Oct
20
El estado inverso II
por Emilio Silvera ~ Clasificado en Divagando ~ Comments (0)
Si, en definitiva, un estado se establece para la pervivencia y el desarrollo de sus ciudadanos, sería lógico que éstos no dejasen de ser sus propios dueños y guías. El proveerse de unas normas, es necesario al individuo para su protección ante los otros y procurar que los frutos de la cooperación no les sean escamoteados. Por eso, la forma primaria de ley habría de arrancar del ciudadano, que experimenta su déficit en las propias carnes; consensuarse luego con sus íntimos, de éstos con el círculo de residencia, municipio… región… y las instancias que fueran precisas, hasta la generalidad más amplia; pero no a la inversa. En el camino quedarían aquellos supuestos que por peculiares sólo se apropian a un grupo o un territorio. Qué mejor reconocimiento que el de igual a igual. Que el papel del ciudadano no quede reducido poco menos que al de votante, y ello, sólo en periódicas ocasiones. Por su falta de concreción, el principio de igualdad que el estado salvador y omnipresente pueda dispensarnos, será impreciso. Y habrá quien no desee igualarse a nadie, ni quiera ser más ni menos, sino el resto: particular y distinto, y desde ahí, que corra de su cuenta; o quien no
tolere una mínima desventaja con su semejante, que de todo hay.
Las tres dimensiones humanas: consumista, social y privativa, en cuanto a la consideración íntegra del individuo, se satisfacen de una manera pancista. Tanto más en el consumo, tanto menos en la vida propia y las aspiraciones personales. En cuanto a su dimensión social, ni mucho ni poco sino en apariencia.
Cómo conjugar bien común y propio, o lo que es lo mismo, necesidades en general y particulares.
El flujo del poder y mando mejor cumpliría, no desde una instancia superior e impersonal; no como la del estado hacia sus súbditos, sino elevándose de forma progresiva, desde el individuo a la comunidad. Pretencioso tal vez. No obstante, para el logro de una meta así, existe un poderoso instrumento, la educación; y junto a ella, la convivencia real, confraternizada, de los pequeños ámbitos. El hombre íntegro, ni más ni menos. Aquel que se hace cargo de sí mismo y de su existencia, y que es capaz de enfrentarse a su propio destino. Este hombre no se dejaría arrastrar por otros porque no sepa o no confíe en sus propias fuerzas. Y es del trato y el roce de cada día, de donde surgen tanto la comprensión y la sinergia como el sentir común. Antes se confraterniza con alguien próximo que con el extraño, por muy socio que sea. El principio de igualdad entonces, será consecuente y espontáneo, no una engañifa. Pues quién desea que en su trato de cada día lo discriminen.
Así pues, la igualdad práctica nunca será una imposición inconcreta desde arriba, sino la consecuencia de la actividad ciudadana y sus relaciones. No es lo mismo. Es de aquí, de donde el tópico igualitario derivaría, por el roce y la comprensión, hacia la equidad. Pues nada es más justo que el merecimiento de las propias consecuciones. Sin embargo, nadie ignora, que la competitividad libre y las capacidades de unos, bien podrían dar al traste con las expectativas e incluso la supervivencia de otros. Es por ello que se plantea “lo social” como problema. El grupo asociado lo es, si comporta derechos y deberes para con sus socios. Sin embargo, no todos cumplimos las obligaciones con la misma eficacia o de tan buena fe. No por ello, a tales, se les excluiría de los correspondientes derechos de forma tajante. Se hace necesario un nivel de bienestar suficiente que garantice la supervivencia común y una vida digna para todos. De qué servirían si no tanto estado y tanta gaita.
Que la sociedad se establezca, viene a significar, como la ampliación del individuo en sus semejantes, de tal manera, que figuradamente, nuestro yo se multiplica. El grupo viene a ser como un organismo vivo cuyas células son sus socios, y que como en él, todos comparten la común vivencia.
