viernes, 22 de noviembre del 2024 Fecha
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El Valle del Indo

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Rumores del Saber    ~    Comentarios Comments (1)

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La misteriosa escritura del Valle del Indo que tiodavía no ha sido descifrada

Ha habido más de 100 intentos por descifrar la escritura del Indo desde los años 20 del siglo pasado, y lo más discutido son cuántos signos tiene. No tan conocida por el gran público pero tan importante como la antigua Mesopotamia o el antiguo Egipto, la civilización de Valle del Indo es una de las más antiguas y más interesantes de la Antigüedad.


 


Ocupaba una extensión de unos 1.300.000 kilómetros cuadros a lo largo del río del que toma nombre y sus afluentes en el noroeste de Pakistán e India. Se calcula que tendría unos 1.000 asentamientos urbanos de los que al menos 5 de ellos serían grandes ciudades como Mohenjo-Daro y Harappa, que florecieron en su época de mayor esplendor, es decir, entre el 2600 y 1900 AC.

Estas ciudades de la civilización del Valle del Indo tenían un plano complejo de calles, sistemas de alcantarillado cubiertos y los baños públicos más antiguos del mundo.

Las relaciones comerciales con otras civilizaciones próximas como la mesopotámica han sido puestas de relieve por los arqueólogos. Una tienda de Harappa se encontró en la ciudad de Eshunna, a unas 20 millas de Bagdag, y objetos de lujo de la propia Harappa han sido hallados en excavaciones en ciudades como Ur.

Pero esta civilización del Valle del Indo nos ha dejado una herencia que es todavía una incógnita: su escritura no ha podido ser descifrada como la que aparece en los jeroglíficos cretenses o la escritura Rongorongo de la Isla de Pascua.

La encontramos en tablillas de barro, objetos de metal y piedras lisas utilizadas como sellos. Se trata de una escritura en parte pictográfica que muestra motivos humanos y animales, pero su significado y organización es todo un misterio.

No tenemos a día de hoy información sobre la lengua subyacente de esta escritura. Algunos investigadores hindús creen que la escritura se podría leer como una forma ancestral del sánscrito, pues el Hindi, uno de los idiomas oficiales de la India, se basa en él.

Sin embargo, la escritura del Indo podría estar relacionada con otras familias de idiomas de la India, lo mismo que la familia del dravidiano meridional, que incluye también el tamil.

La escritura no hace referencia a ningún personaje o líder que aparezca en otros textos históricos de otra civilización como ocurre con el faraón Ramsés II, que lo encontramos en textos griegos que hablan de los antiguos egipcios.

Además, a día de hoy, no se cuenta con un epígrafe como la piedra de Rosetta, que fue clave pare descifrar los jeroglíficos egipcios, para la escritura del Indo.

 

 

 

 

En 1982 el arqueólogo indio Shikaripura Ranganatha Rao publicó un estudio en el que afirma que la escritura está basada en el sánscrito y contiene solo 62 signos. No obstante, en 1994, el investigador finlandés Asko Parpola describió 425 signos; fue secundado por Iravatham Mahadevan, el más destacado investigador de esta escritura.

Andrew Robinson, de Nature, apunta que la mayoría de los investigadores creen que hay demasiados signos en la escritura del Indo para que sea un alfabeto o un silabario, en el que los signos representan sílabas. Por el contrario, lo más probable es que sea una escritura logo silábica, que mezcla cientos de símbolos por palabras y conceptos, y un menor número de signos que representan sílabas.

La evidencia se inclina por que esta escritura está escrita en un idioma proto-dravidiano. Algunos investigadores han sido capaces de descifrar el significado de algunos grupos de signos usando el viejo tamil.

Se espera que la excavación de más enclaves arqueológicos en el valle del río Indo, no llega al 10 por ciento los lugares excavados, revele a la comunidad científica el misterio de esta escritura.

La sequía y la bajada del caudal del río de la India Shamala revela una arqueología secreta y desconocida.

 

EL VALLE DEL INDO

Por primera vez en la historia, una combinación de la sequía y el consumo excesivo de agua han empujado al río en la India, el río Shamala en Karnataka a sus límites, revelando bajo sus secretos que han conmocionado a la comunidad arqueológica. El retroceso DEL río ha revelado la presencia de miles de Shivas Lingas que fueron tallados en tiempos remotos a largo del lecho del río.
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El lugar denominado “Sahasralinga” (Shiva mil lingas en sánscrito) se ha convertido en un lugar de peregrinación muy importante y miles de personas visitan Sahasralinga ofrecer sus oraciones al Señor Shiva. Shiva Shiva Lingas lingas o Lingam es una representación del dios hindú Shiva, se emitió en los templos para el culto.
Situado cerca de Sirsi, en el estado de Karnataka, Sashasralinga es uno de los lugares más bellos de todo el país, lo que representa el poder divino, y energía positiva. Las innumerables lingas shiva descubiertos debido al proyecto son la prueba de que hay una serie de lugares en nuestro planeta que todavía mantienen en secreto de nuestros antepasados, de los secretos que están poco a poco saliendo al mundo, así que espero que puedan conservarlos adecuadamente y pagar respecto a su tradición y valor histórico.
Estas son algunas de las imágenes de las esculturas increíbles en el río Shamala.
Disfrute de las imágenes!
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Todo resulta muy misterioso.
El paso inexorable del Tiempo barra muchas de las huellas que nos hablarían de lo que pasó.
Es Probable que el Valle del Indo sea la Civilización más antigua conocida, superando a la Egipcia y Sumeria.
fuente original/ancient-code.com

 

¿Un Universo Cíclico?

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Cosmología de los Antiguos pueblos    ~    Comentarios Comments (0)

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Su inexorable transcurrir lo cambia todo. El Tiempo nació con el Universo, y, después del comienzo del Tiempo, nada sería igual siempre, todos los objetos inertes o no, acusarían su paso asimilando a su inseparable compañeta: ¡La Entropía!

“La idea principal que está presente en todas nuestras investigaciones

y que acompaña a toda nuestra Observación,

el sonido que en el oído del estudioso de la Naturaleza

parece resonar continuamente en toda parte de su obra es:

¡Tiempo! ¡Tiempo! ¡Tiempo!”

George Scrope

Ellos creían que, como las Estaciones, el tiempo era cíclico

La concepción del Tiempo que predominaba en la antigua Grecia era cíclica, y tan cerrada como las esferas cristalinas en las que Aristóteles aprisionaba el espacio cósmico. Platón, Aristóteles, Pitágoras y los estoícos, todos ellos, sostenían la idea, heredada de una antigua creencia caldea, de que la historia del universo consistía en una serie de “grandes años”, cada uno de los cuales era de un ciclo de duración no especificada que terminaba cuando todos los planetas estaban en conjunción, provocando una catástrofe de cuyas cenizas empezaba el siguiente ciclo de nuevo.

          El Universo era infinito y se renovaba cíclicamente a partir del Caos destructor surgía el Nuevo

Se pensaba que este proceso tenía lugar desde siempre. Según el razonamiento de Aristóteles, con una lógica tan circular como el movimiento de las estrellas, sería paradójico pensar que el Tiempo ha tenido un comienzo en el tiempo, de modo que los ciclos cósmicos deben reproducirse continuamente.

La concepción cíclica del Tiempo no carecía de encantos. Expresaba un hastío del mundo y un elegante fatalismo del género que a menudo atrae a las personas con inclinaciones filosóficas, un tinte conservado en forma indeleble por el historiador Islámico Ahmad ibn Ábd al- Ghaffar, quien relató una parábola del eterno retorno.

