Vida extraterrestre
Las seis veces que se creyó definitivamente haber encontrado vida extraterrestre
IMPRESIÓN NO PERMITIDA - TEXTO SUJETO A DERECHOS DE AUTOR
por Emilio Silvera ~ Clasificado en El Universo y la Vida ~ Comments (0)
Señales del espacio, posibles fósiles en meteoritos y experimentos dudosos: ésta es la historia de las ocasiones en las que casi hemos llegado a descubrir que no estamos solos.
La estrella KIC 8462852 tiene nuevamente desconcertada a la comunidad científica, ha pasado un año y siguen sin encontrar respuesta al extraño comportamiento de este cuerpo celeste, los extraños efectos que produce, parecen indicar que tiene una gigantesca estructura extraterrestre dedicada a cosechar la energía de ese sol, quizás, para alimentar las necesidades de una súper-civilización que posiblemente haya construido una inmensa esfera tecnológica de Dyson entorno a ese astro.
Una estrella a unos 1.500 años luz de la Tierra y bautizada con el abstruso nombre de KIC 8462852 mantiene a los astrónomos rascándose la cabeza desde algo más de un año. La enorme variación en su brillo es algo nunca visto, lo que llevó a sugerir la posibilidad de que sus vecinos alienígenas hubieran construido una colosal estructura de ingeniería a su alrededor. Ahora, una nueva hipótesis parece desinflar la teoría alienígena, atribuyendo los cambios en el resplandor a los restos de un planeta que fue devorado por la estrella hace unos 10.000 años. Si se confirma esta explicación, sería una más de las ocasiones en que casi hemos llegado a descubrir vida extraterrestre, pero no. Repasamos algunas de ellas.
Tal vez la primera falsa alarma de vida alienígena en la historia de la ciencia moderna tuvo lugar el 2 de agosto de 1894. Aquel día, un breve artículo publicado en la revista Nature bajo el título Una extraña luz en Marte describía unos extraños resplandores marcianos en el límite entre las zonas de luz y oscuridad, observados por el astrónomo francés Stéphane Javelle. El artículo casi daba por supuesta la existencia de marcianos, sugiriendo que estaban “haciéndonos señales”.
Aquel misterio tuvo una corta vida. En la revista Publications of the Astronomical Society of the Pacific, el astrónomo Edward S. Holden, del Observatorio Lick de California (EEUU), se apresuraba a aclarar que aquella anomalía era simplemente el brillo de regiones más luminosas o de elevaciones del terreno que se extendían hacia la zona de sombra adyacente.
Pero para entonces, el artículo había llegado a manos de un hombre de fértil imaginación en cuya mente germinó una idea. Y así, aquella falsa alarma fue el origen de los marcianos más famosos de la ciencia ficción: cuatro años después, el biólogo y escritor británico Herbert George Wells publicaba La guerra de los mundos. En la novela, las luces de Javelle eran las explosiones del cañón que lanzaba las naves marcianas a la conquista de la Tierra.
“FUERTE” señal detectada de estrella similar al sol esta siendo verificada por el SETI (decía la noticia por aquel tiempo).
En los años 50 del siglo pasado, algunos científicos comenzaron a darle vueltas a la idea de que tal vez los alienígenas estaban enviándonos señales a través del cosmos, pero no escuchábamos. Había que hacerlo: el 8 de abril de 1960, el astrónomo Frank Drake saltó de su cama a las 3 de una fría y brumosa mañana para trepar al entonces nuevo radiotelescopio Howard Tatel, situado en un rincón remoto de Virginia Occidental (EEUU).
En el centro de control de aquella instalación, el Observatorio Nacional de Radioastronomía de Green Bank, comenzó entonces lo que luego se designaría Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (en inglés, SETI), la escucha de posibles señales de radio enviadas desde lugares lejanos del cosmos. Y aquel primer día, Drake y sus colaboradores creyeron haber dado con la primera en la frente. Al dirigir la antena hacia la estrella Epsilon Eridani, “¡wham!”, recordaba Drake en un artículo publicado 19 años después. “De repente, el registrador empezó a salirse de escala. Escuchamos explosiones de ruido que salían del altavoz ocho veces por segundo”.
“¿Podría ser tan fácil?”, se preguntaba Drake. Pero no lo fue: finalmente aquella pista pionera tenía un origen mucho más cercano. Después de diez días de emoción, los astrónomos sacaron una pequeña antena de cuerno por la ventana y detectaron aquella misma señal. Provenía de una aeronave a gran altura, probablemente un avión espía estadounidense U-2 cuya existencia sólo se conocería al mes siguiente.
La norirlandesa Jocelyn Bell Burnell sólo pretendía escribir una tesis doctoral en radioastronomía, un campo científico que en los años 60 del siglo pasado prometía revelaciones inéditas a la ciencia. Pero cuando su rudimentario telescopio de la Universidad de Cambridge comenzó a operar en 1967, apareció algo inesperado: una señal que pulsaba con un ritmo periódico de algo más de un segundo.
