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La frontera K-T. Hablemos de eso.
por Emilio Silvera ~ Clasificado en Catástrofes Naturales ~ Comments (0)
Situación de los continentes a finales del Cretácico. El cráter de Chicxulub está señalado en el centro de la imagen. Los fantásticos dinosaurios que, si no tuviéramos la evidencia fósil
La teoría más extendida de todas las que intentan explicar la extinción del 65% de las especies que habitaban la Tierra hace 65 millones de años, se refiere al impacto de un gran meteorito en Chicxulub que formó un cráter de 180 kilómetros de diámetro. La prueba esgrimida como definitiva fue el hallazgo de esférulas derivadas del impacto inmediatamente debajo del límite estratigráfico entre el Cretácico y el Terciario, junto con la detección de una anomalía de iridio coincidente con la extinción masiva de foraminíferos marinos, y el descubrimiento y datación del propio cráter de Chicxulub.
Pero para entender de qué hablamos señalemos cuestiones sencillas que todos entendemos como, por ejemplo, la muerte de los dinosaurios que se extinguieron (según todos los indicios) hace ahora 65 millones de años, como parte de una extinción masiva de la vida en la Tierra, algo tan claramente reflejado en el registro fósil que se utiliza para marcar el final de un período de tiempo geológico, el cretáceo, y el comienzo de otro, el terciario.
La huella dejada por aquel acontecimiento en el todo el mundo, no deja lugar a dudas para los geólogos. La señal, les habla del pasado
Puesto que la “C” ya se ha utilizado como inicial en un contexto similar en relación con el período Cámbrico, este marcador se suele denominar Frontera K-T, con una “K” de Kreide, que es el nombre del Cretáceo en alemán. No fueron sólos los dinosaurios los que resultaron afectados (aunque por sus características son los que siempre aparecen con mayor protagonismo en el suceso). Alrededor del 70 por ciento de todas las especies que vivían en la Tierra a finales del Cretáceo habían desaparecido al principio del Terciario, lo cual nos indica que se trató realmente de una “extinción en masa” y explica por qué los geólogos y los paleontólogos utilizan la frontera K – T como un marcador importante en el registro fósil.
Dadas las dificultades que plantean unas pruebas de tiempos tan remotos, y la lentitud con la que se acumulan los estratos geológicos, todo lo que podemos decir sobre la velocidad a la que se priodujo aquella extinción es que sucedió en menos de unas pocas decenas de miles de años o en unos cien mil años; sin embargo, esto se considera un cambio brusco en relación con la escala de tiempo utilizada en geología.
La hipótesis propone que un asteroide de 15 kilómetros de diámetro impactó en algún lugar de la Tierra (después se identificó con un cráter en las inmediaciones de la península del Yucatán, el llamado cráter de Chicxulub), levantando millones de toneladas de corteza continental volatilizada a la atmósfera. Posteriormente, tras unas prospecciones petrolíferas se encontró la posible huella del evento buscado, como se puede observar en la siguiente imagen:
El impacto que creó un cráter de 180 kilómetros de diámetro ocasionó que millones de toneladas de plataforma continental fueran volatilizadas y enviadas a decenas de kilómetros de altura ocasionando una nube de polvo muy densa que persistió durante años llevando al mundo a un enfriamiento global siendo aquel el mayor invierno nuclear que ha visto la Tierra, que sepamos.
Las preguntas obvias que todo esto plantearon las mismas que surgen tras un gran terremoto: ¿por qué sucedió? ¿podría suceder de nuevo? y, en ese caso, ¿cuándo? En el caso del suceso K – T, tenemos un candidato muy cualificado para que fuera el desencadenante que hizo que aquella extinción se produjera hacer 65 millones de años, en vez de suceder por ejemplo, hace 60 o 55 millones de años. Los restos de ese enorme cráter de arriba que data justo de entonces ha sido descubierto bajo lo que actualmente es la península de Yucatán, en México, y por todo el mundo se ha encontrado estratos de hace 65 millones de años que contienen restos de Iridio, un metal abundante en el centro de la Tierra pero, muy escaso en la superficie, del que sabemos que es un componente de los meteoritos de cierto tipo.
