May
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Caos y complejidad, normalidad y sencillez: Las partes de un todo
por Emilio Silvera ~ Clasificado en General ~ Comments (2)
Todos hemos oído hablar, con más o menos frecuencia, de “Sistemas Complejos”, aquí mismo en estas páginas, la palabra sale a relucir con cierta frecuencia y, no me extraña que “la palabreja” cree una barrera, dado que, que para muchas personas, “complejo” significa “complicado” y suponen automáticamente que, si un sistema es complicado, será difícil de comprender. La naturaleza posee una fuerte tendencia a estructurarse en forma de entes discretos excitables que interactúan y que se organizan en niveles jerárquicos de creciente complejidad, por ello, los sistemas complejos no son de ninguna manera casos raros ni curiosidades sino que dominan la estructura y función del universo.
Claro que, no siempre ese temor a lo difícil y complicado, está justificado y, tal suposición no es, necesariamente correcta. En realidad, un sistema complejo es tan solo un sistema que está formado por varios componentes más sencillos que ejercem entre sí una interacción mutua que, naturalmente, tiene sus consecuencias. Si miramos la imagen de arriba, vemos una inmensa y hermosa Nebulosa que está formada por una serie de “cosas” sencillas como lo son el gas hidrógeno y el polvo interestelar entre otros y, en presencia de energías, la gravedad y otros parámetros, ahí ocurren cosas tales como, el nacimiento de estrellas y la aparición de mundos…entre otras.
Los grandes triunfos de la Ciencia se han logrado, en gran medida, descomponiendo los sistemas complejos en sus componentes simples, es decir, estudiar por partes lo que allí está presente (en caso necesario, como primera aproximación, dando el paso suplementario de pretender que todos los componentes son más sencillos de lo que son en realidad) para llegar a comprender el todo.
En el ejemplo clásico del éxito que ha logrado este planteamiento para conocer el mundo que nos rodea, buena parte de la química puede entenderse mediante un modelo en el que los componentes simples son átomos, y para eso importa poco de qué están formados los núcleos. Ascendiendo un nivel, las leyes que describen el comportamiento del dióxido de Carbono encerrado en una caja pueden entenderse pensando en unas moléculas más o menos esféricas que rebotan unas contra otras y contra las paredes de su contenerdor, y poco importa que cada una de estas moléculas esté formada por un átomo de Carbono y dos de Oxígeno unidos entre sí. Ambos sistemas son complejos, en sentido científico, pero fáciles de entender
A veces en la vida nuestro mundo se oscurece, todo lo que nos rodea es dudoso y retorcido, oímos pasos que nos siguen, siempre han estado ahí, … No sabemos a quién pueden pertenecer y, a nuestro alrededor hay cosas que no podemos ver.
No siempre sabemos ver el mundo que nos rodea. El que miremos no significa que estemos viendo lo que realmente hay delante de nuestros ojos y, muchas veces, no son los ojos los únicos que pueden “ver” lo que hay más allá de lo que la vista puede alcanzar. Anoche, hasta una hora avanzada, estuve releyendo el Libro “Así de Simple” de John Gribbin, y, pareciéndome interesante os saqué un pequeño resumen del comienzo. Aquí os lo dejo.
El mundo que nos rodea parece ser un lugar complicado. Aunque hay algunas verdades sencillas que parecen eternas (las manzanas caen siempre hacia el suelo y no hacia el cielo; el Sol se levanta por el este, nunca por el oeste), nuestras vidas, a pesar de las modernas tecnologías, están todavía, con demasiada frecuencia, a merced de los complicados procesos que producen cambios drásticos y repentinos. La predicción del tiempo atmosférico tiene todavía más de arte adivinatorio que de ciencia; los terremotos y las erupciones volcánicas se producen de manera impredecible y aparentemente aleatorias; las fluctuaciones de la economía siguen ocasionando la bancarrota de muchos y la fortuna de unos pocos.
