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Faraday ¡Qué personaje! II

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en Personajes de la Historia    ~    Comentarios Comments (0)

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En 1838, Faraday ya tenía las bases para una nueva teoría de la electricidad. Ideó un vocabulario completo y original compuesto por términos como “electrodo”, “cátodo” y “electrólisis”. Tal vez, aventuró Faraday, las fuerzas eléctricas eran intermoleculares y la electricidad transmitía energía  sin transferir materia. Faraday, que no deseaba utilizar el término “corriente” a causa de sus connotaciones mecánicas, describió esta transferencia como un proceso en el cual unas partículas diminutas eran sometidas a una presión que era entonces conducida de una partícula a otra.

Después de un difícil intervalo de cinco años durante los cuales su mente aparentaba estar irremediablemente fatigada a raíz de los años anteriores de continua experimentación, Faraday retornó a la primera línea para dar un crucial paso al frente en su cadena de experimentos. Por aquel entonces el joven William Thomson (1824-1907), famoso después como lord Kelvin, estaba intrigado por la naturaleza de la electricidad y la dificultad que entrañaba su incorporación al esquema de Newton. En agosto de 1845, Thomson escribió a Faraday comunicándole que había logrado formular matemáticamente el concepto de líneas de fuerza de Faraday y sugiriéndole más experimentos. Faraday no había convencido a ninguno de los físicos eminentes de la época.

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                             William Thomson

Pero Thomson, que por entonces sólo contaba veintiún años, estaba abierto a posibilidades aún más atrevidas. Si realmente existían líneas y campos de fuerza, ¿no sería posible demostrar mediante experimentos que había una relación entre la electricidad y la luz? Faraday decidió seguir esta extravagante sugerencia. Al principio las dificultades parecían insuperables. “Sólo la muy firme convicción de que la luz, el magnetismo y la electricidad tenían que estar relacionados…me llevó a retomar el tema y a perseverar”.

El 13 de Noviembre de 1845 Faraday intentó hacer pasar un rayo a través de un trozo de “cristal grueso” con un alto índice de refracción que había fabricado quince años antes, y en el campo de un potente electroimán. “Se produjo un efecto en el rayo polarizado y así quedó demostrado que la fuerza magnética y la luz están relacionadas. Es probable que este hecho demuestre ser sumamente fértil”, escribió con satisfacción. Faraday se sintió aún más seguro cuando descubrió que el ángulo de rotación del rayo de luz era directamente proporcional a la potencia de la fuerza electromagnética.

A partir de ese momento Faraday consideró que su anterior metáfora de la “presión” entre partículas era inadecuada, y sugirió en su lugar un “flujo de energía”; el electroimán sería una “habitación de líneas de fuerza”. Al comparar la acción de diferentes sustancias en el paso de la fuerza magnética, Faraday contrastó las sustancias “paramagnéticas”, que conducían bien la fuerza, con las “diamagnéticas”, que la conducían mal. A continuación demostró que sus “líneas de fuerza” no eran polares (dirigidas al polo más próximo) como hubieran sugeridos las antiguas teorías newtonianas, sino curvas continuas. Su conclusión fundamental, el axioma de la moderna teoría “del campo” en la física, fue que la energía del imán no se encontraba en el imán propiamente dicho sino en el campo magnético.

El trabajo de investigación de Faraday, posibilitó que hoy nosotros, sepamos del campo magnético de las estrellas de neutrones y de las galaxias, o, del mismo Planeta Tierra.

Faraday había esbozado las líneas maestras de un sorprendente mundo nuevo e invisible. Entre estos infinitesimales campos de fuerzas ejercidas por entidades misteriosas y diminutas, los físicos encontrarían sus “nuevos mundos” y sus “continentes oscuros”, donde habría secretos relativos a una entidad todavía más amplia y fenómenos misteriosos. En 1845, Faraday escribía a la Real Society: “Hace mucho tiempo que soy de la opinión, que casi es una convicción compartida con muchos otros amantes del conocimiento natural, de que las distintas formas bajo las que se manifiestan las fuerzas de la materia tienen un origen común o, en otras palabras, están relacionadas tan directamente y son tan mutuamente dependientes que son convertibles la una en la otra, y poseen fuerzas equivalentes en su acción. En la época moderna se han multiplicado las pruebas de su convertibilidad, y se ha iniciado la determinación de sus fuerzas equivalentes”.

