Oct
9
¡La Curiosidad! La madre del saber
por Emilio Silvera ~ Clasificado en Recordando el pasado ~ Comments (2)
Buscando Historias del Pasado
¡Qué bonito sería si las piedras pudieran hablar! ¿Qué nos contarían éstas?
Todos los asiduos a este lugar, sabéis de mi curiosidad insaciable por las cosas, por lo que pasó, por las Civilizaciones antiguas, por los misterios que la materia encierra, y, en fin, por el Universo y las historias de las criaturas que lo pueblan y que, en la antigüedad, estuvieran aquí.
Existen lugares en los que, se han conservado más vivos y realistas los recuerdos del pasado y, en la India, donde al contrario que en la China, no cruzan el cielo los Dragones, serpientes o Aves monstruosas, nos dicen que fueron máquinas, las que, para el asombro de todos, cruzaban el cielo. En las dos últimas imágenes queda representada la hipótesis de los antiguos astronautas.
“Siendo Coronel Aviador del Ejército Británico, viajaba constantemente, realizando tareas para su País. Por el año 1868 cumplió funciones en la India, como oficial de Inteligencia para el Gobierno Británico. Aquí conoció en un templo Hindú, a un Sumo Sacerdote Budista, colaborando con él en su obra. Así se forjo entre ambos, una franca y sincera amistad.
El monje por condescendencia y amabilidad, le enseñó varios sets de antiguas tabletas de arcilla que estuvieron escondidas en las bóvedas del templo por varios siglos. Estaban ya quemadas por el sol y abandonadas por los sacerdotes del templo los últimos años.
Churchward logró el acceso a todos estos registros, después de superar la renuencia inicial del sacerdote, para sacar las Tablillas y mostrarlas todas.
Con la ayuda de su nuevo amigo, aprendió como descifrar las inscripciones de las antiguas tabletas y mientras las traducía, se dio cuenta que se había tropezado con la increíble historia de un gran continente perdido.
Una tierra más allá del gran mar oriental, una zona del océano Pacífico conocido hoy, como “Anillo de Fuego del Pacífico”.
Después de haber dominado este idioma, descubre en la lectura, que las tablillas se originaron en el lugar donde el hombre apareció por primera vez en el planeta, el continente Mu.”
Map from 1926
“Lost Continent of Mu Motherland of Man”
by James Churchward
“Las Tablillas estaban escritas por los Naacals en, Naga-Maya, una lengua muerta antigua. Supuestamente perdido, hacia ya mucho tiempo. Y sólo otras dos personas más en la India, podían descifrarlas.
Las tablillas hablaban de una gran civilización que se había alzado, florecido y decaído mucho tiempo antes que todas las conocidas por los estudiosos. Era el gran continente de Mu, la madre patria de todas las razas de la tierra.
“Y la hipótesis de Churchward parecería confirmarse, ya que los jeroglíficos de la cultura del Indo eran sorprendentemente parecidos a los de la isla de Pascua, cercana a la ubicación más conocida de Mu.”
El conocimiento en partes quedó incompleto, ya que las tabletas disponibles eran fragmentos de textos mayores. Por esto, Churchward busco y busco, siguió los pasos de esta nueva civilización misteriosa por los confines de la tierra. Fue poniendo juntas todas las piezas de un gran rompecabezas. Así, fue adquiriendo más y más información, hasta que una maravillosa imagen se empezó a formar. Era la impresionante figura de un vasto continente del océano pacífico, que junto nuevamente con sus habitantes, también desaparecidos muchísimos años atrás.
Así renació MU. Cobro nuevamente vida y esplendor, en la mente y el corazón de Churchward.
El resultado final, de la inmensa labor de investigación y acopio que realizó, lo plasma en la publicación de su libro “El continente perdido de Mu: patria del hombre”. En donde según él, demuestra la existencia de este continente, perdido en el Océano Pacífico.
