Nov
22
Medio Ambiente: ¿Hacia dónde vamos?
por Emilio Silvera ~ Clasificado en El Medio Ambiente ~ Comments (0)
Reportaje de lIBERTAD dIGITAL
Los tramposos del carbono: un poco de ciencia contra los excesos demagógicos
La contaminación atmosférica se ha disparado durante los últimos dos siglos, como consecuencia, posiblemente inevitable, del desarrollo industrial.
En algo tan sencillo como el ciclo del elemento químico Carbono, se encuentran las claves para comprender el complejo fenómeno del efecto invernadero y de lo que, de forma más o menos afortunada, haya dado en llamarse “cambio climático”.
El final de la reciente Cumbre de Marrakech, en continuación y refrendo de la del pasado año en Paría, vuelve a poner de actualidad este tema, que poco a poco se va alejando de los iniciales planteamientos demagógicos del gran consumidor energético Al Gore, para apoyarse cada vez más en la Ciencia.
Me había propuesto redactar estas líneas si recurrir al manido “CAMBIO CLIMÁTICO”, pero acabo ya de hacerlo un par de veces. A partir de ahora, con su permiso, sólo hablaremos de contaminación.
Es evidente que la contaminación atmosférica se ha disparado durante los últimos dos siglos, como consecuencia, posiblemente inevitable, del desarrollo industrial. La necesidad de consumir menos energía y de hacerlo contaminando lo menos posible es algo tan lógico que no daría lugar a discusión, pero la forma en que este problema se ha trasladado a la opinión pública ha sido muy desafortunada y ha dado lugar a la polémica.
Recordemos la campaña del supuesto apóstol climático Al Gore, nada menos que Vicepresidente de los Estados Unidos en los años en que nació la cuestión, así como su tremendo libro Una verdad incómoda, y sus viajes por medio mundo vendiendo sus catastrofistas teorías.
Los excesos demagógicos de Gore, asumidos de manera fanática por las izquierdas y por infinidad de neutrales bien intencionados, fueron una de las causas del “efecto rebote” sufrido por muchos ciudadanos, entre los que se encontraban numerosos científicos que no se abrigaban bajo el paraguas subvencionador y proteccionista.
Si en lugar de basar toda campaña de descontaminación en los efectos sobre el clima de los gases de efecto invernadero se hubiera hablado también de los peligros para la salud de los ciudadanos, seguramente los efectos habrían sido mucho más rápidos y beneficiosos.
Hay casos terroríficos, como el de la mortalidad masiva de pájaros que caían de los árboles fulminados en México Distrito Federal el día que se superó el nivel crítico de contaminación del aire, que han quedado en un segundo plano ante la obsesión climática de los divulgadores: los mismos que en la década de los noventa pronosticaban el acercamiento de nuestro planeta a una temible era glaciar.
Abandonemos unas polémicas que empiezan a fatigar a los ciudadanos para tratar de acercarnos a las bases elementales del ciclo del carbono en la Tierra. Decimos ciclo, una vez que la ecología nos enseña que la energía fluye en el ecosistema Tierra sin recuperarse de un nivel alimentario a otro, es decir, gastándose en cada paso; por el contrario, los elementos, como el carbono, describen ciclos, sin consumirse y volviendo al punto original.
La fuente primaria del carbono en nuestro planeta se encuentra en el dióxido de carbono que los volcanes mandaron a la atmósfera en los tiempos primarios de solidificación y desgasificación del interior. Allí se encuentra la reserva.
El carbono contenido en este gas atmosférico se incorpora a la vida en el maravilloso proceso de la fotosíntesis. Las plantas verdes incorporan esta molécula de manera directa y fijan así el elemento haciéndolo pasar del mundo inorgánico al vegetal. Recuerdo al Profesor Bustinza, gloria de la Ciencia española y amigo y colaborador de Alexander Fleming, quien se emocionaba cada vez que nos explicaba este tema a sus alumnos, diciendo textualmente que “las plantas verdes transforman las piedras en pan”.
Y en efecto el carbono pasa de las plantas a los animales en forma de los diversos alimentos, llegando así el carbono por vía alimentaria a lo más alto de la cadena trófica. Pero no se trata de un regalo de la atmósfera, sino de un simple préstamo.
Porque el carbono, siguiendo las reglas del ciclo de los elementos, debe volver de los seres vivos a la fuente atmosférica original. Lo hacemos tanto las plantas como los animales, por medio de dos procesos complementarios: la respiración y la descomposición.
Cada vez que los animales respiramos, o que las plantas en determinadas condiciones abren sus estomas, vamos devolviendo el carbónico a la atmósfera; al morir unos y otros, los cadáveres por medio de la descomposición microbiana terminan de devolver el préstamo, claro que siempre hay tramposos, y algunos seres vivos escaparon a esta regla en ciertas etapas de la Historia de la Tierra.
Los “TRAMPOSOS DEL CARBONO” fueron los organismos, vegetales y animales, que al morir quedaron sepultados en trampas diversas, de agua salobre, de lodo o de sedimentos empapados, que no permitieron su descomposición, y que, en condiciones anaerobias, dieron lugar a los combustibles fósiles.
En niveles profundos del planeta, el carbono contribuye a la formación de combustibles fósiles, como el petróleo.
En ciertas épocas, como el Periodo Carbonífero de la Era Primaria, fueron los bosques de gigantescos helechos quienes al quedar enterrados formaron los depósitos de carbón; en otros momentos fue el plancton marino atrapado en trampas sedimentarias costeras quien originó los barros llamados “sapropeles”, base de la formación del petróleo.
Tuvieron que pasar muchos millones de años para que apareciera en el planeta una criatura inteligente, pero imprudente, que descubriera el potencial energético que encerraban el carbón y el petróleo, y al quemarlos para desarrollarse como “Homo industrial”, enviara de pronto a la atmósfera, en poco más de doscientos años, lo que los tramposos habían escondido.
¿Será capaz la Tierra de aumentar la velocidad de los mecanismos naturales de fijación del dióxido de carbono para contrarrestar la quema masiva de los combustibles fósiles?
Los más pesimistas, basándose en modelos informáticos estiman en 25.000 años los que necesitaría el planeta para fijar estas emisiones. Parece obvia la necesidad de ayudarle, pero si en lugar de hacerlo favoreciendo a los organismos fijadores, plantas y plancton, deforestamos y contaminamos la superficie del mar, está claro que este “niño malo”, el hombre desarrollado, no está haciendo bien sus deberes.
Decimos que somos inteligentes pero…
Volvamos a Marrakech para ver con optimismo como 111 países han ratificado el acuerdo de París para reducir las emisiones de gases contaminantes. Ahora no hablamos de demagogias de ordenador o de que algunos forren sus bolsillos capitalizando subvenciones ruinosas para sus países, sino de un esfuerzo común que está ya muy lejano de las exageraciones demagógicas de Gore y sus “apóstoles”.
La Ciencia va poco a poco sustituyendo al oportunismo. Sigamos por este camino.
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