Jul
25
Rumores del saber del mundo
por Emilio Silvera ~ Clasificado en Rumores del Saber ~ Comments (0)
La “profesionalización” e “institución” de la ciencia, entendiendo por tal que la práctica de la investigación científica se convirtiese en una profesión cada vez más abierta a personas sin medios económicos propios, que se ganaban la vida a través de la ciencia y que llegasen a atraer la atención de gobiernos e industrias, tuvo su explosión a lo largo de 1.800, y muy especialmente gracias al desarrollo de dos disciplinas, la química orgánica y el electromagnetismo. Estas disciplinas, junto a las matemáticas, la biología y las ciencias naturales (sin las cuales sería una necedad pretender que se entiende la naturaleza, pero con menos repercusiones socio-económicas), experimentaron un gran desarrollo entonces, tanto en nuevas ideas como en el número de científicos importantes: Faraday, Maxwell, Lyell, Darwin y Pasteur, son un ejemplo. Sin olvidar a otros como Mendel, Helmholtz, Koch, Virchow, Lister o Kelvin, o la matemática de Cauchy, de Gauss, Galois, Fourier, Lobachevski, Riemann, Klein, Cantor, Russell, Hilbert o Poincaré. Pero vamos a pararnos un momento en Faraday y Maxwell.
Para la electricidad, magnetismo y óptica, fenómenos conocidos desde la antigüedad, no hubo mejor época que el siglo XIX. El núcleo principal de los avances que se produjeron en esa rama de la física (de los que tanto se benefició la sociedad -comunicaciones telegráficas, iluminación, tranvías y metros, etc.-) se encuentra en que, frente a lo que se suponía con anterioridad, se descubrió que la electricidad y el magnetismo no eran fenómenos separados.
El punto de partida para llegar a este resultado crucial fue el descubrimiento realizado en 1.820 por el danés Hans Christian Oersted (1777 – 1851) de que la electricidad produce efectos magnéticos: observó que una corriente eléctrica desvía una aguja imanada. La noticia del hallazgo del profesor danés se difundió rápidamente, y en París André-Marie Ampère (1775 – 1836) demostró experimentalmente que dos hilos paralelos por los que circulan corrientes eléctricas de igual sentido, se atraen, repeliéndose en el caso de que los sentidos sean opuestos.
André Marie Ampère (1775-1836)
Logros académicos
- Matemático y físico francés
- Autodidacta, nunca fue a la escuela
- En 1801 se convierte en profesor de Física y Química en la École centrale de Ain
- En 1804 es nombrado profesor particular de análisis en la École polytechnique
- En 1808 consigue la plaza de profesor en matemáticas en la École polytechnique y es nombrado Inspector General de la Universidad, alcanzando una gran popularidad
- Es elegido, en 1814, miembro de la Academia de Ciencias en París
Aportaciones
- Sus estudios sobre la electricidad y el magnetismo contribuyó al desarrollo del electromagnetismo.
- Su trabajo se publicó en la obra “Colección de Observaciones sobre electrodinámica”
- Inventó el galvanómetro, el telégrafo eléctrico y el electroimán
- Dio a conocer los conceptos tensión y corriente eléctrica
- En 1831 formula la Ley de Ampère, relacionando un campo magnético estático con una corriente eléctrica
- La unidad de intensidad de corriente eléctrica, el amperio, lleva su nombre en su honor
Bibliografía en la Biblioteca de la Universidad Autónoma de Madrid
Poco después, Ampère avanzaba la expresión matemática que representaba aquellas fuerzas. Su propósito era dar una teoría de la electricidad sin más que introducir esa fuerza (para él “a distancia”).
Pero el mundo de la electricidad y el magnetismo resultó ser demasiado complejo como para que se pudiera simplificar en un gráfico sencillo, como se encargó de demostrar uno de los grandes nombres de la historia de la ciencia: Michael Faraday (1791 – 1867), un aprendiz de encuadernador que ascendió de ayudante de Humphry Davy (1778 – 1829) en la Royal Intitution londinense.
