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¿La Vida? Algo que no sabemos explicar

Autor por Emilio Silvera    ~    Archivo Clasificado en El Universo y la Vida    ~    Comentarios Comments (3)

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¿La Vida? Algo que no sabemos explicar pero, lo intentamos. Como dice Kauffman: “la vida cristaliza a partir de un nivel crítico de diversidad molecular, debido a que la propia clausura catalítica cristaliza”.

Aquí surgió la Vida. El planeta y su entorno, tenían todos los ingredientes necesarios para que, tal maravilla, pudiera surgir a un Universo que, siendo tan inmensamente grande y estar lleno de asombrosos objetos y sucesos, ninguno de ellos, se podría comparar con este que llamamos vida y que, asciende desde la materia “inerte” hasta los pensamientos.

Sean cuales sean los orígenes de la vida, las teorías que incluyen redes, conexiones y criticalidad autoorganizada proporcionan unas ideas nuevas y poderosas sobre el modo en que funciona la vida una vez que ha surgido. Claro que, el origen de la vida ha hecho que muchas mentes despiertas y dotadas de un profundo entendimiento, emitan teorías que, aunque no todas puedan ser reflejo de lo que la vida es, hay que admitir que cada una de ellas, al menos nos indica un posible camino por el que la vida pudo surgir.

Dichas teorías o especulaciones en algunos casos, han ofrecido un ejemplo sorprendente de la medida en que la complejidad de los seres vivos (sin duda, lo más complejo que existe en el universo) podría estar basada en una profunda sencillez, cuyo secreto, está escondido en la materia.

Son muchos los misterios que a todos los niveles subyacen en lo que conocemos como vida, por ejemplo, en el funcionar de las células, al nivel de los genes que aportan las instrucciones que gobiernan lo que a veces se llama de una manera imprecisa la maquinaria de la célula. Estas instrucciones se encuentran en última instancia codificadas en el ADN, las grandes moléculas de las que están constituidos los genes; pero tanto la maquinaria como la estructura del cuerpo están hechas de proteínas. Elementos tales como el pelo y las uñas de los dedos, así como los músculos, son tipos de proteínas y también lo son sustancias como la hemoglobina, que transporta el oxígeno en la sangre, y las enzimas, que son los catalizadores biológicos esenciales que favorecen las reacciones químicas importantes para la vida.

http://apod.nasa.gov/apod/image/0707/trifid_spitzer_f.jpg

Las propias proteínas son grandes moléculas formadas por subunidades llamadas aminoácidos, y esta es la razón por la que resulta tan intrigante el descubrimiento de que los aminoácidos existen en el tipo de nubes interestelares a partir de las cuales se forman las estrellas como el Sol y los planetas como la Tierra y todos los que vemos en nuestro Sistema solar.

El código genético que está en el ADN contiene instrucciones para fabricar proteínas y, luego, estas proteínas realizan las tareas de que se compone la vida. Pero, en este proceso hay otro paso que resulta sorprendente. Cuando un gen se activa (cómo y por qué sucede esto va más allá de los objetivos de esta explicación), la información que interesa en ese momento se copia primero en una molécula muy similar llamada ARN. Posteriormente, la maquinaria de la célula lee el ARN y actúa según sus instrucciones para fabricar la proteína adecuada.

Este proceso de dos pasos probablemente nos esté diciendo algo sobre el modo en que se originó la vida, y existe alguna posibilidad de que el ARN se “inventara” antes que el ADN. En la situación que describe Kauffman,  la “cristalización” de la vida tiene lugar en el nivel de las proteínas, en una sopa química rica en aminoácidos, donde surgieron las primeras redes auto-catalíticas de la vida; en este modelo encaja fácilmente la posibilidad de que el ARN participara en una fase temprana y que, posteriormente, las presiones evolutivas asociadas con la competencia entre las distintas redes auto-catalíticas pudieran haber conducido al sistema a la situación que vemos en la actualidad.

Los puntos relevantes que aconsejan estos pensamientos en la investigación desarrollada sobre el modo en que funcionan las células son, por un lado, el hecho de que los genes actúan para controlar la maquinaria celular y, por otro (siendo éste el aspecto crucial) que los genes pueden afectarse mutuamente, cuando un gen activa o desactiva a otro.

Cuando fueron desarrollados estos trabajos de investigación se pensaba que había unos cien mil genes diferentes en el ADN humano –es decir, en el genoma humano-. Desde entonces, el proyecto del genoma humano ha demostrado que tal estimación era excesiva, y que sólo hay alrededor de un tercio de dicho número de genes para especificar lo que debe ser una criatura humana.

