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Es bueno hacerse preguntas y, tratar de contestarlas

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Gaia    ~    Comentarios Comments (2)

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¿Qué le sucedería a todo el Oxígeno altamente reactivo de la atmósfera terrestre sino no fuera renovado constantemente por la acción de los seres vivos que pueblan el planeta Tierra? Si elimináramos toda la vida que hay en el planeta, en muy poco tiempo la totalidad del Oxñigeno quedaría bloqueado dentro de compuestos químicos estables, tales como los nitratos, el dióxido de Carbono, el agua, los óxidos de hierro y las rocas siliceas. Dicho de una forma más precisa, sin la intervención de la vida, todo el Oxígeno de la atmósfera quedaría bloquedo en menos de 10 millones de años. Esto indica lo sensible que es el entorno físico aparentemente estable de nuestro planeta a la presencia (0 ausencia) de la vida.

El tema no resulta demasiado preocupante a una escala de Tiempo Humana -el mito pipular según el cual, si mañana desapareciera la Selva Amazónica, nos asfixiaríamos todos, está lejos de ser verdad- pero diez millones de años representan sólo alrededor del 0,2 por ciento de la antigüedad de la Tierra hasta el momento presente.

Si un Astrónomo que está observando un planeta como la Tierra constata que dicho planeta posee una atmósfera rica en Oxígeno, esto significa que, o bien está siendo testigo de un suceso raro y transitorio qque por razones desconocidas tiene lugar en ese planeta, o que la atmósfera se mantiene en un estado que se encuentra lejos del equilibrio.

  La Vida es parte de la Tierra y ésta, es como es, porque en ella está la Vida.

La idea de que la Vida puede formar parte de un sistema autoregulador que determina la naturaleza física de la superficie actual de la Tierra (al menos en la “zona de la vida” una fina capa que va desde el fondo del océano hasta la parte más alta de la troposfera, es decir, hasta unos 15 kilómetros por encima de nuestras cabezas) fue recibido inicialmente de manera hostíl por los biólogos, y aún hoy continúa teniendo algunos oponentes.

Bueno, como de todo tiene que haber, también existen algunos movimientos místicos, cercanos a una especie de religión, a favor de Gaia (que por cierto, irritaron a Lovelock como lo hizo la Tolkien Society para J.R.R. Tolkien), que se fundamenta en una mala interpretación de lo que Lovelock y sus colegas decían. La misma Enciclopedía Británica (una copia en CD) -que debería estar mejor documentada- me dice que: “La hipótesis e Gaia es muy discutible porque da a entender que cualesquiera especies (por ejemplo, las antiguas bacterias anaerobias) podrían sacrificarse así mismas en beneficio de todos los seres vivientes”

¡Desde luego eso no es así! Esta afirmación tiene la misma lógica que decir que la teoría de Darwin es muy discutible porque sugiere que los conejos se sacrifican así mismo en beneficio de los zorros. Quizá os tenga que explocar que Lovelock no dijop nunca que Gaia sea una especie de dios, ni que la Madre Tierra cuide de nosotros, ni que una especie haga sacrificio en el bien de todos.

La verdad de todo esto es que Lovelock encontró una manera simple de describir todos los procesos relativos a la Vida que tienen lugar en la Tierra, incluídos muchos que tradicionalmente se han considerado procesos físicos no relacionados con la vida, como parte de una compleja red de interacciones, un sistema autoregulador (o autoorganizador), que ha evolucionado hasta llegar a un estado interesante, pero crítico, en el cual se puede mantener el equilibrio durante períodos de tiempo que resultan muy largos con rspecto a los estándares humanos, pero en el que pueden ocurrir unas fluctuaciones repentinas que lo aparten del equilibrio (análogo al equilibrio discontinuo de la evolución biológica).

Lo que Lovelock nos dice es que, el comportamiento de la Vida en la Tierra altera el paisaje físico (en el término “físico” incluye cuestiones tales como la composición de la atmósfera) y también el paisaje biológico, y que ambos cambios afectan de manera global al paisaje adaptativo, siendo la retroalimentación un componente clave de las interacciones.

        El conjunto Sol-Tierra-Vida forman el mejor triplete

No creo que sea necesario contar ahora toda la historia completa de cómo Gaia llegó a ser ciencia respetable, pero, si miramos retrospectivamente, podríamos tomar dos ejemplos del funcionamiento de esta teoría: Uno de ellos sería un modelo teórico y el otro sería tomado del mundo real, que muestran de qué modo se produce la autorregulación a partir de la interacción entre los componentes biológicos y físicos de un planeta vivo.

Campo de margaritas 1024x768

El primero, un modelo llamado “Daisywold” (“Un mundo de margaritas”), es especialmente apropiado ya que se construye directamente a partir de un enigma que Sagan planteó a Lovelock poco después de que éste tuviera su ráfaga de inspiración en el JPL, y además, el modelo resuelve este enigma; es también un claro ejemplo del surgimiento de la vida, considerando que el total es mayor que la suma de las partes. Y Lovelock dice que es “el invento del que me siento más orgulloso”.

El enigma que el mundo de margaritas resuelve se conoce entre los astrónomos como la “paradoja del joven Sol que palidece”, aunque en realidad sólo era un enigma, no una paradoja, y, gracias a Lovelock, ahora ya ni siquiera es un enigma. El enigma procede del hecho de que los astrónomos pueden decir que el Sol emitía mucho menos calor cuando era joven que en el momento actual.

Han llegado a saber esto combinando informaciones relativas a interacciones nucleares obtenidas en experimentos realizados en la Tïerra, simulando mediante ordenador las condiciones existentes en el interior de las estrellas, y comparando los resultados de sus cálculos con informaciones sobre emisión de energía y la composición de estrellas de diferentes tamaños y edades, obtenidas mediante espectroscopia. Este es uno de los grandes logros de la F´siica del siglo XX (en gran medida no conocido por el público, aunque en éstas páginas os he hablado con fecuencia de Franhoufer…). Bueno, para lo que nos interesa ahora, lo importante es que podemos decir con seguridad que, cuando el Sistema solar era joven, el Sol estaba entre un 25 y un 30 por ciento más frío que en la actualidad -o, por decdirlo de otra manera, desde que se asentó como una estrella estable, la emisión de energía procedente del Sol ha crecido entre un 33 y un 43 por ciento-.

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El Sistema solar se estabilizó en lo que es más o menos su configuración actual hace aproximadamente unos 4.500 millones de años y sabemos, por las pruebas que aportan los fósiles hallados en las rocas más antiguas que se encuentran en la superficie terrestre, que el agua en estado líquido y la vida existían ambas en la superficie de nuestro planeta hace 4.000 millones de años.

