideas de Aristarco nunca fueron reconocidas en su tiempo, y, tuvieron que pasar muchos siglos para que, Copérnico, hiciera suyas sus ideas y triunfara con la idea que antaño dejó Aristarco para las generaciones venideras. Así, el premio Nobel del reconocimiento popular, se lo llevó Copérnico por ideas de Aristarco.
Lástima que no se pueda seguir las teorías de Aristarco por haberse perdido el libro en el que proponía la teoría heliocéntrica. Sabemos de él por un informe escrito alrededor del 212 a.C. por el geómetra Arquímedes que, escribió un artículo titulado “El contador de Arena” y, muchas de sus teorías allí reseñadas, se basaron en las ideas de Aristarco de Samos.
El reportaje que aquí habeis podido leer, ha sido, en realidad, como el ir divagando sin rumbo de un lado a otro, y, al hablar de cuestiones dispersas, parece que, de nada hemos hablado. Sin embargo, ahí quedan las ideas y los hechos comentados que, de seguro, para algunos lectores habrán sido de interés.
emilio silvera
Ago
3
La importancia de la Ciencia Ficción para la Ciencia
por Emilio Silvera ~ Clasificado en Ciencia futura ~ Comments (0)
Expertos en la relación entre el avance de la tecnología y su reflejo en la literatura y el cine reflexionan sobre el futuro al que hemos llegado y el que aún nos espera.
Tablets en la película 2001: Odisea en el espacio, de Stanley Kubrick. E.E.
Cuentan que cuando a Heinrich Hertz le preguntaron sobre las posibles aplicaciones de su descubrimiento, que hoy conocemos como ondas de radio, respondió: “No tiene utilidad de ninguna clase”. Los científicos descubren, pero no están necesariamente obligados a adivinar las consecuencias de sus hallazgos; para sacar partido a la ciencia ya están los ingenieros y tecnólogos. Sin embargo, en ocasiones las ideas de éstos se nutren de otro estante de la biblioteca diferente del de las revistas científicas: el de la imaginación humana volcada en forma de profecía tecnológica, o lo que solemos llamar ciencia ficción.
¿Realmente los innovadores se inspiran en la ciencia ficción? “Trabajé en startups de alta tecnología durante diez años antes de escribir mi primera novela; leía sobre todo ciencia ficción y me ayudó a nutrir mi imaginación”, cuenta a EL ESPAÑOL el estadounidense A. G. Riddle, tecnólogo antes de convertirse en uno de los autores de ciencia ficción más pujantes del momento. Su trilogía The Origin Mystery ha vendido más de un millón de copias y actualmente se está llevando al cine, lo mismo que su novela más reciente, Departure.
El caso de Riddle no es único; probablemente está en la mente de todos el de Julio Verne, a menudo considerado un profeta de la ciencia y la tecnología. Como se encargó de recordarnos la exposición celebrada este año en Madrid, el Nautilus de 20.000 leguas de viaje submarino sirvió de inspiración a Isaac Peral para crear su prototipo; hasta tal punto que el entonces presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo, tachó al ingeniero de “Quijote” que había “perdido el seso leyendo la novela de Julio Verne”.
¿Qué ingeniero o tecnólogo no se ha sentido motivado por las historias de grandes clásicos como Verne, H. G. Wells, Ray Bradbury o Arthur C. Clarke, o por las grandes películas y series del género? “Conozco gente que trabaja en robótica que se inspiró leyendo ciencia ficción, y hay gente trabajando en la NASA que se ha inspirado leyendo a Clarke”, apunta a este diario Andy Sawyer, editor, crítico y administrador de la colección de la Fundación de Ciencia Ficción en la biblioteca de la Universidad de Liverpool, la mayor fuente de recursos del género en Reino Unido.
Inventos de papel
El joven atlético que era el héroe de aventuras fantásticas
Juan Miguel Aguilera, uno de los autores más importantes del panorama español de la ciencia ficción, señala a EL ESPAÑOL que la compañía Apple reconoció haberse inspirado en las tabletas de la película 2001: Una odisea del espacio para la creación de su iPad, y que incluso el diseño de los electrodomésticos y automóviles de los años 50 y 60 del siglo pasado debe su estilo a los cómics de Flash Gordon. Los viajes espaciales y los cohetes en las novelas de Wells, el GPS en los relatos de Clarke o la robótica y la inteligencia artificial en Asimov son ejemplos de avances que aparecieron imaginados en las páginas de la literatura antes de nacer en el mundo real, enumera Paul Levy, escritor e investigador de gestión de la innovación en la Universidad de Brighton (Reino Unido). “La mayoría de las grandes innovaciones fueron avanzadas antes por la ciencia ficción”, resume Levy a este diario.