Una y otra vez, en nuestro Universo, se repiten las mismas transiciones o cambios de fase que lo regeneran una y otra vez: Estrellas que al final de sus vidas explotan como supernovas, Dejando Nubes estelares gigantes de las que vuelven a surgir nuevas estrellas que, de nuevo, vuelven a brillar durante millones o miles de millones de años para empezar otro ciclo. Esa es, la verdadera dinámica del Universo:  la Destrucción-Creación de la que se vale para luchar contra la Entropía. Es decir, ¿vida después de la muerte?

Claro que, en aquellos tiempos, el Universo cíclico era tomado literalmente y les sugería una especie de inmortalidad. Como Eudemo de Rodas, discípulo de Aristóteles, decía a sus propios discípulos: “Si creéis a los pitagóricos, todo retornará con el tiempo en el mismo orden numérico, y yo conversaré con vosotros con el bastón en la mano y vosotros os sentaréis como estais sentados ahora, y lo mismo sucederá con toda otra cosa.” Por estas o por otras razones, el tiempo cíclico aún es popular hoy, y muchos cosmólogos defienden modelos del “universo oscilante”, en los que se supone que la expansión del universo en elgún momento se detendrá y será seguida por un colapso cósmico en los fuegos purificadores del siguiente big bang. Sin embargo, la Densidad Crítica observada, no avala tal pensamiento.

Con relativa frecuencia, un científico determinado, o un grupo de ellos, nos advierten que nos dirigimos irremisiblemente al colapso, mientras que otros, por el contrario, vislumbran un mundo feliz.

No parece, que ninguna de las dos opciones estén basadas en una realidad científica en la que podamos confiar. La primera, la del colapso, no viene apoyada por los datos obtenidos en las observaciones del Universo que, siendo múltiples y obtenidas por distintos medios y en distintas regiones del espacio interestelar cosmológico, parecen coincidir en el hecho cierto de que, la Densidad Crítica, es decir, la Densidad Media de materia requerida para que la Gravedad detenga la Expansión y se produzca el “colapso” del Universo, no es tan alta como para que eso sea posible. La Densidad crítica es de alrededor de 10-29 gramos por cm3, es decir, se ajusta al Modelo que tiene justamente la Densidad Crítica necesaria para que se esté expandiendo para siempre, es el Modelo de Einstein- De Sitter.Parece que nuestro Universo, se expandirá sin ninguna parada, sino que, por el contrario, cada vez lo hará más rápidamente hasta que, el frío del cero absoluto, lo haga un universo muerto, sin vida.

Las galaxias se alejaran las unas de las otras y la temperatura del Universo decaerá hasta el cero absoluto, allí, nada se mueve y la vida, no podría estar presente. ¿Tendremos que buscar otros caminos para preservar la especie? ¿Existen en realidad esos caminos? ¿Habrá Universos paralelos en los que poder refugiarnos? Tantas preguntas denotan nuestra enorme ignorancia. Claro que, el pensamiento principal al que debemos acudir en tales circunstancias es el de si, para entonces, estaríamos nosotros aquí.

Pero sigamos con el universo cíclico de los griegos. Pese a todos sus aspectos felices, la vieja doctrina de la historia infinita y cíclica tenía el pernicioso efecto de tender a desalentar los intentos de sondear la genuina extensión del pasado. Si la historia cósmica sonsistía en una serie interminable de repeticiones inunterrumpidas por destrucciones universales, entonces era imposible determinar cual era realmente la edad total del universo. Un pasado cíclico infinito es por definición inconmensurable, es un “tiempo fuera de la mente”, como solía decir Alejandro Magno. El tiempo cíclico tampoco dejaba mucho espacio para el concepto de evolución.  La fructífera idea de que puede haber innovaciones genuínas en el mundo.

Es cierto, de andar arrastrando las manos por el suelo, hemos llegado a la mesa del Ordenador, o, como mas me gusta definir lo ocurrido realmente: Desde la copa de los árboles la evolución nos ha llevado al Espacio exterior, a las estrellas lejanas mediante los pensamientos complejos que hemos llegado a desarrollar.

Los griegos sabían que el mundo cambia y que algunos de sus cambios eran graduales. Al vivir como vivían con el mar a sus pies y las montañas a sus espaldas, se daban cuenta de que las olas erosionan la tierra y estaban familiarizados con el extraño hecho de que las conchas y fósiles de animales marinos pueden encontrarse en cimas montañosas muy por encima del nivel del mar. Al menos dos de los hallazgos esenciales de la ciencia moderna de la geología -que pueden formarse montañas a partir de lo que fue el lecho marino, y que pueden sufrir la erosión del viento y del agua- ya eran mencionadas en épocas tan tempranas como el siglo IV a. C.

Desde un punto de vista científico, la implicación más perniciosa del catastrofísmo fue que cortó el pasado del presente, como la astrofísica de Aristóteles había divorciado lo etéreo de lo mundano. Al relegar los principales cambios geológicos a poderosas fuerzas sobrenaturales que sólo se habían manifestado en la historia temprana de la Tierra, el catastrofismo excluyó la extrapolación a la historia de leyes científicas cosechadas del mundo actual. El geólogo escocés Charles Lyell escribió: “Nunca hubo un dogma más calculado para alentar la indolencia y embotar la curiosidad que este supuesto de la discordancia entre las causas anteriores y las actuales del cambio.” A darwin, cuya lectura eran los escritos de Lyell, le inspiraron estas ideas.

Está claro que con el paso del Tiempo siempre viaja la Evolución, no sólo ya del Universo, sino de nuestras Mentes que pueden imaginar, razonar, inventar y descubrir como hacer cosas nuevas, como crear la tecnología que nos permite llegar hasta lugares imposibles en el ámbito de lo muy pequeño y de lo muy grande, y, no digamos del Arte y de las Ciencias.

Recordemos que el Libro de Lyell convirtió el viaje de Darwin, en el bergantín  Beagle, en un viaje en el tiempo. Darwin comenzó a leerlo inmediatamente, en su litera, mientras sufría los primeros de los muchos mareos que le atormentarían durante los cinco años siguientes. Construir una teoría de base empírica como la que realizó Darwin de la evolución, requiere no solo datos de observación, sino también una hipótesis organizadora, y, esa hipótesis, fue olvidada por aquellos griegos del universo cíclico.

Los cielos de nuestros antepasados se cernían a baja altura sobre sus cabezas. Cuando los antiguos astrónomos sumerios, chinos o coreanos subían los escalones de sus anchos y bajos zigurats de piedra para estudiar las estrellas, tenían razón para suponer que de ese modo lograban una visión mejor, no, como diríamos hoy, porque así dejaban atrás un poco de polvo y de aire turbulento, sino porque se acercaban considerablemente a las estrellas.

               Zigurats del arte sumerio, para ver las estrellas en un ámbito religioso

Los egipcios, por ejmplo, consideraban el cielo como una especie de toldo de tienda de campaña, apoyado en las montañas que señalaban los cuatro rincones de la Tierra, y como las montañas no eran muy altas, tampoco lo eran, presumiblemente, los cielos; las gigantescas constelaciones egipcias revoloteaban cerca de la Humanidad, tan próximas como una madre que se inclina para besar a su hijo dormido.

File:General Custer - Sphinx and pyramid (by).jpg

                                                                 La Gran Pirámide y la Esfinge de Giza

El Sol griego estaba tan cerca que Ícaro tan sólo había alcanzado una altura de unos pocos miles de metros cuando el calor del astro fundió la cera de sus alas, arrojando al pobre muchacho al inhóspito Egeo. Tampoco las estrellas griegas estaban mucho más distantes; cuando Faetón perdió el control del Sol, viró hacia las estrellas tan repentinamente como un carro desviado que choca contra un poste indicador, y luego rebotó hacia la Tierra (tostándo a los etíopes en su descenso).

