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¡La Música! Que incide en nosotros

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Noticias    ~    Comentarios Comments (4)

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Descubren como afecta al cerebro tu canción favorita.

Escuchar o tocar música nos ayuda a concentrarnos, favorece la memoria, pero además estimula varias áreas del cerebro y la producción de: Óxido nítrico, una sustancia vasodilatadora. Libera serotonina. Ayuda a reducir los niveles de cortisol, hormona responsable del estrés y la ansiedad.

 

El neurólogo Eckart Altenmuller explicará en CosmoCaixa las capacidades curativas de la música – IDIBELL

Un estudio revela los efectos en el cerebro de nuestras melodías preferidas. Los resultados se han publicado en Scientific Reports, una de las revistas de la editorial Nature.

                                 La música house, elemento clave de la evolución del cerebro humano ...La influencia de la música en el cerebro – Condición Anatómica

 

Los primeros acordes de nuestra canción favorita desencadenan un patrón común de actividad cerebral -se generan pensamientos y recuerdos­- independientemente de la persona que disfrute de la melodía. Sin embargo, hasta ahora no se conocía cómo se produce dicha activación en el cerebro. Los hallazgos, publicados este jueves en Scientific Reports, una de las revistas de la editorial Nature, podrían explicar por qué diferentes personas describen sentimientos y recuerdos similares al escuchar su pieza musical favorita, tanto si es una composición de Beethoven o Eminem.

Para entender por qué la gente tiene experiencias comparables, el grupo de investigación estadounidense evaluó las diferencias en las redes funcionales del cerebro (utilizando imágenes de resonancia magnética funcional, fMRI) en 21 personas que escucharon diferentes tipos de música, incluyendo rock, rap, y melodías clásicas. Los científicos identificaron modelos consistentes de la conectividad cerebral asociada a las canciones favoritas y demostraron que un circuito importante en los pensamientos introspectivos -la red neuronal por defecto (Default Mode Network o DMN, en inglés)- se conecta más cuando se escucha la música preferida.

La Música: LA MÚSICA Y NUESTRO CEREBRO

 

Como explica a Sinc Jonathan Burdette, profesor del Centro Médico Wake Forest Baptist (EE UU) y uno de los principales autores del estudio, “aunque no entendemos completamente lo que hace la DMN, es probable que tenga un papel importante en la determinación de quiénes somos y cómo encajamos en el mundo”. Los expertos se refieren a esto como pensamientos auto-referenciales. Según los autores, los resultados fueron inesperados “dado que las preferencias musicales son fenómenos individualizados y que la música puede variar mucho en complejidad rítmica, presencia o ausencia de la letra, consistencia, etc.”.

 

Nat "The King" Cole - Radio Gladys PalmeraCanciones viejas | desastrediario

    Canciones favoritas, viejas emociones

 

El trabajo pone de manifiesto que la escucha de una canción favorita altera la conectividad entre las áreas cerebrales auditivas y el hipocampo, una región responsable de la memoria y la consolidación de las emociones. Los expertos comprobaron así que al oír las melodías favoritas se produce una desconexión de las áreas de procesamiento de sonido del cerebro en las zonas de codificación de la memoria de dicho órgano. “Esto se debe probablemente a que al escuchar nuestra música favorita, no estamos creando nuevos recuerdos. Más bien, estamos aprovechando recuerdos y viejas emociones”, subraya Burdette.

Para los autores, estos hallazgos podrían tener importantes implicaciones en la terapia musical, sobre todo en la elección apropiada de la música capaz de involucrar a los circuitos cerebrales dañados.

Claro que, también se podría decir de lo que incide una buena poesía en nosotros, una pintura, o, si me apuráis… ¡Hasta una ecuación! Todo dependen del estado de ánimo y de la preparación del sujeto.

La Fuente: (¿)

 

  1. 1
    Emilio Silvera
    el 29 de agosto del 2014 a las 5:15

    Es curioso como cada día queremos ahondar más y más en el conocimiento de las cosas y, el reportaje de Público.es sobre unos trabajos y estudios realizados sobre la incidencia que puede tener nuestra música favorita en nosotros, así lo connfirma. Queremos sabel el por qué ocurren ciertas cosas, por qué sentimos de una cierta manera determinada en ocasiones precisas y, es cierto que, cuando de música se trata, no todos sienten lo mismo ante la misma melodía o la misma canción que, tendrá distintos significados para personas diferentes.

    Es algo que no hemos sabido explicar todavía y, nos hemos limitado a componer frases como aquella de: ¡La música amansa a las fieras! Y, lo cierto es que, algunas melodias y composiciones musicales nos afectan profundamente y parece que nos tocan las fibras sensibles de nuestro Ser, nos eleva a un plano superior, nos hace pensar en mundos fantásticos y nos enseña paisajes de inimaginable belleza. La Música es un misterio en sí misma y, dentro de las Artes, quizá sea la que más incidencia tenga en el cerebro humano que, la puede asociar a determinados momentos, a unos recuerdos felices, a épocas pasadas que nunca volveran, o, incluso, pueden ser adoptadas como si de una terapia se tratara.