Churchward relata que: de acuerdo con el mito de la creación leído en las tablillas, por efecto de la expansión de los gases volcánicos subterráneos, Mu se había levantado por encima del nivel del mar. Y su desaparición, ocurrió después de una serie de terremotos y erupciones volcánicas. Fue completamente arrasada casi en una sola noche. La tierra rota, fue cayendo en ese gran abismo de fuego y cubierta por cincuenta millones de kilómetros cuadrados de agua. Según Churchward, Mu se extendía desde algún lugar al norte de Hawai y hacia el sur, hasta Fijis y Mangaia. Y se extendía de este a oeste, desde las Marianas, a la Isla de Pascua.”
Las tabletas de Naacal y registros escritos en Maya, Egipto y la India, que cuentan la destrucción de Mu.
Templo de Rishi en Ayhodya.
James Churchward, el desconcertante estudioso inglés cuyas investigaciones no son nada desdeñables, siempre y cuando no se aproximan a las especulaciones teosofistas, nos habla de un manuscrito que contiene la descripción de una nave aérea de hace 20.000 años.
“La energía” –detalla en una obra redactada varios lustros antes de que se hablara de astronaves y satélites artificiales- se obtiene de la atmósfera de manera simple y poco costosa. En la obra daba una amplia explicación del motor y sus compartimentos y cámaras y de las increíbles propiedades que la nave tenía que, incluso, podía quedar estática en el aire, o, salir disparada como un rayo hacia lo más alto del cielo hasta desaparecer de la vista.
¿Fantasías? Escuchemos un relato de la Academia Internacional de Investigaciones sánscritas de Mysore: “Los manuscritos cuya traducción del sánscrito presentamos, describen varios tipos de “vimana” (naves que se mueven por sí mismas), capaces de viajar por su propio impulso por tierra, agua y aire, y, asimismo, de planeta a planeta. Parece que los vehículos aéreos podían detenerse en el cielo hasta quedar inmóviles, y que estaban dotados de instrumentos capaces de señalar, incluso a distancia, la presencia de aparatos enemigos.
(El relato fue publicado en la India por el especialista Maharshi Bharadaja con el título Aeronáutica del pasado prehistórico.)
Numerosísimos testimonios nos vienen a confirman ampliamente lo anterior. Por ejemplo tenemos una amplia muestra en el Samaranganasutradhara que narra la historia de vuelos fantásticos realizados por el mundo, y hacia el Sol y las estrellas. Un documento de época precristiana nos suministra una detallada descripción del carro celeste de Rama. La narración nos dice: “…el carro se movía por sí solo y era grande y estaba bien pintado; tenía dos pisos, muchas habitaciones y ventanas…”, cuyas hazañas, canta Valmiki el Herodoto indio: “El carro celeste, que posee una fuerza admirable, alada de velocidad, dorado en su forma y en su esplendor… El carro celeste ascendió por encima de la colina y del valle boscoso…alado como el rayo, dardo de Indra, fatal como el relámpago del cielo, envuelto en humo y destellos flameantes, rápida proa circular” (del Ramayana, que narra la epopeya de Rama).
Centenares y centenares de historias semejantes nos podemos encontrar a lo largo de las tradiciones hindúes: “ahí va la divina Maya volando en un carro de oro circular, que mide 12.000 codos de circunferencia, capaz de alcanzar las estrellas”, y, hete aquí el “caballo metálico del cielo” del rey Satrugit y el “carruaje del aire” del rey Pururavas. También el siglo IV de nuestra era encontramos a un héroe aeronauta, el monje budista Gunarvarman, quien se va desde Ceylán a Java en un aparato similar a los antiguos, sacado quién sabe de dónde.
Según se deduce de estos antiquísimos manuscritos en sánscrito, aquellos hindúes prehistóricos (o lo que realmente pudieran ser), no utilizaban aquellos ingenios voladores para excursiones de placer, sino que, según nos cuentan los relatos, las acciones bélicas eran también cotidianas que describen terribles batallas.