Ícaro es hijo del arquitecto Dédalo constructor del laberinto de Creta,  y de una esclava llamada Nñáucrate. Estaba retenido junto a su padre en la isla de Creta por el rey de la isla, llamado Minos.

Dédalo decidió escapar de la isla, pero dado que Minos controlaba la tierra y el mar, Dédalo se puso a trabajar para fabricar alas para él y su joven hijo Ícaro. Enlazó plumas entre sí uniendo con hilo las plumas centrales y con cera las laterales, y le dio al conjunto la suave curvatura de las alas de un pájaro. Ícaro a veces corría a recoger del suelo las plumas que el viento se había llevado o ablandaba la cera.

Cuando al fin terminó el trabajo, Dédalo batió sus alas y se halló subiendo y suspendido en el aire. Equipó entonces a su hijo de la misma manera, y le enseñó cómo volar. Cuando ambos estuvieron preparados para volar, Dédalo advirtió a Ícaro que no volase demasiado alto porque el calor del sol derretiría la cera, ni demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no podría volar.

Claro que, de ninguna manera podemos criticar las creencias de aquellos antecesores nuestros que, de alguna manera, nos prepararon el camino a seguir, y, de hecho, muchas de sus costumbres relacionadas con el cosmos y las estrellas que lo pueblan nos dejaron bellas anécdotas:

La gran nebulosa de Orión

“Cuando se eleva el Gran Orión, pon a tus esclavos

A aventar el sagrado grano de Démeter

En la ventosa y desgastada era…

Luego da un repaso a tus esclavos; desunce tu yunta.

Pero cuando Orión y Sirio se desplacen

A la mitad del cielo, y Arturo acompaña

A la rosada Aurora, entonces Perseo, arranca

Las uvas arracimadas y lleva la cosecha a tu casa…

Cuando el gran Orión se sumerje el tiempo ha llegado

De arar, y, oportunamente, muere el viejo año.”

Los cazadores recolectores que precedieron a los agricultores también usaron el cielo como calendario. Todas aquellas civilizaciones antiguas miraban a los cielos y a las estrellas para saber, en cada momento, qué era lo que tenían que hacer. Hasta en sus viajes eran las estrellas sus guías.

                                         El modelo geocéntrico.

El modelo geocentrico lo propuso aristoteles y este consiste en lo siguiente: la tierra esta inmovil y aparece en el centro del universo, esta rodeada por ocho esferas concentricas que transportan el sol, la luna, los planetas conocidos y las estrellas fijas; el universo es finito.

Ptolomeo revisó las ideas de Aristóteles y fue el que consagró el modelo geocéntrico que permitía predecir el movimiento aparente de los planetas.

La diminuta escala de esos primeros modelos del cosmos era el resultado del supuesto de que la Tierra está situada, inmóvil, en el centro del universo. Si la Tierra no se mueve, entonces deben hacerlo las estrellas: la esfera estrellada debe rotar en su eje una vez al día para llevar a tiempo las estrellas apiñadas sobre nuestras cabezas, y cuanto mayor sea la esfera, tanto más rápidamente debe rotar. Si tal cosmos fuese muy grande, la velocidad requerida para la esfera celeste sería irrazonablemente alta.

Cuando hizo acto de presencia en escena Aristarco, cuya cosmología heliocéntrica se adelantó a la de Copérnico en unos mil setecientos años, las cosas cambiaron para mejor y el concepto del universo tomó otros senderos más en consonancia con la realidad. Aristarco era oriundo de Samos, una isla boscasa cercana a la costa de Asia Menor, donde Pitágoras, tres siglos antes,  había proclamado por primera vez que “todo es número”. Discípulo de Estrabón de lampsaco, Jefe de la escuela peripatética fundada por Aristóteles, Aristarco era un hábil geómetra que se sentía atraído por la tercera dimensión, y trazaba en su mente vastas figuras geométricas que no sólo se extendían por el cielo, sino también por las profundidades del espacio.

 Él, antes que Copérnico, nos habló del Sistema solar auténtico

Las adelantadas ideas de Aristarco nunca fueron reconocidas en su tiempo, y, tuvieron que pasar muchos siglos para que, Copérnico, hiciera suyas sus ideas y triunfara con la idea que antaño dejó Aristarco para las generaciones venideras. Así, el premio Nobel del reconocimiento popular, se lo llevó Copérnico por ideas de Aristarco.

Lástima que no se pueda seguir las teorías de Aristarco por haberse perdido el libro en el que proponía la teoría heliocéntrica. Sabemos de él por un informe escrito alrededor del 212 a.C. por el geómetra Arquímedes que, escribió un artículo titulado “El contador de Arena” y, muchas de sus teorías allí reseñadas, se basaron en las ideas de Aristarco de Samos.

El reportaje que aquí habeis podido leer, ha sido, en realidad, como el ir divagando sin rumbo de un lado a otro, y, al hablar de cuestiones dispersas, parece que, de nada hemos hablado. Sin embargo, ahí quedan las ideas y los hechos comentados que, de seguro, para algunos lectores habrán sido de interés.

emilio silvera

La importancia de la Ciencia Ficción para la Ciencia

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Ciencia futura    ~    Comentarios Comments (0)

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Tecnología, un reportaje publicado en el El Español, sobre: Todo lo que los científicos descubrieron viendo películas de cienbcia-ficción.

Expertos en la relación entre el avance de la tecnología y su reflejo en la literatura y el cine reflexionan sobre el futuro al que hemos llegado y el que aún nos espera.

 

 

Tablets en la película 2001: Odisea en el espacio, de Stanley Kubrick.

 

                            Tablets en la película 2001: Odisea en el espacio, de Stanley Kubrick. E.E.

Cuentan que cuando a Heinrich Hertz le preguntaron sobre las posibles aplicaciones de su descubrimiento, que hoy conocemos como ondas de radio, respondió: “No tiene utilidad de ninguna clase”. Los científicos descubren, pero no están necesariamente obligados a adivinar las consecuencias de sus hallazgos; para sacar partido a la ciencia ya están los ingenieros y tecnólogos. Sin embargo, en ocasiones las ideas de éstos se nutren de otro estante de la biblioteca diferente del de las revistas científicas: el de la imaginación humana volcada en forma de profecía tecnológica, o lo que solemos llamar ciencia ficción.

¿Realmente los innovadores se inspiran en la ciencia ficción? “Trabajé en startups de alta tecnología durante diez años antes de escribir mi primera novela; leía sobre todo ciencia ficción y me ayudó a nutrir mi imaginación”, cuenta a EL ESPAÑOL el estadounidense A. G. Riddle, tecnólogo antes de convertirse en uno de los autores de ciencia ficción más pujantes del momento. Su trilogía The Origin Mystery ha vendido más de un millón de copias y actualmente se está llevando al cine, lo mismo que su novela más reciente, Departure.

    El Nautilus de Verne desbocó la imaginación de muchos jóvenes de aquella época

El caso de Riddle no es único; probablemente está en la mente de todos el de Julio Verne, a menudo considerado un profeta de la ciencia y la tecnología. Como se encargó de recordarnos la exposición celebrada este año en Madrid, el Nautilus de 20.000 leguas de viaje submarino sirvió de inspiración a Isaac Peral para crear su prototipo; hasta tal punto que el entonces presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo, tachó al ingeniero de “Quijote” que había “perdido el seso leyendo la novela de Julio Verne”.