Decimos por tanto que la sociedad es, como la suma de esos componentes particulares que somos todos. Sólo, que ella en sí no es pensante, y sí los individuos que la componen. No podemos hacer la comparación entre la sociedad y nuestro organismo sin esta salvedad. Ocurre, que nuestro pensamiento (nuestro sistema nervioso en general), nos gobierna, como a seres vivos que somos, a nuestra forma; sin embargo para la sociedad la cosa cambia. Seguimos siendo cada una de sus células los pensantes, y nos regimos con raíces propias. El estado sólo habría de ser el ámbito de encuentro y nuestro seguro. Y es que no se establece de una forma natural e imprescindible como nuestro organismo sino acomodaticia. Es la estructura humana que nos permite paliar las limitaciones en una sociedad que nos desborda: el macro grupo. Pero no puede ignorarse al micro grupo o al grupúsculo.
La dicha ampliación del yo con nuestros semejantes sólo será efectiva, reconfortante y auténtica, por un convivir pleno, en el “estar” junto a los otros, una puesta en común con los cotidianos. Nuestro círculo de convivencia se agrandará por donde quiera que vaguemos según y cómo, pero siempre será limitado.
La solidaridad, el querer, el compañerismo, la fraternidad en suma, no nacen simplemente del pensamiento o por una lejana información o referencia. Necesitamos la presencia real del otro y el verdadero intercambio comunicativo. Sin convivencia, ponerse en el
lugar de alguien y comprenderlo es difícil. No sentirás el yo de tu semejante como si fuera el propio y sus penas o alegrías las verás de lejos.
Bien será que el estado sea garante de las particulares relaciones de sus súbditos, pero los sentimientos de solidaridad, la igualdad, la tolerancia y la colaboración, no pueden sembrarse desde un poder delegado y esperar que arraiguen. El sentir surge con espontaneidad de las vívidas relaciones que son sus fuentes; lo otro será tan idealista como un amor platónico.
En este punto, la educación se hace imprescindible y aun decisiva, pues capacita al humano para entenderse y entender a los otros. Será el hombre integro, como ya dijimos, el capacitado para la convivencia. En su defecto, siempre será posible una aproximación progresiva. La perfección no existe.
Que los individuos, como tales, ejerzan el poder, no significa, que los poderes delegados y las instituciones no existan. Se refiere, a que la ciudadaníagobernase a la par con éstos. O lo que es lo mismo, como si dijéramos, en democracia directa; una participación real de todos en la cosa pública.
Cualquier opinión puede ser valiosa, y de gran valer, si habitual y espontánea. No es razonable, que el ciudadano, el actor de la sociedad, no tenga más cometido de gobierno que el de votar a uno de los candidatos cuando se le solicita y apenas si otra participación hasta la nueva consulta.
Si se vota y después nos desentendemos, pasan cosas desagradables y abusos de poder
La ciudadanía no ha de otorgar el poder a los que gobiernan y desentenderse, debe ejercerlo con ellos. O sea, ejercer su derecho a voz y voto en las decisiones. De tal manera, estaría presente en sus foros, aun en la distancia, e incluso físicamente; de forma limitada en ese caso como es obvio.
En este punto, vienen al pensamiento, esos programas de radio y televisión a los que se puede llamar y expresar opiniones. Medios hay para que algo así pueda establecerse para las cámaras de representación o cualquier otro foro por el estilo. Nos referimos a la informática y los medios de comunicación. Obviando los problemas técnicos, tal alternativa es posible. Sus señorías ya no andarán perdidos entre nubes teóricas de una cierta irrealidad e intereses partidistas. Con la intervención del ciudadano, el legislativo, el ejecutivo y hasta el judicial, irían con los pies en el suelo del sentir real que los hacedores reales del estado, que somos todos, expresaran.
Que deleguemos en otros la ejecución de nuestras decisiones no quiere decir que decidan por nosotros. Es ese el sentido estricto del sistemademocrático, como una concatenación de ámbitos en que el individuo expresaría su voluntad de forma continua. Desde su familia y localidad hasta el propio gobierno. Todo ello a través de la representación; por la cual, teóricamente, la voluntad local subiría a las más altas instancias. Lo peor es que hay muchos intereses de por medio: los partidos políticos, los grupos de presión, las mayorías intermedias y un largo etcétera, que hacen que la fórmula no sea efectiva. En la práctica, es el gobierno de turno, aun prescindiendo de gran parte de los seguidores, quien impone su voluntad, aun suponiéndola justa. El ciudadano queda a su merced, para, solo, aguantar marea.