A todo esto, no tenemos más remedio que admitir que la evolución es un hecho, al igual que lo es la forma elíptica de la órbita que describe un planeta alrededor del Sol. Tanto en el registro fósil como en los diversos estudios realizados sobre la vida actual en la Tierra, se puede encontrar un número considerable de pruebas relativas al modo en que actúa la evolución, transformando una especie en otra. La teoría de la selección natural, a la que llegaron de manera independiente Charles Darwin y Alfred Russell Wallace en la segunda mitad del siglo XIX, es un modelo que ofrece una explicación  de por qué se produce la evolución, del mismo modo que la teoría de la gravedad, desarrollada por Newton durante la segunda mitad del siglo XVII, es un modelo que explica porque los planetas describen órbitas elípticas. Ni la teoría, ni el modelo, constituyen la última palabra sobre la cuestión que abordan. De hecho, la teoría de Newton fue mejorada por la de Einstein a principios del siglo XX, que descubrió un modelo más completo para explicar cómo actúa la Gravedad –la teoría general de la relatividad- y, de la misma manera, en el ámbito de los estudios sobre la vida, vendrán otras nuevas maneras y formas de ver y enfocar los problemas que nos lleven a un entendimiento más amplia y fidedigno de cómo la vida se puedo abrir camino partiendo de la “materia inerte” hasta las pensamientos.

 

La hipotesis de la reina roja es una hipótesis de la teoría evolutiva que toma su nombre de un relato de Lewis Carroll, donde Alicia entra en un mundo donde por más que se mueva parece que no avance en absoluto debido a que el mundo a su alrededor -a su vez- también se mueve. Se trata en realidad de un libro escrito por Matt Ridley en 1993 donde el autor publica sus ideas respecto a ciertas cuestiones relacionadas con la co-evolucion de algunas especies y la influencia del sexo es la evolución.

Claro que, la Vida, tiene una regla esencial que, de no cumplirse, esa clase de vida está abocada a su desaparición, es decir, los individuos que sobreviven son aquellos que mejor se adaptan al medio-ambiente, es lo que se conoce como “la supervivencia del más apto”.

En alguna ocasión os he hablado aquí (en relación a la biología evolutiva) a eso que se conoce como “el efecto de la Reina Roja”, según el personaje que aparece en Alicia en el País de las maravillas, de Lewis Carroll, que debe correr tan rápido como pueda, con el fin de permanecer en el mismo lugar.

El final de toda la historia desemboca, aparentemente, en un proceso de coevolución, en el que todas las especies implicadas en una red sufren cambios cuando una de ellas cambia, impulsará de forma natural los ecosistemas complejos desde los extremos hacia la interesante zona de la criticalidad autoorganizada, en la transición de las fases que se producen al borde del caos. Si un grupo de organismos está bloqueado en una estrategia estable, es probable que una mutación que afecte a una de las especies desbloquee la red, permitiendo su evolución.

La evolución por selección natural garantizará que un cambio perjudicial para las especies implicadas vaya desapareciendo a lo largo de varias generaciones; pero todo cambio beneficioso se propagará, y al hacerlo, desbloqueará otras redes, impulsando el sistema hacia el borde del caos. En el otro lado de la transición de las fases, en el régimen caótico, sucederá lo mismo, pero a la inversa. Dado que las reglas del juego de la vida cambian con cada generación, cualquier grupo de individuos que consiga hasta cierto punto aislarse del caos, reduciendo el número de sus conexiones con el mundo exterior, tendrá una oportunidad de evolucionar por selección natural, hasta llegar a un estado que se beneficia de las oportunidades que hayan podido surgir.

Hemos podido ver cómo, las interacciones entre especies, lo pueden cambiar todo y, casi siempre, desemboca en la supremacía de una que, generalmente, produce la extinción de la otra. Siendo eso así (que lo es) –aunque no en todos los casos-), tendremos que tener sumo cuidado cuando llegado el momento, podamos contactar por primera vez con seres de otros mundos que, no sabemos de qué propiedades podrán estar dotados física y mentalmente y, si sus morfologías y organismos son compatibles con los nuestros y con nuestro propio entorno.

Cuando tratamos de cuestiones que afectan a la vida, todo se nos vuelve complejo e ininteligible, es una de las disciplinas que no hemos podido llegar a dominar bien, dado que, como decía por ahí arriba, estamos tratando con lo más complejo que en el universo habita ¡La Vida!.