¿Qué ingeniero o tecnólogo no se ha sentido motivado por las historias de grandes clásicos como Verne, H. G. Wells, Ray Bradbury o Arthur C. Clarke, o por las grandes películas y series del género? “Conozco gente que trabaja en robótica que se inspiró leyendo ciencia ficción, y hay gente trabajando en la NASA que se ha inspirado leyendo a Clarke”, apunta a este diario Andy Sawyer, editor, crítico y administrador de la colección de la Fundación de Ciencia Ficción en la biblioteca de la Universidad de Liverpool, la mayor fuente de recursos del género en Reino Unido.

Inventos de papel

 

 

Al Williamson. Flash Gordon

El joven atlético que era el héroe de aventuras fantásticas

 

Juan Miguel Aguilera, uno de los autores más importantes del panorama español de la ciencia ficción, señala a EL ESPAÑOL que la compañía Apple reconoció haberse inspirado en las tabletas de la película 2001: Una odisea del espacio para la creación de su iPad, y que incluso el diseño de los electrodomésticos y automóviles de los años 50 y 60 del siglo pasado debe su estilo a los cómics de Flash Gordon. Los viajes espaciales y los cohetes en las novelas de Wells, el GPS en los relatos de Clarke o la robótica y la inteligencia artificial en Asimov son ejemplos de avances que aparecieron imaginados en las páginas de la literatura antes de nacer en el mundo real, enumera Paul Levy, escritor e investigador de gestión de la innovación en la Universidad de Brighton (Reino Unido). “La mayoría de las grandes innovaciones fueron avanzadas antes por la ciencia ficción”, resume Levy a este diario.

Uno de los ejemplos más citados es el teléfono móvil, cuyos antecedentes se remontan al comunicador de Star Trek, incluso en el diseño de los terminales plegables que comenzó a popularizar Motorola. “Lo vieron en la serie y pensaron que era cool”, dice Sawyer; “aunque los teléfonos moviles en la ciencia ficción aparecieron antes, al menos en los años 50, en los personajes de las novelas para niños de Robert A. Heinlein”, precisa.

                                 El capitán Kirk con un intercomunicador. E.E.

 

Y cómo no, ahí tenemos internet: Levy apunta que su precursor en la ficción fue La máquina se detiene (1909), el único relato de ciencia ficción que escribió el británico E. M. Forster, autor de Pasaje a la India y Una habitación con vistas. Aguilera añade otra anticipación de la red en el cuento Un lógico llamado Joe (1946), de Murray Leinster, mientras Sawyer señala que Neuromante (1984), de William Gibson, fue una guía para la creación del ciberespacio tal como hoy lo conocemos; “mucha gente que trabaja en tecnologías de internet y comunicaciones lo leyó en los 80 y pensó: ¡ESO es lo que queremos!”, dice.

La influencia de la ficción en la innovación no se restringe a la electrónica. La clonación de organismos, la ingeniería genética, la creación de tejidos y órganos o la nanotecnología también saltaron de las páginas y de la pantalla a la realidad. Uno de los ejemplos actuales más curiosos tiene su origen en la novela de Harry Harrison ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! (1966), que presentaba una Tierra superpoblada cuyos habitantes se alimentaban con un producto compuesto por soja y lentejas llamado Soylent (SOY + LENTtils, o soja y lentejas).

Fotograma de la película Soylent.

Fotograma de la película Soylent. E.E.

 

Basándose en la idea, una compañía de Los Ángeles ha lanzado un Soylent real, un preparado líquido completo, saludable y barato que se presenta como alternativa sana a la llamada comida basura. Claro que en la versión cinematográfica de la novela, Soylent Green (Cuando el destino nos alcance), dirigida en 1973 por Richard Fleischer y protagonizada por Charlton Heston y Edward G. Robinson, el Soylent estaba en realidad fabricado con… restos humanos.

Inspiración mutua

 

Pero pese a todo lo anterior, los expertos advierten de que no siempre la realidad imita a la ciencia ficción, sino que la relación entre ambas es ambivalente. Para Sawyer, “a menudo algo se da a conocer a través de la ciencia ficción, pero sus raíces están en la ciencia y tecnología reales, sólo que el escritor conoce mejor lo que se está haciendo que el público en general”. Por ejemplo y regresando al caso de Verne y sus 20.000 leguas, el escritor, editor y profesor de la Universitat Politècnica de Catalunya Miquel Barceló recuerda que el autor francés se basó a su vez en un submarino creado por el estadounidense Robert Fulton, quien en 1805 presentó su invento a Napoleón Bonaparte. “Para más inri, ese submarino real llevaba el nombre de Nautilus”, cuenta Barceló a EL ESPAÑOL.

Cartel de la película de Disney.
                                                   Cartel de la película de Disney. E.E.

 

Gracias a esa relación mutua entre la ciencia y la ficción, hoy estamos en el camino hacia las cámaras tan finas como una tarjeta de crédito, los motores moleculares, tatuajes adhesivos que vigilan nuestra salud 24 horas al día, miembros biónicos que se controlan con la mente o sistemas que permiten a los ciegos ver mediante sonidos. La realidad virtual ya es realidad real. Imprimimos en 3D. Los coches que se conducen solos ya están rodando por las calles. Existen prototipos que acercan a la realidad el tricorder de Star Trek, un escáner portátil para detectar enfermedades a distancia. Pronto saldrán al mercado dosmodelos de jetpacks, esos motores que se fijan a la espalda para volar como Iron Man. “No nos damos cuenta, pero ya vivimos en el futuro que imaginamos, aunque no llevemos trajes plateados ni tengamos coches voladores”, dice Aguilera.

                                              En la película El quinto elemento

Los coches voladores son precisamente una de las eternas promesas que nunca se cumplen. Aunque varias empresas trabajan en ello, el transporte aéreo personal se enfrenta a serios problemas de regulación, además de los puramente tecnológicos. Pero tal vez sean otras las innovaciones que transformarán nuestras vidas en los próximos años o décadas. Los expertos consultados por este diario destacan las energías renovables y baratas, los robots de ayuda personal, la conexión cerebro-máquina o incluso la clonación humana. Y no podía faltar la inteligencia artificial aplicada a lo cotidiano: “Aprenderá nuestros hábitos, se anticipará a nuestras necesidades, automatizará nuestros hogares y conducirá nuestros coches”, vaticina Riddle. “Guiará nuestra vida diaria”, resume el autor.

Precisamente esta especie de outsourcing de nuestra inteligencia abre uno de los caminos más intrigantes sobre lo nuevo que ha de venir. Más allá de los avances en el hardware, el manejo de los datos mediante algoritmos más avanzados es una de las áreas que revolucionarán la sociedad. El consultor de marketing Emil Kotomin dibuja un futuro en el que Floyd, nombre con el que bautiza a un hipotético robot personal inteligente, gobernará por entero nuestras vidas. Hasta tal punto que la publicidad ya no irá dirigida hacia nosotros, sino hacia Floyd, dado que él tomará las decisiones sobre qué consumimos, una vez que conozca nuestros gustos. Será, augura Kotomin, la nueva era del “marketing de máquina a máquina”.

Uno de los modelos de jet-pack comercializados. Jet Pack Aviation

 

“La creación de una máquina pensadora a la que podamos derivar las tareas más mundanas lleva progresando desde mediados del siglo XIX”, expone Kotomin a EL ESPAÑOL. “Y el big data es el combustible”, añade. El consultor predice que en años venideros el control recaerá en el software en la nube: “los frigoríficos inteligentes buscarán ofertas y concertarán las entregas, con poca o nula intervención humana en ambos lados”. El problema, agrega Kotomin, es que esto no necesariamente hará nuestras vidas más plenas. Lo condensa en un ejemplo anecdótico: “Si todo deja de funcionar, ni siquiera tendremos velas para alumbrarnos, ya que basándose en mi historial de compras, Floyd no las habrá comprado”, escribe.