Sobre la posición de la salida del Sol
Desde la época de Galileo (más o menos, a comienzos del siglo XVII) la ciencia ha hecho progresos –enormes-, ignorando en gran medida estas complejidades y centrándose en cuestiones sencillas, intentando explicar por qué las manzanas caen al suelo y por qué el Sol se levanta por el este. Los avances fueron de hecho tan espectaculares que hacia mediados del siglo XX ya se había dado respuesta a todas las cuestiones sencillas. Conceptos tales como la teoría general de la relatividad y la mecánica cuántica explicaron el funcionamiento global del universo a escalas muy grandes y muy pequeñas respectivamente, mientras el descubrimiento de la estructura del ADN y el modo en que éste se copia de una generación a otra hizo que la propia vida, así como la evolución, parecieran sencillas a nivel molecular. Sin embargo, persistió la complejidad del mundo a nivel humano –al nivel de la vida-. La cuestión más interesante de todas, la que planteaba cómo la vida pudo haber surgido a partir de la materia inerte, siguió sin respuesta.
Un descubrimiento así no podía dejar al mundo indiferente. En unos años el mundo científico se puso al día y la revolución genética cambió los paradigmas establecidos. Mucha gente aún no está preparada para aceptar el comienzo de una era poderosa en la que el ser humano tiene un control de sí mismo mayor al habitual. Había nacido la Ingeniería genética.
No debe extrañarnos que sea precisamente a escala humana donde se den las características más complejas del universo. Las que se resisten más a rendirse ante los métodos tradicionales de la investigación científica. Realmente, es posible que seamos lo más complejo que existe en el universo. La razón es que, a escalas más reducidas, entidades tales como los átomos se comportan individualmente de un modo relativamente sencillo en sus interacciones mutuas, y que las cosas complicadas e interesantes surgen, cuando se unen muchos átomos de maneras complicadas e interesantes, para formar organismos tales como los seres humanos.
¿Qué pensamientos rondaran por esa cabecita?
Pero este proceso no puede continuar indefinidamente, ya que, si se unen cada vez más átomos, su masa total aumenta hasta tal punto que la Gravedad aplasta toda la estructura importante y la aniquila. Un átomo, o incluso una molécula tan simple como la del agua, es algo más sencillo que un ser humano, porque tiene poca estructura interna; una estrella, o el interior de un planeta, es también algo más sencillo que un ser humano porque la gravedad aplasta cualquier estructura hasta aniquilarla. Esta es la razón por la cual la ciencia puede decirnos más sobre el comportamiento de los átomos y el funcionamiento interno de las estrellas o los planetas que sobre el modo en que las personas nos comportamos.
Sí, hemos podido llegar a conocer lo que ocurre en el Sol, y sabemos de sus procesos interiores y exteriores, de las ráfagas de partículas que en sus épocas activas, nos envía continuamente hacía la superficie del planeta y, que no sólo provoca esas bonitas Auroras, sino que, su intensa radiación y magnetismo incide en todos los artilugios que tenemos para leer los datos de… ¡tantas cosas!
El hombre que puso orden en el Caos
Cuando los problemas sencillos se rindieron ante el empuje de la investigación, fue algo natural que los científicos abordaran rompecabezas más complicados que iban asociados con sistemas complejos, para que por fin fuera posible comenzar a comprender el funcionamiento del mundo a una escala más humana compleja y, para ello, hubo que esperar hasta la década de 1960, que fue cuando aparecieron los poderosos y rápidos (para lo que se estilaba en aquella época) ordenadores electrónicos. Estos nuevos inventos empezaron a ser conocidos por un público más amplio entre mediados y finales de la década de 1980, primero con la publicación del libro, ahora convertido en un clásico, Order out of Chaos, de Ilya Prigogine e Isabelle Stergers, y luego, con Chaos, de James Gleick.
