viernes, 22 de noviembre del 2024 Fecha
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Tartessos

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Rumores del Saber    ~    Comentarios Comments (0)

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La influencia del mito de Tartessos ha tenido tanto peso en la comprensión de la prehistoria española, que el nombre ha dado origen a varios conceptos académicos: cronología tartésica, cultura tartésica, geografía tartésica e incluso arqueología tartésica se han convertido en conceptos distintos y separables, pero también son temas complejos de debate. Se usan para definir el Bronce Final en el suroeste de la Península Ibérica, como hemos señalado antes, pero también son especialmente aplicables al período posterior al cenit de las «colonias» fenicias, c. 750 y 530 a.C. La influencia de los tartesios posfenicios va más allá de los estuarios y la sierra de Huelva y se extiendo por las regiones de los valles del Bajo y el Alto Guadalquivir, Extremadura y las regiones lejanas del hinterland de las colonias fenicias del este.

Varias ideas preponderan en los debates en torno a los tartesios posfenicios. En primer lugar, y la más importante, es la de su consonancia con una perceptible y variopinta influencia orientalizadora. En segundo lugar, a menudo se piensa que el carácter y la sociedad tartésicos eran impulsados por la inspiración de los extranjeros orientales; la adopción de una cultura diferente («aculturación») generalmente se interpreta como la señal preponderante de la nueva época. En tercer lugar, la cultura tartésica se relaciona muy a menudo con lo que se sabe —o no se sabe— de las colonias fenicias. En estas circunstancias, la imagen de Tartessos en su apogeo se ha tipificado de manera muy sencilla: mediante un aspecto oriental de origen fenicio. Seguidamente examinaremos algunos asuntos y hallazgos arqueológicos relacionados con ello.

METALURGIA

El núcleo de la región de Tartessos, Huelva, nos ha proporcionado información sobre la metalurgia, que era la actividad que más renombre dio a Tartessos. Mientras los fenicios vivían y comerciaban en la costa de Málaga en el siglo VII a.C. (y, es de suponer, mientras Gades se erigía en principal ciudad fenicia del Mediterráneo occidental), los habitantes de un solo pueblo pequeño, situado junto a las minas de plata de Riotinto, en el Cerro Salomón, trabajaban la mena en sus propios domicilios. En el asentamiento del Cerro Salomón se han encontrado indicios de actividad metalúrgica (vestigios de escoria, residuos de fundición, piedras-martillo, moldes de arcilla, etc.), pero no de un alto nivel de vida. Aunque construidas con paredes de piedra, las casas no tenían cimientos y los techos eran frágiles: ni las casas ni la actividad metalúrgica duraron mucho tiempo en el Cerro Salomón. Condiciones parecidas gobernaban el modo de vida en otro pueblo de metalúrgicos en Huelva. En este caso se trataba de un asentamiento de chozas —en San Bartolomé de Almonte — situado junto al camino que iba de las minas de Aznalcóllar a Gades. En el siglo VII a.C., en lugares próximos a las minas de Riotinto (tales como Chinflón y Quebrantahuesos), era frecuente que el metal continuara produciéndose de acuerdo con la tradición de la anterior fase del Bronce Final. Durante el Bronce Final las menas extraídas de las minas de Riotinto también se trabajaban en el asentamiento de la misma Huelva.


Sin duda alguna, la producción de plata aumentó considerablemente después de que los colonizadores fenicios fundaran sus asentamientos en la Península Ibérica. Sin embargo, el proceso de producción de metal —en particular la extracción y fundición de cobre— fue un logro técnico de los metalúrgicos indígenas del Bronce Final. La fundación de Gades fue un momento decisivo, después del cual el camino que llevaba a los recursos de estaño del noroeste —muy utilizado por la gente del país durante siglos—- quedó abierto a los mercaderes fenicios. Por tanto, el interrogante que se nos plantea es si la renovada inversión en la tecnología del bronce y la producción de plata fue una aportación de los metalúrgicos fenicios, o si éstos sencillamente usaron su influencia para mejorar la producción local de estos metales preciosos. Por un lado, los indicios de actividad metalúrgica entre los tartesios antes de la llegada de los fenicios son reales, pero no abrumadores. Por otro lado, se piensa que la población autóctona de Tartessos extraía y fundía las menas (plata y cobre). Obviamente, los fenicios comerciarían con estos productos minerales en beneficio propio, pero es dudoso que la población nativa usara las menas para algo que no fuera exportarlas aprovechando las rutas creadas por los colonizadores. En uno y otro caso, los tartesios autóctonos también tenían por motivación los intereses mercantiles y contaban con su propia red para el trueque.