Un bajorrelieve en Angkor Wat (Camboya) representa a Rávana Rávana peleando en la batalla de Lanka, el clímax del Ramaiana.
Rávana, el rey de los demonios de Ceylán, enemigo mortal de Rama, “voló sobre los adversarios (según nos narra un manuscrito del año 500 a, de C.) haciendo caer ingenios que causaron grandes destrucciones. Finalmente, fue capturado y muerto, y su máquina celeste cayó en manos del capitán hindú Ram Chandra, quién, sirviéndose de ella, voló a la capital, Adjhudia…”
Y esto no son más que bagatelas. “El Bhisma Parva –recuerda Drake- menciona armas como la “verga de Brahma” y el “Rayo de Indra”, cuyos efectos se parecen a los producidos por la energía nuclear. El Drona Parva nos habla del “señor Mahadeva” y de sus terribles lanzas volantes (¿misiles?) capaces de destruir ciudades enteras fortificadas…, y describe las fantásticas armas de Agni, que aniquilaron ejércitos completos y devastaron la Tierra como bombas de Hidrógeno.”
¿Es posible que no se hayan conservado trazas de estos alucinantes conflictos? Los restos existen, y numerosísimos –responden los investigadores-. Basta que nos tomemos la molestia de ir en su busca. No es una empresa fácil, desde luego, puesto que, desde hace milenios la jungla se ha espesado sobre las ruinas, pero si consiguiéramos localizar todas las “ciudades muertas” de la gran península, constelaríamos el mapa de la India de tantos puntos como los que, en un Atlas, nos indican los centros de población actuales.
De vez en cuando aparecen descripciones a este respecto que nos dejan perplejos. El explorador De Camp, por ejemplo, refirió haber visto, en la zona que se extiende entre el Ganges y los montes Rajmahal, ruinas carbonizadas por algo que no podía ser un simple incendio, por violento que éste fuera. Algunas piedras gigantescas aparecían fundidas y desenterradas en varios puntos, “como bloques de estaño afectados por la salpicadura de una colada de acero”.
Más al Sur, el oficial británico J. Campbell se topó, en los años veinte, con ruinas similares, y quedó sorprendido por un extrañísimo detalle: en el pavimento semivitrificado de lo que debió de ser un patio interior, parecían haber sido impresas, por una fuerza desconocida, formas de cuerpos humanos.
Otros viajeros refieren haber descubierto en el corazón de los bosques indios ruinas de edificios nunca vistos, con paredes “semejantes a gruesas losas de cristal” asimismo perforadas, resquebrajadas y corroídas por agentes desconocidos. Y habiendo penetrado en una de estas construcciones, parecida a una cúpula baja, el explorador y cazador H. J. Hamilton se encontró con la mayor sorpresa de su vida.
“En una parte –recuerda-, el suelo cedió bajo mis pies con un extraño crujido. Me puse a seguro y, luego, ensanché con la culata del fusil el boquete que se había abierto, y me introduje en él. Me encontré en una estancia larga y estrecha que recibía luz por una grieta de la bóveda. Al fondo, vi una especie de mesa y un asiento del mismo “cristal” de que estaban hechas las paredes.
En el asiento, se enroscaba una forma extraña, e contornos vagamente humanos. Observándola de cerca, me pareció, al principio, que se trataba de una estatua deteriorada por la acción del tiempo, pero, luego, descubrí algo que me llenó de horror: bajo el “vidrio” que revestía aquella estatua, ¡se podían distinguir claramente los detalles del esqueleto!”.
Muros, muebles y seres humanos vitrificados… ¿Qué tremendos secretos se esconden entre las líneas del Mahabrata y del Drona Parva?
Si nos perdemos por los laberintos de las historias que nos cuentan del pasado… Nos llevarán a conocer otros mundos inimaginables.
emilio silvera