Abr
27
Cosas del Universo
por Emilio Silvera ~ Clasificado en El Universo dinámico ~ Comments (0)
Tras décadas de intentos, los astrónomos han detectado la emisión del ion hidruro de helio, la primera especie molecular que se formó en el universo primitivo
El astrónomo Rafael Bachiller nos descubre en esta serie los fenómenos más espectaculares del Cosmos. Temas de palpitante investigación, aventuras astronómicas y novedades científicas sobre el Universo analizadas en profundidad.
Tras décadas de intentos, los astrónomos han detectado la emisión del ion hidruro de helio (HeH+), la primera especie molecular que se formó en el universo primitivo.
Química primordial
Poco después del big bang, hace 13.800 millones de años, el universo no era más que una masa de gas hidrógeno con trazas de helio y otros elementos ligeros. Una de las principales tareas del astrónomo actual es comprender cómo, a partir de esta sopa elemental, el universo fue evolucionando para formar la complejidad de planetas, estrellas y galaxias que lo componen hoy.
La temperatura media del universo primordial era muy alta pero, según el espacio se expande de forma adiabática, ha ido decreciendo desde entonces hasta enfriarse considerablemente. Unos 700.000 años después del big bang, cuando esta temperatura media bajó a unos 4000 grados, los átomos pudieron empezar a combinarse formando los primeros enlaces que, según predice la teoría, debieron estar constituidos por un átomo de hidrógeno y otro de helio.
A partir del ión HeH+ se debió formar la molécula de hidrógeno puro (H2), una especie fundamental cuya abundancia creciente fue dando lugar a la creación de nubes interestelares densas constituidas principalmente por tales moléculas. Estas nubes son los únicos lugares capaces de formar estrellas y fueron, por tanto, un ingrediente clave en la constitución del universo actual.
Terahercios
Tratando de verificar estas ideas teóricas, los astrónomos llevan décadas buscando la emisión de HeH+ en el espacio, pero hasta ahora de manera infructuosa. El ión fue primero producido de manera artificial en laboratorios terrestres en 1925 lo que permitió medir las longitudes de onda de sus emisiones. En las condiciones del medio interestelar actual, tales emisiones se concentran en el infrarrojo lejano, concretamente en torno a 149 micras y 75 micras (frecuencias de 2 y 4 terahercios) que, en la jerga espectroscópica, corresponden a las dos líneas rotacionales J=1-0 y J=2-1. Las medidas de estas emisiones resultaban extremadamente difíciles, y por eso han sido imposibles durante décadas debido a tres razones principales:
1. Son emisiones muy débiles pues el ión HeH+, formado a partir de un gas noble (muy poco reactivo) como el helio, es muy frágil y, por tanto, muy poco abundante. En el espacio interestelar se destruye rápidamente mediante su combinación con un electrón, lo que da lugar a un átomo neutro de hidrógeno y otro de helio (HeH+ + e- -> He + H).
2. Esta región del infrarrojo lejano, en torno a las 100 micras de longitud de onda (3 terahercios de frecuencia) resulta muy difícil de observar desde tierra, pues la atmósfera la apantalla completamente. Sin embargo, el telescopio superligero SOFIA que va montado en un avión jumbo Boeing 747, y del que ya hemos hablado en estas Crónicas del Cosmos, permite situarse por encima de la pantalla atmosférica para medir así en esta región del espectro electromagnético.
3. La tecnología necesaria para estas medidas suponía otro reto que ha podido ser superado gracias al espectrómetro GREAT (German REceiver for Astronomy at Terahertz Frequencies) que cubre las longitudes de onda del lejano infrarrojo y que ha sido instalado recientemente en el telescopio SOFIA.
Rompecabezas químico
Ralf Güsten, del Instituto Max-Planck de Radioastronomía (Alemania), y su equipo de colaboradores han superado todas estas dificultades apuntando el telescopio SOFIA hacia la nebulosa planetaria NGC7027. Ésta es una nebulosa muy compacta, formada hace tan solo unos 600 años, a partir de la explosión de una estrella de tipo solar.
El residuo estelar que ha quedado en el centro de la nebulosa es una enana blanca cuya temperatura superficial alcanza los 200.000 grados, por lo que emite una intensa radiación ultravioleta que, al alcanzar el gas de la nebulosa, arranca fácilmente los electrones de los átomos como el hidrógeno y el helio. La zona en la que el helio está ionizado es ligeramente mayor que la del hidrógeno ionizado, por lo que queda una zona en la que coexiste el helio ionizado con el hidrógeno neutro. Ahí puede tener lugar la reacción de asociación radiativa que forma el ión de hidruro de helio.
Estas medidas permiten estimar los mecanismos por los que se forma y destruye el HeH+, incluyendo las tasas de producción y destrucción. Se logra así identificar una pieza muy importante del puzle de la química primordial, pues estas reacciones son el pilar sobre el que reposa gran parte de nuestro conocimiento sobre la evolución química del universo.
Los resultados de Ralf Güsten y colaboradores han sido publicados en el último número de la prestigiosa revista Nature.