Claro que, aunque nuestro entorno sea el ideal no podemos dejar que todo transcurra sin  que nosotros, estemos pendientes de los comportamientos y, de no vigilar nuestro propio cuidado, las cosas podrían terminar de manera muy desagradable. De hecho, más de uno se ve abocado a su desaparición precisamente por no prestar atención a su propia vida que, siendo tan valiosa, se la deja escapar por unos placeres mal entendidos. La moderación es la madre de la razón.

emilio silvera

 

 

 

 

 

 

  1. 1
    Fandila
    el 21 de septiembre del 2012 a las 12:41

     
     
     La vida y la consciencia de ser.
    Entro a “elucubrar” de nuevo, según mis opiniones, sobre la consciencia o conciencia, esta vez haciendo una comparación con el cerebro electrónico.
    No quisiera creer que solo exista la “vulgar” materia y sí que la mente sea algo más etéreo y más sublime, mucho más al fondo incluso que “el exterior que vivimos”.
    Sin embargo cuando los estudiosos han llegado a lo más profundo del cerebro, en el sentido biológico, de una manera irónica han dicho algo equivalente a lo que decía Ramón y Cajal, qué él no pudo encontrar el alma por ningún sitio.
    La propia mente nos descubre los conceptos y el pensamiento como cosas irreales, productos ya no de un cerebro sino de toda una biología, del organismo entero. Todo él participa de los mismos, aunque los resultados “sentidos” se acumulen tal vez en el cerebro. La matemática por ejemplo, podríamos calificarla como algo más que pensamientos, porque nos parece que tengan entidad propia, las leyes matemáticas y su “perennidad”, pero a fin de cuentas no son más que conceptos englobados unos en otros que pueden persistir en nuestras memorias.
    Si comparásemos la mente con el resultado funcional de los circuitos de una compleja máquina electrónica, que ya es comparar, nos daríamos cuenta que la mente electrónica no existe, sino una serie de puertas y circuitos lógicos con sus accesorios capaces de computar el paso a su través de electrones o fotones. Corrientes que van a unos receptores de tipo ferromagnético como más generales o de fotoimpresión continuada en discos y otros sistemas parecidos. De forma objetiva no hay mente en este caso, o todo lo dicho de esas relaciones constituirá la dicha mente. Podría decirse que la tal  sea una serie de operaciones con electrones o fotones por lo habitual, que no dan como resultado ninguna sustancia nueva sino que más se parecen a una recombinación de números con resultados tangentes en la forma de una nueva “cuantización” de electrones y fotones: campos aplicados a lo que de forma general se denominan pantallas.
    Si todas estas interacciones se pudieran comparar a las de un cerebro ¿qué sería la tal mente? Casi seguro que un concepto o una serie de conceptos sin sustancia resultante alguna, la mente sería las transformaciones mismas. La consciencia del aparato electrónico si es que pueda ser y compararse, será tan fragmentaria como sus componentes o el material de que está hecho.
    El cerebro nos aparece en cambio como una complejidad interconexionada con un número de combinaciones casi ilimitado. En este caso la consciencia puede ser un resultado, como centro de esa complejidad, su conjunción suprema. No ocurre lo mismo con el cerebro electrónico en que  las interconexiones aparecen como líneas de corrientes eléctricas y magnéticas que interfieren en unos módulos determinados. Estos módulos a su vez se conexionan con otros, sin que ocurra una conjunción global. En comparación una consciencia única no podría darse.
    Cordiales saludos.
     

    Responder
  2. 2
    Fandila
    el 21 de septiembre del 2012 a las 12:51

     
     