Cada vez más, los medios de comunicación posibilitan el acceso del ciudadano a cualquier instancia, sin que ello suponga gran merma en sus quehaceres ni le exija ser muy avezado.
Bien fácil resulta que desde su casa, por medio de la televisión, la radio… teléfono, redes… cualquier persona pueda seguir aquello que se dilucida en los grandes, o no tan grandes, foros. Tampoco es difícil pedir su sufragio u opinión a través del teléfono o de Internet pongamos por caso. Y naturalmente que su voto, para cuestiones no triviales, habría de ser auténtico y veraz.
Sería auténtico, si para la votación cada uno de los sufragistas recibiese una especie de cuestionario, único e intransferible, que el superordenador del estado elaboraría al azar. Dichas cuestiones, sencillas, si no triviales, no tendrían otro objeto que asegurar, si el individuo en cuestión sabe de qué va el tema y que su voto no contradice sus propias estimaciones.
Por veracidad entendemos, que el voto de cada uno sea cierto e inviolable. En cuanto que las votaciones fuesen simultaneas para todos y en tiempolimitado, nadie se ocuparía en votar por nadie pues malgastaría la ocasión propia. Y cómo identificar al votante. Que su propio aparato receptor leyese la huella digital, el iris o cualquier otra característica única.
De todas formas, habrá quien no esté capacitado para cuestiones así. No obstante esta modalidad de votación no sería decisiva. Por lógica los doctos serán los profesionales de la política, o así debería ser. El porcentaje válido para ambos en el recuento no excederá como mucho de la mitad. No es pedir demasiado.
Finalmente, sabido es, que los programas, los planes de gobierno y hasta las leyes, no siempre aciertan. Suele ocurrir también, que aquello que se vota, o no se lleva a cabo o fracasa estrepitosamente; que mil y un decretos y actuaciones no llegan a buen puerto.
Bueno sería que, previamente, alguien se encargase de prever la viabilidad de tanto proyecto, para en su caso darles o no vía libre. Claro que un estudio de este tipo habría de ser lógico. Como un problema de matemáticas, o casi. Irrefutable. ¿Y dónde guarda el estado la información más completa y precisa que valga a este cometido? En su Administración. Es ésta la fuente más abundante y segura, no sólo de su economía sino del potencial humano y sus recursos.
Hablaríamos entonces de un cuarto poder; y no nos referimos al de los medios de comunicación. Un poder independiente, a la par que el legislativo, el ejecutivo y el judicial. El poder lógico. Que como de la Administración se trata, sus específicos integrantes serían funcionarios, de carrera y por oposición como corresponde. Su finalidad sólo esa, la revisión de proyectos. Cualquiera de sus estudios sería vinculante, salvo por imprecisión o ambigüedad. Impugnables por otros todos ellos, no importa de quien, si ofreciesen una resolución más factible y razonada, como corresponde a su naturaleza.
Naturalmente que para una función así sólo cabe la lógica. Lógica matemática, estadística, silogística…
Si se hicieran concesiones a la subjetividad o las querencias, apaga y vámonos.
Pero después de todo, si la mayoría no se diese por enterada, de qué valen las “recomendaciones lógicas”. Para qué más molestia. La mayoría “nunca pierde la razón”.