El enigma es por qué el aumento de emisión de calor procedente del Sol, aproximadamente un 40 por ciento durante 4.000 millones de años, no hizo hervir el agua de la superficie terrestre, secándola y dejándola sin rastro de vida.

No hay problema alguna para explicar por qué la Tierra nmo era una bola de hielo cuando el Sol estaba más bien frío, Sabemos ahora que en la atmósfera de Venus, como en la de Marte, predonina el dióxido de Carbono, y este compuesto, junto con el vapor de agua, es una parte importante de los gases liberados por la actividad volcánica. No hay razón alguna para pensar que la atmósfera de la Tierra en los primeros tiempos fuera, de algún modo, diferente de las atmósferas de sus dos vecinos planetarios más próximos, y una atmósfera rica en dióxido de Carbono sería buena para captar el calor procedente del Sol en las proximidades de la superficie del planeta, manteniendola caliente por el llamado efecto invernadero.

Un astrónomo que se pudiera en la superficie de Marte, provisto de un buen telecopio y un espectrómetro de sensibilidades adecuadas, podría asegurar, midiendo la radiación infrarroja característica, que había un rastro de dióxido de Carbono en la atmósfera de la Tierra, de la misma manera que equipos aquí, en la Tierra, lo han detectado en la atmósfera de Marte. Pero la proporción del dióxido de Carbono en la Tierra es mucho menor que en la de Marte,

La potencia del efecto invernadero se puede ver contrastando la temperatura media que se da en la actualidad en la superficie terrestre con la de la Luna, que no tiene aire, aunque está prácticamente a la misma distancia del Sol que nosotros.

En realidad es bastante sencillo imaginar diversos modos en los que la temperatura del planeta ha podido mantenerse constante gracias a cambios en la composición de la atmósfera; científicos como Carl Sagan formuló varios razonamientos al respecto antes de que Lovelock presentara su concepto de Gaia, pero, ¿quer proceso natural podía conducir a la estabilidad? Nadie lo sabía. Entonces, ¿era sólo cuestión de suerte?. Sea lo que sea lo cierto es que, debemos procurar, a medida que la Tierra envejece, tratar de reducir de manera continuada, la emisión de gases que provoquen un efecto invernadero desmesurado y nosivo para la vida.

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Las primeras formas de vida terrestre basadas en la fotosíntesis (aquellas antiguas bacterias anaerobias) habrían tomado dióxido de Carbono del aire y lo habrían utilizado para formar sus cuerpos, pero habrían emitido metano al aire, con lo que el dióxido quedaría sustituido por otro gas, también de efecto invernadero, pero con unas propiedades de absorción de infrarrojos distintas de las del dióxido de Carbono. Cuando estas bacterias son más activas, el equilibrio se descompensan a favor del metano; cuando son menos activas, el equilibrio se decanta a favor del dióxido de Carbono.

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La clave para empezar a comprender como podía funcionar todo esto en la Naturaleza fue la introducción de una percepción retrsoectiva en los cálculos. Con un sencillo modelo que tenía en cuenta la creciente producción de calor del Sol. Lovelock pudo demostrar que, si se permite que las bacterias aumenten a una velocidad máxima cuando la temperatura es de 25 ºC, pero con menos rapidez a temperaturas superiores o inferiores y, en ningún caso, cuando las temperaturas bajan  de 0 ºC o superar los 50 ºC, se podría mantener la temperatura constante durante más o menos los primeros mil millones de años de la historia de la Tierra.

Entonces se pondrían en marcha otros procesos, principalmente el surgimiento de formas de vida que emitían oxígeno al aire, donde este elemento reaccionaria con el metano para eliminar de la red este componente, y también la disminución gradual de las concentraciones de dióxido de Carbono a través de los tiempos. Se puede hacer funcionar todo ello de una manera plausible, Sin embargo, el sistema (¿cómo no?) recibió algunas críticas. Y, aquí fue precisamente donde entró en escena Daisyworld.

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Inicialmente Daisyworld fue un modelo desarrollado por Lovelock y sus colegas a principios de la década de los 80 y, desde entonces, ha cobrado vida por sí mismo (quizá adecuadamente), con variaciones sobre el tema que han sido desarrolladas por varios científicos, e incluso, en la década de 1990, se ha integrado en un juego de ordenador llamado SimEaurth.

Daisyworld comienza como un planeta igual que la Tierra,  pero sin vida, que recorre una órbita alrededor del Sol, a la misma distancia que lo hace la Tierra. En las versiones más sencillas del modelo, la superficie del planeta es principalmente tierra firme, con el fin de ofrecer un lugar donde puedan crecer las margaritas, y la composición de la atmósfera se mantiene constante, por lo que hay un efecto invernadero constante. Las margaritas se presentan en dos colores, blancas o negras, y crecen cuando la temperatura es de 20 ºC. Les va proporcionalmente peor cuando la temperatura desciende por debajo de este valor óptimo, y no pueden crecer por debajo de 5 ºC; también les va peor en proporción cuando la temperatura asciende por encima del valor óptimo, y no consigue crecer por encima de 40 ºC.

El modelo se pone a funcionar cuando la temperatura del Sol virtual aumenta lentamente del mismo modo que lo hacía el Sol real en su juventud. Una vez que la temperatura en el ecuador de la Tierra del modelo alcanza los 5 ºC, se diseminan semillas de margarita de ambas variedades por la superficie y se deja que actúen por su cuenta -con la condición de que se reproduzcan de verdad, de tal modo que las margaritas blancas tengan siempre descendencia blanca y las margaritas negras produzcan siempre otas también negras.

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Como ya sabe cualquiera que haya subido a un coche negro que ha estado aparcado al Sol en verano, los objetos de colores oscuros absorben el calor del Sol con mayor eficacia que los objetos de colores blancos. Por lo tanto, un macizo de margaritas negras absorberá calor y calentará la pequeña superficie en la que se encuentre, mientras que un macizo de margaritas blancas reflejará el calor y refrescará la tierra sobre la que está plantado.

Mientras Daisyworld está freco, las margaritas negras tienen una ventaja, ya que calientan su entorno, llevando la temperatura a un valor cercano al óptimo, y crecen. En las generaciones siguientes, las margaritas negras se propagan por la superficie del planeta a expensas de las blancas, de tal modo que todo el planeta se vuelve más eficaz para absorber el calor procedente del Sol, y su temperatura asciende aún más rápidamente que si lo hiciera sólo como resultado del aumento de la temperatura del Sol. Sin embargo, una vez la temperatura supera los 20 ºC en cualquier lugar de la superficie terrestre del modelo, son las margaritas blancas las que tienen ventaja, porque al refrescar la superficie hacen que la situación vuelva a tender a la temperatura óptima.