Las personas sencillas que, aunque tengan una educación aceptable, no están inmersas en el ámbito de la ciencia, cuando oyen hablar de Complejidad y Caos en esas áreas, sienten, de primeras, una especie de rechazo por aquello que (ellos creen) no van a comprender. Sin embargo, la cuestión no es tan difícil como a primera vista pudiera parecer, todo consiste en tener la posibilidad de que alguien, de manera “sencilla” (dentro de lo posible), nos explique las cosas dejando a un lado las matemáticas que, aunque describen de manera más amplia y pura aquellos conceptos que tratamos, también es verdad que, no siempre, están al alcance de todos. Un conocimiento básico de las cosas más complicadas, es posible. También la relatividad general y la mecánica cuántica, se consideraron, cuando eran nuevas, como unas ideas demasiado difíciles para que cualquiera las entendiera, salvo los expertos –pero ambas se basan en conceptos sencillos que son inteligibles para cualquier persona lega en la materia, siempre que esté dispuesta a aceptar su parte matemática con los ojos cerrados-. E la misma manera, el Caos y la Complejidad, también pueden ser entendidos y, si tenemos la suerte de tener un buen interlocutor que nos sepa explicar, aquellos conceptos básicos sobre los que se asientan tanto el Caos como la Complejidad, veremos maravillados como, de manera natural, la luz se hace en nosotros y podemos entender lo que antes nos parecía inalcanzable.
Se cree que las galaxias se han formado por la acumulación gravitacional de gas, algún tiempo después de la época de la recombinación. Las nubes de gas podrían haber comenzado a formar estrellas, quizás como resultado de las colisiones mutuas. El tipo de galaxia generado podría depender del ritmo al que el gas era transformado en estrellas, formándose las elípticas cuando el gas se convertía rápidamente en estrellas, y las espirales si la transformación de estrellas era lo suficientemente lenta como para permitir crecer de forma significativa un disco de gas.
Nubes moleculares en Orión que son los materiales primigenios para complejidades futuras
Las galaxias evolucionan al convertir progresivamente su gas remanente en estrellas, si bien no existe probablemente una evolución entre las diferentes tipos de la clasificación del conocido sistema de Hubble. No obstante, algunas galaxias elípticas pudieron haberse creado por la colisión y posterior fusión de dos galaxias espirales.
NGC 5426 y NGC 5427 son dos galaxias espirales de tamaños similares involucradas en una danza espectacular. No es seguro que esta interacción culmine en una colisión y a la larga en la fusión de las dos galaxias, aunque éstas ya han sido ya afectadas. Conocidas ambas con el nombre de Arp 271, su danza perdurará por decenas de millones de años, creando nuevas estrellas como resultado de la mutua atracción gravitacional entre las galaxias, un tirón observable en el borde de las estrellas que ya conectan a ambas. Ubicada a 90 millones de años-luz de distancia hacia la constelación de Virgo (la Virgen), el par Arp 271 tiene unos 130.000 años-luz de extensión. Fue descubierta originalmente en 1785 por William Herschel. Muy posiblemente nuestra Vía Láctea sufrirá una colisión similar en unos cinco mil millones de años más con la galaxia vecina Andrómeda, que ahora está ubicada a cerca de 2,6 millones de años-luz de la Vía Láctea.
Sí, mirando las imágenes nos da la sensación de que está por llegar cierto Caos y Complejidad a la región del universo en la que se sitúan las dos galaxias.
Tenemos que entender que, algunos sistemas (“sistema” no es más que una palabra de la jerga científica para asignar cualquier cosa, como un péndulo que oscila, o el sistema solar, o el agua que gotea de un grifo) son muy sensibles a sus condiciones de partida, de tal modo que una diferencia mínima en el “impulso” inicial que les damos ocasiona una gran diferencia en cómo van a acabar, y existe una retroalimentación, de manera que lo que un sistema hace afecta a su propio comportamiento. Así, a primera vista, parece que la guía es sencilla y, nos puede parecer mentira que así sea. Sin embargo, esa es la premisa que debemos tener en cuenta. Nos podríamos preguntar: ¿Es realmente verdad, que todo este asunto del Caos y de la Complejidad se basaba en dos ideas sencillas –la sensibilidad de un sistema a sus condiciones de partida, y la retroalimentación-¿ La respuesta es que sí.
