Sep
11
¿Hasta donde podremos llegar?
por Emilio Silvera ~ Clasificado en General ~ Comments (0)
La intuición natural y la habilidad experimental de Faraday hicieron avanzar enormemente el estudio de todos los fenómenos electromagnéticos. De él es, precisamente, el concepto de campo que tanto juego ha dado a la física.
Charla de Faraday Ley de Faraday-Henry-Lenz
Sin embargo, para desarrollar una teoría consistente del electromagnetismo se necesitaba un científico distinto: Faraday era hábil experimentador con enorme intuición, pero no sabía expresar matemáticamente lo que descubría, y se limitaba a contarlo. No hubo que esperar mucho, ni salir de Gran Bretaña para que un científico adecuado, un escocés de nombre James Clerk Maxwell (1.831 – 1.879), hiciera acto de presencia.
“Maxwell ideó las ecuaciones que llevan su nombre. Éstas se definen como las relaciones fundamentales entre las perturbaciones eléctricas y magnéticas, que simultáneamente permiten describir la propagación de las ondas electromagnéticas, las cuales, de acuerdo con su teoría, tienen el mismo carácter que las ondas lumínicas.
Las ecuaciones de Maxwell son un conjunto de varias ecuaciones que aparecieron de manera separada en el año 1861 en el ensayo Sobre las líneas de fuerza físicas.
Aplicación del modelo de vórtices Cabe decir que originalmente Maxwell concibió diversas ecuaciones, pero no fue hasta el año 1884 cuando Oliver Heaviside, junto con Willard Gibbs, agrupó esas ecuaciones (la mayoría de las cuales no eran originales sino recuperadas por Maxwell mediante el uso de su modelo de vórtices de las líneas de fuerza de Faraday) y las reformuló con la notación vectorial actual.
Así, se pasó de las ecuaciones de Maxwell a las que actualmente son conocidas como las «ecuaciones de Maxwell”
Maxwell desarrolló las matemáticas para expresar una teoría del magnetismo-electricidad (o al revés) que sentó las bases físicas de aquel fenómeno y contestaba a todas las preguntas de los dos aspectos de aquella misma cosa, el electromagnetismo. En sus ecuaciones vectoriales estaban todos los experimentos de Faraday, que le escribió una carta pidiéndole que le explicara, con palabras sencillas, aquellos números y letras que no podía entender.
Pero además, Maxwell también contribuyó a la física estadística y fue el primer director del Laboratorio Cavendish, unido de manera indisoluble a la física de los siglos XIX y XX (y también al de biología molecular) con sede en Cambridge.
Su conjunto de ecuaciones de, o en, derivadas parciales rigen el comportamiento de un medio (el campo electromagnético) que él supuso “transportaba” las fuerzas eléctricas y magnéticas; ecuaciones que hoy se denominan “de Maxwell”. Con su teoría de campo electromagnético, o electrodinámica, Maxwell logró, además, unir electricidad, magnetismo y óptica. Las dos primeras, como manifestaciones de un mismo substrato físico, electromagnético, que se comporta como una onda, y la luz, que es ella misma, una onda electromagnética, lo que, en su tiempo, resultó sorprendente.
Más de ciento treinta años después, todavía se podía o se puede apreciar la excitación que sintió Maxwell cuando escribió en el artículo Sobre las líneas físicas de la fuerza, 1.861 – 62, en el que presentó esta idea: “Difícilmente podemos evitar la inferencia de que la luz consiste de ondulaciones transversales del mismo medio que es la causa de los fenómenos eléctricos y magnéticos.
Todo aquello fue posible gracias a las bases sentadas por otros y a los trabajos de Faraday como experimentador infatigable, que publicaba sus resultados en artículos y los divulgaba en conferencias en la sede de la Royal Institution londinense. Todos estos artículos y conferencias fueron finalmente publicados en el libro que llamaron Philosophical transactions de la Royal Society, y Experimental researches in chemistry and physics (Richard Taylor y William Francis, Londres, 1.859; dos grandes científicos unidos por la historia de la ciencia que nos abrieron puertas cerradas que nos dejaron entrar al futuro).
Repasando hechos pasados, no puedo dejar de pensar en nuestra presencia aquí, y, me pregunto con frecuencia sobre la maravillosa secuencia de nuestra aparición en este planeta azul.
