May
23
¡Cuántos enigmas! Seguimos queriendo saber
por Emilio Silvera ~ Clasificado en El Universo asombroso ~ Comments (0)
Nosotros, los habitantes de mundo, hemos logrado armar un cuadro plausible de un universo (mucho) mayor. Hemos logrado entrar en lo que podríamos llamar la “edad adulta”, con lo que quiero significar que a través de siglos de esporádicos esfuerzos, finalmente hemos empezado a comprender algunos de los hechos fundamentales del universo, conocimiento que presumiblemente, es un requisito de la más moderna pretensión de madurez cosmológica.
Hemos podido llegar a comprender las grandes estructuras de las galaxias que pueblan el espacio interestelar y también, hemos logrado llegar al ámbito más pequeño de los átomos, esos pequeños objetos que todo lo conforman y que, a su vez, están hechos de los objetos más pequeños conocidos, pequeñas partículas que repartidas en varias familias conocidas como Quarks, Leptones, Hadrónez y Bosones, se las arreglan para que nuestro Universo sea tal como lo podemos observar al interaccionar con esas cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza de las que dicen, que al principio fue una sola fuerza.
La Nebulosa del Capullo, catalogada como IC 5146, es una nebulosa particularmente hermosa situada a unos 4.000 años-luz de distancia la constelación del Cisne (Cygnus). Un hermoso complejo de Luz y nebulosidad oscura que rodea a un cúmulo muy disperso. A veces, cuando miramos la Naturaleza, no podemos por menos que admitir que, las cosas que crea y construye, no podrían ser hechas por el mejor pintor o arquitecto que, en su sabiduría, nunca llegaría a igualarla.
Sabemos, por ejemplo, dónde estamos, que vivímos en un planeta que gira alrededor de una estrella situada en la interior de uno de los brazos de la Galaxia (el Brazo de Ortión). La Vía Láctea, una galaxia espiral, está a su vez situada cerca de las afueras de un supercúmulos de galaxias, cuya posición ha sido determinada con respecto a varios supercúmulos vecinos que en conjunto albergan a unas cuarenta mil galaxias extendidas a través de un billón de años-luz cúbicos de espacio. Nosotros, inmersos en esa inmensidad, somos un simple puntito dentro de la propia Galaxia y, no digamos en relación al Universo entero.
En la parte interios del Brazo de Orión (señalada con la línea) está el Sistema Solar, a 30.000 años-luz del Centro Galáctico en una región bastante tranquila que nos permite contemplar (con nuestros ingenios tecnológicos tanto en la Tierra como en el Espacio) lo que que ocurre en otras regiones lejanas y las fuerzas desatadas que azotan aquellos lugares. Incluso enviamos pequeñas naves robotizadas a otros mundos y “lunas” para que nos digan cómo son y lo que allí existe.
También sabemos más o menos, cuando hemos entrado en escena, hace cinco mil millones de años que se formaron el Sol y sus planetas, en un universo en expansión que probablemente tiene una edad entre dos y cuatro veces mayor. Hemos determionado los mecanismos básicos de la evolución en la Tierra, hallado pruebas también de la evolución química a escala cósmica y aprendido suficiente física como investigar la naturaleza en una amplia gama de escalas, desde los saltarines quarks el vals de las galaxias.
La Polis griega que trajo la Democracia. Lugares como el de arriba fueron testigos de ello
Hay realizaciones de las que la Humanidad puede, con justicia, sentirse orgullosa. Desde que los antiguos griegos pusieron el mundo occidental en el camino de la ciencia, nuestra medición del pasado se ha profundizado desde unos pocos miles de años a más de diez mil milloners de años, y la del espacio se ha extendido desde un cielo de techo bajo no mucho mayor que la distancia real de la Luna hasta el radio de más de doce mil millones de años-luz del universo observable. Tenemos razones para esperar que nuestra época sea recordada (si finalmente queda alguien para recordarlo) por sus contribuciones al supremo tesoro intelectual de toda la sociedad, su concepto del universo en su conjunto.
- ¿Qué pintor podría imaginar una Joya semejante?
Cuanto más sabemos sobre el universo, tanto más claramente nos damos de lo poco que sabemos. Cuando se concebía el Cosmos como un pulcro jardín, con el cielo como techo y la Tierra como suelo y su historia coextensa con la del árbol genealógico humano, aún era posible imaginar que podíamos llegar algún día a comprenderlo en su estructura y sus detalles. Ya no puede abrigarse esa ilusión. Con el tiempo, podemos lograr una comprensión de la estructura cósmica, pero nunca comprenderemos el universo en detalle; resulta demasiado grande y variado para eso.
Uno de los muchos salones de la Biblioteca de Harvard
Si tuviéramos un atlas de nuestra galaxia que dedicase una sola página a cada sistema estelar de la Vía Láctea (de modo que el Sol y sus planetas estuviesen comprimidos en una página), tal atlas tendría más de diez mil millones de volúmenes de diez mil páginas cada uno. Se necesitaría una biblioteca del tamaño de la de Harvard alojar el atlas, y solamente ojearlo al ritmo de una página por segundo requieriría más de diez mil años. Añádanse los detalles de la cartografía planetaria, la potencial biología extraterrestre, las sutilezas de los principios científicos involucrados y las dimensiones históricas del cambio y se nos hará claro que nunca aprenderemos más que una diminuta fracción de la historia de nuestra galaxia solamente, y resulta que hay cien mil millones de galaxias más.
