Así es cómo los científicos buscan vida extraterrestre
- Los esfuerzos se centran en encontrar organismos parecidos a los de la Tierra, tanto dentro como fuera del Sistema Solar
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por Emilio Silvera ~ Clasificado en Noticias ~ Comments (0)
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Esta semana se ha extendido la noticia viral de que la NASA está a punto de descubrir vida extraterrestre. El origen fue un vídeo de un canal de YouTube vinculado al grupo de hackers Anonymous, que la agencia espacial norteamericana no tardó en desmentir. “Contrariamente a algunas informaciones, no hay ningún anuncio pendiente por parte de la NASA acerca de vida extraterrestre”, aclaró el lunes a través de su cuenta de Twitter Thomas Zurbuchen, administrador asociado de la NASA en cuyas declaraciones se basaba el vídeo.
El 26 de abril, Zurbuchen afirmó que “estamos en la antesala de uno de los descubrimientos más profundos de la historia” en un discurso sobre las misiones de astrobiología de la NASA ante la Cámara de los Representantes de los Estados Unidos. Pero ¿cómo de cerca está realmente la humanidad de encontrar vida fuera de la Tierra? ¿Dónde y cómo buscan los científicos?
¿Hay vida a nuestro alrededor?
Como toda exploración, la búsqueda de vida extraterrestre empezó en las inmediaciones. En nuestro Sistema Solar, los científicos han identificado varios puntos calientes donde se podría haber desarrollado vida tal y como la conocemos en la Tierra: una vida que necesite agua líquida, y que se base en moléculas orgánicas como el ADN o las proteínas.
Nuestro vecino Marte es uno de estos lugares. “Es el mundo más parecido a la Tierra en todo el Sistema Solar: está muy cerca de nosotros, la duración del día es casi igual, tiene estaciones, atmósfera, nubes, grandes masas de agua helada en los polos, montañas, cañones de ríos, valles…”, explica por correo electrónico a Big Vang Alberto G. Fairén, investigador del Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) especialista en la exploración del planeta rojo.
En el pasado, la superficie marciana estaba bañada por océanos de agua líquida. “Esas condiciones ancestrales hicieron de Marte un lugar donde la vida pudo formarse. Y si Marte tuvo vida en el pasado, sus descendientes habrán podido encontrar estrategias para sobrevivir hasta el presente”.
“Una de las características definitorias de la vida es su tremenda resistencia”, remarca Fairén. Si realmente ha sobrevivido, el astrobiólogo piensa que estará escondida bajo tierra, “a salvo de las enormes fluctuaciones térmicas, de la aridez extrema y del baño de radiación ultravioleta que sufre la superficie”. Así pues, de existir vida en Marte, lo más probable es que se trate de microorganismos capaces de sobrevivir en condiciones extremas. No es una hipótesis descabellada, si se tiene cuenta que en nuestro propio planeta existen microbios que viven tranquilamente en las profundidades oceánicas o en entornos volcánicos.
También hay razones para pensar que una vida similar a la nuestra podría habitar algunas lunas de Júpiter y Saturno. Europa, Ganímedes y Calisto, entorno a Júpiter, y Encélado y Titán, entorno a Saturno, pueden esconder océanos de agua líquida bajo la superficie, según apunta Olga Prieto, investigadora del Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) , cuya investigación se centra en estos satélites.
Los organismos que habitaran estas lunas vivirían lejos de la luz del Sol, en oscuros océanos ocultos bajo quilómetros de hielo. “Si el agua líquida está en contacto con una capa de roca y la luna tiene actividad geotérmica, las reacciones químicas que se dieran en la interacción de las dos capas podrían mantener el metabolismo de [ciertos] microorganismos […], como ocurre en algunos lugares del fondo oceánico de nuestro planeta”, explica Prieto.
Otro argumento que hace pensar a los expertos que podría existir vida como la terrestre en otros rincones del Sistema Solar es que el origen de todos los mundos es el mismo. Después de la formación del Sol, los meteoritos que giraban a su alrededor fueron colisionando y agregándose hasta formar los cuerpos que terminaron convirtiéndose en planetas. “Los meteoritos fueron el principio de todo”, ilustra Josep Maria Trigo, investigador del Institut de Ciències de l’Espai (IEEC-CSIC), en entrevista telefónica.
Trigo, junto a otros investigadores, ha demostrado que cuando los minerales de los meteoritos entran en contacto con agua líquida y amidas —un tipo de molécula orgánica—, pueden catalizar la formación de los compuestos que forman las proteínas y el ADN de los seres vivos. “Por lo tanto, en cualquier lugar del Sistema Solar [con agua y amidas] sería factible tener los eslabones que forman los seres vivos”, razona el astrónomo.
La búsqueda en el vecindario
Aunque en teoría la vida podría tomar cualquier forma, los científicos se centran en buscar seres vivos con una química semejante a la nuestra. “Es lo que sería más fácil de reconocer”, explica Olga Prieto. Si fueran muy distintos, primero deberíamos aprender a identificarlos, algo nada sencillo, según Alberto G. Fairén.
Para saber si en un lugar hay vida como la terrestre, los científicos intentarán detectar biomarcadores: moléculas como el ADN, proteínas, lípidos y azúcares complejos. Intentarán, porque de momento es sólo un proyecto de futuro. “Desde que las misiones Viking hicieron una búsqueda activa de vida en Marte allá por los 70 […], nunca más hemos vuelto a buscar vida en Marte, ni en ningún otro sitio fuera de la Tierra”, señala Fairén. “A todos los vehículos de exploración se les pone en el parachoques la etiqueta de ‘vamos a buscar vida en Marte’, pero lo cierto es que no hemos hecho otra cosa que enviar robots geólogos, […] que carecen de cualquier capacidad de análisis biológico”, remacha.