Aunque la temperatura del Sol continúe aumentando, dado que ahora las margaritas blancas se propagan a expensas de las negras, la temperatura del planeta ha quedado rondando los 20 ºC hasta que toda la superficie planetaria queda cubierta de margaritas blancas. Entonces, como la temperatura del Sol sigue aumentando, las margaritas lo tienen cada vez más difícil, hasta que la temperatura alcanza los 40 ºC y mueren todas. La gama total de producción de energía solar que cubre esta versión del modelo va desde el 60 por ciento hasta el 140 por ciento de la producción actual de energía de nuestro Sol.

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El efecto global es que durante un largo período de tiempo, aunque la producción de calor del sol del modelo aumenta, la temperatura de la Tierra del modelo no sólo permanece constante, sino que se mantiene en la temperatura óptima para la vida -sin que las margaritas hagan ninguna planificación consciente, y sin indicios de que otra clase de margaritas “se esté sacrificando así misma” en beneficio de todos los seres vivos-. Ambas variedades actuan sólo en su propio interés. Pero, ¿puede un sistema muy sencillo, como éste, ser realmente representativo del modo en que la Naturaleza actúa en realidad?

Bueno, unas de las cosas que no me gustan de este modelo es que no permite que las margarites evolucionen y que, por ejemplo, unas margaritas incolaras aparecieran por mutación y pudieran incadir todo el planeta en detrimento de las otras dos especies…Hay otras muchas posibilidades que el modelo deja fuera.

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Esto es largo y, nos llevaría todo el día pero, lo que vengo a significar es que, el equilibrio Tierra-Vida es una fina línea que, en cualquier momento podemos romper y, si no andamos con cuidado podríamos ser los causantes de que, la simbiosis actual que existe entre la vida y el planeta se rompa y todo se vaya al traste…¿Qué pasó en Marte? La verdad es que nadie lo saber pero, si antes era como la Tierra y ahora, es como lo podemos ver…algo pasaría y, lo mejor es que no ocurra aquí lo mismo.

emilio silvera

 

  1. 1
    floren
    el 28 de junio del 2012 a las 13:29

    Hola amigos, paso por aquí para saludaros, y dar mi enhorabuna a emilio, pues es muygrato ver cada vez que paso, el incremento de contertulios, consecuencia de un buen trabajo, y hasta 20 conectados. ciertamente me satisface.

    Escribo en este articulo, por que me sentí atraido por las margaritas y el concepto gaia.
    A ver si tengo más tiempo y puedso escribir algo, pero es que no doy a basto, y tampoco me sobra mucho dinero para venir al bar tomar una cerveza para poder conectarme a internet.

    os cuelgo un fragmento de un libro que lei anoche a mis hijos, ya que me decían que  tenían miedo a los extraterrestes, aunque no viene a cuento en este articulo, y quizás pegaba másw en otros, me pareció muy interesante:
     di con él por causalidad, su titulo es “Ami, el niño de las estrellas. ”

    –¿Crees en los extraterrestres? –me preguntó sorpresivamente. Tardé un buen rato en responder. Me observaba con unos ojos llenos de luz, parecía que las estrellas de la noche se reflejaban en sus pupilas. Se veía demasiado bonito para ser normal. Recordé el avión en llamas, su aparición, su calculadora con signos extraños, su acento, su traje, además, era un niño, y los niños no manejamos aviones…
     
    –¿Eres un extraterrestre? –pregunté con algo de temor.
     
    –Y si lo fuera… ¿te daría miedo?
     
    Fue entonces que supe que sí venía de otro mundo. Me asusté un poco, pero su mirada estaba llena de bondad.
     
    –¿Eres malo? –pregunté tímidamente. El rió divertido.
     
    –Tal vez tú eres más malito que yo…
     
    –¿Por qué?
     
    –Porque eres terrícola.
     
    –¿De verdad eres extraterrestre?
     
    –No te asustes –me confortó sonriendo y señaló hacia las estrellas mientras me decía: este universo está lleno de vida… millones y millones de planetas están habitados… Hay mucha gente buena allá arriba…
     
    Sus palabras producían un extraño efecto en mí. Cuando él decía esas cosas, yo podía “ver” esos millones de mundos habitados por gente buena. Se me quitó el temor. Decidí aceptar sin sorprenderme que él era un ser de otro planeta. Parecía amistoso e inofensivo.
     
    –¿Por qué dices que los terrícolas somos malos? –pregunté. El continuó mirando el cielo y dijo:
     
    –Qué hermoso se ve el firmamento desde la Tierra… Esta atmósfera le otorga un brillo… un color…
     
     
     
    No me estaba respondiendo otra vez. Volví a sentirme molesto; además, no me gusta que me crean malo, no lo soy, al revés: yo quería ser explorador cuando fuera grande y cazar malos en los ratos libres…
     
    –…Allá, en las Pléyades, hay una civilización maravillosa…
     
    –No todos somos malos aquí…
     
    –Mira esa estrella… así era hace un millón de años… ya no existe…
     
    –Dije que no todos somos malos aquí. ¿Por qué dijiste que todos los terrícolas somos malos?
     
    –Yo no he dicho eso –respondió sin dejar de mirar el cielo, le brillaba la mirada– Es un milagro…
     
    –¡Sí lo dijiste!
     
    Como levanté la voz, logré sacarlo de sus ensueños; estaba igual que una prima mía cuando contempla la foto de su cantante preferido; está enamorada de él.
     
    Me miró con atención, no parecía molesto conmigo.
     
    –Quise decir que los terrícolas suelen ser menos buenos que los habitantes de otros mundos del espacio.
     
    –¿Ves? Estás diciendo que somos los más malos del universo.
     
    Volvió a reír y me acarició el pelo mientras decía:
     
    –Tampoco quise decir eso.
     
    Aquello me gustó menos aún. Retiré la cabeza, me molesta que me miren como a un tonto, porque soy uno de los primeros de mi clase, además, iba a cumplir diez años.
     
    –Si este planeta es tan malo, ¿qué haces aquí?
     
    –¿Te has fijado cómo se refleja la luna en el mar?
     
    Continuaba ignorándome y cambiando el tema.
     
    –¿Viniste a decirme que me fije en el reflejo de la luna?
     
    –Tal vez… ¿Te diste cuenta de que estamos flotando en el universo?
     