Uno de los ejemplos más citados es el teléfono móvil, cuyos antecedentes se remontan al comunicador de Star Trek, incluso en el diseño de los terminales plegables que comenzó a popularizar Motorola. “Lo vieron en la serie y pensaron que era cool”, dice Sawyer; “aunque los teléfonos moviles en la ciencia ficción aparecieron antes, al menos en los años 50, en los personajes de las novelas para niños de Robert A. Heinlein”, precisa.
El capitán Kirk con un intercomunicador. E.E.
Y cómo no, ahí tenemos internet: Levy apunta que su precursor en la ficción fue La máquina se detiene (1909), el único relato de ciencia ficción que escribió el británico E. M. Forster, autor de Pasaje a la India y Una habitación con vistas. Aguilera añade otra anticipación de la red en el cuento Un lógico llamado Joe (1946), de Murray Leinster, mientras Sawyer señala que Neuromante (1984), de William Gibson, fue una guía para la creación del ciberespacio tal como hoy lo conocemos; “mucha gente que trabaja en tecnologías de internet y comunicaciones lo leyó en los 80 y pensó: ¡ESO es lo que queremos!”, dice.
La influencia de la ficción en la innovación no se restringe a la electrónica. La clonación de organismos, la ingeniería genética, la creación de tejidos y órganos o la nanotecnología también saltaron de las páginas y de la pantalla a la realidad. Uno de los ejemplos actuales más curiosos tiene su origen en la novela de Harry Harrison ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! (1966), que presentaba una Tierra superpoblada cuyos habitantes se alimentaban con un producto compuesto por soja y lentejas llamado Soylent (SOY + LENTtils, o soja y lentejas).
Fotograma de la película Soylent. E.E.
Basándose en la idea, una compañía de Los Ángeles ha lanzado un Soylent real, un preparado líquido completo, saludable y barato que se presenta como alternativa sana a la llamada comida basura. Claro que en la versión cinematográfica de la novela, Soylent Green (Cuando el destino nos alcance), dirigida en 1973 por Richard Fleischer y protagonizada por Charlton Heston y Edward G. Robinson, el Soylent estaba en realidad fabricado con… restos humanos.
Inspiración mutua
Pero pese a todo lo anterior, los expertos advierten de que no siempre la realidad imita a la ciencia ficción, sino que la relación entre ambas es ambivalente. Para Sawyer, “a menudo algo se da a conocer a través de la ciencia ficción, pero sus raíces están en la ciencia y tecnología reales, sólo que el escritor conoce mejor lo que se está haciendo que el público en general”. Por ejemplo y regresando al caso de Verne y sus 20.000 leguas, el escritor, editor y profesor de la Universitat Politècnica de Catalunya Miquel Barceló recuerda que el autor francés se basó a su vez en un submarino creado por el estadounidense Robert Fulton, quien en 1805 presentó su invento a Napoleón Bonaparte. “Para más inri, ese submarino real llevaba el nombre de Nautilus”, cuenta Barceló a EL ESPAÑOL.
Gracias a esa relación mutua entre la ciencia y la ficción, hoy estamos en el camino hacia las cámaras tan finas como una tarjeta de crédito, los motores moleculares, tatuajes adhesivos que vigilan nuestra salud 24 horas al día, miembros biónicos que se controlan con la mente o sistemas que permiten a los ciegos ver mediante sonidos. La realidad virtual ya es realidad real. Imprimimos en 3D. Los coches que se conducen solos ya están rodando por las calles. Existen prototipos que acercan a la realidad el tricorder de Star Trek, un escáner portátil para detectar enfermedades a distancia. Pronto saldrán al mercado dosmodelos de jetpacks, esos motores que se fijan a la espalda para volar como Iron Man. “No nos damos cuenta, pero ya vivimos en el futuro que imaginamos, aunque no llevemos trajes plateados ni tengamos coches voladores”, dice Aguilera.