    Algunas voces, bien acompañadas de los acordes melódicos que te llegan al Alma, pueden conseguir que tu espíritu, ese ente desconocido que habita dentro de tí, surja con fuerza a la superficie y, por unos momentos te transforme, te haga mejor, más sensible y percibas o tengas la sensación de que en ese estado, todo te parece más claro, más verdadero. En fin son sensaciones que no siempre tenemos el intelecto necesario para poder mexplicarlas. Simplemente nos limitamos a sentir y en esos momentos somos conscientes de que estamos asentados en un momento placentero de más alto rango humano que por lo general sentimos en la vida cotidiana.

    ¡La Música! ¿Quién puede explicarla? Para mí, es tan difícil como poder decir lo que es el Tiempo, o, el cerebro humano y sus increíbles funbciones. Hay cosas que no alcanzamos a comprender pero… ¡Las sentimos!

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  2. 2
    Fandila Soria
    el 26 de abril del 2020 a las 12:15

    EL SUEÑO DE ALBERT. Para bromas estamos (Dijo el otro)
     
    Un sueño de increíble procedencia, casi de habladurías, que según las fuentes sobreviniera a Albert Einstein. No sería de extrañar que el sabio en su desbordante imaginación hubiera transcrito estos ensoñados pensamientos y que nunca se hicieran públicos, porque al cabo y por si mismos los sueños no trascienden. El señor Albert no era un físico cualquiera y saber cómo pensara o elucubrara tal vez se le compusiera de  indefinidos considerandos.
    Sería cuestión de echar optimismo o a la “historia” o de no de no creérsela en absoluto. En tal caso, qué reportaría más.
     
     
     
             —No se está mal en este sitio.
             —Ya lo creo —Dijo Viridiana—
             —La paz que aquí se respira no es fruto del azar. El ambiente es diáfano y limpio.
              —Como que no hay más aroma que la del café. Está claro, ni alcohol ni excitantes de ningún tipo.
              —No podría ser de otra manera, es un lugar de descanso para nosotros, porque es aquí donde nuestra profesión descansa. Pero has dicho que solo el aroma del café pulula por el ambiente. Pero el café también es un excitante e incumbe a todos lo que estamos aquí, toleren o no el café. Tal vez fuera bueno un sistema de ventilación más efectivo.
     
           Al otro lado de la explanada, por la cristalera, podía verse el vehículo de patrulla.
    Viridiana vuelta hacia el compañero se le quedó mirando.
            — ¿Yo te gusto, Arturo?
            — ¿A qué viene eso?, tú sabes que me gustas.
      —Poco se nota.
            —No querrás que nos metamos mano en cualquier sitio… Y tú, de tu cuenta, tampoco lo haces.
            —No es lo mismo. Ni es lo propio.
            —Lo que deberías decir es, que no nos estaría permitido. Sabes muy bien que los amoríos entre parejas de vigilantes no se permiten, so pena de ser separados para el servicio.
            —Si… Esa prohibición queda muy bien, lo difícil será el cómo nuestros mandos podrían detectar tal cosa.
           —No te apures mi adorada Viridi. Tiempo habrá y ocasiones más propicias.
     
    Salir de aquel local era seguir en el mismo ambiente y con la misma temperatura.
    Como casi siempre fue ella quien rompió el hielo
     
     
    —Nunca entendí el porqué de la continuidad entre el ambiente interno y el de fuera, y tampoco porqué se usan cristaleras.
    Arturo torció el gesto.
    —El ambiente homogéneo de este sitio lo es, porque viene a normalizarse sobre la cúspide del conjunto habitacional, de apertura regulada, lo que unido al aislamiento térmico procura una temperatura más que adecuada.
    —Pues menudo conjunto habitacional el de esta población…
    —Cómo te decía, el cerramiento de arriba se parece mucho a un gran obturador espiral como el de las cámaras fotográficas clásicas: su apertura o cierre es automático y variable, protegiendo del frío o el calor excesivos. Lo que me extraña es, que no te hayas advertido. Hemos entrado con el vehículo por ahí precisamente.
    —Es que yo, si me fijo en esas cosas, soy práctica y no me complico en preguntarme cómo funcionan. ¿Y qué me dices de las cristaleras?
    —Supongo que estén por aquello de que “juntos, pero no revueltos”.
     
    La pareja entró en el vehículo de patrulleros que les correspondía, y que en seguida subió en vertical según una trayectoria inclinada hacía la cúspide.
    —Sin novedad compañero.
    —Hasta el presente, mi compañera… que no sabemos que nos deparará la ronda.
     
    Volar sobre los acantilados justo al límite de la ciudad era reconfortante. Desde su altura podían contemplar el complejo en su conjunto y la ensenada que lo partía en dos.
    ­—Esa cantidad de hitos tan tupidos que sobresalen hasta gran altura sobre el agua de la ensenada, constituyen una forma natural de refrigeración cuando el viento pasa por ellos y evapora el agua.
    —    ¿Cómo sabes todo eso? ­­­-dijo Viridiana-
    —    Más que saberlo lo intuyo. He visto sistemas parecidos.
     