     
     
    Cuando me dijo eso, creí comprender la verdad: ese niño estaba loco. ¡Claro! Se creía extraterrestre, por eso hablaba cosas tan extrañas. Quise irme a casa, otra vez me sentí mal, ahora, por haber creído sus historias fantásticas. Había estado tomándome el pelo… Extraterrestre… ¡y yo se lo creí! Me dio vergüenza, rabia conmigo mismo y con él. Me dieron ganas de darle un buen golpe en la nariz…
     
    –¿Por qué; es muy fea mi nariz?…
     
    Quedé paralizado. Sentí temor. ¡Me había leído el pensamiento! Lo miré. Sonreía victorioso. No quise rendirme, preferí creer que eso fue una casualidad, una coincidencia entre lo que yo pensé y lo que él dijo. No le demostré sorpresa, tal vez fuera verdad, pero tenía que comprobarlo… tal vez estaba ante un ser de otro mundo, un extraterrestre que podía leer el pensamiento.
     
    Decidí hacerle una prueba.
     
    –¿Qué estoy pensando ahora? –dije, y me puse a imaginar una torta de cumpleaños.
     
    –¿No te basta con las pruebas que ya tienes? –preguntó. Yo no estaba dispuesto a ceder un milímetro.
     
    –¿Cuáles pruebas?
     
    Estiró las piernas y apoyó los codos sobre la roca.
     
    –Mira, Pedrito, hay otro tipo de realidades, otros mundos más sutiles, con puertas sutiles para inteligencias sutiles…
     
    –¿Qué significa sutiles?
     
    –¿Con cuántas velitas?… –dijo sonriendo.
     
    Fue como un golpe al estómago. Me dieron ganas de llorar, me sentí tonto y torpe. Le pedí que me disculpara, pero no se molestó por aquello, no me hizo caso y se puso a reír. Decidí no volver a dudar de él.
     
     
     
     
     
    –Ven a quedarte a mi casa –le ofrecí, porque ya era tarde.
     
    –No incluyamos adultos en nuestra amistad dijo, arrugando la nariz entre sonrisas.
     
    –Pero tengo que irme…
     
    –Tu abuelita duerme profundamente, no te echará de menos si conversamos un rato.
     
    Otra vez me causó sorpresa y admiración. ¿Cómo sabía acerca de mi abuelita? …Recordé que era un extraterrestre.
     
    –¿Puedes verla?
     
    –Desde mi nave la vi a punto de quedarse dormida –respondió con picardía, luego, exclamó con entusiasmo:
     
    –¡Vamos a pasear por la playa! –Se incorporó de un salto, corrió hasta el borde de la altísima roca y se lanzó hacia la arena…. ¡Descendía lentamente, planeando como una gaviota! Recordé que no debía sorprenderme demasiado por nada que viniese de aquel alegre niño de las estrellas. Bajé de la roca como pude, con gran cuidado.
     
    –¿Cómo lo haces? –pregunté, refriéndome a su increíble planeo.
     
    –Sintiéndome como un ave –respondió, y se puso a correr alegremente por entre el mar y la arena, sin tener ningún motivo especial para hacerlo. Me hubiera gustado actuar como él, pero no podía.
     
    –¡Sí puedes! – Otra vez me había captado el pensamiento. Vino a mi lado intentando animarme y dijo:
     
    –¡Vamos a correr y a saltar como pájaros! –entonces me tomó de la mano y sentí una gran energía. Comenzamos a correr por la playa.
     
    –¡Ahora… saltemos! –él lograba elevarse mucho más que yo y me impulsaba hacia arriba con su mano. Parecía suspenderse en el aire unos instantes. Continuábamos corriendo y cada cierto trecho saltábamos.
     
    –¡Somos aves; somos aves! –me animaba, me embriagaba. Poco a poco fui dejando de pensar como de costumbre, fui cambiando, ya no era yo el de siempre. Animado por el niño extraterrestre fui decidiéndome a ser liviano como una pluma, estaba poco a poco aceptando ser un ave.
     
    –¡Ahora… arriba! –realmente comenzábamos a mantenernos en el aire durante algunos instantes. Caíamos suavemente y continuábamos corriendo, para luego volver a elevarnos. Cada vez lo hacíamos mejor, eso me sorprendía…
     
    –No te sorprendas… tú puedes… ¡ahora! –en cada intento era más fácil lograrlo. Íbamos corriendo y saltando como en cámara lenta por la orilla de la playa, bajo la noche llena de luna y de estrellas… Parecía otra forma de existir, otro mundo.
     
    –Con amor por el vuelo! –me animaba. Un poco más adelante me soltó la mano.
     
    –¡Tú puedes, sí puedes! –me miraba transmitiéndome confianza mientras corría a mi lado.
     
    –¡Ahora! –nos elevábamos lentamente, nos manteníamos en el aire y comenzábamos a caer como si
    planeáramos, con los brazos extendidos.
     
    –¡Bravo, bravo! –me felicitaba.
     
    No sé cuanto tiempo jugamos esa noche. Para mí fue como un sueño. Cuando me sentí cansado, me lancé sobre la arena, jadeando y riendo feliz. Había sido algo fabuloso, una experiencia inolvidable.
     
    No se lo dije, pero interiormente le di las gracias a mi extraño amiguito por haberme permitido realizar cosas que yo creía imposibles. No sabía aún todas las sorpresas que me aguardaban aquella noche.
     
    Las luces de un balneario brillaban al otro lado de la bahía. Mi amigo contemplaba con deleite los movedizos reflejos sobre las aguas nocturnas, extasiado, tendido sobre la arena bañada por la claridad lunar, luego se regocijaba mirando la luna llena.
     
    –¡Qué maravilla… no se cae! –reía– ¡Este planeta tuyo es muy hermoso!
     
    Yo nunca había pensado que lo fuera, pero ahora que él lo decía… sí, era hermoso tener estrellas, mar, playa y una luna tan bonita allí suspendida… y además, no se caía.
     
    –¿Tu planeta no es bonito? –pregunté. Suspiró profundamente mirando hacia un punto del cielo, a nuestra derecha.
     
    –Oh, sí, también lo es, pero todos nosotros lo sabemos… y lo cuidamos…
     
    Recordé que me había insinuado que los terrícolas no somos demasiado buenos. Creí comprender una de las razones: nosotros no valoramos nuestro planeta, ni lo cuidamos; ellos sí lo hacen con el suyo.
     
    –¿Cómo te llamas? –Le hizo gracia mi pregunta.
     
    –No te lo puedo decir.
     
    –¿Por qué… es un secreto?
     