Los átomos y moléculas de las que estamos formados, es probable que sean comunes a organismos de cualquier otro lugar del universo. Pero la manera específica en que estas moléculas se juntan y las formas específicas y fisiológicas de los organismos terrestres pueden ser sumamente diferentes de lo que es corriente en nuestro planeta, a consecuencia de sus diferentes historias evolutivas.
Cuando tratamos de considerar cuáles han de ser las estrellas a estudiar y examinar buscando posibles señales de radio dirigidas a nosotros desde planetas lejanos, generalmente se presta más atención a estrellas semejantes a nuestro Sol, alegando, con razón, que la búsqueda e investigación deben iniciarse con un tipo de estrella en la que sepamos con certeza que hay vida (la estrella que tiene un sistema planetario y que en uno de sus planetas ha surgido la vida, la única conocida, es nuestro Sol). De esta manera, se buscan signos de vida inteligente en estrellas como (y parecidas a) la nuestra. El proyecto Ozma fue el primer intento para buscar señales de radio en las estrellas Tau Ceti y Épsilon Eridani, ambas estrellas con masa, radio, edad y composición muy parecidas a las de nuestro Sol.
Pero limitar la búsqueda a una exclusividad de este tipo de estrellas sería un error. Hay estrellas con menos masa y luminosidad que la de nuestro Sol que tienen existencias más antiguas, y por tanto evolucionadas en un mayor grado. Estas estrellas diminutas o “enanas” K y M pueden tener miles de millones de años más que el Sol.
Las estrellas tipo K pueden ser la clave para hallar vida extraterrestre
Las estrellas enanas M son buenas candidatas para hallar vida en sus sistemas
Si suponemos que cuanto más larga sea la vida de un planeta, más inteligentes serán (por evolución) los organismos que en él se han desarrollado, entonces debemos dirigir nuestra atención a las estrellas no sólo G, sino también a las K y M, evitando el impulso ególatra de que la única vida existente en el universo, por fuerza, será como la nuestra. ¡Un error enorme!
Es verdad que este tipo de estrellas con planetas a su alrededor, podría objetarse que son mundos más fríos que la Tierra, y que la vida en ellos es menos probable. Claro que este diagnóstico parte de un error muy común en nosotros; pensamos en un tipo de vida similar o muy parecido al nuestro, y además, al ser las estrellas más pequeñas, generan una fuerza de gravedad menor y los planetas están mucho más cerca del Sol que los de nuestro sistemas solar, con lo cual, puede que la cercanía equilibrase la balanza y no los haga tan fríos como creemos. En realidad, en el cosmos existen muchas más estrellas K y M que estrellas G.
Carl Sagan, enamorado de todos estos problemas del universo, nunca descartaba nada. Decía que la mayor parte de la vida surge en los planetas y allí reside. Sin embargo, se preguntaba:
“¿Acaso pudieran existir organismos que habitan en las profundidades del espacio interestelar, superficies o interiores de estrellas, o incluso otros objetos cósmicos incluso más exóticos?”
Es tan difícil responder a esa pregunta como a tantas otras que, con nuestra actual ignorancia, es imposible dar respuesta. Si evolucionamos hasta seres de pura energía, podríamos estar en cualquier parte del universo.
Los seres vivos tal y como los conocemos, necesitan de la materia para reproducirse y, por lógica, se deben asentar en aquellos lugares que, estando presente la energía, puedan reproducirse en un tiempo prudencial y adecuado a la especie de que se trate, y acorde con la complejidad del individuo que está surgiendo a la vida.
En tan inmenso Universo cualquier cosa que podamos imaginar podría ser posible
Claro que no podríamos negar y sí imaginar organismo desarrollándose en planetas con atmósferas que lentamente vayan alejándose en el espacio, permitiendo que los organismos se adapten gradualmente a unas condiciones cada vez más duras, hasta llegar a la adaptación total de un medio interestelar. Seres así podrían vivir casi en cualquier parte del universo.
Lo más probable, sin descartar nada, será una especie diferente de organismo interestelar mucho más posible: seres inteligentes de planetas parecidos al nuestro, pero que han trasladado su campo de actividad al volumen mucho más vasto del espacio interestelar.