La mayor parte de los objetos que pueden verse en el cielo nocturno son estrellas, unos pocos centenares son visibles a simple vista. Una estrella es una bola caliente principalmente compuesta por hidrógeno gaseoso. El Sol es un ejemplo de una estrella típica y común. La gravedad impide que el gas se evapore en el espacio y la presión, debida a la alta temperatura de la estrella, y la densidad impiden que la bola encoja. En el corazón de la estrella, la temperatura y la densidad son lo suficientemente altas para sustentar a las reacciones de fusión nuclear, y la energía, producida por estas reacciones, hace su camino a la superficie y la irradia al espacio en forma de calor y luz. Cuando se agota el combustible de las reacciones de fusión, la estructura de la estrella cambia. El proceso de producir elementos, cada vez más pesados, a partir de los más livianos y de ajustar la estructura interna para balancear gravedad y presión, es llamado evolución estelar.
Observar una estrella a través del telescopio permite conocer muchas de sus importantes propiedades. El color de una estrella es un indicador de su temperatura y ésta, a su vez, depende de una combinación entre la masa de la estrella y su fase evolutiva. Usualmente, las observaciones también permiten encontrar la luminosidad de la estrella o la tasa con la cual ella irradia energía, en forma de calor y luz.
Todas las estrellas visibles a simple vista forman parte de nuestra galaxia, la Vía Láctea. La Vía Láctea es un sistema compuesto por unos cien mil millones de estrellas, junto con una considerable cantidad de material interestelar. La galaxia tiene forma de un disco chato sumergido en un halo débil y esférico. La gravedad impide que las estrellas se escapen y, sus movimientos, hacen que el sistema no colapse. La Vía Láctea no posee un límite definido, la distribución de las estrellas decrece gradualmente con distancias crecientes del centro. El SDSS detecta estrellas más de un millón de veces más débiles que las que podemos ver a simple vista, lo suficientemente lejos para ver la estructura de la Vía Láctea.
De algún modo, esto es como decir que “todo lo que hay” sobre la teoría especial de la relatividad es que la velocidad de la luz es la misma para todos los observadores. Sin embargo, la complejidad de la estructura que se levanta sobre este hecho sencillo resulta asombrosa y requiere algunos conocimientos matemáticos para poder apreciarla plenamente. Claro que, eso no quita para que, un buen comunicador le pueda transmitir a otras personas mediante explicaciones sencillas lo esencial de la relatividad especial y general y también, sobre la esencia de la mecánica cuántica, y, de la misma manera, podríamos hablar del Caos y de la Complejidad. Debemos ser conscientes de que, el Caos, puede surgir a partir del Orden y que, la Complejidad, siempre llega a través de la sencillez de un comienzo. Podemos estar al borde del Caos y, de manera milagrosa ver que también a partir de él surge la normalidad y lo nuevo que no en pocas ocasiones pueden ser nuevas formas de vida. De la misma manera, las transformaciones de los elementos sencillos, bajo ciertas condiciones, llegan a adquirir una complejidad inusitada que, de alguna manera, es necesaria para que en este mundo que nos rodea, existan seres que como nosotros, sean el ejemplo más real y de más alto nivel que está presente en el Universo. Y, de la misma manera que nosotros estamos aquí, en un minúsculo sistema solar habitando un pequeño planeta que reúne todas las condiciones necesarias para la vida, de la misma forma digo, estarán poblados otros muchos planetas de otros muchos sistemas solares repartidos por nuestra Galaxia y por las otras que, a cientos de miles pululan por el Universo, y, todos esos seres “racionales”, se preguntaran las mismas cosas que nosotros y estarán interesados en descubrir los mismos misterios, los mismos secretos de la Naturaleza que, presintiendo que existen, tienen la intuición de que serán las respuestas esperadas para solucionar muchos de los problemas e inseguridades que ahora, en nuestro tiempo, nos aquejan.