    –¡Qué va; nada es secreto! es sólo que no existen en tu idioma esos sonidos.
     
    –¿Cuáles sonidos?
     
    –Los de mi nombre. –Eso me sorprendió, porque yo había pensado que hablaba mi idioma, aunque con otro acento.
     
    –¿Cómo aprendiste entonces a hablar en mi lengua?
     
    –No la hablo ni la comprendo… a menos que tenga esto –respondió divertido mientras tomaba un aparato de su cinturón.
     
    –Esto es un “traductor” …entre otras cosas. Esta cajita explora tu cerebro a la velocidad de la luz y me transmite lo que quieres decir, así puedo comprenderte, y cuando voy a decir algo, me hace mover los labios y la lengua como lo harías tú… bueno… casi como tú. Nada es perfecto…Guardó el “traductor” y se puso a contemplar el mar, mientras se tomaba las rodillas, sentado en la arena.
     
    –¿Cómo puedo llamarte entonces? –le pregunté.
     
    –Puedes llamarme “Amigo”, porque eso es lo que soy: un amigo de todos.
     
    –Te llamaré “Ami”. Es más corto y parece nombre. –Le gustó su nuevo apodo.
     
    –¡Es perfecto, Pedrito! –nos dimos la mano. Yo sentí que sellaba una nueva y gran amistad. Así iba a ser…
     
    –¿Cómo se llama tu planeta?
     
    –¡PUF!… tampoco. No hay equivalencia de sonidos, pero está por allí –apuntó sonriendo hacia unas estrellas.
     
    Mientras Ami observaba el cielo, yo me puse a pensar en las películas de invasores extraterrestres que había visto tantas veces en la televisión.
     
    –¿Cuándo nos van a invadir? –Mi pregunta le hizo mucha gracia.
     
    –¿Por qué piensas que vamos a invadir la Tierra?
     
    –No sé… en las películas todos los extraterrestres invaden la Tierra… ¿o no todos? –Esta vez su risa fue tan alegre que me contagió. Después traté de justificarme– …Es que en la tele…
     
    –¡Claro, la televisión!… ¡Veamos una de invasores! –dijo entusiasmado, mientras de la hebilla de su cinturón extraía otro aparato. Apretó un botón y apareció una pantalla encendida. Era un pequeño televisor en colores, sumamente nítido. Cambiaba de canales con rapidez. Lo sorprendente era que a esa zona llegaban sólo dos estaciones, pero en el aparato iban apareciendo una multitud: películas, programas en vivo, noticieros, comerciales, todo en diferentes idiomas y por personas de distintas nacionalidades.
     
    –Las de invasores son cómicas –decía Ami divertido.
     
    –¿Cuántos canales puedes sintonizar allí?
     
    –Todos los que están transmitiendo en este momento en tu planeta… Esto recibe las señales que captan nuestros satélites y las amplifica ¡Aquí hay una, en Australia, mira!
     
    Aparecían unos seres con cabezas de pulpo y muchos ojos saltones surcados de venitas rojas. Disparaban rayos verdes contra una multitud de aterrorizados seres humanos. Mi amigó parecía divertirse con ese film.
     
    –¡Qué barbaridad! ¿No te parece cómico, Pedrito?
     
    –No, ¿porqué?
     
    –Porque esos monstruos no existen más que en las monstruosas imaginaciones de quienes inventan esas películas…
     
    No me convenció. Yo había pasado varios años viendo todo tipo de seres espaciales perversos y espantosos como para que pudiera borrármelos de un plumazo.
     
    –Pero si aquí mismo en la Tierra hay iguanas, cocodrilos, pulpos… ¿por qué no van a existir en otros mundos?
     
    –Ah, eso. Sí los hay, pero no construyen pistolas de rayos, son como los de aquí: animales. No son inteligentes.
     
    –Pero tal vez existan mundos con seres inteligentes y malvados…
     
    –¡”Inteligentes y malvados”! –Ami reía a todo pulmón–. Eso es como decir buenos–malos.
     
    Yo no podía comprender. ¿Y esos científicos locos y perversos que inventan armas para destruir el mundo, contra los que Batman y Superman luchan? Ami captó mi pensamiento y explicó riendo:
     
    –Esos no son inteligentes; son locos.
     
    –Bueno, entonces es posible que exista un mundo de científicos locos que podrían destruirnos…
     
    –Aparte de los de la Tierra, imposible…
     
    –¿Por qué?
     
    –Porque si son locos, se destruyen ellos mismos primero. No alcanzan a obtener el nivel científico necesario como para lograr abandonar sus planetas y partir a invadir otros mundos. Es más fácil construir bombas que naves intergalácticas, y si una civilización no tiene bondad y consigue un alto nivel científico, más tarde o más temprano utilizará su poder destructivo contra sí misma, mucho antes de poder partir a otros mundos.
     
    –Pero en algún planeta podrían sobrevivir, por casualidad…
     
    –¿Casualidad? En mi idioma no existe esa palabra. ¿Qué significa casualidad?
     
    Tuve que poner varios ejemplos para que comprendiera. Cuando lo conseguí, le hizo gracia. Dijo que todo está relacionado, pero que nosotros no comprendemos la ley que enlaza todas las cosas, o que no la queremos ver.
     
    –Es que si son tantos los millones de mundos, como tú dices, podrían sobrevivir algunos malvados sin destruirse. –Yo seguía pensando en la posibilidad de invasores.
     
    Ami intentó hacerme comprender:
     
    –Imagina que muchas personas tienen que tomar una barra de hierro al rojo, una a una, con las manos desnudas. ¿Qué posibilidad hay de que alguna no se queme?
     
    –Ninguna; todas se queman –respondí.
     
    –Asimismo, todos los malvados se autodestruyen si no logran superar su maldad. Nadie puede escapar a la ley que rige ese asunto.
     
    –¿Cuál ley?
     
    –Cuando el nivel científico de un mundo supera demasiado el nivel de amor, ese mundo se autodestruye. Hay una relación matemática.
     
    –¿Nivel de amor? –Yo podía entender claramente lo que es el nivel científico de un planeta, pero no comprendía qué era el “nivel de amor”.
     
    –Lo más sencillo es para algunos, lo más difícil de comprender… El amor es una fuerza, una vibración, una energía cuyos efectos pueden ser medidos por nuestros instrumentos. Si el nivel de amor de un mundo es bajo, hay infelicidad colectiva, odio, violencia, división, guerras y… con un nivel peligrosamente alto de capacidad destructiva… ¿Me comprendes, Pedrito?
     
    –En general, no. ¿Qué quieres decirme?
     