La convivencia entre seres humanos y artificiales será inevitable
Ellos jugarán un gran papel en nuestro futuro Espacial
Los seres, en nuestro lejano futuro tecnológico, deberán poseer capacidades que hoy en día ni siquiera podemos imaginar. Es verdad que el hombre moderno (nosotros), es casi idéntico al hombre de hace 50.000 años. Sin embargo, cuando pasen algunos millones de años, todo será distinto. Aparecerán nuevas formas humanas evolucionadas por pequeñas y paulatinas mutaciones encaminadas a sobrevivir en otros medios.
No puedo dudar de que tales sociedades futuras deberán dominar la materia y la energía de las estrellas y de las galaxias, y tendrán la sabiduría suficiente para explotar la radiación y la energía de los agujeros negros para ponerla a su servicio.
Descubren el antepasado perdido del primer animal que caminó
Pensemos en el largo viaje que unos organismos hicieron para evolucionar del mar a la tierra firme. Ahora esos organismos que tienen su origen en las profundidades marinas, sólo se sientes “en casa” en la tierra, su nuevo medio conquistado a través de mil peripecias y peligros. De la misma manera, en el futuro, dejaremos la tierra firme para habitar en enormes ciudades volantes por las profundidades del universo, e innumerables mundos serán poblados con sociedades nuevas que llenarán de ruidos el ahora silencioso universo.
¡Quién sabe!
El tercero, escondido tras la montaña trata de salir. ?Cómo sería vivir aquí?
Las maravillas del universo son inagotables, y muy lentamente tenemos acceso a ellas. Hay lugares con tres soles de distintos colores: amarillo (como el nuestro), azul y verde, o blanco y rojo. Hay dos que casi se están tocando, sólo los separa una ligera y brillante materia cósmica que parece pura luz. Hay un mundo que tiene miles de lunas, y no muy lejos de él brilla un Sol que no es mayor que nuestro planeta Tierra. He podido ver un núcleo atómico de 3.000 m de diámetro que gira 160 veces por segundo. Hay soles que se desplazan por el universo a velocidades enormes y bacterias que escapan de las galaxias y vagan por el cosmos hasta encontrar un planeta donde instalarse. Las nubes de gas y polvo inundan los espacios entre las galaxias, y después de girar durante miles de millones de años, se juntan y forman nuevas galaxias de estrellas y planetas.
También, quién sabe, pueden existir lugares fuera de nuestro universo (algunos científicos así lo creen).
Para nosotros, insignificantes criaturas de una grandeza enorme, el universo resulta pavoroso. Pero también fascinante y maravilloso. ¡Qué paradoja!
¿Cómo puede algo dar miedo y placer o fascinación al mismo tiempo?
Pues así es. Nos produce miedo su enormidad y nuestra ignorancia. Nos produce placer lo que vamos descubriendo y fascinación los misterios que encierra y a los que nuestra curiosidad y osadía no resiste la necesidad de desvelar.
No parece que nuestra evolución sea debida a senderos evolutivos predeterminados que conducían infaliblemente, desde formas simples, a lo que somos, al hombre; más bien, la evolución procede de un modo convulsivo, sin un plan determinado, y la mayor parte de formas de vida conducen a callejones sin salida en la evolución. Así se han extinguido tantas, y continuarán extinguiéndose. Esperemos que no estemos en la lista.
En realidad, somos el producto de una larga serie de accidentes biológicos. En la perspectiva cósmica no tememos razones de pero para pensar que seamos los primeros, que seremos los últimos o los mejores.
Sin embargo, esa seria de accidentes biológicos, ¿fueron fortuitos? Ya me gustaría poder responder a esta pregunta.
En realidad estamos conectados con el Universo del que formamos parte
A lo que sí puedo responder es al hecho innegable de que, en lo más profundo de nuestro ser habita un ente superior, algo grande capaz de lo más sublime. ¿Puede algo así surgir de la nada?
Me gustaría estar en ese tiempo futuro en el que la ciencia es tan avanzada que tiene como reliquias antiguas teorías como la relatividad, la mecánica cuántica y la teoría de supercuerdas. ¿Qué maravillas no tendrán entonces?
emilio silvera
Sep
11
¿La Historia? ¡Nos cuenta lo que pasó!
por Emilio Silvera ~ Clasificado en General ~ Comments (0)
Miramos la historia y nos maravillamos de lo que nuestros antepasados pudieron llegar a conseguir en todas las áreas del saber humano. Se dice con frecuencia que, la Astronomía fue la Ciencia más antigua de todas, ya que, las maravillas del cielo siempre llamaron nuestra atención y despertaron nuestra inmensa curiosidad. Los sucesos que podían observar aquellos seres del pasado, eran fuente de miedo y de mágico asombro que, su ignorancia condujo hasta la divinidad.