La serie de pruebas que Faraday había profetizado se sucedieron con vertiginosa velocidad durante el siglo siguiente. La comunicación entre científicos era más constante y los éxitos eran, más  que nunca, producto de la colaboración. En algunas ocasiones era cuestión de suerte quién se atribuía (o le era atribuido) el mérito de haber dado un paso adelante.

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            James Clerk Maxwell

Los descubrimientos de Faraday habían sido el producto de una mente ajena a las matemáticas, pero la verosimilitud y la convicción de la teoría del campo dependerían de su formulación matemática. Esto fue llevado a cabo por un admirador de Faraday, James Clerk Maxwell (1831-1879), que tradujo sus “líneas” o “tubos” de fuerza de Faraday a una descripción matemática de un campo continuo. Del mismo modo que Newton había dado forma matemática a las intuiciones de Galileo, las ecuaciones de Maxwell, como observó Einstein, desempeñaron una función similar para los descubrimientos de Faraday.

Einstein y su colaborador Leopold Infeld afirmaron que “la formulación de estas ecuaciones” es “el acontecimiento más importante de la física desde la época de Newton”, no sólo a causa de la riqueza de su contenido, sino también porque constituyen un modelo para un nuevo tipo de ley”. Las principales características de esas ecuaciones aparecerían “en todas las demás ecuaciones de la física moderna”.

La teoría de Einstein sobre la relatividad se basaría también en las ecuaciones de Maxwell. El paso siguiente, después de Faraday, en la revisión de la física newtoniana y la disolución del átomo “indestructible” se vio con el descubrimiento de los rayos catódicos, los rayos X y la radiactividad. J.J. Thomson (1856-1940) siguió la pista del electrón y descubrió diminutas partículas invisibles de masa uniforme, mil ochocientas veces más pequeñas que el átomo de hidrógeno, que era hasta entonces el objeto conocido de menor peso. Ernest Rutherford (1871-1937) descubrió en 1911 un núcleo atómico (1/100.000 del átomo) que sería explorado por la siguiente generación de físicos, del mismo modo que sus predecesores habían explorado el electrón. Estos nuevos físicos fueron ya, el mismo Einstein y Planck, Heisenberg y Schrödinger, Feynman, y muchos otros.

Los misterios del átomo se multiplicaban con cada descubrimiento. Los límites de las matemáticas se revelaban con mayor claridad. En la mente de Einstein la unidad de los fenómenos -la búsqueda de Dalton y Faraday- planteó problemas “científicos” y paradojas que estaban más allá de todo conocimiento anterior, excepto quizás el de los filósofos. Así como los físicos explicaban el átomo mediante los sistemas planetarios y celestes, lo infinitesimal ofrecía indicios que apuntaban al infinito. El tiempo y el espacio se unieron en un torturante y único acertijo, que llevó a Einstein a concluir que “el misterio eterno del mundo es su comprensibilidad”.

Ahora, después de todo aquellos primeros pasos, estamos mucho más adelantados ya en el conocimiento de la materia y, sin embargo, seguimos persiguiendo ese secreto que encierra y guarda mucho más profundamente que el habitad de los quarks, y, que algunos dicen que son, infinitesimales y vibrantes cuerdas que nos hablarán, en otras dimensiones más altas que, de momento, ni podemos ver ni comprender, de todo aquello que, con desesperada e incansable curiosidad buscamos…la última frontera de la materia que, finalmente, resultará ser…¡LA LUZ! Esa “materia-inmaterial” que es la pura energía de lo que todo el Universo está hecho.

emilio silvera

 


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