El supervisor de Bell Burnell, Antony Hewish, pretendía estudiar los cuásares, un tipo de objeto astronómico descubierto pocos años antes y que en un principio se había tomado por una señal alienígena. Aquella anécdota debió hacer sospechar a Bell Burnell y Hewish; pero lo cierto es que, descartada la posibilidad de interferencias terrestres, ambos científicos empezaron a considerar seriamente que habían descubierto una radiobaliza alienígena.
Bell Burnell y Hewish publicaron sus observaciones en 1968 en la revista Nature. Y aunque por entonces aún no estaba muy clara la naturaleza de la fuente, su origen resultó ser 100% natural. Lo que ambos investigadores habían bautizado casi en broma como LGM-1 (de Little Green Men, Hombrecitos Verdes) era en realidad una estrella de neutrones, el primer púlsar, llamado entonces CP 1919 y después rebautizado como PSR B1919+21.
Si hay una señal del espacio que hasta ahora se ha resistido a las explicaciones naturales, es la conocida como señal Wow!, de la que el próximo 15 de agosto se cumplirán 40 años. Se recogió en un radiotelescopio que ya no existe, el Big Ear de la Universidad Estatal de Ohio (EEUU). En una época de intenso furor por los proyectos SETI, el astrónomo Jerry R. Ehman dedicaba parte del tiempo libre que le dejaba su trabajo científico a repasar las escuchas del Big Ear en busca de un indicio de vida ahí fuera.
Al revisar los registros del 15 de agosto encontró algo anómalo, una señal que se elevaba 30 veces sobre el ruido de fondo y que duró 72 segundos, el intervalo que el telescopio podía escuchar una fuente concreta. Emocionado por el hallazgo, Ehman marcó la señal en el registro de la impresora y junto a ella escribió “Wow!“. Pero la señal nunca pudo recuperarse: todos los intentos de volver a localizarla han fracasado.
Un origen terrestre estaba casi descartado, y la señal tampoco encaja fácilmente con ningún fenómeno natural conocido. En 2016, dos investigadores propusieron que la señal podría corresponder a una pareja de cometas que aún no se conocían en 1977, pero la explicación no convence a todos. Por su parte, Ehman sigue sosteniendo que la hipótesis alienígena es la más probable. Cuarenta años después, la señal Wow! aún es un misterio sin resolver.
Como en el caso de la señal captada por Frank Drake, el caso de las Viking fue también de la primera en la frente. El 20 de julio de 1976, la misión de la NASA Viking 1 lograba por fin conquistar el suelo marciano con una sonda plenamente operativa, seguida por la Viking 2 el 3 de septiembre. Aquellos aparatos gemelos han sido hasta ahora los únicos enviados a Marte con el propósito expreso de buscar vida. Y en su día pareció que la habían encontrado.
Las dos sondas estaban equipadas con cuatro experimentos biológicos. Uno de ellos, llamado Labeled Release (LR), añadía nutrientes a muestras de suelo para medir una posible liberación de CO2, un producto de desecho del metabolismo celular. Y el resultado fue positivo. Aunque los datos se publicaron con extrema cautela, sembraron una esperanza en la comunidad científica sobre la posible existencia de microbios en Marte. Sin embargo, otros experimentos de las Viking no corroboraron aquel resultado, para el que tampoco se ha aportado una interpretación que satisfaga a todos. Hoy la cuestión sigue abierta.
El 7 de agosto de 1996, el entonces presidente de EEUU Bill Clinton compareció ante los periodistas en los jardines de la Casa Blanca por un motivo sin precedentes, que tampoco ha vuelto a repetirse desde entonces: anunciar que posiblemente la NASA había encontrado fósiles de microbios en un meteorito marciano que llegó a la Tierra hace unos 13.000 años.
La roca, llamada Allan Hills (ALH) 84001, había sido descubierta en 1984 en la Antártida. Su análisis reveló unas peculiares estructuras que se describían como posibles “restos fósiles de una pasada biota [vida] marciana”. “Si este descubrimiento se confirma, será seguramente uno de los más increíbles hallazgos de nuestro universo que la ciencia haya revelado jamás”, declaró Clinton.
Nunca se confirmó; al contrario, muchos expertos se mostraron escépticos, sugiriendo que las formaciones presentes en la roca podían explicarse sin la intervención de microbios. Hoy no se ha llegado a una conclusión aceptada por todos. Al menos, un extracto del vídeo de la conferencia de Clinton sirvió para ilustrar un contacto alienígena ficticio en la película de 1997 Contact, previa sustitución del decorado de fondo de los jardines por la sala de prensa de la Casa Blanca. En la ficción los hemos encontrado muchas veces. Pero la realidad sigue resistiéndose a imitarla.