En la película El quinto elemento
Los coches voladores son precisamente una de las eternas promesas que nunca se cumplen. Aunque varias empresas trabajan en ello, el transporte aéreo personal se enfrenta a serios problemas de regulación, además de los puramente tecnológicos. Pero tal vez sean otras las innovaciones que transformarán nuestras vidas en los próximos años o décadas. Los expertos consultados por este diario destacan las energías renovables y baratas, los robots de ayuda personal, la conexión cerebro-máquina o incluso la clonación humana. Y no podía faltar la inteligencia artificial aplicada a lo cotidiano: “Aprenderá nuestros hábitos, se anticipará a nuestras necesidades, automatizará nuestros hogares y conducirá nuestros coches”, vaticina Riddle. “Guiará nuestra vida diaria”, resume el autor.
Precisamente esta especie de outsourcing de nuestra inteligencia abre uno de los caminos más intrigantes sobre lo nuevo que ha de venir. Más allá de los avances en el hardware, el manejo de los datos mediante algoritmos más avanzados es una de las áreas que revolucionarán la sociedad. El consultor de marketing Emil Kotomin dibuja un futuro en el que Floyd, nombre con el que bautiza a un hipotético robot personal inteligente, gobernará por entero nuestras vidas. Hasta tal punto que la publicidad ya no irá dirigida hacia nosotros, sino hacia Floyd, dado que él tomará las decisiones sobre qué consumimos, una vez que conozca nuestros gustos. Será, augura Kotomin, la nueva era del “marketing de máquina a máquina”.
Uno de los modelos de jet-pack comercializados. Jet Pack Aviation
“La creación de una máquina pensadora a la que podamos derivar las tareas más mundanas lleva progresando desde mediados del siglo XIX”, expone Kotomin a EL ESPAÑOL. “Y el big data es el combustible”, añade. El consultor predice que en años venideros el control recaerá en el software en la nube: “los frigoríficos inteligentes buscarán ofertas y concertarán las entregas, con poca o nula intervención humana en ambos lados”. El problema, agrega Kotomin, es que esto no necesariamente hará nuestras vidas más plenas. Lo condensa en un ejemplo anecdótico: “Si todo deja de funcionar, ni siquiera tendremos velas para alumbrarnos, ya que basándose en mi historial de compras, Floyd no las habrá comprado”, escribe.
Sueños y temores
Con todo, los expertos advierten de que la imagen popular de la ciencia ficción como pronóstico tecnológico es una deformación; “en realidad esto lo hace bastante mal”, opina Sawyer. Como ejemplo, cita precisamente nuestro aparato de cabecera: “La manera en la que hoy usamos los teléfonos móviles, que son mucho más que dispositivos de comunicación, es algo nuevo que no está en la ficción”. Y es que, como subraya Barceló, lo importante de la ciencia ficción no son los gadgets “sino cómo los humanos los usamos y reaccionamos ante ellos”. “Somos los seres humanos los que damos sentido a la tecnología”, sentencia.
En resumen, lo que los expertos destacan de la ciencia ficción no es su capacidad de imaginar nuevas tecnologías, sino de explorar el cambio social que propiciarán, tal como ya lo han hecho internet, las redes sociales y las comunicaciones móviles. El problema es que no siempre el resultado de ese análisis es muy halagüeño. Desde Nosotros a Un mundo feliz o 1984, los maestros del género nos han alertado de los riesgos que nos esperan en el camino. La ciencia ficción trata, según Sawyer, sobre cómo pensamos y soñamos el futuro, pero para Aguilera esto incluye también “extrapolar los problemas del presente”. Y en un mundo siempre convulso, esos problemas pueden ahogar todo atisbo de esperanza, como cualquier repaso a la ciencia ficción se encargará de recordarnos.
Tal vez en exceso: en 2011, el escritor Neal Stephenson creó el Proyecto Hieroglyph, una llamada a los autores de ciencia ficción para que abandonen el pesimismo de la distopía y traten de recuperar el espíritu que ha servido de inspiración al progreso, el que Verne cultivó con el entusiasmo de la fe en el porvenir y en el empuje del ser humano. “Tenemos que mirar más allá del mundo en el que vivimos para imaginar el mundo que podría ser, y eso es exactamente lo que hace la ciencia ficción”, dice Riddle.
Para Barceló, este género que mueve legiones puede enseñarnos que “hay otras maneras de vivir, de organizar la política, de relacionarnos unos con otros”. Al fin y al cabo, si algo sabemos con seguridad sobre el mañana es que llegará. Y en palabras de Barceló, “la ciencia ficción es un maravilloso aprendizaje para vivir en el futuro”.