El Hubble nos muestra una imagen del universo profundo en el que aparecen unas pocas galaxias de entre los cien mil millones que lo pueblan y que no podemos abarcar en toda su inmensa extensión.No existe ningún telescopio capaz de conseguir una toma del universo entero que, conocemos por regiones que vamos uniendo las unas a las otras para poder saber como el universo es.
Ya nos lo dijo el físico Lewis Thomas: “El mayor de todos los logros de la ciencia del siglo XX ha sido el descubrimiento de la ignorancia humana”. Nuestra ignorancia, por supuesto, siempre ha con nosotros y siempre seguirá estando. Lo nuevo es nuestra conciencia de ella, nuestro despertar a sus abismales dimensiones, y es esto, más que cualquier otra cosa, lo que señala la madurez de nuestra especie. El espacio puede tener un horizonte y el tiempo un final, pero la ventura del aprendizaje es interminable.
Hay una difundida y errónea suposición de que la ciencia se ocupa de explicarlo todo, y que por ende, los fenómenos inexplicados preocupan a los científicos al amenazar la hegemonía de su visión del mundo. El técnico en bata del laboratorio, en la película de bajo presupuesto, se da una palmada en la frente cuando se encuentra con algo y exclama con voz entrecortada: “¡Pero…no hay explicación para esto!” En realidad, por supuesto, cada cinetífico digno se apresura a abordar lo inexplicado, pues es lo que hace avanzar a la ciencia. Son los grandes sistemas místicos de pensamiento, envueltos en terminologhías demasiado vagas para ser erróneas, los que explican todo, raramente se equivocan y no crecen.
Los grandes pensadores
La ciencia es intrínsecamente abierta y exploratoria, y comete errores todos los días. En verdad, éste será siempre su destino, de acuerdo con la lógica esencial del segundo teorema de incompletitud de Kurt Gödel. El teorema de Gödel demuestra que la plena validez de cualquier sistema, inclusive un sistema científico, no demostrarse dentro del sistema. En otras palabras, la comprensibilidad de una teoría no puede establecerse a menos que haya algo fuera de su marco con lo cual someterla a prueba, algo más allá del límite definido por una ecuación termodinámica, o por la anulación de la función de onda cuántica o por cualquier otra teoría o ley. Y si hay tal marco de referencia más amplio, entonces la teoría, por definición, no lo explica todo. En resumen, no hay ni habrá nunca una descripción científica completa y comprensiva del universo cuya validez pueda demostrarse.
El Creador (si en verdad existe un “creador”) debe haber sido afecto a la incertidumbre, pues Él nos la ha legado siempre. La cual, diría yo, es una conclusión saludable y debe de alegrarnos. Mirar esa imposibilidad de saberlo todo, esa incertidumbre cierta que llevamos con nosotros y que nos hace avanzar a la búsqueda incansable de nuevos conocimientos, es en realidad, la fuente de la energía que nos mueve.
Busto de Alejandro Magno
Podemos recordar aquí lo que cuentan de Alejandro Magno: Él lloró le dijeron que había infinitos mundos (“¡Y nosotros no los hemos conquistado, ni siquiera uno!”), pero la situación parece más optimista a quienes se inclinan a desatar, no a cortar, el nudo gordiano de la Naturaleza. Ningún hombre y mujer, realmente reflexivo, debería desear saberlo todo, pues cuando el conocimiento y el análisis son completos, el pensamiento se detiene. Sin curiosidad, sin un secreto que descubrir o un misterio que desvelar… ¡Qué haríamos! La decadecadencia y el hastío se apoderaría de nosotros.
¿Por qué, pues, la ciencia tiene éxito? La respuesta es que nadie lo sabe. Es un completo misterio por qué la mente humana comprender algo del vasto universo. Lo cierto es que somos una parte evolucionada de la Naturaleza y estamos supeditados a ella, nosotros, la especie Humana, hemos hecho acto de presencia cuando la Naturaleza lo consideró oportuno, después de más de diez mil millones de años de la evolución de la materia en las estrellas y, finalmente, mutando en un pequeño planeta con las adecuadas condiciones para ello. No somos tan importantes como algunos creen y, desde luego, en el contexto del Universo, nunca seremos determinantes. Nuestra presencia es local y, ni en nuestra pequeña región podemos dominar nada. Supeditados a una pequeña estrella del tipo G2V, amarilla y en compañía de algunos planetas y pequeñas lunas, nos creemos los amos del universo cuando, en realidad, en su contexto entero, somos menos que una mota de polvo en una gran Nebulosa.
Claro que… ¡Pensamos!
solía decir Einstein: “Lo más incomprensible del universo es que sea comprensible”. Quizá como nuestro cerebro evolucionó mediante la accion de las leyes naturales, éstas resuenan de algún modo en él. La Naturaleza presenta una serie de repeticiones de pautas de conductas que reaparecen a escalas diferentes, haciendo posible identificar principios, como las leyes de la conservación, que se aplican de modo y éstas pueden proporcionar el vínculo entre lo que ocurre dentro y fuera del cráneo humano. Pero el misterio realmente, no es que coincidamos con el universo, sino que en cierta medida estamos en conflicto con él, y sin embargo podemos comprender algo de él. ¿Por qué esto es así?
Habrá que seguir buscando respuestas. tiempos inmemoriales, el hombre pregunta a las estrellas si el Universo es eterno e infinito y el cielo le responde cada noche. Pero, ¿sabemos oir la respuesta?
¡Es todo tan complejo! ¡Es todo tan hermoso!
emilio silvera