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Hawking sobre dos piernas

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Personajes de la Historia    ~    Comentarios Comments (2)

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Jane Hawking, primera esposa del científico, aporta en unas memorias un retrato intenso y vívido de aquellos años de formación intelectual y emocional del físico.

 

 

 

El científico Stephen Hawking y la escritora Jane Hawking el día de su boda, en 1965.

Poca gente quedará sobre el planeta Tierra que no esté familiarizada con la imagen de Stephen Hawking, cosmólogo, físico teórico, escritor de éxito, polemista agudo y personaje de Los Simpsons, postrado por la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) en su silla de ruedas de alta tecnología y comunicándose con el mundo mediante un sintetizador de voz que va cambiando de software pero mantiene –por expreso deseo del usuario— su inconfundible y algo inquietante timbre robótico. La figura resulta tan familiar, de hecho, que resulta fácil olvidar que el físico fue hasta los veintipocos años una persona sana que se movía sobre dos piernas, soñaba con un futuro brillante y se enamoraba como cualquier joven, o al menos como cualquier joven educado en Oxford. Su primera mujer, Jane Hawking, nos aporta ahora un retrato intenso y vívido de aquellos años de formación intelectual y emocional. Y también de todo lo que vino después.

Hacia el infinito; mi vida con Stephen Hawking (Lumen, que llegará a librerías el 2 de enero) no es exactamente una biografía del físico, ni tampoco una autobiografía de su autora. Consciente de que la celebridad de su ex marido no cesará en décadas ni en siglos por venir, la escritora y conferenciante Jane Hawking ha decidido contar ella misma su relación con él antes de que “dentro de cincuenta o cien años alguien se inventara nuestras vidas”. Esta es la narración de la mujer que mejor conoció a Stephen Hawking durante su juventud, y la que decidió casarse con él pese a su trágica enfermedad. También es por tanto la historia de un dilema moral: uno de los más graves a los que se puede enfrentar un ser humano a lo largo de su vida.

Hawking pertenecía a una de esas familias británicas que parecen sacadas de una película de Frank Capra, excéntricas, intelectuales y despreocupadas de su imagen entre los más o menos horrorizados vecinos. El padre, el médico Frank Hawking, no solo era el único apicultor de Saint Albans, una ciudad de 60.000 habitantes, 30 kilómetros al norte de Londres, sino también el único que tenía un par de esquís. “En invierno”, narra Jane, “pasaba esquiando por delante de nuestra casa camino del campo de golf”. Los Hawking eran conocidos en Saint Albans por costumbres como la de sentarse a comer en la mesa leyendo un libro cada uno, y la abuela vivía en la habitación de la buhardilla, que tenía una entrada independiente desde la calle, y solo bajaba con ocasión de algún acontecimiento familiar o para dar un concierto de piano, instrumento del que era virtuosa.

Jane Hawking fue por primera vez a casa de los Hawking en 1962, invitada al 21 cumpleaños de Stephen, y tuvo ocasión de conocer allí a sus amigos de Oxford, que se consideraban a sí mismos “los aventureros intelectuales de su generación”, en palabras de la autora, “consagrados en cuerpo y alma al rechazo crítico de todo lugar común, a la burla de los comentarios manidos o tópicos, a la afirmación de su propia independencia de criterio y a la exploración de los confines de la mente”. Jane, una muchacha de firmes convicciones cristianas y opiniones convencionales, se sintió siempre algo abrumada por todo ese despliegue de cohetería, pero desde el principio vio en Stephen algo más que eso, una naturaleza empática e independiente de la que, casi sin darse cuenta, cayó enamorada en pocos meses.

 

Eddie Redmayne (Stephen Hawking) y Felicity Jones (Jane) en un imagen de ‘La teoría del todo’. / ©Focus Features/Courtesy Everett Collection (©Focus Features/Courtesy Everett Collection / Cordon Press)

 

La noticia llegó un sábado de febrero de 1963 de boca de su amiga Diana: “Oye, ¿os habéis enterado de lo de Stephen?”. El joven talento llevaba dos semanas en el hospital de Saint Bartholomew, porque había estado tropezando continuamente y no se podía ni abrochar los cordones de los zapatos. Los médicos le habían diagnosticado la esclerosis y le habían dado dos años de vida. Jane se quedó perpleja. “Aún éramos lo bastante jóvenes para ser inmortales”, escribe. Diana le contó que Stephen estaba muy deprimido, y que había visto morir al chico de la cama de al lado en el pabellón del hospital. Stephen se había negado a aceptar una habitación individual, fiel a sus principios socialistas. Genio y figura.

