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¡La Imaginación! Un gran tesoro
por Emilio Silvera ~ Clasificado en Imaginación ~ Comments (1)
Séneca, filósofo estoico romano del siglo primero, dejó para la posteridad una buena muestra de su ingenio:
“Llegará un tiempo en los años en que el Océano aflojará los lazos en los que hemos estado atados, en que se revelará una tierra inmensa…y Tule ya no será el más remoto de los países. Así se expresaba Séneca y quería significar que los lazos que nos atan a nuestro planeta serán rotos algún día, cuando en posesión del conocimiento necesario, podamos volar hacia las lejanas estrellas, a otros mundos, otras “Tierras”, otras gentes y, el concepto de lo remoto, no tendrá sentido entonces, ya que, todo será lo mismo y el aquí y allí, formarán parte de un todo simplemente más grande y sin limitaciones.”
El nuevo despertar de la indagación inteligente de la Naturaleza del cosmológico que asociamos con el Renacimiento tuvo sus raíces en una época de exploraciones terrestres que se inició aproximadamente en el tiempo de las aventuras de Marco Polo en China, en el siglo XIII, y culminó doscientos años más tarde con el (re) descubrimiento de América por Cristóbal Colón. La Astronomía y la exploración de la Tierra, por supuesto, estaban relacionadas desde hacía tiempo. Durante milenios los navegantes se habían guiado por las estrellas utilizando sus entonces rústicos instrumentos.
Así lo prueba la costumbre china de llamar “balsas estelares” a sus juncos de mar abierto y la leyenda de que Jasón el argonauta fue el primer hombre que recurrió a las constelaciones para memorizar el cielo nocturno. Cuando Magallanes cruzó el Pacífico, su flota siguió una estrella artificial que consistía en una antorcha encendida colocada en la popa de su barco, y navegó por aguas que habían atravesado miles de años antes los colonizadores de Micronesia, Australia y Nueva Guinea, aventureros tripulantes de canoas que llevaban sus estelares en su cabeza. Virgilio puso de relieve la importancia de observar las estrellas en su relato de la fundación de Roma por Eneas
Y todavía la noche, impulsada por las horas,
No había llegado a la mitad de su : de su lecho
Se levanta Palinuro, siempre vigilante,
Examina todos los vientos y capta en su oído
Las brisas; en los cielos silenciosos
Observa las estrellas que los atraviesan,
, y las lluviosas Híades.
Y las Osas gemelas y Orión cubierta de oro.
Y cuando todo lo que ve está en calma en el cielo despejado,
Da desde la popa la clara señal.
Levantamos el , reiniciamos nuestro camino
Y desplegamos nuestras velas.
Y ya el Alba el cielo
Enrojecía mientras huían las estrellas,
Cuando a lo lejos contemplamos las sombreadas colinas
Y abajo Italia. “¡Italia!”
Los exploradores terrestres y los indios también se guiaban por las estrellas, cuando perdidos en el bosque, se reconfortaban mirando el cielo cuyas manos eran la gran hendidura que divide la región del Cisne y Sagittario, y a los esclavos que huían hacia el norte a través de los pinos achaparrados de Georgia y el Mississippi se les aconsejaba seguir la calabaza para beber, que se refería a la Osa Mayor. Tolomeo usó su considerable conocimiento de la geografía como apoyo de sus en astronomía; su afirmación de que la Tierra sólo es un punto comparada con la esfera celeste se basaba en parte en el testimonio de viajeros que se aventuraron en dirigirse al sur, en África central, o al norte, hacia Tule, e informaron no haber visto ninguna prueba de que sus desplazamientos los hubiera acercado ni en un mínimo grado a las estrellas en esos parajes del cielo.
La latitud ha sido un parámetro el cual tomaban para guiarse a partir de la polaris y junto con el uso del instrumento llamado sextante. Por la noche, la única guía para los marineros la constituía la esfera del firmamento estrellado. Para el observador terrestre, los astros parecen estar situados sobre la superficie de una gran esfera.
Esta “ esfera” era lo que los antiguos navegantes creían una superficie esférica imaginaria sobre la cual situaban los astros. Esta creencia que sostenían los antiguos marineros reforzaba la idea de que nosotros éramos en centro del universo por miles de años.
Las estrellas mas importantes en esta bóveda celeste y que ocupaban para guiarse eran la estrella polar, la del sur, kochab y la canope. tuvieron que aprovechar las constelaciones como las únicas acompañantes nocturnas.
Así, aunque el motivo de aquella oleada de exploraciones europeas era económico -aquellos aventureros esperaban obtener grandes fortunas y conquistar grandes tesoros- y se lanzaban al océano esperando poder orientarse, navegando por la ruta oceánica hacia el Este guiado por las estrellas -no es sorprendente enterarse de que uno de sus instigadores fue un astrónomo. Era un florentino llamado Paolo Pozzo Toscanelli, quien subrayaba que en el Este se encontraría conocimiento tanto como riqueza-. En Asia, Toscanelli le escribió tentadoramente a Colón.
En su , Toscanelli le decía a Colón:
“…es digna de ser buscada por los latinos, no sólo porque permitiría adquirir una enorme riqueza en forma de oro, plata, gemas preciosas de toda y especias que nunca llegan a nosotros, sino también por los hombres eruditos, los sabios filósofos y astrólogos mediante cuyo genio y artes son gobernados esos poderosos y magníficos países”
Buena parte del atractivo novelesco que coloreaban la imagen Occidental del Este provenían del extraordinario libro de Marco Polo que relataban sus igualmente extraordinarios viajes en China. Marco venía de Venecia, que no era ningún lugar atrasado, pero nada lo había preparado para algo como Hangzhou, que visitó en 1276 y de cuyo impacto nunca se recuperó totalmente. “La más grande ciudad del mundo” -la llamó- donde pueden encontrarse tantos placeres que uno cree estar en el Paraíso”.
