Oct
17
¿Es natural la sabiduría o se conquista con los años?
por Emilio Silvera ~ Clasificado en General ~ Comments (1)
L A S A B I D U R Í A N A T U R A L
“Quien realmente ama aprender está dotado por naturaleza para luchar para encontrar el ser. No se detiene en cada una de las muchas cosas que se opina que son, sino que avanza y no flaquea ni abandona su intenso deseo hasta que alcanza la naturaleza de cada cosa. Y lo hace con la parte del alma a la que corresponde alcanzarla, con la cual se aproxima y se mezcla con el verdadero ser, engendrando inteligencia y verdad. Así adquiere el conocimiento y vive y se nutre verdaderamente, cesando entonces y no antes, sus dolores de parto.”
Para resolver el “Problema de Platón”, enunciado por él desde esa alta cúspide del pensamiento humano, dice el doctor Ovidio Pracilio que, hay que liberarse primero, como es lógico, de todo prejuicio científico que contradiga el enunciado del problema, porque si se acepta como verídico y exacto lo que lo niega, sería tarea absurda buscarle una solución en la que no se cree.
Sir Arthur Eddington señala en su obra La naturaleza del mundo físico, que “es de las preconcepciones rutinarias del hombre de lo primero que debe liberarse la mente para acceder a los hallazgos de la ciencia”.
Hace falta, pues, fe en que el problema de Platón tiene solución.
Si admitimos que el Universo físico surgió del caos, o sea de lo informe o materia aún no organizada, así como cada organismo natural que se incorpora a la vida del Universo surge de esa materia informe a la que las leyes inmanentes dictadas por la Sabiduría Natural va estructurando hasta que alcanza las formas de su compleja y completa planificación, es evidente que el caos o lo informe fue reemplazado por una Creación grandiosamente perfecta.
Suponer lo contrario, o sea que tal Creación, que es el Universo físico, es a su vez un caos porque de tal modo aparecería a nuestros sentidos o así lo interpretamos al desconocer la perfección de las leyes que lo gobiernan, nos llevaría a admitir que, antes de que existiera este Universo aparentemente caótico, ocupaba su lugar en lo físico algo más perfecto que lo informe, en cuyo caso la Naturaleza habría involucionado de lo mejor a lo peor, lo cual parece poco probable.
Según la teoría super-densa, única y explosiva del Universo, el caos original estaba compuesto por entero de radiación, es decir, era indiferenciado, no existiendo nexos particulares entre los puntos de la extensión así colmada de radiación térmica. Luego aparecen los primeros corpúsculos elementales de la Materia, y esta se va estructurando en conjuntos materiales diferenciados, lo que constituye la creación del Universo.
Ahora bien: si todos los procesos físicos se han desarrollado y organizado partiendo de un caos inicial pero compuesto de energía (y nada se ha dicho sobre la manera en que el caos inicial habría salido de la Nada o sea de la ausencia de energía, ni como ésta ha podido estructurarse en Materia, silencio científico excusable si se ajusta al argumento de que tal problema constituye una cuestión “metafísica”), tal argumento no sería valedero si se probase de algún modo que la Materia constitutiva del Universo se ha diferenciado de la radiación del caos primitivo respondiendo a esquemas hipergeométricos esferoidales, porque esta hiper-geometría y sus leyes matemáticas no pueden ser fruto físico del caos indiferenciado compuesto exclusivamente de energía ni tampoco de la propia Materia que es simple consecuencia del sometimiento de la energía a esa leyes hipergeométricas.
Es verdad, y nadie puede negarlo, que los cuerpos celestes, para tomar lo más grande que nos es dado apreciar, surgen a nuestra observación con movimientos que no serían uniformes y recorriendo órbitas que no serían circulares. Y es cierto, por ello, que los movimientos de los mundos que forman
nuestro sistema solar, por ejemplo, se nos muestran así, al parecer más imperfectos que el de los satélites artificiales creados por el hombre que logró colocarlos en órbitas circulares y moviéndose a velocidades uniformes (casi burlándose de las exigencias elípticas de las leyes de Kepler y de la gravitación universal de Newton) y como quería Platón para los cuerpos celestes, y en cambio Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, etc., parecen marchar a veces más rápido y otras veces más despacio en su viaje alrededor del Sol, para no apartarse de ese camino geométricamente imperfecto que se llama “elipse”
Es verdad, también, que iguales movimientos caóticos surgirían del abismo de lo infinitamente pequeño, donde las partículas elementales que forman los átomos y los átomos mismos, parecieran moverse en forma desordenada y caprichosa al girar a velocidades vertiginosas
Y es verdad, igualmente, que casi ninguna forma de organismo viviente creado en nuestro mundo por la Naturaleza parecería adecuarse a la perfección del trazo circular, único digno de la sabiduría divina, según Platón.