TRUEQUES ENTRE LA GENTE DEL LUGAR Y LOS EXTRANJEROS

En las colinas de Huelva (Cabezo de San Pedro y Cabezo La Esperanza), junto a los estuarios de los ríos Tinto y Odiel, de pronto salen a la luz indicios de un período un tanto diferente del Bronce Final. Se han observado indicios de técnicas de construcción fenicios en obras públicas de los aborígenes, en una etapa muy temprana del proceso de «aculturación»; como en el caso del muro de contención del Cabezo de San Pedro. Esta permutación cultural es especialmente obvia en el valle del Bajo Guadalquivir, donde abundan los nuevos asentamientos conocidos, pero es común en el territorio de todo el sur de la Península Ibérica junto al estuario del río de Guadalete, enfrente de las islas de Gades y a todo lo largo de los fértiles valles de los ríos Guadalquivir, Genil y Guadajoz. Lo que conocemos de los asentamientos tartésicos se basa principalmente en secuencias estratigráficas cuyo objetivo era obtener una serie cronológica de cerámica más que comprender el yacimiento de forma exhaustiva. No obstante, los restos estratificados reunidos proporcionan información suficiente para testificar que el cambio concuerda en el tiempo y el contenido. Los asentamientos que nos proporcionan los datos tienen inventarios largos y los siguientes están entre los más dignos de atención: Asta Regia; Cerro del Carambolo; Cerro Macareno; Carmona; Montemolín; Mesa de Setefilla; Los Alcores (Entremalo y Mesa de El Gandul); Huerto Pimentel (Lebrija) y Alonso, en la provincia de Sevilla; Acinipo (Ronda), en la provincia de Málaga; Cerro de los Infantes (Pinos-Puente), en la provincia de Granada; Colina de los Quemados; Llanote de los Moros (Montoso); Ategua y Torreparedones, en la provincia de Córdoba; Cástelo ( el asentamiento de La Muela) y Porcuna (Los Alcores/Cerrillo Blanco), en la provincia de Jaén; y Medellín, en la provincia de Badajoz.

Seguimos ignorando el aspecto detallado que tendría una población tartésica, pero la respuesta urbana al comercio con los fenicios se percibe generalmente en la sustitución de las chozas por casas rectangulares bien proyectadas y de obra de albañilería, y en la mejora de las viviendas en el Bronce Final. Poco después de que las primeras importaciones de cerámica fenicia llegaran a manos de la gente del lugar, parece que la población autóctona se había embarcado en la importante tarea de construir defensas. Una de las primeras comunidades que así lo hizo fue Tejada la Vieja, en Huelva, nueva ciudad amurallada posfenicia de 6,5 hectáreas, que probablemente se convirtió en centro de distribución de metal procedente de Riotinto, tanto para los tartesios como para los fenicios. Otros asentamientos del valle del Alto Guadalquivir (tales como Torreparedones y Puente Tablas) pronto (a principios del siglo VI a.C.) siguieron esta iniciativa y construyeron un recinto defensivo.

El cambio radical entre los períodos prefenicio y posfenicio de Tartessos se produce en el contexto de la cerámica. Aparte del uso generalizado del torno de alfarero para producir cuencos de superficie muy bruñida, las vasijas que reflejan el ajuste a una fase diferente —en las secuencias estratificadas— son los recipientes de gran capacidad con decoración pintada. Esta cerámica (vasijas bicromas con bandas) es el producto de estilo oriental más obicuo en la región de Tartessos. Se piensa que estas jarras grandes contenían vino, o quizá aceite de oliva. Los colonizadores o comerciantes fenicios trocarían estos productos por el grano o las menas de metal de los aborígenes. La fabricación de los recipientes, cuyos inventores fueron los fenicios, pronto pasaría a formar parte de las técnicas de los alfareros del lugar: entonces se utilizarían para almacenar cereales u otros productos sólidos.