    –DEBO decirte muchas cosas, pero vamos poco a poco. Empecemos por tus dudas.
     
    Yo todavía no podía creer que no existieran monstruos invasores. Le conté una película en la que unos “extraterrestres lagartos” dominaban muchos planetas porque estaban muy bien organizados. El dijo:
     
    –Sin amor no puede existir una organización duradera. En ese caso, se debe obligar, forzar. Al final, hay rebeldía, división y destrucción. Existe una sola forma universal perfecta de organización, capaz de garantizar la sobrevivencia, y se alcanza naturalmente cuando una civilización se acerca al amor, cuando evoluciona. Los mundos que la consiguen son evolucionados, civilizados, no hacen daño a nadie. Ninguna otra alternativa existe en todo el universo. Una inteligencia mayor que la nuestra inventó todo esto…
     
    Yo seguía sin comprender una palabra, aunque después logró explicármelo mejor, por el momento, yo seguía con la duda acerca de los monstruos inteligentes y malvados.
     
    –¡Demasiada televisión! –exclamó Ami, y luego agregó:– Los monstruos que imaginamos están dentro de nosotros mismos. Mientras no los abandonemos, no mereceremos alcanzar todas las maravillas del universo… Los malvados no son bonitos ni inteligentes.
     
    –Pero… ¿y esas mujeres hermosas y malvadas que salen en las películas?– O no son hermosas o no son malvadas… La inteligencia verdadera, la bondad y la belleza van de la mano; todo es consecuencia del mismo proceso evolutivo hacia el amor.
     
    –¿Entonces quieres decirme que no hay gente mala en el universo, aparte de la de la Tierra?
     
    –Claro que sí la hay. Existen mundos en los cuales tú no podrías sobrevivir ni media hora. Aquí mismo, en la Tierra, hace un millón de años… Hay mundos habitados por verdaderos monstruos humanos…
     
    –¿Ves, ves? –exclamé triunfante– tú mismo lo reconoces, yo tenía razón; a esos monstruos me refería…
     
    –Pero no te preocupes; ellos están “abajo”, no “arriba”, habitan mundos más atrasados que éste; sus mentes no les permiten siquiera conocer la rueda, así que no van a llegar hasta aquí…
     
    Eso era tranquilizador.
     
    –Entonces, después de todo, no somos los terrícolas los más malos del universo…
     
    –No; ¡Pero tú eres uno de los más tontos de la galaxia! –Reímos como buenos amigos. .
     
    –¿Qué signo es ese que llevas en el pecho? –pregunté.
     
    –Es el emblema de mi trabajo –respondió, mientras señalaba hacia lo alto–¿Sabes?, aquí “cerquita”, en un planeta de Sirio, hay unas playas color violeta… son espléndidas. Si vieras lo que es un atardecer con esos dos soles gigantes…
     
    –¿Viajas a la velocidad de la luz? –Mi pregunta le pareció cómica.
     
    –Si viajara “tan lento” me habría hecho viejo antes de poder llegar hasta aquí.
     
    –¿A qué velocidad viajas entonces?
     
    –Nosotros en general no “viajamos”; más bien, nos “situamos”, pero de un lado a otro de la galaxia demoraría… –tomó su calculadora del cinturón y sacó unas cuentas. –según tus medidas de tiempo… mmmm… una hora y media, y de una galaxia a otra tardaría varias horas.
     
    –¡Qué bárbaro! ¿Cómo lo consigues?
     
    – ¿Puedes explicar a un bebé por qué dos más dos son cuatro?
     
    –No –respondí– ni yo mismo lo sé…
     
    –Yo tampoco puedo explicarte cosas que tienen que ver con la contracción y curvatura del espacio–tiempo… ni hace falta… Fíjate cómo se deslizan esas pequeñas aves por la arena, parecen patinar… ¡qué maravilla!
     
    Ami estaba contemplando unas aves que corrían en grupo por la playa, recogiendo algún alimento que las olas depositaban sobre la arena. Yo recordé que era tarde.
     
    –Tengo que irme… mi abuelita…
     
    –Todavía duerme.
     
    –Estoy preocupado.
     
    –¿Preocupado? Qué tontería.
     
    – ¿Por qué?
     
    –”Pre” significa “antes de”. Yo no me “pre–ocupo”; yo me “ocupo”.
     
    –No te entiendo, Ami.
     
    –No vivas imaginando problemas que no han ocurrido ni van a ocurrir. Disfruta del presente. La vida es corta. Cuando aparezca un problema real, entonces ocúpate de él. ¿Te parecería bien que estuviésemos preocupados imaginando que podría venir una ola gigante y devorarnos? Sería tonto no disfrutar de este momento, de esta noche tan hermosa… observa esas aves que corren sin preocuparse… ¿Por qué perder este momento por algo que no existe?
     
    –Pero mi abuelita sí existe…
     
    –Sí, y no hay ningún problema al respecto… ¿Y este momento, no existe?
     
    –Estoy preocupado…
     
    –Ah, terrícola, terrícola… Está bien, veamos a tu abuelita.
     
    Tomó su aparato televisor y comenzó a manipularlo. En la pantalla apareció el camino que lleva hacia mi casa. La “cámara” iba avanzando por entre los árboles y las rocas del sendero. Todo se veía en colores e iluminado como si fuese de día. Penetramos a través de una ventana de la casa, apareció mi abuelita durmiendo profundamente en su cama, hasta se escuchaba su respiración. ¡Aquel aparato era increíble!
     
    –Duerme como un angelito –comentó Ami riendo.
     
    –¿No es una película?
     
    –No. Es “en vivo y en directo”… Vamos al comedor.
     
    La “cámara” atravesó la pared del dormitorio y apareció el comedor. Allí estaba la mesa con su mantel de cuadros grandes, y en el lugar que yo ocupo había un plato cubierto por otro, invertido.
     
    –¡Eso se parece a mi “ovni”! –bromeó Ami–. Veamos qué te tienen para cenar –operó algo en el aparato y el plato superior se hizo transparente como vidrio. Apareció un trozo de carne asada, con papas fritas y ensalada de tomates.
     
    –¡Bof! –exclamó Ami con asco– ¡cómo pueden comer cadáver!…
     
    – ¿Cadáver?
     
    –Cadáver de vaca… vaca muerta. Un trozo de vaca muerta.
     
    Así como él lo pintaba, me dio asco a mí también.
     
    –¿Cómo funciona este aparato; dónde está la cámara? –le pregunté muy intrigado.
     
    –No necesita cámara. Este artefacto enfoca, capta, filtra, selecciona, amplifica y proyecta… sencillo, ¿no? –Al parecer, se estaba burlando de mí.
     