Pero el tiempo pasaba, ellos seguían observando y aprendiendo de los hechos que se sucedían una y otra vez y, llegaron a comprender algunas de las cosas que, frecuentemente pasaban. Algunas vez he sentido la tentación de decir que la astronomía del Viejo Mundo estaba más adelantada que la del Nuevo Mundo porque llegaron a introducir el uso de instrumentos en la ciencia de observación de las estrellas. Por supuesto, no había telescopios -esta innovación se debe a Occidente-, pero los astrónomos chinos e islámicos sí que inventaron unos elaborados artilugios de metal para observaciones que realizaron con el propósito de hacer el mapa de los cielos.
El mapa celeste de Dunhuang y carta celeste
Los astrónomos chinos, bajo la protección y administración del gobierno, escrutaban el cielo permanentemente y se convirtieron en los observadores más precisos y persistentes de toda la antigüedad. De hecho, las únicas referencias a algunos fenómenos celestes acontecidos entre los siglos V y X de nuestra era que han llegado a nuestros días proceden de crónicas astronómicas chinas.
Según una estadística reciente se conservan registros de más de diez mil eventos astronómicos entre ellos 270 sobre manchas solares, 300 sobre auroras boreales, 300 sobre meteoritos, 1.600 sobre eclipses de sol, 1.100 sobre eclipses de Luna, 200 sobre ocultaciones lunares, 100 sobre novas y supernovas, 400 sobre lluvias de meteoros y 4.900 sobre meteoros. Además existen cientos de documentos sobre los movimientos de la Luna y los planetas. El descubrimiento en 1967 del púlsar de la Nebulosa del Cangrejo, relacionada con la nova de 1054 que aparece en los registros chinos, despertó el interés por esta documentación astronómica.
La gran cantidad de observaciones que recopilaron y sus métodos matemáticos fueron unas contribuciones cruciales para el posterior florecimiento de la astronomía entre los hindúes y los musulmanes, así como entre los griegos.
El zigurat era una especie de templo construido por los asirios, babilonios y sumerios, pueblos de la Antigua Mesopotamia. Esta construcción tenía el formato de una pirámide, pero con la presencia de especies de escalones. Los zigurats tenían de 3 a 6 pisos. Eran construidos de piedra o de ladrillos cocidos al sol. La entrada se hacía a través de la cima del templo, ya que el acceso era a través de una rampa en forma de espiral, construida en las paredes externas del zigurat.
En la limpia atmósfera de Mesopotamia, la Astrología tomó una forma parecida a la de nuestros tiempos. Hace mas de cinco mil años que los sacerdotes-astrólogos de Babilonia se ocuparon en conocer el cielo e identificar a todas las estrellas visibles del firmamento, para ello construyeron observatorios en la llanura que se denominaban zigurats. Existen este tipo de monumentos que datan desde el 2600 a.C. como el que se muestra en la imagen. Aparecen unas tablillas de la Biblioteca de Nínive que tratan de astronomía y astrología babilónicas y caldeas. También registraron en paso del cometa Halley en el año 164 a C.
Durante más de dos mil años los esfuerzos de los astrónomos de Mesopotamia quedaron olvidados bajo las ruinas de palacios y zigurats en lo que hoy en día es principalmente Irak. Todo lo que se sabía del tema procedía de unos pocos pasajes de la Biblia y de las informaciones dadas por algunos escritores griegos. Pero esas informaciones eran sumamente seductoras. El erudito romano Plinio el Viejo, por ejemplo, escribiò que los babilonios dieron cuenta de susn observaciones de las estrellas en las inscripciones que estuvieron realizando sobre tablillas de barro cocido con previsiones para 720.000 años, un número que duplicó varios siglos más tarde un filósofo griego, Simplicius, llegando a la asombrosa cifra de 1.440.000 años.
A mediados del siglo XIX, los arqueólogos comenzaron a desenterrar en Mesopotamia miles de estas tablillas con inscripciones con escritura cuneiforme. se calcula que cien años más tarde había medio millón de estas tablillas repartidas por los museos de todo el mundo.