    La patrullera se posó sobre el suelo rocoso y al apearse Viridiana dio un beso a Arturo. Éste sonrió y no pudo menos que devolverle el ósculo.
    Cómo podría hacer tanto calor en aquel sitio, cuando en aquella población el clima era tan grato… 
    —Misión cumplida –Dijo Viridiana-
    —Pues sin tregua y sin pausa que aún no hemos concluido. Nuestro turno aún no ha finalizado.
    —Qué remedio.
    ­— Mientras tanto te leería una historia si es que merece ese calificativo. Para mí que más se me antoja un relato fantástico.
    —Y de qué autor. Y como se llama.
    —Desconozco su autoría. Es algo que corre por ahí. Solo sé quién fuera su protagonista, nada menos que aquel famoso Albert Einstein.
    —Pues que tiene de particular —Espetó ella.
    Arturo sacó unas cuartillas de su zamarra y comenzó a leer:
     
     
     
     
     
                   — ¡Míster Albert!
    El aludido personaje, miró todo en rededor.
               ­ — ¿Cómo…? ¿Quién? ¿Quién me llama?
    Acto seguido levantó teléfono.
    Pero, ni teléfono ni atisbo alguno de nadie que le dijera algo. Volvió a colgar el aparato.
    Pero no le cabía ninguna duda, alguien había pronunciado su nombre.
    —Quien quiera sea, que diga algo por favor.
                  Albert se echó manos a la cabeza, dio unos pasos por la estancia y se sentó ante el escritorio.  − ¿Me estaré volviendo loco? − ¿Cómo puedo escuchar algo que nadie pronuncia? –
                  —No se extrañe señor –Volvió a escuchar-, le llamamos desde este otro universo y tiempo 2091. También podemos verle. Eso, si Vd. nos lo permite.
     
                  Aquello sí que era grande, ¡lo llamaban desde el más allá! Cómo para no sentirse temeroso… ¿Una cosa como aquella, ocurriría de manera habitualmente?
                  —Pueden ver lo que quieran, siempre que a mí para nada me influya.
                  —Así será míster Albert. 
     
                  Del lado de los anónimos comunicadores la figura del sabio se materializó en una pantalla.
                  Lo veían en posición sentada sin que ninguna otra cosa de la estancia se reflejase. El jefe de transmisiones de entrelazamiento no pudo menos que sonreír.
                   — Sería mejor que se levantase, señor, pues solo vemos su figura. Y se ve tan quebrada como un cuatro.
                   — Pero bueno, ni siquiera se han presentado ni me dicen cómo ni por qué invaden mi intimidad…
                   — Soy el jefe de transmisiones de entrelazamiento, desde este universo que es también el suyo, otro de sus orígenes. Ya se imagina por dónde van los tiros.
                   — ¿Se refiere a aquel fenómeno en que yo colaboré y que definí como acción fantasmal a distancia? Poco puedo imaginarme, porque tal fenómeno ni lo entendía entonces ni lo entiendo ahora.
                   — Justo. La llamada paradoja EPR  la encabezaba usted. Y Podolsky y Rosen y que pensamos que también fueran socios. Tiempo habrá también para constatar con ellos.
                   Albert reflexionó un momento.
                   — Y si como dicen, un servidor está en ambos sitios, tan lejanos, quéEL SUEÑO DE ALBERT. Para bromas estamos (Dijo el otro)
     
    Un sueño de increíble procedencia, casi de habladurías, que según las fuentes sobreviniera a Albert Einstein. No sería de extrañar que el sabio en su desbordante imaginación hubiera transcrito estos ensoñados pensamientos y que nunca se hicieran públicos, porque al cabo y por si mismos los sueños no trascienden. El señor Albert no era un físico cualquiera y saber cómo pensara o elucubrara tal vez se le compusiera de  indefinidos considerandos.
    Sería cuestión de echar optimismo o a la “historia” o de no de no creérsela en absoluto. En tal caso, qué reportaría más.
     
     
     
             —No se está mal en este sitio.
             —Ya lo creo —Dijo Viridiana—
             —La paz que aquí se respira no es fruto del azar. El ambiente es diáfano y limpio.
              —Como que no hay más aroma que la del café. Está claro, ni alcohol ni excitantes de ningún tipo.
              —No podría ser de otra manera, es un lugar de descanso para nosotros, porque es aquí donde nuestra profesión descansa. Pero has dicho que solo el aroma del café pulula por el ambiente. Pero el café también es un excitante e incumbe a todos lo que estamos aquí, toleren o no el café. Tal vez fuera bueno un sistema de ventilación más efectivo.
     
           Al otro lado de la explanada, por la cristalera, podía verse el vehículo de patrulla.
    Viridiana vuelta hacia el compañero se le quedó mirando.
            — ¿Yo te gusto, Arturo?
            — ¿A qué viene eso?, tú sabes que me gustas.
      —Poco se nota.
            —No querrás que nos metamos mano en cualquier sitio… Y tú, de tu cuenta, tampoco lo haces.
            —No es lo mismo. Ni es lo propio.
            —Lo que deberías decir es, que no nos estaría permitido. Sabes muy bien que los amoríos entre parejas de vigilantes no se permiten, so pena de ser separados para el servicio.
            —Si… Esa prohibición queda muy bien, lo difícil será el cómo nuestros mandos podrían detectar tal cosa.
           —No te apures mi adorada Viridi. Tiempo habrá y ocasiones más propicias.
     
    Salir de aquel local era seguir en el mismo ambiente y con la misma temperatura.
    Como casi siempre fue ella quien rompió el hielo
     
     
    —Nunca entendí el porqué de la continuidad entre el ambiente interno y el de fuera, y tampoco porqué se usan cristaleras.
    Arturo torció el gesto.
    —El ambiente homogéneo de este sitio lo es, porque viene a normalizarse sobre la cúspide del conjunto habitacional, de apertura regulada, lo que unido al aislamiento térmico procura una temperatura más que adecuada.
    —Pues menudo conjunto habitacional el de esta población…
    —Cómo te decía, el cerramiento de arriba se parece mucho a un gran obturador espiral como el de las cámaras fotográficas clásicas: su apertura o cierre es automático y variable, protegiendo del frío o el calor excesivos. Lo que me extraña es, que no te hayas advertido. Hemos entrado con el vehículo por ahí precisamente.
    —Es que yo, si me fijo en esas cosas, soy práctica y no me complico en preguntarme cómo funcionan. ¿Y qué me dices de las cristaleras?
    —Supongo que estén por aquello de que “juntos, pero no revueltos”.
     