Una vez arraigado el comercio de artículos esenciales entre los colonizadores orientales y los grupos autóctonos —en beneficio mutuo—, empezaría el trueque de otras mercancías (el intercambio de alimentos por ornamentos o varios artículos de lujo). Es probable que se creara una infraestructura de transporte simultáneamente con esta actividad de comercio y trueque. Es fácil imaginar que había demanda de carne de buey —y de sal para conservarla— entre los colonizadores, a la vez que probablemente a los nativos les gustaba recibir artículos más lujosos a cambio: objetos de joyería, cajas y peines de marfil, botellas de cerámica o vidrio con perfume, platos y jarras de bronce, herramientas de hierro, textiles y prendas de vivos colores, etc. Este comercio con varios tipos de mercancía causaría un incremento de la producción local y contribuiría a una transformación total de las actividades económicas de ambas partes: proveedores y consumidores. Naturalmente, cabe esperar que este comercio de artículos tuviera consecuencias discernibles en lo que se refiere a las estructuras económicas y sociales de los tartesios. Se cree (aunque es debatible) que en Gades, donde se supone que se fabricaban valiosos objetos de bronce, oro, vidrio o marfil (modelos para los artesanos locales), vivían fenicios prósperos. Estos artículos de estilo fenicio debían de ser costosos y exclusivos, por lo que sólo un número muy reducido de personas tendría medios suficientes para adquirirlos. En última instancia, la relación comercial entre los nativos y los colonizadores no sólo surtiría efectos en la generación de riqueza, sino también en su distribución. Una vez más, una sociedad dividida en clases aparece prefigurada por líderes, elites o jefes locales que se enorgullecen de poder distinguirse llevándose a la tumba valiosos objetos personales parecidos a los de los colonizadores.

CEMENTERIOS, OBJETOS FUNERARIOS Y SOCIEDAD

Está claro que cementerios tartésicos donde había objetos funerarios de estilo oriental han sido el foco de intentos de ilustrar la marcha del desarrollo social y económico. Nuestra comprensión de las necrópolis tartésicas se basa en extraordinarios descubrimientos de artefactos y objetos de metal y marfil, así como de joyas. El tamaño monumental de los montículos que tienen múltiples enterramientos ha dado pie a muchos debates. Sin embargo, estamos muy lejos de saber todo lo relativo a estos cementerios. Hay diferencias en los rituales funerarios no sólo entre las diversas necrópolis conocidas, sino también entre los enterramientos descubiertos en cada uno de estos cementerios. Así pues, no hay una pauta constante de procedimientos funerarios en la sociedad tartésica; tampoco hay una división clara de las divergencias sociales que pudieran darse en las diversas necrópolis de la región de Tartessos en el período durante el cual se usaron. En la actualidad sabemos que existía una estructura de clases sumamente diferenciada, muy motivada por los rituales y prácticas religiosos de los extranjeros orientales, aunque el grado de «aculturación» no puede medirse en términos de creencias religiosas. También está claro que los bienes valiosos estaban distribuidos de forma desigual entre los enterramientos, lo cual contribuye a que nos formemos la idea de una en la que había estratos sociales. A continuación examinaremos brevemente los datos arqueológicos que más relación tengan con lo que acabamos de ver.