Sueños y temores

 

Con todo, los expertos advierten de que la imagen popular de la ciencia ficción como pronóstico tecnológico es una deformación; “en realidad esto lo hace bastante mal”, opina Sawyer. Como ejemplo, cita precisamente nuestro aparato de cabecera: “La manera en la que hoy usamos los teléfonos móviles, que son mucho más que dispositivos de comunicación, es algo nuevo que no está en la ficción”. Y es que, como subraya Barceló, lo importante de la ciencia ficción no son los gadgets “sino cómo los humanos los usamos y reaccionamos ante ellos”. “Somos los seres humanos los que damos sentido a la tecnología”, sentencia.

En resumen, lo que los expertos destacan de la ciencia ficción no es su capacidad de imaginar nuevas tecnologías, sino de explorar el cambio social que propiciarán, tal como ya lo han hecho internet, las redes sociales y las comunicaciones móviles. El problema es que no siempre el resultado de ese análisis es muy halagüeño. Desde Nosotros a Un mundo feliz o 1984, los maestros del género nos han alertado de los riesgos que nos esperan en el camino. La ciencia ficción trata, según Sawyer, sobre cómo pensamos y soñamos el futuro, pero para Aguilera esto incluye también “extrapolar los problemas del presente”. Y en un mundo siempre convulso, esos problemas pueden ahogar todo atisbo de esperanza, como cualquier repaso a la ciencia ficción se encargará de recordarnos.

Tal vez en exceso: en 2011, el escritor Neal Stephenson creó el Proyecto Hieroglyph, una llamada a los autores de ciencia ficción para que abandonen el pesimismo de la distopía y traten de recuperar el espíritu que ha servido de inspiración al progreso, el que Verne cultivó con el entusiasmo de la fe en el porvenir y en el empuje del ser humano. “Tenemos que mirar más allá del mundo en el que vivimos para imaginar el mundo que podría ser, y eso es exactamente lo que hace la ciencia ficción”, dice Riddle.

Para Barceló, este género que mueve legiones puede enseñarnos que “hay otras maneras de vivir, de organizar la política, de relacionarnos unos con otros”. Al fin y al cabo, si algo sabemos con seguridad sobre el mañana es que llegará. Y en palabras de Barceló, “la ciencia ficción es un maravilloso aprendizaje para vivir en el futuro”.

Causalidad ¡Ese Principio!

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Física    ~    Comentarios Comments (8)

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Todo lo que pasa es causa de lo que antes pasó.  Y, ese Principio de la Física de la Causalidad, no está sólo allí presente, y, es tan cierto que, hasta en los Códigos legales se recogen sus esencias:En el art. 901 del CC, podemos leer: “Un efecto es adecuado a su causa cuando “acostumbra a suceder según el curso natural y ordinario de las cosas” . Como es natural, se refiere al efecto de las condiciones iniciales que marcarán las finales.
      También aquí, está presente la causalidad
En física existe un Principio que llaman !Causalidad! y en virtud del cual el efecto no puede preceder a la causa. Es muy útil cuando se conbina con el principio de que la máxima velocidad del universo es la velocidad de la luz en el vacío. Lo cierto es que, todo lo que ocurre es causa de algo que antes sucedió. Contaremos algunas cosas que tuvieron sus consecuencias.
En 1.893 el físico irlandés George Francis Fitzgerald emitió una hipótesis para explicar los resultados negativos del experimento conocido de Michelson-Morley. Adujo que toda la materia se contrae en la dirección del movimiento, y que esa contracción es directamente proporcional al ritmo (velocidad) del movimiento.

Según tal interpretación, el interferómetro se quedaba corto en la dirección del “verdadero” movimiento terrestre, y lo hacía precisamente en una cantidad que compensaba con toda exactitud la diferencia de distancias que debería recorrer el rayo luminoso. Por añadidura, todos los aparatos medidores imaginables, incluyendo los órganos sensoriales humanos, experimentarían ese mismo fenómeno.

 

                       Esquema de un interferómetro de Michelson.

 

Visualización de los anillos de interferencia.

Parecía como si la explicación de Fitzgerald insinuara que la naturaleza conspiraba con objeto de impedir que el hombre midiera el movimiento absoluto, para lo cual introducía un efecto que anulaba cualquier diferencia aprovechable para detectar dicho movimiento.

Este asombroso fenómeno recibió el nombre de contracción de Fitzgerald, y su autor formuló una ecuación para el mismo, que referido a la contracción de un cuerpo móvil, fue predicha igualmente y de manera independiente por H. A. Lorentz (1.853 – 1.928) de manera que, finalmente, se quedaron unidos como contracción de Lorentz-Fitzgerald.

A la contracción, Einstein le dio un marco teórico en la teoría especial de la relatividad. En esta teoría, un objeto de longitud l0 en reposo en un sistema de referencia parecerá, para un observador en otro sistema de referencia que se mueve con velocidad relativa v con respecto al primero, tener longitud contraccion_l-f, donde c es la velocidad de la luz. La hipótesis original atribuía esta contracción a una contracción real que acompaña al movimiento absoluto del cuerpo. La contracción es en cualquier caso despreciable a no ser que v sea del mismo orden o cercana a c.

Un objeto que se moviera a 11,2 Km/s (la velocidad de escape de nuestro planeta) experimentaría sólo una contracción equivalente a 2 partes por cada 1.000 millones en el sentido del vuelo. Pero a velocidades realmente elevadas, tal contracción sería sustancial. A unos 150.000 Km/s (la mitad de la velocidad de la luz) sería del 15%; a 262.000 Km/s (7/8 de la velocidad de la luz), del 50%. Es decir, que una regla de 30 cm que pasara ante nuestra vista a 262.000 Km/s nos parecería que mide sólo 15’24 cm, siempre y cuando conociéramos alguna manera para medir su longitud en pleno vuelo. Y a la velocidad de la luz, es decir, 300.000 Km/s en números redondos, su longitud en la dirección del movimiento sería cero. Puesto que, presuntamente, no puede existir ninguna longitud inferior a cero, se deduce que la velocidad de la luz en el vacío es la mayor que puede imaginarse el universo.

El físico holandés Henrik Antón Lorentz, como hemos dicho, promovió esta idea pensando en los rayos catódicos (que ocupaban su actividad por aquellas fechas). Se hizo el siguiente razonamiento: si se comprimiera la carga de una partícula para reducir su volumen, aumentaría su masa. Por consiguiente, una partícula voladora, escorzada en la dirección de su desplazamiento por la contracción de Fitzgerald, debería crecer en términos de masa. Lorentz presentó una ecuación sobre el acrecentamiento de la masa, que resultó muy similar a la ecuación de Fitzgerald sobre el acortamiento. A 149.637 Km/s la masa de un electrón aumentaría en un 15%; a 262.000 Km/s, en un 100% (es decir, la masa se duplicaría); y a la velocidad de la luz, su masa sería infinita. Una vez más pareció que no podría haber ninguna velocidad superior a la de la luz, pues, ¿cómo podría ser una masa mayor que infinita?

El efecto Fitzgerald sobre longitudes y el efecto Lorentz sobre masas mantuvieron una conexión tan estrecha que aparecieron a menudo agrupadas como las ecuaciones Lorentz-Fitzgerald.

Mientras que la contracción Fitzgerald no podía ser objeto de mediciones, el efecto Lorentz sobre masas sí podía serlo, aunque indirectamente. De hecho, el muón tomó 10 veces su masa original cuando fue lanzado, a velocidades relativistas, en el acelerador de partículas, lo que confirmó la ecuación de Lorentz. Los experimentos posteriores han confirmado las ecuaciones de ambos: a velocidades relativistas, las longitudes se contraen y las masas se incrementan.