En 1.821, poco después de saber de los trabajos de Oersted, Faraday, que también dejó su impronta en la química, demostró que un hilo por el que pasaba una corriente eléctrica podía girar de manera continua alrededor de un imán, con lo que vio que era posible obtener efectos mecánicos (movimiento) de una corriente que interacciona con un imán. Sin pretenderlo, había sentado el principio del motor eléctrico, cuyo primer prototipo sería construido en 1.831 por el físico estadounidense Joseph Henry (1797 – 1878).
Faraday (1791-1867)
Logros académicos
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Recibió escasa formación académica, y a los 13 años comenzó a trabajar de aprendiz con un encuadernador de Londres
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Prácticamente no sabía matemáticas, desconocía el cálculo diferencial pero en contrapartida tenía una habilidad sorprendente para trazar gráficos y diseñar experimentos
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En 1858 se le proporcionó una de las Casas de Gracia y Favor, de la reina Victoria
Aportaciones
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1821: construyó dos aparatos para producir lo que él llamó rotación electromagnética (motor eléctrico)
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1831: descubrió la inducción electromagnética y otros experimentos que aún hoy día son la base de la moderna tecnología electromagnética (leyes de Faraday)
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1845: descubrió el efecto Faraday (desviación del plano de polarización de la luz como resultado de un campo magnético, al atravesar un material transparente). Se trataba del primer caso conocido de interacción entre el magnetismo y la luz
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Demostró que la carga eléctrica se acumula en la superficie exterior del conductor eléctrico cargado, con independencia de lo que pudiera haber en su interior (usado en la jaula de Faraday)
Curiosidades
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La unidad de capacidad eléctrica se denomina faraday/faradios
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Albert Einstein tenía un retrato suyo en su estudio junto a los de Newton y Maxwell JC
Bibliografía en la Biblioteca de la Universidad Autónoma de Madrid
Lo que le interesaba a Faraday no eran necesariamente las aplicaciones prácticas, sino principalmente los principios que gobiernan el comportamiento de la naturaleza, y en particular las relaciones mutuas entre fuerzas, de entrada, diferentes. En este sentido, dio otro paso importante al descubrir, en 1.831, la inducción electromagnética, un fenómeno que liga en general los movimientos mecánicos y el magnetismo con la producción de corriente eléctrica.
Este fenómeno, que llevaría a la dinamo, representaba el efecto recíproco al descubierto por Oersted; ahora el magnetismo producía electricidad , lo que reforzó la idea de que un lugar de hablar de electricidad y magnetismo como entes separados, sería más preciso referirse al electromagnetismo.
La intuición natural y la habilidad experimental de Faraday hicieron avanzar enormemente el estudio de todos los fenómenos electromagnéticos. De él es, precisamente, el concepto de campo que tanto juego ha dado a la física.
Sin embargo, para desarrollar una teoría consistente del electromagnetismo se necesitaba un científico distinto: Faraday era hábil experimentador con enorme intuición, pero no sabía expresar matemáticamente lo que descubría, y se limitaba a contarlo. No hubo que esperar mucho, ni salir de Gran Bretaña para que un científico adecuado, un escocés de nombre James Clerk Maxwell (1831 – 1879), hiciera acto de presencia.
“Las cuatro ecuaciones de Maxwell describen todos los fenómenos electromagnéticos; aquí se muestra la inducción magnética por medio de una corriente eléctrica.”
“Las ecuaciones en forma de integrales en el vacío son de la forma:
ley de Gauss para electricidad
ley de Gauss para magnetismo
ley de inducción de Faraday
ley de Ampere
donde es el campo eléctrico, es el campo magnético, es la corriente de carga que, en parte, genera el campo magnético, Q es la carga estática que genera el campo eléctrico, es la constante dieléctrica del vacío y μ0 es la permeabilidad magnética del vacío.