    La pareja entró en el vehículo de patrulleros que les correspondía, y que en seguida subió en vertical según una trayectoria inclinada hacía la cúspide.
    —Sin novedad compañero.
    —Hasta el presente, mi compañera… que no sabemos que nos deparará la ronda.
     
    Volar sobre los acantilados justo al límite de la ciudad era reconfortante. Desde su altura podían contemplar el complejo en su conjunto y la ensenada que lo partía en dos.
    ­—Esa cantidad de hitos tan tupidos que sobresalen hasta gran altura sobre el agua de la ensenada, constituyen una forma natural de refrigeración cuando el viento pasa por ellos y evapora el agua.
    —    ¿Cómo sabes todo eso? ­­­-dijo Viridiana-
    —    Más que saberlo lo intuyo. He visto sistemas parecidos.
     
    La patrullera se posó sobre el suelo rocoso y al apearse Viridiana dio un beso a Arturo. Éste sonrió y no pudo menos que devolverle el ósculo.
    Cómo podría hacer tanto calor en aquel sitio, cuando en aquella población el clima era tan grato… 
    —Misión cumplida –Dijo Viridiana-
    —Pues sin tregua y sin pausa que aún no hemos concluido. Nuestro turno aún no ha finalizado.
    —Qué remedio.
    ­— Mientras tanto te leería una historia si es que merece ese calificativo. Para mí que más se me antoja un relato fantástico.
    —Y de qué autor. Y como se llama.
    —Desconozco su autoría. Es algo que corre por ahí. Solo sé quién fuera su protagonista, nada menos que aquel famoso Albert Einstein.
    —Pues que tiene de particular —Espetó ella.
    Arturo sacó unas cuartillas de su zamarra y comenzó a leer:
     
     
     
     
     
                   — ¡Míster Albert!
    El aludido personaje, miró todo en rededor.
               ­ — ¿Cómo…? ¿Quién? ¿Quién me llama?
    Acto seguido levantó teléfono.
    Pero, ni teléfono ni atisbo alguno de nadie que le dijera algo. Volvió a colgar el aparato.
    Pero no le cabía ninguna duda, alguien había pronunciado su nombre.
    —Quien quiera sea, que diga algo por favor.
                  Albert se echó manos a la cabeza, dio unos pasos por la estancia y se sentó ante el escritorio.  − ¿Me estaré volviendo loco? − ¿Cómo puedo escuchar algo que nadie pronuncia? –
                  —No se extrañe señor –Volvió a escuchar-, le llamamos desde este otro universo y tiempo 2091. También podemos verle. Eso, si Vd. nos lo permite.
     
                  Aquello sí que era grande, ¡lo llamaban desde el más allá! Cómo para no sentirse temeroso… ¿Una cosa como aquella, ocurriría de manera habitualmente?
                  —Pueden ver lo que quieran, siempre que a mí para nada me influya.
                  —Así será míster Albert. 
     
                  Del lado de los anónimos comunicadores la figura del sabio se materializó en una pantalla.
                  Lo veían en posición sentada sin que ninguna otra cosa de la estancia se reflejase. El jefe de transmisiones de entrelazamiento no pudo menos que sonreír.
                   — Sería mejor que se levantase, señor, pues solo vemos su figura. Y se ve tan quebrada como un cuatro.
                   — Pero bueno, ni siquiera se han presentado ni me dicen cómo ni por qué invaden mi intimidad…
                   — Soy el jefe de transmisiones de entrelazamiento, desde este universo que es también el suyo, otro de sus orígenes. Ya se imagina por dónde van los tiros.
                   — ¿Se refiere a aquel fenómeno en que yo colaboré y que definí como acción fantasmal a distancia? Poco puedo imaginarme, porque tal fenómeno ni lo entendía entonces ni lo entiendo ahora.
                   — Justo. La llamada paradoja EPR  la encabezaba usted. Y Podolsky y Rosen y que pensamos que también fueran socios. Tiempo habrá también para constatar con ellos.
                   Albert reflexionó un momento.
                   — Y si como dicen, un servidor está en ambos sitios, tan lejanos, qué

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    Fandila Soria
    el 26 de abril del 2020 a las 12:16

    EL SUEÑO DE ALBERT. Para bromas estamos (Dijo el otro)
     
    Un sueño de increíble procedencia, casi de habladurías, que según las fuentes sobreviniera a Albert Einstein. No sería de extrañar que el sabio en su desbordante imaginación hubiera transcrito estos ensoñados pensamientos y que nunca se hicieran públicos, porque al cabo y por si mismos los sueños no trascienden. El señor Albert no era un físico cualquiera y saber cómo pensara o elucubrara tal vez se le compusiera de  indefinidos considerandos.
    Sería cuestión de echar optimismo o a la “historia” o de no de no creérsela en absoluto. En tal caso, qué reportaría más.
     
