May
9
¿Viajar por el Tiempo?
por Emilio Silvera ~ Clasificado en Ficción ~ Comments (1)
Un estudio desvela un sistema que hace matemáticamente posibles los viajes en el tiempo, aunque sólo en teoría.
“La gente piensa en los viajes en el tiempo como algo de ficción“. A Ben Tippett le gusta la ciencia ficción como al que más; pero a diferencia de la mayoría, él es también físico teórico y matemático, y en Twitter se define como “doctor del espacio y el tiempo”. Lo que le da autoridad a este profesor de la Universidad de Columbia Británica (Canadá) para emitir este diagnóstico: “Tendemos a pensar que no es posible porque de hecho no lo hacemos. Pero matemáticamente, es posible“.
Y lo demuestra. En concreto, en un estudio teórico que firma en colaboración con el astrofísico de la Universidad de Maryland (EEUU) David Tsang, y que se publica en la revista Classical and Quantum Gravity. Pero cuidado: la palabra clave es “teórico“. Lo que sucede a menudo con los físicos queda resumido en un viejo chiste: si uno les pregunta si un caballo podría correr más rápido que la luz, tal vez respondan que sí. Pero si uno les pide que lo expliquen, tal vez comiencen así: “supongamos un caballo totalmente esférico y sin rozamiento…”.
Viajar al pasado para cambiarlo, o al futuro para conocerlo, es una fantasía natural en una especie pensante esclavizada por el tiempo. Y ha sido uno de los argumentos favoritos de la ciencia ficción desde que H. G. Wells acuñó la expresión “máquina del tiempo” en su novela homónima de 1895. Pero aunque fuera el biólogo y escritor británico quien lo popularizó, un dato no tan conocido es que la primera aparición en la literatura de un vehículo para viajar en el tiempo se debe al diplomático y escritor madrileño-valenciano Enrique Gaspar y Rimbau en su novela de 1887 El anacronópete.
Naturalmente, el abstruso nombre elegido por Gaspar no podía triunfar de ninguna manera. Pero para un país como el nuestro que no destaca por su historial científico (aunque haya alumbrado inventores geniales y a menudo injustamente olvidados), resulta curioso que la máquina del tiempo sea un invento español. Aunque se trate de una máquina que no existe.
Viajar sobre el papel
Al menos, no existe en la realidad. Pero sobre el papel, la cuestión es diferente. Lo cierto es que la de Tippett y Tsang no es la primera exploración teórica que logra someter a las ecuaciones para hacer realidad esa vieja fantasía. “Mi modelo matemático funciona sobre los mismos principios y posee las mismas limitaciones que otros propuestos anteriormente”, reconoce Tippett a EL ESPAÑOL.
Sin embargo, su sistema sí tiene una peculiaridad. Otros ideados antes funcionan mediante aparatos bastante extraños; por ejemplo, el llamado Cilindro de Tipler es un cilindro de longitud infinita, algo que no se encuentra fácilmente en cualquier ferretería. Por el contrario, el esquema de Tippett utiliza una burbuja. “Creemos que esto se acerca más al concepto de máquina del tiempo que tiene cualquier persona”, sugiere.
Pero todos ellos deben moverse dentro de los límites de su propio campo de juego, la relatividad general enunciada por Albert Einstein. En 1915, el físico alemán describió el espacio-tiempo como un tejido de la realidad que explica la atracción gravitatoria. En un símil frecuente, una bola de bolos en una cama elástica produce una depresión. Si lanzamos una canica como si fuera la bola de una ruleta, la depresión la hará girar en una trayectoria curvada.
Este fenómeno es el que explica las órbitas, como las de los satélites en torno a la Tierra o la de la Tierra alrededor del Sol. El tejido del espacio-tiempo, que no podemos ver, se curva por la acción de grandes masas como la de un planeta o una estrella. La existencia de ese tejido y de su deformación quedó confirmada con el anuncio en febrero de 2016 de la detección de ondas gravitacionales por el experimento LIGO; estas ondas en el tejido del espacio-tiempo se crean por causa de un gran cataclismo cósmico, como la fusión de dos agujeros negros, y se propagan como cuando sacudimos un mantel.