Pero el libro de Jane Hawking no tiene el tono de una tragedia, como tampoco lo ha tenido la ya larga vida de Stephen. Quienes conocen de cerca al físico se quedan indefectiblemente perplejos por un detalle: lo muy poco que le importa su discapacidad. Hawking no solo ha dejado perplejos a sus médicos por sus décadas de supervivencia a la ELA –un caso insólito para la medicina—, sino que demuestra cada día que puede llevar una vida tan normal como pueda llevar un físico teórico. Su productividad científica le sitúa en la élite de la disciplina, disfruta como cualquiera de una buena cena con los amigos, y jamás ha renunciado a su agudo sentido del humor.

La esclerosis se presentaba en aquellos primeros años con crisis alternadas con episodios de relativa normalidad, y poco después de su deprimente ingreso en el hospital de Saint Bartholomew, Jane tuvo ocasión de comprobar el estrepitoso estilo de conducción de su novio. Stephen la llevó a Cambridge en el gigantesco Ford Zephyr de su padre –un coche que había vadeado ríos en Cachemira durante la estancia india de la familia— en lo que acabó constituyendo una de las experiencias más espeluznantes a las que se había enfrentado la joven. “Parecía utilizar el volante para alzarse y ver por encima del salpicadero”, cuenta Jane. “Yo apenas me atrevía a mirar a la carretera, pero Stephen parecía mirarlo todo salvo la carretera”. Qué años aquellos.

Hay mucho más en este libro, una mirada extraordinaria a la vida de una figura aún más extraordinaria: el físico más popular de nuestro tiempo enfrentado al amor y al destino, los dos agujeros negros a los que acabamos sucumbiendo todos los miembros de esta especie paradójica.

Fuente: El Pais

 

  1. 1
    Adolfo
    el 11 de enero del 2015 a las 4:01

    ¡Hola, Emilio..!
    Muy posiblemente ha tenido un rol fundamental, en la supervivencia del Dr. Hawking, tener un objetivo al cual dedicar sus energías y así, día tras día, sobrevivir.

    Hace algunos años tuve oportunidad de ver un film que trataba del polémico tema del suicidio asistido. El argumento del film trataba sobre una señora diagnosticada con ELA, que veía como toda su vida se derrumbaba, a medida que sus capacidades y funciones corporales se extinguían. Su vida terminaba luego de que ella misma desconectaba (mediante un sencillo movimiento de cabeza) los sistemas de soporte de vida.
    Al fin y al cabo no somos sino cerebros vinculados a un complejo mecanismo de locomoción, manipulación, adquisición de datos sensoriales, procesamiento/eliminación de alimentos/desechos, adquisición/eliminación de gases esenciales/nocivos, etc.. Algún día si los científicos de gf2045.com tienen éxito, será la realidad para muchas personas afectadas por enfermedades terminales.

    Pero y, es algo de destacar, mucha gente excepcional por su amor, altruismo, devoción e ingenio (especialmente esto último atento que somos seres esencialmente sociales), ha aportado el soporte psicológico necesario para evitar que el Dr. Hawking caiga en una espiral de depresión e inevitable muerte.
    Atentamente…
    Adolfo

    Responder
    • 1.1
      Emilio Silvera
      el 11 de enero del 2015 a las 8:12

      Amigo mío:

      ¿Qué duda nos puede caber? Si la Mente está vinculada a un proyecto, si le damos motivos de incentivar las ganas de conseguir una meta, si no dejamos que las situaciones negativas sean más fuertes que nosotros… Si somos capaces de hacer eso, hemos ganado la batalla, y, en el caso de Hawking, ya sabemos quién venció a quién… ¡A pesar de todo!

      El personaje es digno de admiración y lleva años librando una batalla que muchos hubieran dado por perdida hace mucho tiempo ya. Sin embargo, su amor por la Ciencia, su “infinita” curiosidad por desvelar secretos de la Naturaleza y contarlo al mundo, le han mantenido “vivo” y “activo” ante una Sociedad que ha podido gozar de sus ideas y ha mantenido con él, una interacción muy especial que le ha invcentivado para continuar por ese camino que, por otra parte, le ayudó a poder seguir.

      Hace unos momentos que he leido un correo que, desde México, me envía mi hija María y, el contenido del mismo es: ¡Feliz descumpleaños! Hace mucho tiempo ya que decidí no cumplir más años y, toda la familia que lo sabe, me felicita de esa manera.

      En nosotros está luchar contra la Entropía y, aunque parezca mentira, los mecanismos de la Mente son los que, de alguna manera, lo pueden lograr. Conozco a compañeros míos de Colegio que parecen mis abuelos, ellos ya eran viejos a ,os 50. Si tienes proyectos, si sigues con la capacidad de asombrarte, si la curiosidad no te ha dejado, si te impones metas… ¡Produces dentro de tí Entropía negativa! Y, el paso del Tiempo se ralentiza… ¡de alguna manera que no puedo explicar pero que, realmente es así!

      Un abrazo estimado amigo argentino.

       

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