     
     
             —No se está mal en este sitio.
             —Ya lo creo —Dijo Viridiana—
             —La paz que aquí se respira no es fruto del azar. El ambiente es diáfano y limpio.
              —Como que no hay más aroma que la del café. Está claro, ni alcohol ni excitantes de ningún tipo.
              —No podría ser de otra manera, es un lugar de descanso para nosotros, porque es aquí donde nuestra profesión descansa. Pero has dicho que solo el aroma del café pulula por el ambiente. Pero el café también es un excitante e incumbe a todos lo que estamos aquí, toleren o no el café. Tal vez fuera bueno un sistema de ventilación más efectivo.
     
           Al otro lado de la explanada, por la cristalera, podía verse el vehículo de patrulla.
    Viridiana vuelta hacia el compañero se le quedó mirando.
            — ¿Yo te gusto, Arturo?
            — ¿A qué viene eso?, tú sabes que me gustas.
      —Poco se nota.
            —No querrás que nos metamos mano en cualquier sitio… Y tú, de tu cuenta, tampoco lo haces.
            —No es lo mismo. Ni es lo propio.
            —Lo que deberías decir es, que no nos estaría permitido. Sabes muy bien que los amoríos entre parejas de vigilantes no se permiten, so pena de ser separados para el servicio.
            —Si… Esa prohibición queda muy bien, lo difícil será el cómo nuestros mandos podrían detectar tal cosa.
           —No te apures mi adorada Viridi. Tiempo habrá y ocasiones más propicias.
     
    Salir de aquel local era seguir en el mismo ambiente y con la misma temperatura.
    Como casi siempre fue ella quien rompió el hielo
     
     
    —Nunca entendí el porqué de la continuidad entre el ambiente interno y el de fuera, y tampoco porqué se usan cristaleras.
    Arturo torció el gesto.
    —El ambiente homogéneo de este sitio lo es, porque viene a normalizarse sobre la cúspide del conjunto habitacional, de apertura regulada, lo que unido al aislamiento térmico procura una temperatura más que adecuada.
    —Pues menudo conjunto habitacional el de esta población…
    —Cómo te decía, el cerramiento de arriba se parece mucho a un gran obturador espiral como el de las cámaras fotográficas clásicas: su apertura o cierre es automático y variable, protegiendo del frío o el calor excesivos. Lo que me extraña es, que no te hayas advertido. Hemos entrado con el vehículo por ahí precisamente.
    —Es que yo, si me fijo en esas cosas, soy práctica y no me complico en preguntarme cómo funcionan. ¿Y qué me dices de las cristaleras?
    —Supongo que estén por aquello de que “juntos, pero no revueltos”.
     
    La pareja entró en el vehículo de patrulleros que les correspondía, y que en seguida subió en vertical según una trayectoria inclinada hacía la cúspide.
    —Sin novedad compañero.
    —Hasta el presente, mi compañera… que no sabemos que nos deparará la ronda.
     
    Volar sobre los acantilados justo al límite de la ciudad era reconfortante. Desde su altura podían contemplar el complejo en su conjunto y la ensenada que lo partía en dos.
    ­—Esa cantidad de hitos tan tupidos que sobresalen hasta gran altura sobre el agua de la ensenada, constituyen una forma natural de refrigeración cuando el viento pasa por ellos y evapora el agua.
    —    ¿Cómo sabes todo eso? ­­­-dijo Viridiana-
    —    Más que saberlo lo intuyo. He visto sistemas parecidos.
     
    La patrullera se posó sobre el suelo rocoso y al apearse Viridiana dio un beso a Arturo. Éste sonrió y no pudo menos que devolverle el ósculo.
    Cómo podría hacer tanto calor en aquel sitio, cuando en aquella población el clima era tan grato… 
    —Misión cumplida –Dijo Viridiana-
    —Pues sin tregua y sin pausa que aún no hemos concluido. Nuestro turno aún no ha finalizado.
    —Qué remedio.
    ­— Mientras tanto te leería una historia si es que merece ese calificativo. Para mí que más se me antoja un relato fantástico.
    —Y de qué autor. Y como se llama.
    —Desconozco su autoría. Es algo que corre por ahí. Solo sé quién fuera su protagonista, nada menos que aquel famoso Albert Einstein.
    —Pues que tiene de particular —Espetó ella.
    Arturo sacó unas cuartillas de su zamarra y comenzó a leer:
     
     
     
     
     
                   — ¡Míster Albert!
    El aludido personaje, miró todo en rededor.
               ­ — ¿Cómo…? ¿Quién? ¿Quién me llama?
    Acto seguido levantó teléfono.
    Pero, ni teléfono ni atisbo alguno de nadie que le dijera algo. Volvió a colgar el aparato.
    Pero no le cabía ninguna duda, alguien había pronunciado su nombre.
    —Quien quiera sea, que diga algo por favor.
                  Albert se echó manos a la cabeza, dio unos pasos por la estancia y se sentó ante el escritorio.  − ¿Me estaré volviendo loco? − ¿Cómo puedo escuchar algo que nadie pronuncia? –
                  —No se extrañe señor –Volvió a escuchar-, le llamamos desde este otro universo y tiempo 2091. También podemos verle. Eso, si Vd. nos lo permite.
     
                  Aquello sí que era grande, ¡lo llamaban desde el más allá! Cómo para no sentirse temeroso… ¿Una cosa como aquella, ocurriría de manera habitualmente?
                  —Pueden ver lo que quieran, siempre que a mí para nada me influya.
                  —Así será míster Albert. 
     