Las ideas Cisma
Según la segunda ley de la Termodinámica, el sentido de evolución de un sistema cerrado (Tal como el Universo en su conjunto), va, del orden hacia el desorden, según lo que se denomina el incremento permanente de entropía. Sin otras consideraciones y suponiendo que no existan otros cosmos, ni que éste que nos toca sufriese alguna transformación impredecible, así queda establecido. Sin embargo, la biología parece que burle este principio, y a contra corriente, consiga, que sus sistemas vivos se organicen cada vez más. Mas sólo es una apariencia. Un oasis en el desierto que permanece, pero sin otro destino final que el de su entorno. Quizá la inteligencia sí que pudiese romper el fatídico proceso si encontrara cómo soslayarlo. Puede que la especie sobreviviera en “su hábitat” protector, si no para siempre, sí “una eternidad de bolsillo”. Pero a fin de cuentas sólo significaría la postergación de lo inevitable, y tan lejos queda algo así, que por la simple probabilidad fenecería en el intento. ¿Qué nos importa a nosotros en nuestra limitación, y ni siquiera a esos ínclitos descendientes futuros, si su tiempo también devendrá a relativo y el remate será el fin? O tal vez no, quien sabe. Hay quien afirma, y lo demuestra, que la información, la estructura metamórfica de cada ser permanecerá, y que, pese a toda transformación presente o futura será recuperable cuando las condiciones propicias ocurran. Por ejemplo, el más desastroso entre los fenómenos del Universo, el llamado agujero negro, engulle cuanto le rodea y nada escapa a su voracidad. Tras el proceso sólo resta en su interior el detritus más consumado. Casi una nada compacta. Sin embargo aun allí la información preexistente persiste. A lo mejor, “los prolegómenos de un otro Big Ben”.
¿Quién habrá pasado por aquí?
¿Adónde vagarán las consecuencias de nuestra acción al paso del tiempo? ¿Qué es de la huella de nuestros actos que se desvanece? ¿Qué de nuestros particulares campos magnético—eléctricos, o las ondas energéticas de nuestras vísceras? ¿En qué desintegración se integrarán nuestros despojos? Porque no cabe duda que cada acción deje tras ella su propio sello. ¿Toparán por el devenir con el certero decodificador que pueda detectarlos y los reintegre a su causa como forma de vida? ¿O ni siquiera tanto será imprescindible? Pudiera ser; cosas peores se han visto; si no, y sin ir más lejos, qué decir del milagro, de lo maravilloso, de nuestra propia existencia. Desde luego, si ello no ocurre, por falta de tiempo no ha de ser. Y al cabo, qué más da morir un segundo que todas las eternidades juntas y otras tantas. Será un instante.
Pero una cuestión así, tan lejana e inconmensurable, bien puede esperar. Bajemos pues de las alturas y abdiquemos, que más vale pájaro en mano que ciento volando. Y de no perder el hilo, mejor fuese pegar hebra, que si no hay mal que cien años dure, ni bien que los pare, promediemos los dos impostores, no sea que, de sobrecargados, fenezcamos a la mitad por no echar cuentas.
La cuestión no es obvia: ¿Por qué en el sistema democrático, el estado de la igualdad y las libertades por antonomasia, persiste el adoctrinamiento? ¿O es que en el fondo, tal vez pretendemos, que el fin democrático sea el triunfo de una ideología?
No es lo mismo la puja espontánea de los pensamientos que avalar sin reservas a uno o algunos, prendados quizá de su hermosura. La panacea aparente puede encandilarnos de forma tal que sea difícil no caer en el proselitismo. A fin de cuentas esto son y no otra cosa los afamados “ismos”. Esas parcelaciones del pensamiento, tan abundantes, que no por sernos útiles nos serán imprescindibles. Superables por tanto.
Agnosticismo, Ateísmo, Cristianismo, Deísmo, Budismo, Socialismo, Comunismo, Capitalismo, Liberalismo, Marxismo… y el largo etcétera; tan largo, que quizá acertásemos con descubrir un nuevo “ismo” como la denominación de origen. No sería complicado. ¿Por qué no “miopismo”? Pues qué cortas miras las nuestras para quedar varados sin consideración en sólo uno o algunos de tantos pensamientos posibles y sus matices. Y qué apocadas condiciones nos constriñen, que sólo la facción o el grupo nos vitaliza. Ciertamente, tal cantidad de posturas y sus expresiones, denotan nuestra multiplicidad y su riqueza, pero también nuestra miseria y egoísmo. Y ello es más cierto, si consideramos que la idea, por su no concreción, nunca será absoluta; lo que tampoco contradice su oportunidad o su adecuación transitoria. He aquí, en boga como siempre, el mejor de los ejemplos: Libertad, Igualdad, Fraternidad. La concreción ilustrada. Consideremos: principio y fin, nacimiento, vida, muerte… realidad, ser, existir, nada, todo…; son estas, conceptuaciones evidentes en si mismas, axiomáticas. Sin embargo la triple proclama, con ser certera, es tan maleable como la vida misma. Y es lo lógico.