Hangzhou estaba a orillas de un lago y en medio de montañas difusas y brumosas, cuya pintira fiel por pintores paisajistas Sung aún sorprende a los ojos occidentales como algo casi demasiado bello para ser verdadero, Marco Polo informaba.
“En medio del lago hay dos islas, en cada una de las cuales se eleva un palacio con un número increíble de grandes y pabellones separados. Y cuando alguien desea celebrar una fiesta matrimonial o dar un gran banquete, solía hacerlo en uno de esos pabellones. Y allí se encontraba todo lo necesario para ello gracias a la contribución de todos los ciudadanos que habían contribuido en la medida de sus posibilidades para que, cuando alguien lo necesitara, los pudiera utilizar en esos bellos palacios.”
El espíritu de ese nuevo epicentro aventurero era Segres, una punta terrestre del extremo suroccidental de Europa que penetra en el Océano como un Cabo Cañaveral del Renacimiento. Allí, en 1419, el Príncipe Enrique el Navegante creo una especie de puerto espacial. En la Biblioteca de Segres se contenía una edición de Marco Polo (traducida por su vagabundo hermano Pedro) y una serie de otros que estimularon la creencia de muchos de aquellos navegantes aventureros que llegaron a abrir una ruta hacia el Este circunnavegando África y abriendo una nueva ruta marina.
Herodoto, Euxodo, Cízico, Estrabón…todos nos hablaron de aquellos viajeros que llegaron más allá de las Columnas de Hércules, en la lejana Tule, esa región en la que Platón sitúo a la Atlántida (por los alrededores de donde yo vivo -Coto Doñana, Golfo de Cádiz, las correrías de los griegos y fenicios por ésta región de España)…
Pero eso es otra y, me tengo que preguntar cómo he podido llegar hasta aquí…¡Yo sólo quería hablar de Astronomía!
emilio silvera
el 7 de marzo del 2014 a las 9:48
Lo cierto es que comprobar como hemos ido evolucionando a lo largo del Tiempo es alentador, y, a veces, hace que uno se cree la ilusión de que algún día, podremos ser mejores de lo que hoy somos. Hemos conocido el miedo que produce el no saber a qué se debían los fenómenos naturales que a nuestro alrededor ocurrían: Temblores de tierra, volcanes que provocaban estruendosos ruidos y creaban ríos destructores de lava incandescende, olas gigantescas surgidas nadie sabía de dónde que arrasaba las cosas y sus ciudades costeras, los rayos en la toementa y el “diluvio” que todo lo inundaba de aquel agua fangosa y, como no llegábamos a comprender por aquel entonces nada de cómo se comportaba la Naturaleza, lo más cercano era adjudicar a los “dioeses” todos aquellos hechos, casos y sucesos que soportabámos pero que no se sabía, en realidad por qué.
El Tiempo siguió inexorable su caminar y los pueblos fueron creciendo a medida que sus gentes se interesaban por otros cuestiones que, la curiosidad, les llevaba a querer saber y, muchos comenzaron a preguntarse que había más allá de ese horizonte en el que se pierde de vista el mundo, allí donde se dobla la línea, lo que llega al borde en el que, los barcos en el mar, “caían” para ser engullidos por vaya usted a saber qué cosa. Sin embargo, el miedo fue desapareciendo y aparecieron los viajeros aventureros que como Piteas, Brandan o Bartandan, el mismo Marco Polo y Colón, se hicieron a la Mar en busca de nuevas tierras, nuevas gentes y nuevas civilizaciones que, en su vivir cotidiano, hacían las cosas de manera diferentes.
Aquellos viajeros hicieron el mundo más ancho y más largo, llegaron hasta donde antes nadier había podido llegar y, a su regreso, contaron cosas inauditas, increibles que, llenas de maravillas, alentaron y encendieron la imaginación de otros que siguieron sus pasos y también, pudieron descubrir “otros mundos” que, etando en este, parecían ser nuevos, exóticos y lejanos al compararlos con las tierras y costumbres propias.
Rústicos aparatos de navegación y las estrellas eran sus guías y, sobre todo, la enorme ilusión que les embargaba al emprender aventuras hacia lo desconocido, hacia “nuevos mundos” en los que esperaban encontrar tesoros y, la otra parte, era el temor que ocultaban de encontrar criaturas como serpientes marinas gigantes o monstruos de tres cabezas y un solo ojo.
Pero como digo, el tiempo paso, aquellos viajes se hicieron más cotidianos, se conocieron pueblos lejanos de los que los viajeros pudieron aprender y traer las enseñanzas a sus lugares de aposento habitual y, a cambio, ellos, dejaron sus costumbres a aquellos pueblos lejanos. El mundo, de esa manera, se hizo más “pequeño”. Es decir, se fue extendiendo por todas partes los conocimientos y costumbres que imperaban en extraños lugares que dejaron de serlo.
Así, sin dejar de descubrir y viajar, hemos seguido durante siglos y, cuando la Tierra se nos hizo pequeña, comenzamos a tratar de explorar las tierras de otros mundos que, en el momento presente, ya hemos podido visitar de manera virtual, tomándo fotografías de lo que nos podremos encontrar cuando la técnica espacial nos permita visitarlos sin tanto peligro como ahora tendríamos que correr.
Así, nuestra especie, ha ido avanzando y así seguirá por siempre: ¡La curiosidad!