Claro que, la mente nunca descansa. Acordaos de Aristarco de Samos que, en el siglo III a. C., ya anunció que la Tierra orbitaba alrededor del Sol y, Copérnico, que se llevó el premio, no lo dijo hasta el año 1543. Esto nos viene a demostrar que, a pesar de la complejidad del mundo, lo realmente complejo está en nosotros, en nuestras mentes que, presienten lo que pueda ser, intuyen el por qué de las cosas, fabrican pensamientos que, mucho más rápidos que la luz, llegan a las galaxias lejanas y, con los ojos de la mente pueden, atisbar aquellas cosas de las que, en silencio, ha oído hablar a su intuición dentro de su mente siempre atenta a todo aquello que puede ser una novedad, una explicación, un descubrimiento.
Vista de la Tierra y el Sol de la órbita (la imagen de la tierra tomada de http://visibleearth.nasa.gov)
Ahora estamos centrados en el futuro aquí en la Tierra pero, sin dejar de la mano ese futuro que nos espera en el espacio exterior. Es pronto aún para que el hombre vaya a las estrellas pero, algún día, ese será su destino y, desde ya, debe ir preparándose para esa aventura que sólo está a la espera de tener los medios tecnológicos necesarios para hacerla posible. Mientras tanto, jugamos con las sondas espaciales que enviamos a planetas vecinos para que, nos vayan informando de lo que están hechos aquellos mundos –grandes y pequeños- que, en relativamente poco tiempo, serán visitados por nuestra especie para preparar el salto mayor.
emilio silvera
el 21 de mayo del 2023 a las 4:05
El astrónomo británico Fred Hoyle decía que la probabilidad de que la vida haya surgido espontáneamente en la Tierra equivalía a la de un tornado barriendo una chatarrería y dando como resultado el ensamblaje de un Boeing 747. Aunque el escepticismo de Hoyle ha sido rebatido por los biólogos evolutivos, lo cierto es que es razonable preguntarse: si según dicta la termodinámica, el universo fluye siempre hacia un mayor desorden —o entropía—, ¿Cómo es posible que del caos naciese algo tan organizado como la vida? En la década de 1960 un químico ruso-belga llamado Ilya Prigogine desarrolló una teoría que solventaba este enigma, tan brillantemente que recibió el Nobel por ello.
Ilya R. Prigogine, nació en Moscú en un momento histórico complicado, justo cuando estaba a punto de prenderse la revolución que cambiaría radicalmente el curso de Rusia durante las décadas venideras. Su familia no pertenecía al proletariado: su padre, ingeniero químico, dirigía una pequeña fábrica de jabones, y su madre era pianista. En 1921 la familia huyó de lo que el propio Ilya definió como “una relación difícil con el nuevo régimen” para recalar brevemente en Lituania y después en Berlín hasta establecerse en Bruselas en 1929, donde Ilya adquirió la nacionalidad belga en 1949.
Aunque por influencia familiar se decantó por estudiar química en la Universidad Libre de Bruselas, no era este el camino que le sugerían sus inclinaciones. Según relataba en su esbozo autobiográfico con motivo del Nobel, estaba más interesado en la historia, la arqueología y el piano, un instrumento que nunca abandonó; decía que aprendió a leer partituras antes que libros. Sin embargo, esta atracción por las humanidades sería decisiva para que se alejara de la química más práctica que eligieron su padre y su hermano mayor —este haría carrera en la industria minera en el Congo belga— y en su lugar buscara un terreno más filosófico. Como él mismo escribió: “puede que la orientación de mi trabajo viniera del conflicto que surgió entre mi vocación humanista como adolescente y la orientación científica que elegí para mi formación universitaria”.
En concreto, le intrigaba el concepto del tiempo, en el cual se adentró a través de la obra del filósofo francés Henri Bergson. No era la inspiración más ortodoxa para un científico; Bergson destacó por su oposición al racionalismo y a la ciencia en favor de la intuición y la experiencia subjetiva. Pero en una época en que el tiempo era solo una variable en las ecuaciones que podían funcionar en ambos sentidos, la idea de la impredecibilidad que encontró en Bergson pudo ensancharle las miras para dar un paso atrás y contemplar la naturaleza físico-química con mayor amplitud. Por último, en su cóctel de influencias hubo otro ingrediente esencial: su mentor y director de tesis doctoral, Théophile de Donder, especializado en termodinámica.