Como es conocido por todos, Einstein adoptó estos descubrimientos y los incorporó a su teoría de la relatividad especial, que aunque mucho más amplia, recoge la contracción de Fitzgerald y el aumento de la masa de Lorentz cuando se alcanzan grandes velocidades.

Algunas veces pienso que los artistas en general, y los poetas en particular, tendrían que adaptar e incluir en sus esquemas artísticos y poéticos los adelantos científicos, para asimilarlos en las diversas expresiones y sentimientos que serán después puestos al servicio del consumo humano. Estos adelantos científicos serían así coloreados con las pasiones humanas, y transformados, de alguna forma, en la sangre, y por qué no, los sentimientos de la naturaleza humana. Posiblemente, de haberlo hecho, el grado general de conocimiento sería mayor. De todas las maneras, no dejamos de avanzar en el conocimiento de la Naturaleza.

Hacemos mil y un inventos para poder llegar a lugares que, hasta hace muy poco tiempo se pensaba que nos estaban vedados. Y, a pesar de ello, la cultura científica, en general es pobre. Sólo uno de cada tres puede definir una molécula o nombrar a un solo científico vivo. De veinticinco licenciados escogidos al azar en la ceremonia de graduación de Harvard, sólo dos pudieron explicar por qué hace más calor en verano que en invierno. La respuesta, dicho sea de paso, no es “porque el Sol está más cerca”; no está más cerca. El eje de rotación de la Tierra está inclinado, así que cuando el hemisferio norte se inclina hacia el Sol, los rayos son más perpendiculares a la superficie, y la mitad del globo disfruta del verano. Al otro hemisferio llegan rayos oblicuos: es invierno. Es triste ver cómo aquellos graduados de Harvard podían ser tan ignorantes. ¡Aquí los tenemos con faltas de ortografía!

Por supuesto, hay momentos brillantes en los que la gente se sorprende. Hace años, en una línea de metro de Manhattan, un hombre mayor se las veía y deseaba con un problema de cálculo elemental de su libro de texto de la escuela nocturna; no hacía más que resoplar. Se volvió desesperado hacia el extraño que tenía a su lado, sentado junto a él, y le preguntó si sabía cálculo. El extraño afirmó con la cabeza y se puso a resolverle al hombre el problema. Claro que no todos los días un anciano estudia cálculo en el metro al lado del físico teórico ganador del Nobel de Física, T. D. Lee.

Leon Lederman cuenta una anécdota parecida a la del tren, pero con final diferente. Salía de Chicago en un tren de cercanías cuando una enfermera subió a él a la cabeza de un grupo de pacientes de un hospital psiquiátrico local. Se colocaron a su alrededor y la enfermera se puso a contarlos: “uno, dos tres…”. Se quedó mirando a Lederman y preguntó “¿quién es usted?”; “soy Leon Lederman” – respondió – “ganador del premio Nobel y director del Fermilab”. Lo señaló y siguió tristemente “sí claro,  cuatro, cinco, seis…”. Son cosas que ocurren a los humanos; ¡tan insignificantes y tan grandes! Somos capaces de lo mejor y de lo peor. Ahí tenemos la historia para ver los ejemplos de ello.

Pero ahora más en serio, es necesario preocuparse por la incultura científica reinante, entre otras muchas razones porque la ciencia, la técnica y el bienestar público están cada día más conectados. Y, además, es una verdadera pena perderse la concepción del mundo que, en parte, he plasmado en estas páginas. Aunque aparezca incompleta, se puede vislumbrar que posee grandiosidad y belleza, y va asomándose ya su simplicidad.

“El proceso de la ciencia es el descubrimiento a cada paso de un nuevo orden que de unidad a lo que desde hacía tiempo parecía desunirlo.”

– Es lo que hizo Faraday cuando cerró el vínculo que unió la electricidad y el magnetismo.

– Es lo que hizo Clerk Maxwell cuando unió aquélla y éste con la luz.

 

Einstein unió el tiempo y el espacio, la masa a la energía y relacionó las grandes masas cosmológicas con la curvatura y la distorsión del tiempo y el espacio para traernos la gravedad en un teoría moderna; y dedicó los últimos años de su vida al intento de añadir a estas similitudes otra manera nueva y más avanzada, que instaurara un orden nuevo e imaginativo entre las ecuaciones de Maxwell y su propia geometría de la gravitación.

 

 

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Algunos momentos de la vida del Maestro

 

Cuando Coleridge intentaba definir la belleza, volvía siempre a un pensamiento profundo: la belleza, decía, “es la unidad de la variedad”. La ciencia no es otra cosa que la empresa de descubrir la unidad en la variedad  desaforada de la naturaleza, o más exactamente, en la variedad de nuestra experiencia que está limitada por nuestra ignorancia.”

 

 

 

Hay muchas cosas que no podemos controlar, sin embargo, algo dentro de nosotros, nos envía mensajes sobre lo que podría ser importante para que nos fijemos mejor y continuemos profundizando.

Para comprender mejor el panorama, hagamos una excursión hasta la astrofísica; hay que explicar por qué la física de partículas y la astrofísica se han fundido no hace muchos años, en un nivel nuevo  de intimidad, al que alguien llamó la conexión espacio interior/espacio exterior.

Mientras los expertos del espacio interior construían aceleradores, microscopios cada vez más potentes para ver qué pasaba en el dominio subnuclear, los colegas del espacio exterior sintetizaban los datos que tomaban unos telescopios cada vez más potentes, equipados con nuevas técnicas cuyo objeto era aumentar su sensibilidad y la capacidad de ver detalles finos. Otro gran avance fueron los observatorios establecidos en el espacio, con sus instrumentos para detectar infrarrojos, ultravioletas, rayos X y rayos gamma; en pocas palabras, toda la extensión del espectro electromagnético, muy buena parte del cual era bloqueado por nuestra atmósfera opaca y distorsionadora.

                                                                                 ¿Hasta donde llegaremos?

La síntesis de la cosmología de los últimos cien años es el modelo cosmológico estándar. Sostiene que el universo empezó en forma de un estado caliente, denso, compacto, hace unos 15.000 millones de años. El universo era entonces infinitamente, o casi infinitamente, denso; infinita, o casi infinitamente, caliente. La descripción “infinito” es incómoda para los físicos; los modificadores son el resultado de la influencia difuminadota de la teoría cuántica. Por razones que quizá no conozcamos nunca, el universo estalló, y desde entonces ha estado expandiéndose y enfriándose.

Ahora bien, ¿cómo se han enterado de eso los cosmólogos? El modelo de la Gran Explosión (Big Bang) nació en los años treinta tras el descubrimiento de que las galaxias (conjuntos de 100.000 millones de estrellas, aproximadamente) se estaban separando entre sí, descubrimiento hecho por Edwin Hubble, que andaba midiendo sus velocidades en 1.929.

Hubble tenía que recoger de las galaxias lejanas una cantidad de luz que le permitiera resolver las líneas espectrales y compararlas con las líneas de los mismos elementos de la Tierra. Cayó en la cuenta de que todas las líneas se desplazaban sistemáticamente hacia el rojo. Se sabía que una fuente de luz que se aparta de un observador hace justo eso. El desplazamiento hacia el rojo era, de hecho, una medida de la velocidad relativa de la fuente y del observador.

Más tarde, Hubble halló que las galaxias se alejaban de él en todas las direcciones; esto era una manifestación de la expansión del espacio. Como el espacio expande las distancias entre todas las galaxias, la astrónoma Hedwina Knubble, que observase desde el planeta Penunbrio en Andrómeda, vería el mismo efecto o fenómeno: las galaxias se apartaría de ella.