LAS TUMBAS DE LA JOYA

En el núcleo de la región de Tartessos, de hecho en la ciudad de Huelva, se encuentra una de las necrópolis tartésicas más significativas. Ocupa la cumbre de la colina de La Joya, donde excavaciones arqueológicas efectuadas en el decenio de 1970 revelaron 19 tumbas. El contenido de cuatro de ellas (números 5, 9, 17 y 18) era especialmente rico. En la 5, que correspondía a una inhumación, se encontraron un anillo de oro y pedazos de ámbar, plata y marfil, pero la tumba se distinguía por el ajuar de una jarra de bronce (de tipo rodio) y un plato de bronce con asas en forma de anillo, unidas en ambos lados a varas terminadas en manos. La tumba 9 contenía una inhumación, colocada en un plato del mismo tipo «de manos», y una incineración en la que había una hebilla de bronce para cinturón, del tipo «ganchos», ornamentos de cuentas de oro y ámbar, tres vasijas de alabastro, ánforas fenicias, cerámica local hecha a mano y vasos fenicios de barniz rojo. Las tumbas 17 y 18 eran aún más notables. La 17, correspondiente a una incineración, contenía una serie de ostentosos objetos funerarios. Estaban enterrados con las cenizas y comprendían un conjunto de artefactos de bronce: una jarra ( un oenochoe de estilo fenicio), un plato, un incensario y un espejo con mango de marfil. En este enterramiento especial colocaron un carro de ceremonia tirado por dos caballos. Habían añadido al vehículo accesorios de bronce: una jarra (cubos de rueda en forma de cabeza de león y paneles), a la vez que los caballos estaban adornados con bridas de bronce (cubos de rueda en forma de cabeza de león y paneles), a la vez que los caballos estaban adornados con bridas de bronce. La tumba 17 de La Joya también contenía un cofre de marfil muy delicado, una vasija hecha de alabastro y un ánfora fenicia. En la tumba 18 había dos incineraciones. Una de ellas (A) confirmó la costumbre funeraria de poner un jarro para libaciones y un plato juntos. La segunda (B) contenía varios paneles de bronce, que tal vez pertenecieron a un carro. En el cementerio de La Joya también había tumbas modestas que contenían cuchillos o armas de hierro (tumba 16), vasijas toscas (tumba 12) y una variada colección de otros objetos: una vasija de bronce, una polvera de marfil y un ornamento de plata (en la tumba 14). La tumba 13 ha llamado mucho la atención. Correspondía a una inhumación múltiple, sin objetos funerarios, en la cual parece que los difuntos fueron enterrados en circunstancias extrañas, atados en posición fetal. Por supuesto, no hay ningún indicio claro de la razón de este enterramiento en particular: y tampoco puede considerarse que los difuntos sean especialmente pobres, o victimas de algún sacrificio ritual.

En la necrópolis de La Joya no queda ningún vestigio visible de estructuras funerarias en la superficie; y en la mayoría de los casos se usó cal para llenar las tumbas. Sin embargo, aparte de estos dos rasgos constantes, hay un notable grado de individualismo en las sepulturas de La Joya, del mismo modo que no hay dos enterramientos idénticos. Parece como di el deseo de distinción y de emular artefactos importados y extranjeros lo compartiesen muchos miembros de la comunidad que fueron enterrados en La Joya.

LOS MONTÍCULOS DE LOS ALCORES

Los pedazos de marfil que fueron enterrados como objetos funerarios en los túmulos de la religión de Carmona eran objetos personales de gran valor. Tales túmulos tienen gran importancia en el estudio de las necrópolis tartésicas, como la tienen también los fragmentos de cajas de marfil, peines, polveras, cucharas y otros accesorios personales de tocador que se encontraron como objetos funerarios.

Los montículos de Carmona están situados a lo largo de los promontoriosos rocosos de Los Alcores: la mayor parte de los trabajos arqueológicos en Los Alcores la hizo a finales del siglo XIX George Bonsor, que no anotaba sistemáticamente sus hallazgos. Sin embargo, las notas que sí tomó indican que cada túmulo era un cementerio que contenía varios enterramientos. De nuevo, el ritual funerario podía ser la incineración o la inhumación, y no había una manera establecida de colocar la pira, la urna y los objetos. Los túmulos individuales de Los Alcores —tales como Bencarrón, Mesa de El Gandul, Alcantarilla, El Acebuchal, Santa Lucía y Cañada de Ruiz Sánchez— son muy conocidos por la singularidad de los hallazgos y su notable significación.

Uno de los más importantes entre los grandes túmulos de Los Alcores es el túmulo G de El Acebuchal. Aquí tuvo lugar una inhumación doble en una cámara con paredes de piedra. Las hebillas de bronce para cinturón y los ornamentos de joyería son notables, pero el objeto funerario más importante era una fíbula, de plata, que se convirtió en prototipo de la llamada «fíbula tartésica». Cerca del túmulo G estaba el L: aquí la sepultura era sólo una zanja (fossa), pero parece construida después de la destrucción de una zona previa de la necrópolis. Esta pauta se repite en las necrópolis de Los Alcores. En el cementerio de la Cruz del Negro la tierra estaba apisonada entre las incineraciones en urnas, que aparecerían agrupadas en una necrópolis de montículos pequeños. Puede que este cementerio —que es muy conocido por los hallazgos de peines de marfil y por tipificar una urna de cerámica, de forma fenicia—se usara durante más tiempo que los demás. Otras investigaciones—de la necrópolis de Setefilla, cerca del valle del Guadalquivir— prueban que la construcción de un túmulo grande, a veces con una cámara central (como en el caso de El Acebuchal), a menudo alteraba un cementerio que ya existía.

