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Constantes universales
y otros temas de interés
Está muy claro que nuestro mundo es como es debido a una serie de
parámetros que poco a poco hemos ido identificando y hemos denominado
Constantes de la Naturaleza. Esta colección de números misteriosos
son los culpables, los responsables, de que nuestro Universo sea tal
como lo conocemos y que, a pesar de la concatenación de movimientos
caóticamente impredecibles de los átomos y las moléculas, nuestra
experiencia es la de un mundo estable y que posee una profunda
consistencia y continuidad.
Sí, nosotros también hemos llegado a saber que con el paso del tiempo
aumenta la entropía y las cosas cambian. Sin embargo algunas cosas no
cambian, continúan siempre igual, sin que nada les afecte. Ésas
precisamente, son las constantes de la naturaleza que desde mediados del
siglo XIX, comenzó a llamar la atención de físicos como George Johnstone
Stoney (1.826-1.911, Irlanda).
Parece, según todas las trazas, que el universo, nuestro universo,
alberga la vida inteligente porque las constantes de la naturaleza son
las que aquí están presentes; cualquier ligera variación en alguna de
éstas constantes habría impedido que surgiera la vida en el planeta que
habitamos. El universo con las constantes ligeramente diferentes habría
nacido muerto, no se hubieran formado las estrellas ni se habrían unido
los quarks para construir nucleones (protones y neutrones) que formarán
los núcleos que al ser rodeados por los electrones construyeron los
átomos, que se juntaron para formar las células que unidas dieron lugar
a la materia. Esos universos con las constantes de la naturaleza
distintas a las nuestras estarían privados del potencial y de los
elementos necesarios para desarrollar y sostener el tipo de complejidad
organizada que nosotros llamamos vida.
Nadie ha sabido responder a la pregunta de si las constantes de la
naturaleza son realmente constantes o llegará un momento en que comience
su transformación. Hay que tener en cuenta que para nosotros la escala
del tiempo que podríamos considerar muy grande, en la escala de Tiempo
del Universo podría ser ínfima. El universo, por lo que sabemos, tiene
13.500 millones de años. Antes que nosotros, el reinado sobre el planeta
correspondía a los dinosaurios, amos y señores durante 150 millones de
años, hace ahora de ello 65 millones de años. Mucho después, hace apenas
2 millones de años, aparecieron nuestros antepasados directos, que
después de una serie de cambios evolutivos desembocó en lo que somos
hoy.
Todo ello pudo suceder como consecuencia de que 200 millones de años
después del Big Bang se formaron las primeras estrellas que, a su vez,
dieron lugar a las primeras galaxias.
El material primario del universo fue el hidrógeno, el más sencillo y
simple de los elementos que componen la tabla periódica. Hoy día, 13.500
millones de años después, continúa siendo el material más abundante del
universo junto al helio.
Para hacer posible el resurgir de la vida, hacían falta materiales mucho
más complejos que el hidrógeno. Éste era demasiado simple y había que
fabricar otros materiales que, como el carbono, el hidrógeno pesado, el
nitrógeno, oxígeno, etc, hicieran posible las combinaciones necesarias
de materiales diferentes y complejos que al ser bombardeados por
radiación ultravioleta y rayos gammas provenientes del espacio, dieran
lugar a la primera célula orgánica que sería la semilla de la vida.
¿Quién, entonces, fabricó esos materiales complejos si en el universo no
había nadie?
Buena pregunta. Para contestar tengo que exponer aquí algunas
características de lo que es una estrella, de cómo se puede formar, como
puede ser y cuál será su destino final. Veamos:
Lo que conocemos como estrella es una bola de gas luminosa que, durante
una etapa de su vida, produce energía por la fusión nuclear del
hidrógeno en helio. El término estrella, por tanto, no sólo incluye
estrellas como el Sol, que están en la actualidad quemando hidrógeno,
sino también protoestrellas, aún en formación y no lo suficientemente
calientes como para que dicha combustión nuclear haya comenzado, y
también varios tipos de objetos más evolucionados como estrellas
gigantes y supergigantes, que están quemando otros combustibles
nucleares, o las enanas blancas y las estrellas nucleares, que están
formadas por combustible nuclear gastado.
Las estrellas se forman a partir de enormes nubes de gas y polvo que a
veces tienen hasta años-luz de diámetro. Las moléculas de polvo unidas a
las de los gases se rozan y se ionizan, se calientan y la nube comienza
a girar lentamente. El enorme conglomerado poco a poco se va juntando y
la temperatura aumenta. Tal enormidad de materia crea una fuerza
gravitatoria que hace contraerse la nube sobre sí misma. Su diámetro y
su temperatura en el núcleo es tal que se produce la fusión de los
protones de hidrógeno, que se transforman en un material más complejo,
el helio, y ése es el momento en que nace la estrella que, a partir de
ahí, puede estar miles de millones de años brillando y produciendo
energía termonuclear.
La masa máxima de las estrellas puede rondar las 120 masas solares, es
decir, ser 120 veces mayor que nuestro Sol y por encima de este límite
sería destruida por la enorme potencia de su propia radiación. La masa
mínima para poder ser una estrella se fija en 0’08 masas solares; por
debajo de ella, los objetos no serían lo suficientemente calientes en
sus núcleos como para que comience la combustión del hidrógeno y se
convertirían en enanas marrones. Las luminosidades de las estrellas
varían desde alrededor de medio millón de veces la luminosidad del Sol
para las más calientes hasta menos de la milésima de la del Sol para las
enanas más débiles. Aunque las estrellas más prominentes visibles a
simple vista son más luminosas que el Sol, la mayoría de las estrellas
son en realidad más débiles que éste y, por tanto, imperceptibles a
simple vista.
Como he dicho antes, el brillo de las estrellas (la luz y el calor) es
el resultado de la conversión de masa en energía (E=mc2)
por medio de reacciones nucleares. Las enormes temperaturas de millones
de grados de su núcleo hace posible que los protones de los átomos de
hidrógeno se fusionen y se conviertan en átomos de helio. Por cada
kilogramo de hidrógeno quemado de esta manera se convierten en energía
aproximadamente siete gramos de masa. Las reacciones nucleares no sólo
aportan la luz y el calor de las estrellas, sino que también producen
elementos pesados más complejos que el hidrógeno y el helio que,
posteriormente, son distribuidos por el universo cuando al final la
estrella explota en súper NOVA, lanzando sus capas exteriores al espacio
que de esta forma, deja “sembrado” de estos materiales el “vacío”
estelar.
Las estrellas pueden clasificarse de muchas maneras. Una manera es
mediante su etapa evolutiva: en presecuencia principal, secuencia
principal, gigante, supergigante, enana blanca, estrella de neutrones y
agujeros negros. Éstas últimas son la consecuencia del final de sus
vidas como tales estrellas, convirtiéndose en objetos estelares de una u
otra clase en función de sus masas originales. Estrellas como nuestro
Sol, al agotar el combustible nuclear se transforman en gigantes rojas,
explotan en Novas y finalmente quedan como enanas blancas. Si la masa es
mayor serán estrellas de neutrones y, si aún son mayores, su final está
en agujeros negros.
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