V es un volumen cualquiera dentro del cual está la carga Q, es la superficie cerrada que rodea el volumen V, S es una superficie no cerrada y es la curva cerrada que delimita la superficie S.”
Maxwell desarrolló las matemáticas para expresar una teoría del magnetismo-electricidad (o al revés) que sentó las bases físicas de aquel fenómeno y contestaba a todas las preguntas de los dos aspectos de aquella misma cosa, el electromagnetismo. En sus ecuaciones vectoriales estaban todos los experimentos de Faraday, que le escribió una carta pidiéndole que le explicara, con palabras sencillas, aquellos números y letras que no podía entender.
Pero además, Maxwell también contribuyó a la física estadística y fue el primer director del Laboratorio Cavendish, unido de manera indisoluble a la física de los siglos XIX y XX (y también al de biología molecular) con sede en Cambridge.
Su conjunto de ecuaciones de, o en, derivadas parciales rigen el comportamiento de un medio (el campo electromagnético) que él supuso “transportaba” las fuerzas eléctricas y magnéticas; ecuaciones que hoy se denominan “de Maxwell”. Con su teoría de campo electromagnético, o electrodinámica, Maxwell logró, además, unir electricidad, magnetismo y óptica. Las dos primeras, como manifestaciones de un mismo substrato físico, electromagnético, que se comporta como una onda, y la luz, que es ella misma, una onda electromagnética, lo que, en su tiempo, resultó sorprendente.
Más de ciento treinta años después, todavía se podía o se puede apreciar la excitación que sintió Maxwell cuando escribió en el artículo Sobre las líneas físicas de la fuerza, 1861 – 62, en el que presentó esta idea: “Difícilmente podemos evitar la inferencia de que la luz consiste de ondulaciones transversales del mismo medio que es la causa de los fenómenos eléctricos y magnéticos.”
Todo aquello fue posible gracias a las bases sentadas por otros y a los trabajos de Faraday como experimentador infatigable, que publicaba sus resultados en artículos y los divulgaba en conferencias en la sede de la Royal Institution londinense. Todos estos artículos y conferencias fueron finalmente publicados en el libro que llamaron Philosophical transactions de la Royal Society, y Experimental researches in chemistry and physics (Richard Taylor y William Francis, Londres, 1859; dos grandes científicos unidos por la historia de la ciencia que nos abrieron puertas cerradas que nos dejaron entrar al futuro).
No quiero seguir por este camino de personajes y sus obras ya que están enmarcados y recogidos en mi anterior libreta (primera parte de personajes), así que desviaré mis pensamientos hacia otras diversas cuestiones de mi interés, y espero que también del vuestro.
Antes dejaba la reseña de algún refrán o pensamiento sobre la amistad, y en realidad también podemos ver la cara amable de esta forma de sentimiento-aprecio-amor que llamamos amistad.
Siempre hay mucho más de lo que se ve
Nosotros, los seres humanos, nunca vemos a nuestros semejantes como objetos o cuerpos neutros, sino que los miramos como personas con una riqueza interior que refleja su estado de ánimo o forma de ser, y de cada uno de ellos nos llegan vibraciones que, sin poderlo evitar, nos transmiten atracción o rechazo (nos caen bien o nos caen mal).
Son muchos y diversos los signos sensoriales que, en silencio, nos llegan de los demás y son recogidos por nuestros sensores en una enorme gama de mensajes sensitivos que llamamos indistintamente simpatía, pasión, antipatía, odio, etc.
Está claro que cuando el sentimiento percibido es positivo, la satisfacción se produce por el mero hecho de estar junto a la persona que nos lo transmite, que con su sola presencia, nos está ofreciendo un regalo, y si apuramos mucho, a veces lo podríamos llamar incluso “alimento del alma”. Estar junto a quien nos agrada es siempre muy reconfortante, y según el grado de afinidad, amistad o amor, el sentimiento alcanzará un nivel de distinto valor.