LA NECRÓPOLIS DE SETEFILLA

La gente que usaba el cementerio de Setefilla vivió en el cercano asentamiento de la Mesa de Setefilla durante la segunda mitad del siglo VII a.C. y comienzos del VI a.C. Tres de los túmulos son muy conocidos. El primero que se descubrió, el túmulo de H, fue explorado por George Bonsor y R. Thouvenot en 1926. Tenía una cámara central, a la que se llegaba por unos peldaños, y una antecámara; y contenía una inhumación con preciosos objetos funerarios (de marfil y de joyería en oro y ámbar) y un servicio ritual formado por un jarro oenochoe y un plato, ambos de bronce. El gusto del difunto por los objetos fenicios era evidente. Los túmulos A y B también están bien documentados y volvieron a excavarse entre 1973 y 1975. Los túmulos, que medían 29 y 16,7 metros de diámetro y 3,20 y 1,30 de altura, respectivamente, se construyeron sobre la zona circular (delimitada por medio de piedras en posición vertical) de una necrópolis colectiva (45 enterramientos de incineraciones en fossae en el túmulo A, y 33 sepulturas de incineraciones parecidas en el túmulo B). El túmulo A tenía un prominente enterramiento de incineración colocado dentro de una cámara funeraria central de 10 metros de longitud. Se habían tomado precauciones contra los saqueadores, toda vez que la entrada estaba bloqueada y un corredor falso servía para disimular el acceso.

EL CEMENTERIO DE LAS CUMBRES

En Las Cumbres el cementerio contenía varios túmulos muy grandes. Esta extensa necrópolis (cerca de 100 hectáreas) en las laderas meridionales de la sierra de San Cristóbal está 500 metros al norte del Castillo de Doña Blanca asentamiento de población mixta que mira hacia Gades. El túmulo 1, de 22 metros de diámetro y 1,80 de altura, presentaba un ustrinum central y 63 enterramientos de incineraciones y era un montículo artificial con la parte superior plana. Al principio se encontraron pocos indicios de diferencias sociales. Se comprobó que las más antiguas entre las sepulturas de incineraciones, que databan de la primera mitad del siglo VIII a.C., eran de carácter puramente local; cuando se desenterró el ustrinum, los objetos funerarios de metal (hebillas para cinturones, fíbulas y un cuchillo de hierro) revelaron la procedencia esencialmente local de las personas enterradas allí. Sin embargo, un grupo posterior de enterramientos (que datan de bien entrado el siglo VII a.C.) contenía objetos con indicios del ritual funerario compuesto de una comunidad familiarizada con las libaciones, la quema de incienso y los perfumes oleaginosos que usaban los fenicios. Un túmulo secundario que contenía 13 incineraciones, en el ángulo suroccidental del principal, reveló que había, de hecho, diferencias en los objetos funerarios entre la persona enterrada en la posición central (con una serie de adornos personales y vasos de alabastro y de estilo fenicio) y el resto de las sepulturas. Había en la necrópolis otros túmulos con cámaras y corredores que, al parecer, datan de una fase posterior a la de los del ustrinum central del túmulo 1. Por tanto, parece que la disposición de los enterramientos efectuados en Las Cumbres no se hizo atendiendo a una jerarquía social hasta después de que las repercusiones económicas de la colonización tuvieran la oportunidad de materializarse.