LA TEORÍA DE LAS ESTRUCTURAS DISIPATIVAS
Prigogine encontraba una limitación en la termodinámica de su época: se aplicaba solo a los sistemas en equilibrio o próximos a él. En esta idealización de la naturaleza se escapaban multitud de procesos como la propia aparición y evolución de la vida, procesos muy lejanos del equilibrio que por ser irreversibles tienen una clara dirección de la flecha del tiempo, al contrario de lo que ocurría en las ecuaciones físicas manejadas entonces. La termodinámica de los procesos irreversibles fue la materia en la que Prigogine continuó el trabajo iniciado por su mentor, considerado el padre de esta disciplina.
La segunda ley de la termodinámica era una cuestión donde todos estos problemas se ponían de manifiesto. En su forma original, enunciada en 1850 por Rudolf Clausius, este principio afirmaba que el calor no fluía espontáneamente de un cuerpo frío a otro caliente. Posteriormente Clausius introdujo la entropía, una magnitud física que se interpreta como el estado de desorden de un sistema, y la segunda ley se contempló como un aumento obligado de la entropía total en los procesos naturales que tienden al equilibrio.
Pero Prigogine se preguntaba: de acuerdo a la termodinámica, ¿Cómo es posible que surja la vida, un proceso espontáneo, claramente irreversible, con una dirección temporal concreta, muy apartado del equilibrio, y en el que el orden nace a partir del desorden? Para explicarlo formuló la teoría de las llamadas estructuras disipativas, sistemas complejos que toman materia y energía del exterior para construir una mayor organización interna sin que el conjunto quiebre la segunda ley de la termodinámica.
Un ejemplo de estos sistemas autoorganizados lo observamos en algo tan cotidiano como cocinar. Cuando calentamos un caldo o una crema en los fogones, observamos el típico chup-chup cerca del punto de ebullición, formado por un patrón regular de células hexagonales de convección en las que el líquido más caliente y menos denso asciende a la superficie para descender de nuevo al fondo. Este efecto fue descrito por el físico francés Henri Bénard en 1900, y se conoce como convección de Rayleigh-Bénard. Prigogine lo eligió como un caso de sistema disipativo, ya que el fluido adquiere un mayor grado de autoorganización interna gracias a la energía, el calor del fogón, que absorbe del exterior. Otro ejemplo citado por Prigogine es el mecanismo de Turing, por el que el padre de la ciencia computacional, el inglés Alan Turing, propuso que surgen patrones en la naturaleza, como los puntos o las rayas en la piel de muchos animales.
DEL ORIGEN DE LA VIDA AL “EFECTO MARIPOSA”
En 1977 Prigogine recibió el Nobel de Química “por sus contribuciones a la termodinámica de no equilibrio, particularmente la teoría de las estructuras disipativas”. Pero más allá de esta descripción algo abstrusa, su teoría permitía encajar en lo físicamente posible la aparición de la vida en la Tierra a partir de una mezcla desordenada de componentes primarios, incluso si, como objetaba Hoyle, la probabilidad es ínfima. La teoría rompía con lo que Prigogine consideraba un determinismo que había imperado en la física desde Newton hasta Schrödinger y que había encorsetado la comprensión de infinidad de fenómenos de la naturaleza, sobre todo en la biología, que no respondían a la predecibilidad dictada por un sistema de ecuaciones.
El astrónomo británico Fred Hoyle decía que la probabilidad de que la vida haya surgido espontáneamente en la Tierra equivalía a la de un tornado barriendo una chatarrería y dando como resultado el ensamblaje de un Boeing 747. Aunque el escepticismo de Hoyle ha sido rebatido por los biólogos evolutivos, lo cierto es que es razonable preguntarse: si según dicta la termodinámica, el universo fluye siempre hacia un mayor desorden —o entropía—, ¿cómo es posible que del caos naciese algo tan organizado como la vida? En la década de 1960 un químico ruso-belga llamado Ilya Prigogine desarrolló una teoría que solventaba este enigma, tan brillantemente que recibió el Nobel por ello.