    –¿Por qué se ve de día, siendo de noche?
     
    –Hay otras “luces” que tu ojo no puede ver; este aparato si las capta
     
    –¡Qué complicado!
     
    –Nada de eso. Yo mismo hice este cachivache…
     
    –¡Tú mismo!
     
    –Es sumamente anticuado, pero le tengo cariño. Es un recuerdo, un trabajo de la escuela primaria…
     
    –¡Ustedes son unos genios!
     
    –Por supuesto que no. ¿Sabes multiplicar?
     
    –Claro –respondí.
     
    –Entonces tú eres un genio… para uno que no sabe multiplicar. Todo es cuestión de grados. Una radio a transistores es un milagro para un aborigen de las selvas.
     
    –Tienes razón. ¿Crees tú que algún día podremos tener aquí en la Tierra inventos como el tuyo?
     
    Se puso serio por vez primera. Me dirigió una mirada que denotaba cierta tristeza.
     
    –No lo sé.
     
    –¡Cómo que no lo sabes; tú lo sabes todo!
     
    –No todo. El futuro no lo conoce nadie… afortunadamente.
     
    –¿Por qué dices “afortunadamente”?
     
    –Imagínate; la vida no tendría ningún sentido si se conociera el futuro. ¿Te gusta saber de antemano el final de la película que estás viendo?
     
    –No. Eso me irrita respondí.
     
    –¿Te gusta escuchar un chiste que ya conoces?
     
    –Tampoco. Eso me aburre.
     
    –¿Te gustaría saber qué regalo vas a recibir para tu cumpleaños?
     
    –Eso menos todavía. –Me parecía ameno su modo de enseñar, con ejemplos.
     
    –La vida perdería todo su sentido si se conociera el futuro. Uno puede solamente calcular posibilidades­
     
    –¿Cómo es eso?
     
    –Por ejemplo, calcular las posibilidades o probabilidades que tiene la Tierra de salvarse…
     

    ¿Salvarse, salvarse de qué?

     
    –¡Cómo de qué!… ¿No has escuchado hablar de la contaminación, las guerras, las bombas?
     
    –¡Ah, sí! ¿Me quieres decir que aquí también estamos en peligro, como en los mundos de los malvados?
     
    –Hay muchas posibilidades. La relación entre ciencia y amor está terriblemente inclinada hacia el lado de la ciencia; millones de civilizaciones como ésta se han autodestruido. Es un punto de cambio, peligroso…
     
    Me asusté. Yo no había pensado seriamente en la posibilidad de una tercera guerra mundial o de una catástrofe. Me quedé largo rato meditando. De pronto se me ocurrió una idea maravillosa:
     
    – ¡Hagan algo ustedes!
     
    –¿Algo como qué?
     
    –No sé… bajar mil naves y decirles a los presidentes que no hagan la guerra… algo así. –Ami sonrío.
     
    –Si hiciéramos algo así, en primer lugar, habría miles de infartos cardiacos, por culpa justamente de esas películas de invasores, y nosotros no somos inhumanos, no podemos provocar algo semejante. En segundo lugar, si les dijéramos, por ejemplo: transformen sus armas en instrumentos de trabajo, pensarían que es un plan extraterrestre para debilitarlos y luego dominar el planeta. Tercero, supongamos que lleguen a comprender que somos inofensivos, de todos modos no soltarían las armas.
     
    –¿Por qué?
     
    –Porque tendrían temor de los otros países. ¿Quién va a desarmarse primero? Ninguno.
     
    –Pero tienen que tener confianza…
     
    –Los niños pueden tener confianza, los adultos no… y menos los presidentes, y con razón, porque algunos tienen ganas de dominar todo lo que puedan…
     
    Yo estaba realmente intranquilo. Comencé a buscar una solución para evitar la guerra y la posible destrucción de la humanidad. Pensé que los extraterrestres podrían por la fuerza tomar el poder en la Tierra, destruir las bombas y obligarnos a vivir en paz. Se lo dije. Cuando terminó de reír, aseguró que yo no podía dejar de ser terrícola para pensar.
     
    –¿Por qué?
     
    –Por la fuerza, destruir, obligar, todo eso es terrícola, incivilizado, violencia. La libertad humana es algo sagrado, tanto la nuestra como la ajena. Obligar no existe en nuestros mundos; cada persona es valiosa y respetada. Por la fuerza y destruir es violencia, lo cual viene de “violar”; violar la Ley del universo…
     
    –¿Entonces ustedes no hacen la guerra? –todavía no terminaba de hacer esa pregunta cuando me sentí estúpido por haberla hecho. Me miró con cariño y poniendo su mano sobre mi hombro, dijo:
     
    –Nosotros no hacemos la guerra, porque creemos en Dios.
     
    Me sorprendió mucho su respuesta. Yo también creía en Dios, pero últimamente estaba pensando que sólo los curas de mi colegio creían en El, y también la gente sin mucha cultura, porque tengo un tío que es físico nuclear de la universidad y dice que “a Dios lo mató la inteligencia”.
     
    –Tu tío es un tonto –aseguró Ami después de percibir mis pensamientos.
     
    –No me parece; está considerado como uno de los hombres más inteligentes del país.
     
    –Es un tonto –insistió Ami–. ¿Puede una manzana matar al manzano? ¿Puede una ola matar al mar?
     
    –Yo había pensado que…
     
    –Te equivocaste. Dios existe.
     
    Me puse a pensar en Dios, un poco arrepentido por haber puesto en duda su existencia.
     
    –¡Oye, sácale la barba y la túnica! –Ami reía, porque había visto mis imágenes mentales de Dios.
     
    –Entonces… ¿no tiene barba; Dios se afeita? –Mi amigo espacial se regocijaba con mi confusión.
     
    –Ese es un dios demasiado terrícola –comentó.
     
    –¿Por qué?
     
    –Porque tiene la apariencia de un terrícola.
     
    ¿Qué me estaba queriendo decir; que los extraterrestres no tienen apariencia humana?
     
    –Pero, ¿cómo?… Dijiste que los seres humanos de otros mundos no tienen forma extraña o monstruosa, además, tú mismo pareces terrícola…
     
    Ami, sonriendo tomó una ramita y dibujó una figura humana sobre la arena.
     
    –El modelo humano es universal: cabeza, tronco y extremidades, pero hay pequeñas variaciones en cada mundo: altura, color de la piel, forma de las orejas; pequeñas diferencias. Yo parezco terrestre porque la gente de mi planeta es igual a los niños de la Tierra, pero Dios no tiene la forma de un hombre. Ven, vamos a pasear.
     