ENTERRAMIENTOS TARTÉSICOS QUE CONTENÍAN ORO

Hay varios enterramientos excepcionalmente ricos en territorio tartessico que datan de la época de las tumbas de cámara y el más fastuoso de ellos es el que contenía el llamado «tesoro»  de La Aliseda, en Extremadura. El emplazamiento de este hallazgo era una indicación clara de que el hábitat de la población tartésica del período posfenicio se había extendido hacia las regiones occidentales de la Península Ibérica, siguiendo una ruta que conduce a los minerales del noroeste. La necrópolis de Medellín (Badajoz) vendría a sancionar esta valoración. En La Aliseda se enterró una dama principal con joyas y otros artefactos de gran calidad. Entre los ornamentos de oro había 194 prendas de vestir, una diadema y pendientes, brazaletes, collares con amuletos colgantes y un cinturón. Todas las joyas eran ejemplos espléndidos de la artesanía tartésica en oro: representaban, con mucho, la más atractiva demostración de los notables resultados que se obtenían al poner técnicas orientales en manos locales. La dama también llevaba ocho anillos con sellos fenicios importantes. El ritual de su entierro requirió un jarro de vidrio sirio, que mostraba inscripciones jeroglíficas seudoegipcias, vasos de plata y un plato, un espejo de bronce y ánforas fenicias. La tumba de La Aliseda se convirtió en el ejemplo perfecto de la influencia que los rituales fenicios y los motivos decorativos del Mediterráneo ejercían en la buena sociedad de Tartessos. Los objetos funerarios de esta tumba confirman que se seguía la liturgia funeraria de usar un plato y un jarro para servir alimentos y bebida (como se vio en los cementerios de La Joya y en Los Alcores). También confirman que se seguía este ritual los numerosos objetos de esta clase, generalmente de bronce, que luego se han encontrado en el valle del Bajo Guadalquivir y en Extremadura. Finalmente, los objetos funerarios de La Aliseda muestran de forma clara la medida en que algunos miembros de la comunidad tartésica disponían de los medios necesarios para comprar objetos importados, joyas lujosas y ornamentos preciosos.

La joyería de oro que se producía en la región de Tartessos bajo la influencia de una tradición oriental alcanzó gran difusión. Se han documentado hallazgos en zonas que van de Portugal (Sines) a la costa oriental (sierra de Crevillente, en Alicante). No todos estos hallazgos son tan espectaculares como las joyas de La Aliseda: generalmente se trata de pequeños ornamentos, tales como cuentas, pendientes y placas decorativas. La mayoría de ellos eran objetos funerarios, aunque hay algunas excepciones, la más notable de las cuales es el tesoro descubierto en El Carambolo, cerca de Sevilla. Este depósito se encontró dentro de una vasija tosca, que a su vez estaba en el interior del asentamiento. Como en el caso de otras colecciones de joyas igualmente famosas, el contexto arqueológico no está claro, aunque es posible que las usara alguien que vivía en una comunidad cercana (tesoros parecidos son la diadema, el brazalete, los anillos y los pendientes de Eborax (Sanlúcar de Barrameda), y el collar de Tarsis, en Huelva).

Las personas que en otro tiempo llevaban las joyas de estilo oriental del territorio tartessico debían de sentirse cómodas con las conocidas figuras, dibujos florales y símbolos representados en ellas: palmetas, intrincados rosetones, pájaros, capullos y flores de loto, cabezas de halcón, « relicarios» semiesféricos y complicados dibujos geométricos forman parte del repertorio decorativo más común. Se inspiran en diferentes formas de metalurgia o textiles de origen fenicio. Las escenas que aparecen en el cinturón encontrado en La Aliseda señalan claramente cuáles eran los temas favoritos de los fenicios; el grifo passant con las alas abiertas, y el combate entre un héroe y su enemigo. La familiaridad con los sellos sirio-fenicios debió de ser una ayuda al crear el collar de El Carambolo, que es una cadena larga de la cual cuelgan ocho sellos. La hábil utilización de antiguas técnicas de la orfebrería mediterránea (tales como el repujado, la filigrana y la granulación) indica que sólo talleres asociados con artesanos fenicios podían haber creado obras de arte tan magníficas.

No hace falta decir que se está debatiendo animadamente en torno a la procedencia de los artesanos, el carácter del trabajo y el emplazamiento de los talleres en los cuales se fabricaban las joyas. Aunque no se tienen respuestas a los interrogantes, todo el mundo está de acuerdo en que las joyas tartésicas fueron producidas por fenicios occidentales o por orfebres locales que seguían las instrucciones de los fenicios. Es posible que al finalizar el siglo VII a.C. ya no hubiese ninguna diferencia étnica entre los dos grupos. También se afirma que el carácter esencial de las joyas (su forma, su diseño, y su función) lo determinaba la demanda autóctona. Finalmente, se supone (pero no está probado) que en ningún centro urbano que no fuese Gades se disponía de la habilidad profesional propia de fenicios occidentales que inspiró las joyas tartésicas.