“Donde tú vayas, iré yo. Donde tú habites, habitaré yo. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Donde tu mueras, moriré yo también, y allí seré enterrada, y que Dios me castigue si algo que no sea muerte me separa de ti.”
Libro de Rut (Biblia)
C. S. Lewis, en su ensayo de Los cuatro amores, explica cómo el afecto ignora barreras de edad, sexo, inteligencia y barreras sociales.
Lleva toda la razón; cada uno de los afectos ubicados en su justo nivel: el banquero todopoderoso irremisiblemente atado al cariño que le une con su niñera ya anciana; el jefe de gobierno que no puede evitar visitar (en la menor oportunidad) a su compañero de infancia, el zapatero de su pueblo; el rico hacendado, unido a su humilde secretario, 30 años a su lado, con el que comparte sus íntimos problemas; el hombre de 40 años que se ve inevitablemente enamorado de su secretaria de 20 años.
Son fuerzas irresistibles que invaden el interior de los seres humanos de toda edad o condición y les lleva a unir sus sentimientos a otras personas que, en ocasiones, parecen no tener ninguna afinidad con su situación social o cultural, pero así ocurre.
Nacemos para amar y ser amados; ¿qué sería de nosotros si no? Todo lo malo que hacen los hombres está basado siempre en la falta de sentimiento. Cuando el amor o el afecto están presentes, nada malo podrá suceder. Por el contrario, el amor nos lleva, sin dudarlo, a sufrir y darlo todo por la persona amada. Ésa es la grandeza del amor verdadero, lo podemos dar todo sin pedir nada. Sin embargo, el mecanismo humano, en esos casos, hace que la persona que recibe tanto amor tenga también la necesidad de darlo.
El afecto es la primera forma, el primer escalón para amar, y la amistad es la segunda, un escalón más arriba. Tenemos muchos ejemplos de autores clásicos que nos hablan de la amistad: Homero, Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca o San Agustín.
La primera literatura occidental, desde que Homero saca a pasear a Ulises por Troya y el Egeo, ya elogia esa relación que se presta entre los seres humanos y que da a sus vidas un colorido especial. La Ilíada y La Odisea, esas maravillas escritas hace casi tres milenios, son un canto a la amistad. Al leer en ellas podemos ver cómo la muerte de Patroclo es profundamente sentida por Aquiles, que gime y exclama:
“¡Oh, Patroclo! Ya que yo he de bajar después que tú a la tumba, no quiero enterrarte sin haberte traído las armas y la cabeza de Héctor…”
Sigue su bárbara perorata que, en aquellos tiempos y lugares, sólo reflejaban su sentimiento.
Dice Eurípides que cuando Dios da bienes, no hay necesidad de amigos. Pero nadie querría poseer todas las riquezas y estar solo, pues el hombre, como todos sabemos, es eminentemente un animal social, y su naturaleza le exige convivir con los otros seres de su misma condición para compartir con ellos sus logros, sus esperanzas, sus sentimientos y sus penas y alegrías. Así somos los humanos.
El cualquier tratamiento de la amistad aparecen varios rasgos comunes en todos los casos: relación entrañable y libre, recíproca y exigente, desinteresada y benéfica, nacida de una inclinación natural por atracción y simpatía de las partes implicadas y que se alimenta y acreciente del convivir compartiendo. Así, en los malos momentos, nos refugiamos en los amigos que nos ofrecen consuelo y, con ellos, nos gusta compartir también las alegrías. Sí, es una verdadera suerte contar con amigos en los que, de verdad, podamos confiar.
No soy masoquista, sin embargo, siento profundamente que, en verdad, sufrir por algo que vale la pena, es una alegría.
¿Quién no está dispuesto a sacrificarse por el bien del ser amado?
Pero… ¿Cómo he terminado así el trabajo?
Emilio Silvera V.