Si alguno de estos cayera sobre la Tierra, la Historia se podría repetir y, en algún caso, ni sería seguro que algo vivo pudiera seguir existiendo con la caída de un enorme “monstruo” pétreo venido del espacio interestelar a velocidades alucinantes que no podríamos frenar ni destruir. La Tierra, a pesar de su mucha y avanzada tecnología, no está preparada para solucionar estos problemas.
Se llama 2005 YU55 y no es la primera vez que tenemos noticias de él. Este asteroide de 400 metros de diámetro (el tamaño de un portaaviones) calificado en su día como potencialmente peligroso para la Tierra, se acercó el pasado 8 de noviembre a 324.600 kilómetros de nuestro planeta, una distancia inferior a la que está la Luna. En términos astronómicos, significa una arriesgada caricia en la cara. Observatorios de todo el mundo no perdieron detalle de la visita. En concreto, científicos de la NASA siguieron la trayectoria de la roca espacial desde radiotelescopios de Goldstone, California, y Arecibo, en Puerto Rico. Ante la sensación que causó la cercanía del cometa Elenin, la agencia espacial ha querido adelantarse a los más aprensivos: “el asteroide no ejercerá ninguna influencia sobre las placas tectónicas o la gravedad de la Tierra. No se notará efecto alguno.”
La trayectoria del 2005 YU55, descubierto en 2005 por astrónomos de la Universidad de Arizona, es bien conocida. En su punto máximo de aproximación llegará a 324.600 kilómetros de la Tierra (0,85 de la distancia a la Luna). Aunque 2005 YU55 visita regularmente la vecindad de la Tierra, Venus y Marte, debido a su trayectoria, el encuentro de 2011 fue el más cercano que esta roca espacial ha realizado durante los últimos 200 años. ¿Quién nos garantiza que la próxima vez será el viaje tan pacífico? Cualquier suceso podría variar su trayectoria con resultados funestos para nosotros.
Hace 444 millones de años, en la transición entre los períodos Ordovícico y Silúrico, ocurrieron dos extinciones masivas llamadas extinciones masivas del Ordovícico-Silúrico. Su causa probable fue el período glaciar. El primer evento ocurrió cuando los hábitats marinos cambiaron drásticamente al descender el nivel del mar. El segundo ocurrió entre quinientos mil y un millón de años más tarde, al crecer el nivel del mar rápidamente.
Como decíamos antes, hace 65 millones de años en la extinción masiva del Cretácico-Terciario, desaparecieron cerca del 50% de todas las especies, incluyendo los dinosaurios.
Durante el cretácico tardío, el nivel del mar subió en todo el mundo, inundando casi un tercio de la superficie terrestre actual.
Hace 444 millones de años, en la transición entre los períodos Ordovícico y Silúrico, ocurrieron dos extinciones masivas llamadas extinciones masivas del Ordovícico-Silúrico. Su causa probable fue el período glaciar. El primer evento ocurrió cuando los hábitats marinos cambiaron drásticamente al descender el nivel del mar. El segundo ocurrió entre quinientos mil y un millón de años más tarde, al crecer el nivel del mar rápidamente.
Como decíamos antes, hace 65 millones de años en la extinción masiva del Cretácico-Terciario, desaparecieron cerca del 50% de todas las especies, incluyendo los dinosaurios.
Durante el cretácico tardío, el nivel del mar subió en todo el mundo, inundando casi un tercio de la superficie terrestre actual.
Así, el calor del sol pudo distribuirse más hacia el norte gracias a las corrientes marinas, dando lugar a un clima global cálido y suave, con polos sin casquete de hielo y una temperatura en las aguas del Ártico de 14° C o más.
En un clima así, los reptiles de sangre fría podían proliferar incluso en latitudes boreales, mientras que los fósiles de helechos y cicas encontrados en rocas del cretácico a latitudes árticas son similares a las plantas de hoy en los bosques húmedos subtropicales.