     La vida y la consciencia de ser.
    Entro a “elucubrar” de nuevo, según mis opiniones, sobre la consciencia o conciencia, esta vez haciendo una comparación con el cerebro electrónico.
    No quisiera creer que solo exista la “vulgar” materia y sí que la mente sea algo más etéreo y más sublime, mucho más al fondo incluso que “el exterior que vivimos”.
    Sin embargo cuando los estudiosos han llegado a lo más profundo del cerebro, en el sentido biológico, de una manera irónica han dicho algo equivalente a lo que decía Ramón y Cajal, qué él no pudo encontrar el alma por ningún sitio.
    La propia mente nos descubre los conceptos y el pensamiento como cosas irreales, productos ya no de un cerebro sino de toda una biología, del organismo entero. Todo él participa de los mismos, aunque los resultados “sentidos” se acumulen tal vez en el cerebro. La matemática por ejemplo, podríamos calificarla como algo más que pensamientos, porque nos parece que tengan entidad propia, las leyes matemáticas y su “perennidad”, pero a fin de cuentas no son más que conceptos englobados unos en otros que pueden persistir en nuestras memorias.
    Si comparásemos la mente con el resultado funcional de los circuitos de una compleja máquina electrónica, que ya es comparar, nos daríamos cuenta que la mente electrónica no existe, sino una serie de puertas y circuitos lógicos con sus accesorios capaces de computar el paso a su través de electrones o fotones. Corrientes que van a unos receptores de tipo ferromagnético como más generales o de fotoimpresión continuada en discos y otros sistemas parecidos. De forma objetiva no hay mente en este caso, o todo lo dicho de esas relaciones constituirá la dicha mente. Podría decirse que la tal  sea una serie de operaciones con electrones o fotones por lo habitual, que no dan como resultado ninguna sustancia nueva sino que más se parecen a una recombinación de números con resultados tangentes en la forma de una nueva “cuantización” de electrones y fotones: campos aplicados a lo que de forma general se denominan pantallas.
    Si todas estas interacciones se pudieran comparar a las de un cerebro ¿qué sería la tal mente? Casi seguro que un concepto o una serie de conceptos sin sustancia resultante alguna, la mente sería las transformaciones mismas. La consciencia del aparato electrónico si es que pueda ser y compararse, será tan fragmentaria como sus componentes o el material de que está hecho.
    El cerebro nos aparece en cambio como una complejidad interconexionada con un número de combinaciones casi ilimitado. En este caso la consciencia puede ser un resultado, como centro de esa complejidad, su conjunción suprema. No ocurre lo mismo con el cerebro electrónico en que  las interconexiones aparecen como líneas de corrientes eléctricas y magnéticas que interfieren en unos módulos determinados. Estos módulos a su vez se conexionan con otros, sin que ocurra una conjunción global. En comparación una consciencia única no podría darse.
    Cordiales saludos.
     

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  3. 3
    emilio silvera
    el 29 de junio del 2022 a las 11:31

    Han pasado algunos años desde que, el amigo Fandila, hiciera estos comentarios relacionados con el trabajo expuesto. Del tema de la Vida y cómo pudo surgir en nuestro planeta se han volcado ríos de tinta sobre el blanco folio que, llevado más tarde a la imprenta, han ido a engrosar en cientos de miles de libros y artículos sobre el asombroso acontecimiento que, nos concierne de lleno al ser uno de sus protagonistas y que, sin embargo, no sabemos explicar. Tal es su complejidad y misterio.

    Hemos elucubrado y barajado mil ideas, construido teorías, imaginado procesos que, a partir de una Tierra primigenia y unas condiciones especiales, pudiera surgir la vida en nuestro planeta (único lugar que conocemos con ella presente).

    Claro que, muchas son las definiciones que de la vida se hicieron. Yo me quedo con una muy sencilla que imaginé uno de esos días que sobre el tema escribía: “La vida es, la materia evolucionada hasta su más alto nivel”, una vez alcanzado ese nivel, puede o no tener consciencia de Ser pero… ¡También es vida!

    Estrellas que crean elementos esenciales que se reúnen en Nebulosas moleculares gigantes y allí reciben radiación y las hace evolucionar creándose así materiales que, más tarde, cuando se forman los mundos, si están situados en los lugares adecuados de la estrella que les envía luz y calos, si tiene una atmósfera, si el agua discurre liquida… Allí puede surgir la primera célula replicante que dará lugar a la fascinante historia de la Vida.

    Como estamos confinados en este pequeño planeta, aún no tenemos los medios necesarios para poder saber si, en otros mundos similares al nuestro tenemos compañeros para un futuro que, más tarde que temprano llegará. Estamos y formamos parte de un Universo regido por leyes fundamentales y constantes universales que pudimos desvelar después de muchas conjeturas, observaciones, experimentos y estudios, y, todo ello, nos hizo saber que el Universo es igual en todas partes, con lo cual, lo que hay “aquí” también lo habrá “allí”, y, al decir allí, me refiero a muchos de los mundos que en el Universo son.

    Creer que la vida es privilegio único del planeta Tierra sería una demostración de cortedad de pensamientos, y, supeditar la vida a un sólo e insignificante planeta (lo de insignificante es sólo una metáfora referida a la inmensidad de la Galaxia y del Universo entero), sería la mayor torpeza que podríamos cometer. En tan inconmensurable Universo… ¡No estamos solos!

    La Vida, como las restrellas, pulula por todo el Universo. Encontrarla es otra cuestión, ya que, las distancias que nos separan son (al menos de momento) insalvables, y, pudiera ser que un día muy lejos aún en el futuro que vendrá, quizás podamos tener los medios para burlar la velocidad de la luz (no vencerla), y llegar a otros mundos habitados por seres con los que podamos inter4cambiar ideas, pensamientos y, ¿Por qué no? hasta sentimientos.

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