Cuanto más distante sea el objeto, más deprisa se mueve. Esta es la esencia de la ley de Hubble. Su consecuencia es que, si se proyecta la película hacia atrás, las galaxias más lejanas, que se mueven más deprisa, se acercarán a los objetos más próximos, y todo el lío acabará juntándose y se acumulará en un volumen muy, muy pequeño, como, según se calcula actualmente, ocurría hace 15.000 millones de años.

La más famosa de las metáforas científicas te pide que imagines que eres una criatura bidimensional, un habitante del Plano. Conoces el este y el oeste, el norte y el sur, pero arriba y abajo no existen; sacaos el arriba y debajo de vuestras mentes. Vivís en la superficie de un globo que se expande. Por toda la superficie hay residencias de observadores, planetas y estrellas que se acumulan en galaxias por toda la esfera; todo bidimensional. Desde cualquier atalaya, todos los objetos se apartan a medida que la superficie se expande sin cesar. La distancia entre dos puntos cualesquiera de este universo crece. Eso es lo que pasa, precisamente, en nuestro mundo tridimensional. La otra virtud de esta metáfora es que, en nuestro universo, no hay ningún lugar especial. Todos los sitios o puntos de la superficie sin democráticamente iguales a todos los demás. No hay centro; no hay borde. No hay peligro de caerse del universo. Como nuestra metáfora del universo en expansión (la superficie del globo) es lo único que conocemos, no es que las estrellas se precipiten dentro del espacio. Lo que se expande es que espacio que lleva toda la barahúnda. No es fácil visualizar una expansión que ocurre en todo el universo. No hay un exterior, no hay un interior. Sólo hay este universo que se expande. ¿En qué se expande? Pensad otra vez en vuestra vida como habitante del Plano, de la superficie del globo: en nuestra metáfora no existe nada más que la superficie.

Instalaciones en las entrañas de la Tierra que posibilitan viajar a lo más profundo de la materia

                  Hemos inventado tecnología que ha posibilitado que no estemos confinados en el planeta

Es mucho lo que podemos imaginar. Sin embargo, lo cierto es que,  como nos decía Popper:
“Cuánto más profundizo en el conocimiento de las cosas más consciente soy de lo poco que se. Mientras que mis conocimientos son finitos, mi ignorancia es ilimitada.”

Dos consecuencias adicionales de gran importancia que tiene la teoría del Big Bang acabaron por acallar la oposición, y ahora reina un considerable consenso. Una es la predicción de que la luz de la incandescencia original (presuponiendo que fue muy caliente) todavía está a nuestro alrededor, en forma de radiación remanente. Recordad que la luz está constituida por fotones, y que la energía de los fotones está en relación inversa con la longitud de onda. Una consecuencia de la expansión del universo es que todas las longitudes se expanden. Se predijo, pues, que las longitudes de onda, originalmente infinitesimales, como correspondía a unos fotones de gran energía, han crecido hasta pertenecer ahora a la región de las microondas, en la que las longitudes son unos pocos milímetros.

En 1.965 se descubrieron los rescoldos del Big Bang, es decir, la radiación de fondo de microondas. Esos fotones bañan el universo entero, y se mueven en todas las direcciones posibles. Los fotones que emprendieron viaje hace miles de millones de años cuando el universo era más pequeño y caliente, fueron descubiertos por una antena de los laboratorios Bell en Nueva Jersey.

File:WMAP Leaving the Earth or Moon toward L2.jpg

 

                                                  Imagen del WMAP de la anisotropía de la temperatura del CMB.

 

Así que el descubrimiento hizo imprescindible medir la distribución de las longitudes de onda, y se hizo. Por medio de la ecuación de Planck, esta medición de la temperatura media de lo que quiera (el espacio, las estrellas, polvo, un satélite, los pitidos de un satélite que se hubiese colado ocasionalmente) que haya estado bañándose en esos fotones.

Las mediciones últimas efectuadas por la NASA con el satélite COBE dieron un resultado de 2’73 grados sobre el cero absoluto (2’73 ºK). Esta radiación remanente es una prueba muy potente a favor de la teoría del Big Bang caliente.

Los astrofísicos pueden hablar tan categóricamente porque han calculado qué distancias separaban a dos regiones del cielo en el momento en que se emitió la radiación de microondas observadas por el COBE. Ese momento ocurrió 300.000 años después del Big Bang, no tan pronto como sería deseable, pero sí lo más cerca del principio que podemos.

Resulta que temperaturas iguales en regiones separadas del espacio que nunca habían estado en contacto y cuyas separaciones eran tan grandes que ni siquiera a la velocidad de la luz daba tiempo para que las dos regiones se comunicasen, y sin embargo, sí tenían la misma temperatura. La teoría del Big Bang no podía explicarlo; ¿un fallo?, ¿un milagro? Se dio en llamar a eso la crisis de la causalidad, o de la isotropía.

         Considerado a grandes escalas, el Universo es isotrópico

De la causalidad porque parecía que había una conexión causal entre distintas regiones del cielo que nunca debieran haber estado en contacto; de la isotropía porque donde quiera que mires a gran escala verás prácticamente el mismo patrón de estrellas, galaxias, cúmulos y polvo estelar. Se podría sobrellevar esto en un modelo del Big Bang diciendo que la similitud de las miles de millones de piezas del universo que nunca estuvieron en contacto es puro accidente. Pero no nos gustan los “accidentes”: los milagros están estupendamente si jugamos a la lotería, pero no en la ciencia. Cuando se ve uno, los científicos sospechan que algo más importante se nos mueve entre bastidores. Me parece que mi inclinación científica me hace poco receptivo a los milagros. Si algo para habrá que buscar la causa.

El segundo éxito de gran importancia del modelo del Big Bang tiene que ver con la composición de nuestro universo. Puede parecer que el mundo está hecho de aire, tierra, agua y fuego, pero si echamos un vistazo arriba y medimos con nuestros telescopios espectroscópicos, apenas sí encontramos algo más que hidrógeno, y luego helio. Entre ambos suman el 98% del universo que podemos ver. El resto se compone de los otros noventa elementos. Sabemos gracias a nuestros telescopios espectroscópicos las cantidades relativas de los elementos ligero, y hete aquí que los teóricos del Big Bang dicen que esas abundancias son precisamente las que cabría esperar. Lo sabemos así.

 

El universo prenatal tenía en sí toda la materia del universo que hoy observamos, es decir, unos cien mil millones de galaxias, cada una con cien mil millones de soles. Todo lo que hoy podemos ver estaba comprimido en un volumen muchísimos menos que la cabeza de un alfiler. La temperatura era alta, unos 1032 grados Kelvin, mucho más caliente que nuestros 273 ºK actuales. Y en consecuencia la materia estaba descompuesta en sus componentes primordiales.

Una imagen aceptable de aquello es la de una “sopa caliente”, o plasma, de quarks y leptones (o lo que haya dentro, si es que hay algo) en la que chocan unos contra otros con energías del orden de 1018 GeV, o un billón de veces la energía del mayor colisionador que cualquier físico pueda imaginarse construir. La gravedad era rugiente, con su poderoso (pero aún mal conocido) influjo en esta escala microscópica.

Tras este comienzo fantástico, vinieron la expansión y el enfriamiento. A medida que el universo se enfriaba, las colisiones eran menos violentas. Los quarks, en contacto íntimo los unos con los otros como partes del denso grumo que era el universo infantil, empezaron a coagularse en protones, neutrones y los demás hadrones. Antes, esas uniones se habrían descompuesto en las inmediatas y violentas colisiones, pero el enfriamiento no cesaba; aumentaba con la expansión y las colisiones eran cada vez más suaves.