Ilya Romanovich Prigogine (25 de enero de 1917 – 28 de mayo de 2003) nació en Moscú en un momento histórico complicado, justo cuando estaba a punto de prenderse la revolución que cambiaría radicalmente el curso de Rusia durante las décadas venideras. Su familia no pertenecía al proletariado: su padre, ingeniero químico, dirigía una pequeña fábrica de jabones, y su madre era pianista. En 1921 la familia huyó de lo que el propio Ilya definió como “una relación difícil con el nuevo régimen” para recalar brevemente en Lituania y después en Berlín hasta establecerse en Bruselas en 1929, donde Ilya adquirió la nacionalidad belga en 1949.
BBVA-OpenMind-Yanes-Ilya Prigogine el hombre que puso orden en el caos_1 La teoría de las estructuras disipativas desarrollada en la década de los 60 por el químico ruso-belga Ilya Prigogine le valió el premio Nobel. Crédito: Keystone Press / Alamy Foto de stockLa teoría de las estructuras disipativas desarrollada en la década de los 60 por el químico ruso-belga Ilya Prigogine le valió el premio Nobel. Crédito: Keystone Press / Alamy Foto de stock
Aunque por influencia familiar se decantó por estudiar química en la Universidad Libre de Bruselas, no era este el camino que le sugerían sus inclinaciones. Según relataba en su esbozo autobiográfico con motivo del Nobel, estaba más interesado en la historia, la arqueología y el piano, un instrumento que nunca abandonó; decía que aprendió a leer partituras antes que libros. Sin embargo, esta atracción por las humanidades sería decisiva para que se alejara de la química más práctica que eligieron su padre y su hermano mayor —este haría carrera en la industria minera en el Congo belga— y en su lugar buscara un terreno más filosófico. Como él mismo escribió: “puede que la orientación de mi trabajo viniera del conflicto que surgió entre mi vocación humanista como adolescente y la orientación científica que elegí para mi formación universitaria”.
En concreto, le intrigaba el concepto del tiempo, en el cual se adentró a través de la obra del filósofo francés Henri Bergson. No era la inspiración más ortodoxa para un científico; Bergson destacó por su oposición al racionalismo y a la ciencia en favor de la intuición y la experiencia subjetiva. Pero en una época en que el tiempo era solo una variable en las ecuaciones que podían funcionar en ambos sentidos, la idea de la impredecibilidad que encontró en Bergson pudo ensancharle las miras para dar un paso atrás y contemplar la naturaleza físico-química con mayor amplitud. Por último, en su cóctel de influencias hubo otro ingrediente esencial: su mentor y director de tesis doctoral, Théophile de Donder, especializado en termodinámica.
LA TEORÍA DE LAS ESTRUCTURAS DISIPATIVAS
Prigogine encontraba una limitación en la termodinámica de su época: se aplicaba solo a los sistemas en equilibrio o próximos a él. En esta idealización de la naturaleza se escapaban multitud de procesos como la propia aparición y evolución de la vida, procesos muy lejanos del equilibrio que por ser irreversibles tienen una clara dirección de la flecha del tiempo, al contrario de lo que ocurría en las ecuaciones físicas manejadas entonces. La termodinámica de los procesos irreversibles fue la materia en la que Prigogine continuó el trabajo iniciado por su mentor, considerado el padre de esta disciplina.