                  Del lado de los anónimos comunicadores la figura del sabio se materializó en una pantalla.
                  Lo veían en posición sentada sin que ninguna otra cosa de la estancia se reflejase. El jefe de transmisiones de entrelazamiento no pudo menos que sonreír.
                   — Sería mejor que se levantase, señor, pues solo vemos su figura. Y se ve tan quebrada como un cuatro.
                   — Pero bueno, ni siquiera se han presentado ni me dicen cómo ni por qué invaden mi intimidad…
                   — Soy el jefe de transmisiones de entrelazamiento, desde este universo que es también el suyo, otro de sus orígenes. Ya se imagina por dónde van los tiros.
                   — ¿Se refiere a aquel fenómeno en que yo colaboré y que definí como acción fantasmal a distancia? Poco puedo imaginarme, porque tal fenómeno ni lo entendía entonces ni lo entiendo ahora.
                   — Justo. La llamada paradoja EPR  la encabezaba usted. Y Podolsky y Rosen y que pensamos que también fueran socios. Tiempo habrá también para constatar con ellos.
                   Albert reflexionó un momento.
                   — Y si como dicen, un servidor está en ambos sitios, tan lejanos, qué

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    Fandila Soria
    el 26 de abril del 2020 a las 12:24

    EL SUEÑO DE ALBERT. Para bromas estamos (Dijo el otro)
     
    Un sueño de increíble procedencia, casi de habladurías, que según las fuentes sobreviniera a Albert Einstein. No sería de extrañar que el sabio en su desbordante imaginación hubiera transcrito estos ensoñados pensamientos y que nunca se hicieran públicos, porque al cabo y por si mismos los sueños no trascienden. El señor Albert no era un físico cualquiera y saber cómo pensara o elucubrara tal vez se le compusiera de  indefinidos considerandos. 
    Sería cuestión de echar optimismo o a la “historia” o de no de no creérsela en absoluto. En tal caso, qué reportaría más.
     
     
     
             —No se está mal en este sitio.
             —Ya lo creo —Dijo Viridiana—
             —La paz que aquí se respira no es fruto del azar. El ambiente es diáfano y limpio.
              —Como que no hay más aroma que la del café. Está claro, ni alcohol ni excitantes de ningún tipo.
              —No podría ser de otra manera, es un lugar de descanso para nosotros, porque es aquí donde nuestra profesión descansa. Pero has dicho que solo el aroma del café pulula por el ambiente. Pero el café también es un excitante e incumbe a todos lo que estamos aquí, toleren o no el café. Tal vez fuera bueno un sistema de ventilación más efectivo.
     
           Al otro lado de la explanada, por la cristalera, podía verse el vehículo de patrulla.
    Viridiana vuelta hacia el compañero se le quedó mirando.
            — ¿Yo te gusto, Arturo?
            — ¿A qué viene eso?, tú sabes que me gustas.
      —Poco se nota.
            —No querrás que nos metamos mano en cualquier sitio… Y tú, de tu cuenta, tampoco lo haces.
            —No es lo mismo. Ni es lo propio.
            —Lo que deberías decir es, que no nos estaría permitido. Sabes muy bien que los amoríos entre parejas de vigilantes no se permiten, so pena de ser separados para el servicio.
            —Si… Esa prohibición queda muy bien, lo difícil será el cómo nuestros mandos podrían detectar tal cosa.
           —No te apures mi adorada Viridi. Tiempo habrá y ocasiones más propicias.
     
    Salir de aquel local era seguir en el mismo ambiente y con la misma temperatura.
    Como casi siempre fue ella quien rompió el hielo
     
     
    —Nunca entendí el porqué de la continuidad entre el ambiente interno y el de fuera, y tampoco porqué se usan cristaleras.
    Arturo torció el gesto.
    —El ambiente homogéneo de este sitio lo es, porque viene a normalizarse sobre la cúspide del conjunto habitacional, de apertura regulada, lo que unido al aislamiento térmico procura una temperatura más que adecuada.
    —Pues menudo conjunto habitacional el de esta población…
    —Cómo te decía, el cerramiento de arriba se parece mucho a un gran obturador espiral como el de las cámaras fotográficas clásicas: su apertura o cierre es automático y variable, protegiendo del frío o el calor excesivos. Lo que me extraña es, que no te hayas advertido. Hemos entrado con el vehículo por ahí precisamente.
    —Es que yo, si me fijo en esas cosas, soy práctica y no me complico en preguntarme cómo funcionan. ¿Y qué me dices de las cristaleras?
    —Supongo que estén por aquello de que “juntos, pero no revueltos”.
     
    La pareja entró en el vehículo de patrulleros que les correspondía, y que en seguida subió en vertical según una trayectoria inclinada hacía la cúspide.
    —Sin novedad compañero.
    —Hasta el presente, mi compañera… que no sabemos que nos deparará la ronda.
     
    Volar sobre los acantilados justo al límite de la ciudad era reconfortante. Desde su altura podían contemplar el complejo en su conjunto y la ensenada que lo partía en dos.
    ¬—Esa cantidad de hitos tan tupidos que sobresalen hasta gran altura sobre el agua de la ensenada, constituyen una forma natural de refrigeración cuando el viento pasa por ellos y evapora el agua.
    —¿Cómo sabes todo eso? ¬¬¬-dijo Viridiana-
    —Más que saberlo lo intuyo. He visto sistemas parecidos.
     