Pero esa deformación no sólo afecta al espacio: el tejido incluye también el tiempo, que es una cuarta dimensión añadida a las tres espaciales. Si curvamos lo suficiente ese tejido, podemos llegar a formar con él un lazo. Y dado que el tiempo también es parte de él, podemos crear lo que los físicos llaman una curva temporal cerrada, una especie de bucle en el tiempo.
Bucle temporal
El esquema planteado sitúa a un primer observadorfuera de la máquina del tiempo, con su vida normal y su transcurrir del tiempo en forma lineal. Pero junto a él está un segundo observador, dentro de la burbuja temporal, describiendo un círculo en el espacio-tiempo. “Es una caja que viaja hacia delante y luego hacia atrás en el tiempo, a lo largo de un camino circular a través del espacio-tiempo“, resume el estudio. Tippett cree adecuado describirlo como un sistema hop-on/hop-off (saltar dentro/fuera), como esos autobuses turísticos de las ciudades que recorren líneas circulares. “Los observadores entran en la caja a tiempo cero, cuando la caja no se mueve y no hay diferencia entre el exterior y el interior”.
Cuando empiezan a suceder cosas extrañas es cuando la caja comienza a moverse a velocidades superiores a la luz, algo necesario para viajar al pasado. El viajero temporal vería a su compañero hacer sus cosas normales, pero periódicamente le vería comenzar a deshacer todo lo que ha hecho, como cuando se rebobina un vídeo. En cuanto al observador externo, probablemente se frotaría los ojos al ver a su compañero aparecer de la nada y desdoblarse en dos versiones, una cuyo reloj avanza en el tiempo y otra que retrocede, hasta que ambas se unen y se aniquilan mutuamente. “Los observadores externos mirarían extasiados cómo los viajeros en el tiempo dentro de la caja evolucionan hacia atrás en el tiempo, desrompiendo huevos y separando la leche del café”, escriben los investigadores.
Una peculiaridad de la máquina es ésta: si el viajero quisiera desplazarse un siglo hacia atrás, antes tendría que viajar un siglo hacia el futuro, ya que el camino es un bucle; algo así como tomar una línea circular de autobús para llegar a una parada anterior a la nuestra, lo que obliga a dar la vuelta entera. Pero al menos el viajero temporal no moriría de viejo o de aburrimiento esperando llegar a su destino: al moverse a la velocidad de la luz, su reloj corre más despacio. Tippett apunta que también sería posible hacer un corta-pega de fragmentos de bucles para conseguir caminos con otras formas y evitar la vuelta completa. “El resultado parecería como un tobogán de agua“, dice. De este modo podría conseguirse, por ejemplo, viajar hacia el futuro sólo unos minutos para luego retroceder años hacia el pasado.
Tippett y Tsang han llamado a su concepto de máquina Traversable Acausal Retrograde Domains In Spacetime, traducible como “dominios retrógrados acausales atravesables en el espacio-tiempo”. Pero casi el nombre completo es lo de menos; lo realmente importante es que las siglas forman el acrónimo TARDIS, el nombre de la máquina del tiempo de la veterana y popular serie de televisión británica Doctor Who.
Una pena que de la teoría a la práctica haya un abismo insalvable. Entre los muchos obstáculos, Tippett señala que no resulta nada fácil fabricar esos lazos espacio-temporales. No basta con tijeras y celo: “para doblar el espacio-tiempo de esas maneras imposibles necesitamos lo que llamamos materia exótica, y esto es algo que aún no se ha descubierto”. Un eufemismo para venir a decir que en la realidad no existe; pero sobre el papel siempre podemos dibujarla.