De los tres conceptos antedichos, quizá sea el tercero, la fraternidad, el precedente de sus hermanos. Esa hermandad, de raíces biológicas nada menos, es innegable. Aunque eso sí, algo imprecisa, por cuanto más abunda el pariente que el hermano, y la especie queda disgregada y diversa “en su irremediable grado de entropía”. Pese a ello, en ese azarado sentir común la igualdad podrá efectuarse si efectivamente se formatea con la convivencia. O al contrario quizás. No obstante, en el simple asociacionismo, a secas, la lógica de igualación requiere necesariamente de su otra hermana, la libertad.
Pero la libertad, el fundamento de unas relaciones justas e igualitarias, paradójicamente, como condición primera no llega a tanto. En esencia la libertad como primigenia no puede darse. Huelga decir por que. Y sólo el espíritu podría ser libre. Vete a saber.
No es extraño entonces, que sobre los “tres conceptos clave de la convivencia” recaigan tantas consideraciones como doctrinas. Por entonces, cuando el triple considerando vio la luz, ni su impulsor ni sus promotores tuvieron a bien explayarlo, hasta, por ejemplo, la cooperación, la superación, o la individualidad del raciocinio; no tanto hasta la equidad, que habría de ser evidente. Pero así queda en honor a sus loables intenciones y la concreción. Claro, el resto queda implícito y se sobreentiende, se dirá; que a buen entendedor pocas palabras bastan. Y así es admitido. Aunque mejor se pensase que la triple proclama era proclive a las reivindicaciones concretas que la exigían sin más. Pese a todo permanece en el tiempo, casi definitiva, como el abc, como el alfa y el omega, y va para tres siglos. A más abundamiento anda manida, cuando no sesgada, por estos, esos y aquellos. Hay quién hace de la libertad su bandera. A otros la igualdad los comanda. Y cómo no, la fraternidad es traída y llevada como el cofre de los tesoros; no es para menos, pero ya tanto… Y ojo, todo ello a su forma y según: con la conveniencia extendida o como resulta empecinada de una obsesión añeja que no por legítima sea eficaz. Un tándem “cuasi cómodo” pero inestable, y al que solamente salvará el soporte definitivo, una razón común, la lógica universal. Casi nada.
Las doctrinas se perpetúan convictas de la memoria, igual que una vocación. Como paños calientes al trauma infantil fosilizado, o bálsamos de atroces vivencias, que hacen que la libertad del individuo no sea. Y es que sin esa comunión razonable, sólo se puede ser libre entre los estrechos márgenes de la ideo endogamia, tras la virtualidad de una memoria remanente, e incluso, según los dictados de una retro genética. Para qué decir de los yugos circunstanciales. Claro que no, no es más libre nuestra libertad que nuestra inteligencia, y somos tan poca cosa, que decir sí o no, se nos viene apuntado, y aun creemos que sea por nuestro concurso.
Ser libre, no aferrarse a nada
Quizá no haya mejor ideología que ninguna. Aferrarse a la idea huérfana, desvincularse del contexto universalista, será provechoso, por perseguir una obsesión o una injusticia, pero también como forma de suplir cierta pereza filosófica y no querer entenderse con los contrarios. Cosa distinta será marcarse las pautas al abrigo de la lucidez común y compartida. Caminar abriendo el camino, porque sólo el ahora es presente y su pasado un futuro caduco. Eso sí, confiados en la única verdad en candelero, la de nuestra evolución. Y es que los atributos humanos nunca serán conclusos. Como todo, sus formas de ser están en el cambio, pues nada permanece. Pobres de nosotros, si pensásemos, que nuestra razón, nuestra lógica, es indeleble; como un absoluto; la única diosa incontrovertible. Mas, si su evolución persiste, a poco, tan tosca parecerá en el grado presente como el utensilio de piedra ante el robot o las garras de nuestros ancestros reptiles comparadas a nuestras manos.
Nadie espere que la parte se imponga al todo y así permanezca, pues sus impulsos rectores también los abarca.
Autor:
Fandila Soria Martínez