    La patrullera se posó sobre el suelo rocoso y al apearse Viridiana dio un beso a Arturo. Éste sonrió y no pudo menos que devolverle el ósculo.
    Cómo podría hacer tanto calor en aquel sitio, cuando en aquella población el clima era tan grato…  
    —Misión cumplida –Dijo Viridiana-
    —Pues sin tregua y sin pausa que aún no hemos concluido. Nuestro turno aún no ha finalizado.
    —Qué remedio.
    ¬— Mientras tanto te leería una historia si es que merece ese calificativo. Para mí que más se me antoja un relato fantástico.
    —Y de qué autor. Y como se llama.
    —Desconozco su autoría. Es algo que corre por ahí. Solo sé quién fuera su protagonista, nada menos que aquel famoso Albert Einstein.
    —Pues que tiene de particular —Espetó ella.
    Arturo sacó unas cuartillas de su zamarra y comenzó a leer:
     
     
     
     
     
                   — ¡Míster Albert!
    El aludido personaje, miró todo en rededor.
               ¬ — ¿Cómo…? ¿Quién? ¿Quién me llama? 
    Acto seguido levantó teléfono.
    Pero, ni teléfono ni atisbo alguno de nadie que le dijera algo. Volvió a colgar el aparato. 
    Pero no le cabía ninguna duda, alguien había pronunciado su nombre.
    —Quien quiera sea, que diga algo por favor.
                  Albert se echó manos a la cabeza, dio unos pasos por la estancia y se sentó ante el escritorio.  − ¿Me estaré volviendo loco? − ¿Cómo puedo escuchar algo que nadie pronuncia? –
                  —No se extrañe señor –Volvió a escuchar-, le llamamos desde este otro universo y tiempo 2091. También podemos verle. Eso, si Vd. nos lo permite.
     
                  Aquello sí que era grande, ¡lo llamaban desde el más allá! Cómo para no sentirse temeroso… ¿Una cosa como aquella, ocurriría de manera habitualmente?
                  —Pueden ver lo que quieran, siempre que a mí para nada me influya.
                  —Así será míster Albert.  
     
                  Del lado de los anónimos comunicadores la figura del sabio se materializó en una pantalla. 
                  Lo veían en posición sentada sin que ninguna otra cosa de la estancia se reflejase. El jefe de transmisiones de entrelazamiento no pudo menos que sonreír.
                   — Sería mejor que se levantase, señor, pues solo vemos su figura. Y se ve tan quebrada como un cuatro.
                   — Pero bueno, ni siquiera se han presentado ni me dicen cómo ni por qué invaden mi intimidad…
                   — Soy el jefe de transmisiones de entrelazamiento, desde este universo que es también el suyo, otro de sus orígenes. Ya se imagina por dónde van los tiros.
                   — ¿Se refiere a aquel fenómeno en que yo colaboré y que definí como acción fantasmal a distancia? Poco puedo imaginarme, porque tal fenómeno ni lo entendía entonces ni lo entiendo ahora.
                   — Justo. La llamada paradoja EPR  la encabezaba usted. Y Podolsky y Rosen y que pensamos que también fueran socios. Tiempo habrá también para constatar con ellos.
                   Albert reflexionó un momento.
                   — Y si como dicen, un servidor está en ambos sitios, tan lejanos, qué

    EL SUEÑO DE ALBERT. Para bromas estamos (Dijo el otro)
     
    Un sueño de increíble procedencia, casi de habladurías, que según las fuentes sobreviniera a Albert Einstein. No sería de extrañar que el sabio en su desbordante imaginación hubiera transcrito estos ensoñados pensamientos y que nunca se hicieran públicos, porque al cabo y por si mismos los sueños no trascienden. El señor Albert no era un físico cualquiera y saber cómo pensara o elucubrara tal vez se le compusiera de  indefinidos considerandos.
    Sería cuestión de echar optimismo o a la “historia” o de no de no creérsela en absoluto. En tal caso, qué reportaría más.
     
     
     
             —No se está mal en este sitio.
             —Ya lo creo —Dijo Viridiana—
             —La paz que aquí se respira no es fruto del azar. El ambiente es diáfano y limpio.
              —Como que no hay más aroma que la del café. Está claro, ni alcohol ni excitantes de ningún tipo.
              —No podría ser de otra manera, es un lugar de descanso para nosotros, porque es aquí donde nuestra profesión descansa. Pero has dicho que solo el aroma del café pulula por el ambiente. Pero el café también es un excitante e incumbe a todos lo que estamos aquí, toleren o no el café. Tal vez fuera bueno un sistema de ventilación más efectivo.
     
           Al otro lado de la explanada, por la cristalera, podía verse el vehículo de patrulla.
    Viridiana vuelta hacia el compañero se le quedó mirando.
            — ¿Yo te gusto, Arturo?
            — ¿A qué viene eso?, tú sabes que me gustas.
      —Poco se nota.
            —No querrás que nos metamos mano en cualquier sitio… Y tú, de tu cuenta, tampoco lo haces.
            —No es lo mismo. Ni es lo propio.
            —Lo que deberías decir es, que no nos estaría permitido. Sabes muy bien que los amoríos entre parejas de vigilantes no se permiten, so pena de ser separados para el servicio.
            —Si… Esa prohibición queda muy bien, lo difícil será el cómo nuestros mandos podrían detectar tal cosa.
           —No te apures mi adorada Viridi. Tiempo habrá y ocasiones más propicias.
     