    Comenzamos a caminar por el sendero hacia el pueblo. Puso su brazo sobre mi hombro, sentí en él al hermano que nunca tuve. Unas aves nocturnas pasaron graznando a lo lejos. Ami pareció deleitarse con esos sonidos, aspiró el aire marino y dijo:
     
    –Dios no tiene apariencia humana –su rostro brillaba en la noche al hablar del Creador– no tiene forma alguna, no es una persona como tú o yo. Es un Ser infinito, pura energía creadora… puro amor…
     
    –¡Ah! –lo decía de una forma tan bella, que lograba emocionarme.
     
    –Por eso, el universo es hermoso y bueno… Es maravilloso. –agregó. Yo pensé en los habitantes de los mundos primitivos que él había mencionado, y también en la gente mala de este mismo planeta.
     
    –¿Y los malos?
     
    –Ellos llegarán a ser buenos algún día…
     
    –Mejor hubieran nacido buenos desde el principio, así, no habría nada malo por ninguna parte.
     
    –Si no se conociera lo malo, ¿cómo se podría disfrutar de lo bueno; cómo se podría valorar? –preguntó Ami.
     
    ­–No entiendo bien.
     
    –¿No te parece maravilloso poder mirar, ver?
     
    –No sé. Nunca lo había pensado… creo que sí.
     
    –Si hubieras sido ciego de nacimiento y de pronto adquirieras la vista, entonces te parecería maravilloso poder ver…
     
    –¡Ah, sí!
     
    –Quienes han vivido existencias duras, violentas, cuando logran alcanzar una vida más humana la valoran como nadie… Si jamás fuese de noche, no podríamos disfrutar del amanecer…
     
    Íbamos caminando por el sendero iluminado de luna y bordeado de árboles, pasamos por mi casa, entré silenciosamente a buscar un suéter y volví al lado de Ami. Continuamos caminando y conversando. El contemplaba todo mientras hablaba. Aún no aparecían las primeras calles del pueblo ni las luces del alumbrado público.
     
    –¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? –me preguntó de improviso.
     
    –No… ¿qué?
     
    –Estás caminando, puedes caminar…
     
    –Ah, sí; claro… ¿y eso qué tiene de extraordinario?
     
    –Hay quienes han sido inválidos, y luego de meses o años de ejercicios logran volver a caminar, para ellos sí que es extraordinario poder hacerlo, y lo agradecen, lo disfrutan; en cambio, tú caminas sin darte cuenta, sin encontrar nada especial al hacerlo…
     
    –Tienes razón, Ami. Tú me dices muchas cosas nuevas…
     
     
     
    Llegamos a la primera calle iluminada por el alumbrado público. Serían las once de la noche. Me parecía una aventura transitar sin mi abuelita tan tarde por el pueblo, pero me sentía protegido al lado de Ami. Mientras caminábamos, él se detenía a mirar la luna entre las hojas de los eucaliptus, a veces, me decía que escuchásemos el croar de las ranas, el canto de los grillos nocturnos, el rumor lejano del oleaje. Se detenía a aspirar el aroma de los pinos, de las cortezas de árbol, de la tierra, a observar una casa que le parecía bonita, una calle o un rinconcito en una esquina.
     
    –Mira qué hermosos esos farolitos… como para pintarlos… Fíjate cómo cae la luz sobre esa enredadera… y esas antenitas recortadas contra las estrellas… La vida no tiene otro propósito que el de disfrutar sanamente de ella, Pedrito. Procura poner atención a todo lo que la vida te brinda… La maravilla se encuentra a cada instante… Intenta sentir, percibir, en lugar de pensar. El sentido profundo de la vida se encuentra más allá del pensamiento… ¿Sabes, Pedrito? la vida es un cuento de hadas hecho realidad… es un don hermoso que Dios te brinda… porque Dios te ama…
     
    Sus palabras me hacían ver las cosas desde un nuevo punto de vista. Me parecía increíble que ese mundo fuese el habitual, el de todos los días, al cual yo jamás prestaba atención… Ahora me daba cuenta de que vivía en el Paraíso, sin haberlo notado antes…
     
    Caminando llegamos a la plaza del balneario. Unos jóvenes estaban en la puerta de una discoteca, otros conversaban en el centro de la plaza. El lugar estaba tranquilo, especialmente ahora que la temporada llegaba a su fin.
     
    Nadie se fijaba en nosotros, a pesar del traje de Ami; tal vez pensaban que se trataba de un disfraz inocente…
     
    Imaginé qué pasaría si supieran la clase de niño que paseaba por aquella plaza; nos rodearían, vendrían los periodistas y la televisión…
     
    –No, gracias –dijo Ami leyéndome la mente–. No quiero que me crucifiquen…
     
    No comprendí qué quiso decir.
     
    –En primer lugar, no lo creerían; pero si al fin lo hicieran, me detendrían por haber ingresado “ilegalmente”. Luego pensarían que soy espía y me torturarían para obtener información… Después, los médicos querrían echar un vistazo al interior de mi cuerpecito… –Ami reía mientras relataba posibilidades tan negras.
     
    Nos sentamos en un banco, en un lugar algo retirado. Yo pensé que los extraterrestres deberían ir mostrándose poco a poco, para que la gente se fuera habituando a ellos, y luego un día presentarse abiertamente.
     
    –Algo parecido estamos haciendo, pero mostrarnos abiertamente… Ya te di tres razones por las cuales es inútil hacerlo. Ahora te daré una más, la principal está prohibido por las leyes.
     
    –¿Por cuáles leyes?
     
    –Las leyes universales. En tu mundo hay leyes, ¿verdad? En los mundos civilizados también hay normas generales que todos deben respetar, una de ellas es no interferir en el desarrollo evolutivo de los mundos incivilizados.
     
    –¿Incivilizados?

     
       
    Os envío un fuerte abrazo a todos/as.    

    Responder
    • 1.1
      emilio silvera
      el 29 de junio del 2012 a las 6:23

      ¡Hola, estimado amigo!
      Si la salud está bien, todo lo demás se arreglará y, me llena de satisfacción que leas a tus hijos, le estás indicando el camino correcto a seguir con los libros siempre cercanos a ellos. En cuanto a lo demás, el sitio (este lugar), sigue inalterable y simplemente tratamos de compartir con cuantos más amigos mejor, algunas cosas que podemos comentar juntos.
      Siento no tener tiempo ahora para leer el fragmento del libro que expones y, ya te diré algo al respecto.
      Un abrazo y recuerdos a todos.

      Responder

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