                                             La máquina del big bang reveló que, en aquellos primeros momentos…

Aparecieron  los protones y los neutrones, y se formaran núcleos estables. Este fue el periodo de nucleosíntesis, y como se sabe lo suficiente de física nuclear se pueden calcular las abundancias relativas de los elementos químicos que se formaron. Son los núcleos de elementos muy ligeros; los más pesados requieren de una “cocción” lenta en las estrellas.

Claro que, los átomos (núcleos más electrones) no se formaron hasta que la temperatura no cayó lo suficiente como para que los electrones se organizaran alrededor de los núcleos, lo que ocurrió 300.000 años después, más o menos. Así que, en cuanto se formaron los átomos neutros, los fotones pudieron moverse libremente, y ésta es la razón de que tengamos una información de fotones de microondas todavía.

La nucleosíntesis fue un éxito: las abundancias calculadas y las medidas coincidían. Como los cálculos son una mezcla íntima de física nuclear, reacciones de interacción débil y condiciones del universo primitivo, esa coincidencia es un apoyo muy fuerte para la teoría del Big Bang.

En realidad, el universo primitivo no era más que un laboratorio de acelerador con un presupuesto ilimitado. Nuestros astrofísicos tenían que saberlo todo acerca de los quarks y los leptones y las fuerzas para construir un modelo de evolución del universo. Los físicos de partículas reciben datos de su experimento grande y único. Por supuesto, para los tiempos anteriores a los 10-13 segundos, están mucho menos seguros de las leyes de la física. Así que, los astrofísicos azuzan a los teóricos de partículas para que se remanguen y contribuyan al torrente de artículos que los físicos teóricos lanzan al mundo con sus ideas: Higgs, unificación de cuerdas vibrantes, compuestos (qué hay dentro de los quarks) y un enjambre de teorías especulativas que se aventuran más allá del modelo estándar para construir un puente que nos lleve a la descripción perfecta del universo, de la Naturaleza. ¿Será posible algún día?

Esperemos a ver qué pasa con la historia que comenzaron Grabielle Veneziano, John Schwartz, André Neveu, Pierre Ramond, Jeff Harvey, Joel Sheik, Michael Green, David Gross y un dotado flautista de Hamelin que responde al nombre de Edward Witten.

La teoría de cuerdas es una teoría que nos habla de un lugar muy distante. Dice Leon Lederman que casi tan distante como Oz o la Atlántida; hablamos del dominio de Planck. No ha forma de que podamos imaginar datos experimentales en ese tiempo tan lejano; las energías necesarias (las de la masa de Planck) no están a nuestro alcance, lo que significa que no debemos perseverar.

Por lejos que esté… Siempre querremos llegar. ¿Qué habrá allí dónde nuestra vista no llega? ¿Cómo será aquel universo?

¿Por qué no podemos encontrar una teoría matemáticamente coherente (sin infinitos) que describa de alguna manera Oz? ¡Dejar de soñar, como de reír, no es bueno!

Pero en verdad, al final de todo esto, el problema es que siempre estarmos haciendo preguntas: Que si la masa crítica, que si el universo abierto, plano o cerrado… Que si la materia y energía del universo es más de la que se ve. Pasa lo contrario que con nuestra sabiduría (queremos hacer ver que hay más… ¡de la que hay!), que parece mucha y en realidad es tan poca que ni podemos contestar preguntas sencillas como, por ejemplo: ¿Quiénes somos?

          Ahí, ante esa pregunta “sencilla” nos sale una imagen movida que no deja ver con claridad

Sin embargo, hemos sabido imaginar para poder desvelar algunos otros secretos del universo, de la Naturaleza, del Mundo que nos acoge y, sabemos cómo nacen, viven y mueren las estrellas y lo que es una galaxia. Podemos dar cuenta de muchas cuestiones científicas mediante modelos que hemos ideado para explicar las cosas. No podemos físicamente llegar a otras galaxias y nos hemos inventado telescopios de inmensa capacidad para llegar hasta las galaxias situadas a 12.000 millones de años luz de la Tierra. También, hemos sabido descifrar el ADN y, si ninguna catástrofe lo remedia… ¡Viajaremos por las estrellas!

Claro que, sabemos representar los Modelos de Universo que imaginamos, y, aún no hemos llegado a saber lo que el Universo es. ¡Nuestra imaginación! que siempre irá por delante de la realidad que nos rodea y que no siempre sabemos ver. Todo es, como dijo aquel, la belleza que se nos regala: “La unidad de la variedad”. Además, no debemos olvidar que, todo lo grande está hecho de cosas pequeñas.

emilio silvera

Una tarde de verano

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PEDRO G. CUARTANGO: Algunos pensamientos.

      En su trabajo habitual como periodista

Atrapado en el trabajo del periódico, hacía unos meses que no disponía de una tarde para no hacer nada. Anteanoche llegue a Bayona y esta mañana he visto el sol salir por las montañas cercanas, rodeado de un halo de bruma. Cuando escribo estas líneas, son las seis de la tarde. El mar tiene un intenso color azul y la visibilidad es tan grande que puedo observar perfectamente la isla de Ons desde mi terraza.

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La intensa luz y la transparencia de la atmósfera acercan los contornos de los veleros que navegan por la bahía, que parecen al alcance de la mano. La espuma de las olas salpica un islote cercano, mientras unas lejanas nubes trazan un arco sobre el horizonte. Lo que más llama la atención es el silencio, roto ocasionalmente por un par de gaviotas en el tejado vecino.

Por primera vez en bastante tiempo, no tengo que hacer nada. De repente ese vacío me da vértigo. Me doy cuenta de que he perdido el hábito que tanto me gustaba en la adolescencia de pasarme las tardes de verano leyendo una novela en los bosques que rodean la cartuja de Burgos.

Todavía recuerdo el olor de sus pinares, la imagen de los frailes trabajando en la huerta, el placer de beber agua en un manantial. Y esas sensaciones me parecen tan cercanas que me resulta increíble que haya pasado casi medio siglo desde entonces. Antaño los veranos me parecían inacabables, hoy el tiempo transcurre con la velocidad que sube la marea y nos coge desprevenidos.

La paradoja es que el tiempo se acelera y el presente se hace fugaz en este momento de quietud y placidez en el que la tarde se va apagando mientras el sol desciende hacia el horizonte para ponerse bajo el mar. Dicen que en ese instante puede verse un rayo verde. Yo no lo he visto, pero no pierdo la esperanza cuando, sentado en los acantilados de la carretera a La Guardia, observo cómo el astro rey se desliza hacia las profundidades del océano mientras el cielo se tiñe de un esplendoroso color rojo.

Hoy me ha dado un ataque de indolencia. He estado leyendo un poco y me he quedado profundamente dormido después de comer. No tengo ganas de dar una vuelta por el pueblo ni de encontrarme con nadie. Lo único que me apetece es aguardar la noche en esta terraza desde la que domino con la vista toda la bahía, cuya belleza me sobrecoge.

Esta mañana pensaba que todo sigue igual en esta villa gallega a la que vengo cada verano. Pero no es verdad: bajo la aparente inmutabilidad de sus calles y sus casas, de los barcos atracados en el puerto, cuyos mástiles me recuerdan las cruces de un cementerio, de los contornos familiares de las cosas, bajo todo eso, el tiempo va haciendo su labor implacable como las termitas que corroen las vigas de un edificio.

Decía Heráclito que las aguas de la cabecera de un río son distintas de las que desembocan en otro. Lo que significa que los cambios son imperceptibles y que nunca podemos volver hacia atrás. Esta tarde de verano es, en cierta forma, la última porque ya no habrá otra igual. El tiempo se nos escurre entre las manos como si intentáramos atrapar el aire. La fugacidad de la vida es el gran misterio para el que no tenemos respuesta. Pero ahora, en este instante, las horas parecen eternas en esta conjunción de la luz y el mar.