BBVA-OpenMind-Yanes-Ilya Prigogine el hombre que puso orden en el caos_2 Un ejemplo del caso de sistema disipativo es el mecanismo de Turing, que señala que surgen patrones en la naturaleza, como los puntos o las rayas en la piel de muchos animales. Crédito: Allen Creative / Steve Allen / Alamy Foto de stockUn ejemplo del caso de sistema disipativo es el mecanismo de Turing, que señala que surgen patrones en la naturaleza, como los puntos o las rayas en la piel de muchos animales. Crédito: Allen Creative / Steve Allen / Alamy Foto de stock
La segunda ley de la termodinámica era una cuestión donde todos estos problemas se ponían de manifiesto. En su forma original, enunciada en 1850 por Rudolf Clausius, este principio afirmaba que el calor no fluía espontáneamente de un cuerpo frío a otro caliente. Posteriormente Clausius introdujo la entropía, una magnitud física que se interpreta como el estado de desorden de un sistema, y la segunda ley se contempló como un aumento obligado de la entropía total en los procesos naturales que tienden al equilibrio.
Pero Prigogine se preguntaba: de acuerdo a la termodinámica, ¿cómo es posible que surja la vida, un proceso espontáneo, claramente irreversible, con una dirección temporal concreta, muy apartado del equilibrio, y en el que el orden nace a partir del desorden? Para explicarlo formuló la teoría de las llamadas estructuras disipativas, sistemas complejos que toman materia y energía del exterior para construir una mayor organización interna sin que el conjunto quiebre la segunda ley de la termodinámica.
Un ejemplo de estos sistemas autoorganizados lo observamos en algo tan cotidiano como cocinar. Cuando calentamos un caldo o una crema en los fogones, observamos el típico chup-chup cerca del punto de ebullición, formado por un patrón regular de células hexagonales de convección en las que el líquido más caliente y menos denso asciende a la superficie para descender de nuevo al fondo. Este efecto fue descrito por el físico francés Henri Bénard en 1900, y se conoce como convección de Rayleigh-Bénard. Prigogine lo eligió como un caso de sistema disipativo, ya que el fluido adquiere un mayor grado de autoorganización interna gracias a la energía, el calor del fogón, que absorbe del exterior. Otro ejemplo citado por Prigogine es el mecanismo de Turing, por el que el padre de la ciencia computacional, el inglés Alan Turing, propuso que surgen patrones en la naturaleza, como los puntos o las rayas en la piel de muchos animales.
DEL ORIGEN DE LA VIDA AL “EFECTO MARIPOSA”
En 1977 Prigogine recibió el Nobel de Química “por sus contribuciones a la termodinámica de no equilibrio, particularmente la teoría de las estructuras disipativas”. Pero más allá de esta descripción algo abstrusa, su teoría permitía encajar en lo físicamente posible la aparición de la vida en la Tierra a partir de una mezcla desordenada de componentes primarios, incluso si, como objetaba Hoyle, la probabilidad es ínfima. La teoría rompía con lo que Prigogine consideraba un determinismo que había imperado en la física desde Newton hasta Schrödinger y que había encorsetado la comprensión de infinidad de fenómenos de la naturaleza, sobre todo en la biología, que no respondían a la predecibilidad dictada por un sistema de ecuaciones.
Ilya Prigogine el hombre que puso orden en el caos_ Los sistemas disipativos han influido también en campos como el estudio de los huracanes, en los que el viento adopta un patrón organizado espontáneo absorbiendo calor del mar. Crédito:Los sistemas disipativos han influido también en campos como el estudio de los huracanes, en los que el viento adopta un patrón organizado espontáneo absorbiendo calor del mar.
Pero además de la biología, los sistemas disipativos de Prigogine han influido en otros campos de la ciencia, como el estudio de los huracanes, en los que el viento adopta un patrón organizado espontáneo absorbiendo calor del mar; o en las reacciones químicas oscilatorias como la de Belousov–Zhabotinsky, que se mueve entre dos estados y que ha inspirado el desarrollo actual de la computación química como una propuesta alternativa de inteligencia artificial más próxima al cerebro humano. Incluso se han aplicado a las sociedades humanas: las ciudades, por ejemplo, absorben materia y energía del exterior para organizarse, adquiriendo tendencias colectivas ausentes en el individuo aislado.
el 21 de mayo del 2023 a las 16:06
En el segundo párrafo decimos que en la imagen de arriba podemos ver una bonita Nebulosa, cuando en realidad, es otra cosa, también compleja pero distinta.
¿Quién no se equivoca alguna vez?