Sí que hay planes, no obstante, para que los próximos todoterrenos con destino a Marte de la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA por sus siglas en inglés) busquen rastros de vida. Mars2020 de la NASA y ExoMars de la ESA pondrán rumbo hacia el planeta rojo en 2020, y entre su instrumental contarán con aparatos para detectar biomarcadores, explica Alberto G. Fairén.
Existen protocolos de protección planetaria que impiden a los robots acercarse a zonas de Marte donde las condiciones ambientales podrían ser compatibles con la vida. “Por lo tanto, nuestros instrumentos pueden buscar vida en cualquier lugar de Marte, excepto precisamente en los lugares donde pensamos que puede haber vida”, declara Fairén.
Por el momento tampoco se han buscado biomarcadores en las lunas de Júpiter y Saturno. Las misiones Voyager, Galileo (de la NASA) y Cassini-Huygens (de la NASA y la ESA) son las únicas que han explorado estos mundos, y las que han revelado la posible existencia de océanos en algunos de ellos. Ambas agencias espaciales planean enviar nuevas misiones a las lunas de Júpiter a partir de la próxima década. Luego, tardarán algo más de siete años en llegar a su destino. “Acceder a los océanos será difícil porque se deberían atravesar quilómetros de hielo”, reconoce Olga Prieto. En lugar de eso, las naves aprovecharán fracturas en las cortezas de hielo que expulsan material al exterior, como los géiseres de Encélado, para recoger muestras.
El resto de la galaxia
Desde que en 1995 se confirmó por primera vez la existencia de un exoplaneta, la humanidad dejó de ver el Sistema Solar como un rincón singular en la galaxia. Hoy hay ya más de 3.600 exoplanetas confirmados, recopilados por la Enciclopedia de Planetas Extrasolares del Observatorio de París. 13 de ellos podrían tener agua líquida en su superficie y por lo tanto son potencialmente habitables, según las estimaciones más conservadoras del Laboratorio de Habitablidad Planetaria de la Universidad de Puerto Rico en Arecibo. La búsqueda de vida más allá de nuestra estrella empieza a ser una realidad.
Pero ¿cómo detectar vida en un pequeño mundo a varios años luz de distancia? Aunque la tecnología aún no está disponible, el truco que utilizarán los astrónomos será fijarse en la atmósfera, según explica Ignasi Ribas, astrónomo especialista en exoplanetas del Institut de Ciències de l’Espai (IEEC-CSIC).
Cuando un exoplaneta pasa entre su estrella y la Tierra, produce un pequeño eclipse que pueden detectar los telescopios –así es como se han identificado muchos de ellos—. Si el planeta tiene atmósfera, ésta dejará pasar la luz, pero no toda. “La atmósfera puede ser más o menos translúcida según los compuestos que contenga”, aclara Ribas por teléfono. Cada sustancia deja una huella característica en el espectro de luz que llega a los telescopios.
Para saber si un exoplaneta puede albergar vida, los científicos comprobarán si su atmósfera contiene una mezcla concreta de sustancias: vapor de agua, dióxido de carbono (CO2), oxígeno y metano. El vapor de agua puede ser signo de la presencia de agua líquida. El CO2, por otra parte, es un termostato del clima, capaz de mantener una temperatura constante en la que se puedan desarrollar ecosistemas. Y el oxígeno y el metano son gases que la vida terrestre genera como producto de su metabolismo. “El metano y el oxígeno no sobreviven mucho tiempo juntos porque reaccionan entre ellos. Si conviven, es que algo los está produciendo”, argumenta Ignasi Ribas.
Así pues, al igual que en el Sistema Solar, el objetivo de la astrobiología exoplanetaria son organismos basados en la misma química que nosotros. “Seguro que nuestra visión es mucho más estrecha de miras de lo que la naturaleza es capaz de crear”, opina Ribas. “Pero debemos ser pragmáticos y de momento buscar vida que seamos capaces de entender”.
El año que viene, la ESA y la NASA lanzarán un telescopio espacial, el James Webb (JWST), capaz de escrutar las atmósferas de exoplanetas terrestres, pero sólo si están muy cerca del Sistema Solar. “En los próximos años, y mediante otras misiones espaciales, entre ellas la misión PLATO de la ESA, conseguiremos un censo de los planetas parecidos a la Tierra que tal vez podamos estudiar en la década de 2030”, informa Ribas.
“Aun así, y con suerte, sólo podremos deducir si un planeta está habitado. De cómo son sus habitantes no tendremos ni idea”, apunta Ribas. Sólo sería posible saber algo más de ellos si existiera una civilización tecnológica, como la humana. “Por ejemplo, nosotros hemos contaminado nuestra atmósfera con moléculas complejas, procedentes de la actividad industrial, que tal vez podrían ser detectables remotamente”. Si además utilizaran ondas de radio para comunicarse entre ellos, tarde o temprano llegarían a nosotros. Desde los años 60, varios grupos de astrónomos escuchan a las estrellas con radiotelescopios, a la espera de captar algún mensaje enviado por seres inteligentes de otros sistemas.
Pero según Ignasi Ribas, si algún día llegamos a detectar vida fuera del Sistema Solar, lo más probable es que sean microorganismos. Y la única manera de identificarlos sería enviar una misión in situ, “algo que está muy lejos de nuestras proyecciones tecnológicas”. ¿Cómo de lejos? El exoplaneta más cercano a la Tierra es Proxima Centauri b. Si mandásemos una nave a la mayor velocidad que hemos logrado, la de la Voyager 1, tardaría 75.000 años en llegar, explica Ribas. “¿Cómo decirlo? Un viaje de 75.000 años… Es para prepararlo muy bien”, bromea el astrónomo.