    Salir de aquel local era seguir en el mismo ambiente y con la misma temperatura.
    Como casi siempre fue ella quien rompió el hielo
     
     
    —Nunca entendí el porqué de la continuidad entre el ambiente interno y el de fuera, y tampoco porqué se usan cristaleras.
    Arturo torció el gesto.
    —El ambiente homogéneo de este sitio lo es, porque viene a normalizarse sobre la cúspide del conjunto habitacional, de apertura regulada, lo que unido al aislamiento térmico procura una temperatura más que adecuada.
    —Pues menudo conjunto habitacional el de esta población…
    —Cómo te decía, el cerramiento de arriba se parece mucho a un gran obturador espiral como el de las cámaras fotográficas clásicas: su apertura o cierre es automático y variable, protegiendo del frío o el calor excesivos. Lo que me extraña es, que no te hayas advertido. Hemos entrado con el vehículo por ahí precisamente.
    —Es que yo, si me fijo en esas cosas, soy práctica y no me complico en preguntarme cómo funcionan. ¿Y qué me dices de las cristaleras?
    —Supongo que estén por aquello de que “juntos, pero no revueltos”.
     
    La pareja entró en el vehículo de patrulleros que les correspondía, y que en seguida subió en vertical según una trayectoria inclinada hacía la cúspide.
    —Sin novedad compañero.
    —Hasta el presente, mi compañera… que no sabemos que nos deparará la ronda.
     
    Volar sobre los acantilados justo al límite de la ciudad era reconfortante. Desde su altura podían contemplar el complejo en su conjunto y la ensenada que lo partía en dos.
    ­—Esa cantidad de hitos tan tupidos que sobresalen hasta gran altura sobre el agua de la ensenada, constituyen una forma natural de refrigeración cuando el viento pasa por ellos y evapora el agua.
    —    ¿Cómo sabes todo eso? ­­­-dijo Viridiana-
    —    Más que saberlo lo intuyo. He visto sistemas parecidos.
     
    La patrullera se posó sobre el suelo rocoso y al apearse Viridiana dio un beso a Arturo. Éste sonrió y no pudo menos que devolverle el ósculo.
    Cómo podría hacer tanto calor en aquel sitio, cuando en aquella población el clima era tan grato… 
    —Misión cumplida –Dijo Viridiana-
    —Pues sin tregua y sin pausa que aún no hemos concluido. Nuestro turno aún no ha finalizado.
    —Qué remedio.
    ­— Mientras tanto te leería una historia si es que merece ese calificativo. Para mí que más se me antoja un relato fantástico.
    —Y de qué autor. Y como se llama.
    —Desconozco su autoría. Es algo que corre por ahí. Solo sé quién fuera su protagonista, nada menos que aquel famoso Albert Einstein.
    —Pues que tiene de particular —Espetó ella.
    Arturo sacó unas cuartillas de su zamarra y comenzó a leer:
     
     
     
     
     
                   — ¡Míster Albert!
    El aludido personaje, miró todo en rededor.
               ­ — ¿Cómo…? ¿Quién? ¿Quién me llama?
    Acto seguido levantó teléfono.
    Pero, ni teléfono ni atisbo alguno de nadie que le dijera algo. Volvió a colgar el aparato.
    Pero no le cabía ninguna duda, alguien había pronunciado su nombre.
    —Quien quiera sea, que diga algo por favor.
                  Albert se echó manos a la cabeza, dio unos pasos por la estancia y se sentó ante el escritorio.  − ¿Me estaré volviendo loco? − ¿Cómo puedo escuchar algo que nadie pronuncia? –
                  —No se extrañe señor –Volvió a escuchar-, le llamamos desde este otro universo y tiempo 2091. También podemos verle. Eso, si Vd. nos lo permite.
     
                  Aquello sí que era grande, ¡lo llamaban desde el más allá! Cómo para no sentirse temeroso… ¿Una cosa como aquella, ocurriría de manera habitualmente?
                  —Pueden ver lo que quieran, siempre que a mí para nada me influya.
                  —Así será míster Albert. 
     
                  Del lado de los anónimos comunicadores la figura del sabio se materializó en una pantalla.
                  Lo veían en posición sentada sin que ninguna otra cosa de la estancia se reflejase. El jefe de transmisiones de entrelazamiento no pudo menos que sonreír.
                   — Sería mejor que se levantase, señor, pues solo vemos su figura. Y se ve tan quebrada como un cuatro.
                   — Pero bueno, ni siquiera se han presentado ni me dicen cómo ni por qué invaden mi intimidad…
                   — Soy el jefe de transmisiones de entrelazamiento, desde este universo que es también el suyo, otro de sus orígenes. Ya se imagina por dónde van los tiros.
                   — ¿Se refiere a aquel fenómeno en que yo colaboré y que definí como acción fantasmal a distancia? Poco puedo imaginarme, porque tal fenómeno ni lo entendía entonces ni lo entiendo ahora.
                   — Justo. La llamada paradoja EPR  la encabezaba usted. Y Podolsky y Rosen y que pensamos que también fueran socios. Tiempo habrá también para constatar con ellos.
                   Albert reflexionó un momento.
                   — Y si como dicen, un servidor está en ambos sitios, tan lejanos, qué

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