EL EFECTO DE ORIENTE EN OCCIDENTE

El período de influencia oriental en la Península Ibérica rebasa la esfera tradicional de la arqueología y abarca cuestiones cuya interpretación es aún más problemática y que se refieren al efecto que la religión, el modus vivendi y los logros técnicos de los fenicios surtieron en la sociedad de Tartessos. Hay abundancia de datos que indican la medida en que los fenicios afectaron fundamentalmente a los tartesios. Esta influencia tuvo consecuencias trascendentales y fue transmitida a futuras generaciones. Gracias a los colonizadores fenicios, los nativos del sur de la Península Ibérica tuvieron conocimiento de la escritura, incrementaron de forma considerable la producción de metales —en particular de plata—, mejoraron sus técnicas de construcción y aprendieron a usar bien el torno de alfarero. En el plano ideológico los tartesios asimilaron los dioses y las diosas orientales (Melqart, Astarté y Reshef-Hadad). Adoptaron rituales funerarios de Oriente (tales como ceremonias que requerían el uso de platos, jarros y thymiateria). También adoptaron símbolos orientales como, por ejemplo, monstruos alados mitológicos (grifos o esfinges) o escenas de combate entre depredadores (leones) y presas (gacelas y ciervos). La posibilidad de que estos aspectos abrumadores orientales de los objetos preciosos posfenicios induzcan a engaño continúa siendo objeto de debate en el campo de los estudios Ibéricos.

La mayoría de los artefactos arqueológicos de estilo oriental encontrados en territorio tartessico son o bien artículos de lujo para uso personal u objetos rituales que en la mayoría de los casos se han hallado en tumbas. Es evidente que los procedimientos funerarios —y la ideología que los rituales llevaban aparejada— son los aspectos fundamentales que se vieron afectados por los estímulos orientales. También es manifiesto que los objetos de estilo extranjero servían para indicar la clase social de sus propietarios, tanto mientras vivían como después de morir. No cabe duda de que la emulación debía de ser una fuerza sociológica que condujo al incremento de la producción de artículos preciosos y, por consiguiente, al mejoramiento económico. Además, el intercambio de productos y técnicas entre los colonizadores y las comunidades autóctonas hizo que cada vez resultara más difícil distinguir una comunidad de otra: creó un verdadero «crisol de razas» en la Península Ibérica. Sin embargo, pese a las influencias inequívocamente orientales que recibió la sociedad de Tartessos, las comunidades autóctonas conservaron gran parte de su carácter local. La estructura de la sociedad, tal como manifiestan los túmulos que forman cementerios completos, tienen sus raíces en la organización social del Bronce Final. No todos los objetos funerarios revelan una influencia oriental. Algunos de ellos —tales como las fíbulas, las hebillas para cinturón y los cuchillos— son de estilo local y pueden asociarse formalmente con artículos producidos por comunidades de la península que no eran las que vivían en las regiones meridionales. Fragmentos de carros (bridas o ruedas) en las tumbas tartésicas (La Joya y Los Higuerones, en Cástulo) ciertamente daban prestigio a la persona que estaba enterrada en ellas, pero los rituales funerarios —aunque tuvieran lugar durante un período de influencia oriental—no tenían por qué ser exclusivamente orientales. La vida urbana progresó de manera ininterrumpida en los mismos asentamientos como en el pasado, o muy cerca de ellos. La vivienda, aunque mejoró, no parece que experimentase una transformación radical. Las nuevas circunstancias comerciales no parecen haber fomentado conflictos internos: la vida en la región de Tartessos continuó transcurriendo pacífica y cotidianamente estable practicamente hasta nuestros días (con la lógica evolución de los tiempos pero, su gente, las personas oriundas de la región, parecen ser portadoras de una sabiduría especial que, seguramente, les dio la influencia de todas aquellas interacciones con otras civilizaciones que hicieron grande la suya propia.

El autor del comentario es, uno de los descendientes de aquellos Tartessos que deambularon por las ricas regiones onubenses (hoy Huelva) donde lo mismo había abundancia de materias primas como madera y minerales que, un litoral costero que mirando al Atlántico, era muy rico en pesca, y, de la fertilidad del suelo, no digamos. Todo ello, unido a la belleza natural de todo la región, hacía en verdad un verdadero paraiso del lugar del que, aún quedan vestigios de todo aquello.

emilio silvera

 


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