Empédocles imaginó los elementos y Demócrito el átomo
Pero todo eso es verdad, debemos reconocerlo en tanto la mente investigadora se mantenga sujeta a determinados prejuicios preestablecidos, y se quiera fundar toda conclusión científica en los resultados exclusivos que arrojan la observación sensual e instrumental. Pero que, en cambio, cuando la mente del investigador se libera de tales prejuicios, cuando deja de lado a sus sentidos y a sus instrumentos y eleva el vuelo de su pensamiento a las altas regiones donde la Realidad puede ser percibida independientemente de los fenómenos que son su consecuencia, recién entonces es dable descubrir y afirmar, como lo hizo Copérnico, por ejemplo, que no es el Sol ni la Luna ni los planetas ni las estrellas las que dan vueltas alrededor de la Tierra como todos los días así nos lo hacen creer nuestros ojos y lo registran nuestros instrumentos, sino, al parecer, todo lo contrario.
Ya lo dijo Bailly con más hermosas palabras que las que pudiera emplear yo, al hacer el elogio de la concepción copernicana: “Si alguna vez se ha propuesto en el mundo un sistema atrevido, no hay duda que es el de Copérnico. Tenía que contradecir a todos los que juzgaban por sus sentidos. Era mejor persuadirlos de que, lo que veían, no existía. En vano había visto la humanidad desde el nacer, al Sol y a las estrellas moverse, pues Sol y estrellas estaban inmóviles y solo había movimiento en la pesada masa que habitamos. Hay que olvidar el movimiento que vemos, para creer en el movimiento que no percibimos. Más todavía; hay que destruir un sistema recibido y aprobado por las tres partes del mundo y derribar el trono de Tolomeo que recibió el homenaje de catorce siglos”.
“La observación y el experimento no os han dado –se lee en La Grande Síntesis, de Pietro Ubaldi- más que resultados exteriores, de índole práctica, pero la realidad profunda se os escapa, porque el uso de los sentidos como instrumentos de investigación, aún ayudados por medios adecuados, os hará permanecer siempre en la superficie, cerrándonos la vía del progreso”.
¡Qué equivocado estaba Newton, pues, cuando dijo, en la segunda edición de sus célebres Principios!:
“Poco importa la causa de la gravitación. Observo el movimiento de los astros y escribo la ley más simple y más adecuada para describir ese movimiento. No quiero establecer ninguna hipótesis sobre las causas. Porque todo lo que no se deduce de los fenómenos es una hipótesis y las hipótesis no deben tener acceso en la filosofía experimental. En esta filosofía se sacan las preposiciones de los fenómenos y se las hace luego generales por inducción.”
Todos los antecesores de Copérnico también observaron el movimiento de los astros y escribieron la ley más simple y adecuada para describir ese movimiento, que era el movimiento de la Esfera Celeste, del Sol, de los planetas, alrededor de la Tierra.
Lamentablemente, tanto para los astrónomos antiguos como para Newton, el movimiento real era, precisamente, el movimiento que no se observaba.
“Hacemos distinción entre materia viva y materia muerta –dice Max Born, premio Nobel de Física en su libro El inquieto universo-; entre cuerpos en movimiento y cuerpos en reposo. Este es un punto de vista primitivo. Lo que parece muerto, una piedra, por ejemplo, está en realidad en eterno movimiento. Lo que ocurre es, simplemente, que nos hemos acostumbrado a juzgar por apariencias exteriores, por las impresiones engañosas que recibimos a través de nuestros sentidos.”
“Los trabajos de Kepler –dijo Einstein- muestran que el conocimiento no puede derivar únicamente de la experiencia: es necesaria la comparación de lo que el espíritu ha concebido, con lo que ha observado.”
Por mi parte, -sigue diciendo el doctor Pracilio- refiriéndome específicamente al problema planteado por Platón sobre circularidad de las órbitas planetarias, quiero aquí parafrasear la hermosa y exacta expresión de Bailly, diciendo que: “hay que olvidar los movimientos elípticos que vemos, para creer en los movimientos circulares que no percibimos”.
Trabajo basado en los escritos del doctor Ovidio Pracilio
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Dante Pracilio – 2008/2021.
el 17 de octubre del 2021 a las 7:58