En el emplazamiento de la antigua ciudad de Sippar, situada al suroeste en las cercanías de Bagdad, los arqueólogos que realizaban excavaciones allí descubrieron una biblioteca de los últimos tiempos del imperio babilónico en los que se escondían una enorme cantidad de anotaciones astronómicas y ejercicios matemáticos.
La escritura cuneiforme es el más antiguo sistema de escritura conocido hasta la fecha. Su soporte son tabletas de arcilla y ocasionalmente tabletas de metal y piedra, y su origen está en la antigua Mesopotamia. Se llama cuneiforme porque para trasladarla a la arcilla húmeda utilizaban unas cañas biseladas en forma de cuña.
Los textos traducidos, aunque sólo son una pequeña parte de los descubrimientos, revelan la presencia en Mesopotamia de una astronomía que se remonta al menos hasta el siglo XVIII a. C., fueron los primeros en catalogar las estrellas más brillantes, esbozaron un conjunto rudimentario de constelaciones del zodiaco, reseñaron los movimientos de los cinco planetas visibles (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno) e hicieron el mapa de los movimientos del Sol y de la Luna con respecto a las constelaciones. Dieron a estas unos nombres que en algunos casos aún nos resultan familiares -Escorpio, Tauro, Leo.
El disco sumerio clasificado como K8538 es una prueba más del avanzado conocimiento astronómico de los sumerios. Es posible que los sumerios fueran el primer pueblo del mundo en desarrollar un calendario basado enteramente en la recurrencia de las fases completas, o sinódicas, de la Luna y también el primero que utilizó los períodos sinódicos de la Luna como la base del año de doce meses, es decir, 360 días.
A partir de restos de cimentaciones, se ha querido reconstruir una de las ciudades de babilonia en su época de mayor esplendor y, el resultado ha sido el que arriba podéis contemplar, aunque no fiable del todo, sí que nos habla de avanzados conocimientos para la época. Desde el principio, los babilonios supieron resolver problemas geométricos elementales de una manera algebraica. Optaron por explicar los movimientos de los cuerpos celestes de un modo básicamente temporal, lo contrario de lo que hicieron los griegos, que optaron por la explicación espacial, es decir, geométrica. De esta manera, las notaciones babilónicas -la algebraica y la del valor según la posición- se convirtieron en el fundamento de una astronomía teórica de carácter matemático. Esta astronomía reducía al mínimo los datos empíricos. trató unos fenómenos celestes bastante complicados, descubriendo unas funciones matemáticas sencillas cuya combinaciòn describe éstos fenómenos con inteligencia y elegancia.
Páginas del Almagesto de Ptolomeo.
(h. 90-h. 168) Astrónomo y geógrafo griego. Su principal obra es el Almagesto, en la que expone su concepción geocéntrica del Universo. El sistema ptolemaico entronca con la tradición aristotélica, fue utilizado por astrónomos árabes y medievales y solo perdió vigencia con la aceptación de las teorías heliocéntricas propuestas por Copérnico.
La influencia babilónica en la astronomía griega, tal como se refleja en el Almagesto, incluía los nombres de muchas constelaciones; el sistema de referencia zodiacal; el grado como unidad básica para la medición de ángulos; observaciones, especialmente de eclipses, que se remontan hasta el comienzo del reinado de Nabonasar en el año 747 a. C., y varios parámetros fundamentales, incluido el valor correspondiente al mes sinódico medio.
Desde que existe sobre la Tierra, el ser humano siempre ha mirado al cielo y, ¿Qué duda nos puede caber? las observaciones astronómicas fueron anteriores a la escritura. El cielo, las estrellas, el espacio la luz… ¡qué maravillas! Los seres humanos se integraron con los sucesos del firmamento en una visión más amplia que los hacía partícipe de acontecimientos mágicos y maravillosos que ocurrían lejos, en las alturas de un espacio inalcanzable pero que, fomentó una firme configuración del cerebro que adquirió nuevas pautas y un sistema de organización que nos llevó más allá de la Tierra al querer saber de los acontecimientos celestes que nos llevó, a nuestro origen, nos transportó hasta las estrellas lejanas que sí, pudimos visitar con nuestras mentes imaginativas que poco a poco, fueron descubriendo los secretos que el Universo escondía.
emilio silvera