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Aplicando el sentido común
por Emilio Silvera ~ Clasificado en ¿Quiénes somos? ¿De donde venimos? ~ Comments (1)
Una gota en el infinito
- PEDRO G. CUARTANGO
Escribía Rafael Bachiller hace unos días que vivimos en un mundo altamente improbable, haciendo referencia al cúmulo de casualidades que ha hecho posible la vida sobre nuestro planeta.
Factores como la distancia del Sol, la temperatura, el agua, la radiación solar, la masa de la Tierra y la proliferación de algunos elementos químicos hicieron posible la aparición de seres vivos celulares y luego la evolución hasta el homo sapiens a lo largo de millones de años.
Dado que las leyes físicas son comunes en todo el universo, parece razonable creer en la hipótesis de que puede existir algún tipo de vida racional en lejanas galaxias, situadas a decenas o centenares de millones de años luz.
Según las últimas estimaciones, el universo tiene alrededor de un billón de galaxias, cada una con cientos de miles de millones de estrellas. Un grosero cálculo de posibilidades indica que podría haber decenas de miles de planetas con características muy similares a la Tierra.
Por ello, resulta verosímil la existencia de vida inteligente en el universo, aunque nuestro problema es que estamos tan lejos que no podemos comunicarnos. Si enviáramos hoy un mensaje que viajara a la velocidad de la luz, 300.000 kilómetros por segundo, tardaría cerca de tres millones de años en llegar a Andrómeda, la galaxia más cercana. De haber alguien que contestara nuestras señales, habría que esperar otros tres millones de años para conocer la respuesta. Por lo tanto, resulta inviable una iniciativa de esas características, dado el enorme tamaño del universo y la imposibilidad de comunicarse a una velocidad superior a la de la luz.
La conclusión que se extrae de todo esto es que con nuestros actuales medios podemos observar lo que ha sucedido hace mucho tiempo a enormes distancias de nuestro sistema solar pero no podemos comunicarnos. Es como si estuviéramos encerrados en una habitación y sólo pudiéramos ver parte del mundo exterior a través de una pequeña ventana.
A pesar de ello, los avances de la ciencia desde comienzos del siglo XX nos han permitido un conocimiento asombroso del universo hasta el punto de que hemos sido capaces de detectar los efectos de agujeros negros situados a millones de años luz.
Igualmente, hemos podido descubrir la existencia de la llamada materia oscura que, aunque ignoramos su naturaleza porque no interactúa con nada ni es observable, supone casi una tercera parte de la materia que forma el universo.
Todo ello nos abre unas posibilidades inexploradas, pero no modifica nuestra condición esencial: la breve duración de la existencia humana en relación a la escala universal del tiempo. El Big Bang se produjo hace más de 13.000 millones de años, una cifra que contrasta con los 10.000 años transcurridos desde el Neolítico, cuando el hombre descubrió la agricultura y empezó a vivir de forma sedentaria.
Si lo vemos con perspectiva, la historia del hombre representa un cortísimo intervalo temporal en relación a la edad del universo. Y el planeta es un punto minúsculo en un espacio inmenso por el no podemos desplazarnos, al menos, con el estado actual de nuestra tecnología.
Todo ello nos debería llevar a relativizar nuestra importancia y a darnos cuenta de la insignificancia de la especie humana en ese espacio-tiempo en el que se despliega todo lo existente.
Hemos magnificado nuestra importancia e incluso nos hemos sentido tentados a pensar que algún día seremos inmortales, pero los avances de la física nos ponen en nuestro lugar. Somos una gota de agua en el infinito océano del magma universal.
el 8 de noviembre del 2020 a las 8:45
Repasando publicaciones anteriores, me encuentro con ésta que hace algún tiempo publicó en la prensa el buen periodista D. Pedro G. Cuartango, en el que deja una pincelada muy acertada de la verdadera situación de nuestra especie en el Universo inmenso, haciendo un breve recorrido exento de complejidades de nuestra existencia aquí, del posible origen de esa presencia, de la inmensidad del Espacio y la enorme probabilidad de que, en otros mundos puedan existir criaturas que, como nosotros, desarrollaran la capacidad de entendimiento y de la consciencia de Ser.
Siendo (como lo es), el Universo igual en todas partes, regido por las cuatro leyes fundamentales que conocemos y, también, de las constantes universales (inamovibles) como lo pueden ser la velocidad de la luz en el vacío, la constante de estructura fina, la carga del electrón o la masa del protón entre otras, parece lógico pensar que en un Universo repleto de galaxias que están conformadas por cientos de miles de millones de estrellas que, a su vez, tienen planetas que las orbitan con la gran posibilidad de que, algunos de ellos, situado en la distancia adecuada, reúna las condiciones precisas para que la vida pudiera surgir.
Habría que pensar en cómo se comporta la Naturaleza para conseguir sus fines, los fenómenos que hemos podido observar no creo que sean sucesos fortuitos y más bien parece que se establecen con el fin de conseguir lo que finalmente se deriva de ellos: La Tierra por ejemplo y para no ir más lejos, rota sobre sí misma y se produce el día y la noche, las estaciones y, en todo el planeta, se recibe la luz y el calor que nos envía el Sol determinando con ello la fotosíntesis y otros maravillosos procesos que generan una serie de parámetros naturales para conseguir que nuestro mundo sea tal como lo podemos contemplar.
Atmósfera, océanos, la radiación del Sol, los elementos químicos que fabricó aquella estrella que explosionó en supernova y regó el Espacio Interestelar de materiales en los que se pudieron formar el Sol y los planetas que, pasados miles de millones de años, daría lugar al surgir de la vida y el destacar de la especie a la que pertenecemos. Sin embargo, como dice el autor del trabajo, situados ante la inmensidad a la que pertenecemos y situados en un minúsculo sistema planetario, en el que in pequeño mundo ofreció las condiciones necesarias para que pudiéramos “venir”… No se nos debe subir a la cabeza, y, pensando en todo ello, habrá que reconocer que somos menos de lo que nos creemos ser, y, desde luego, lo mismo que llegamos nos iremos, y, cuando eso ocurra, ninguna estrella dejará de brillar en el firmamento por nosotros.
¿La inmortalidad? Nunca la podremos alcanzar, es algo que está fuera de nuestra naturaleza, estamos diseñados para nacer, vivir y morir dejando nuestra huella en los descendientes que seguirán nuestros pasos. Siendo cierto que cada vez podemos alargar más la vida debido a los conocimientos que adquirimos, también lo es que eso tiene un límite que, como la velocidad de la luz, será imposible de vencer.
Además… ¿Quién quiere vivir para siempre? Sería una pesadez. Disfrutemos del momento y dejemos para las generaciones futuras lo que tras nosotros vendrá, ese Futuro incierto que, a veces, no se si realmente me gustaría conocer, hay muchas pistas de que, tal como se desarrollan algunas cosas… ¡No me gustaría!
Siempre decimos que tenemos la obligación de hacer un mundo mejor pero… ¡Miramos el mundo a nuestro alrededor y… Es para echarse a temblar¡
¡Sentido común? ¿Dónde?