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PRESENTE, PASADO Y FUTURO.
(Una ilusión llamada ¡TIEMPO!)
Volumen 1
¡El Tiempo! ¿Qué es el tiempo? ¿Cuándo comenzó?
¿Es igual para todos?. El tiempo, una cuarta dimensión.
Nos referimos al tiempo en múltiples ocasiones y por ser distintas
situaciones y motivos como al referirnos a la duración de las cosas
sujetas a cambios: época durante la cual ocurrieron unos hechos, edad de
las cosas, estación del año, el periodo de vida de alguien desde que
nace hasta que deja de existir, ocasión o coyuntura de hacer algo, cada
uno de los actos sucesivos en que dividimos la ejecución de una cosa,
etc. En física, el tiempo es la cuarta coordenada espacial en el
continuo espacio-tiempo. En gramática, la categoría que indica el
momento relativo en que se realiza o sucede la acción del verbo:
pretérito, lo que ha sucedido, presente, lo que sucede en ese momento, y
futuro, lo que aún no ha sucedido. Nos referimos al tiempo meteorológico
para explicar el estado del clima (“hace mal tiempo”, “¡qué tiempo más
bueno hace hoy!”, etc.). En mecánica, el tiempo puede estar referido a
las fases de un motor. También están los tiempos referidos a cada una de
las partes de igual duración en que se divide el compás musical. En
astronomía nos referimos al tiempo de aberración refiriéndonos al
recorrido de un planeta hasta llegar a un observador terrestre. El
tiempo está también en la forma de cálculo horario que empleamos en
nuestra vida cotidiana para controlar nuestros actos y evitar el caos
(¿Qué haríamos sin horario de trenes, de comercios, bancos, oficinas,
etc.?).
El tiempo es tan importante en nuestras vidas que está presente siempre
de mil formas diferentes, desde que nacemos (cuando comienza “nuestro
tiempo”), hasta que morimos (cuando “nuestro tiempo ha terminado”). El
tiempo siempre está. Es algo que, simplemente, está ahí.
Sin embargo, a pesar de lo importante que es el TIEMPO, no he podido
leer nunca una explicación satisfactoria sobre el mismo; una explicación
que lo defina con sencillez y claridad sin restarle la importancia que
tiene para todos y lo que en realidad es dentro del contexto – no ya de
nuestras vidas, simples e insignificantes puntos en la inmensidad del
Universo – de la Naturaleza Cósmica de la que formamos parte.
En el año 1.905, Einstein publicó su teoría de la relatividad especial
y, desde entonces, el concepto de “Tiempo” cambió para el mundo.
Minkowski, un antiguo profesor de Einstein, cuando repasó el trabajo de
la relatividad especial se dio cuenta de que a partir de ese momento se
tendría que hablar del continuo espacio-temporal. El espacio y el tiempo
dejan de estar separados, dejan de considerarse como entidades distintas
para pasar a estar conectados; conexión que, desde el punto de vista
matemático, la dan las transformaciones de Lorentz.
Las transformaciones de Lorentz ponen de manifiesto cómo varía el
tiempo, considerado como una cuarta coordenada.
Estamos acostumbrados a considerar el mundo como tridimensional. Para
especificar exactamente la posición de un objeto en una habitación, por
ejemplo un reloj encima de una mesa, partiremos de un ángulo de la
habitación, e indicaremos las distancias del reloj a las dos paredes que
forman el ángulo y la altura respecto al suelo; la posición del reloj
queda globalmente determinada por tres números, esto es, tres
coordenadas espaciales.
Pero al hacerlo así no tenemos en cuenta el hecho de que el reloj en
cuestión, que estaba encima de la mesa a las diez, puede estar en el
dormitorio a las once y ser colocado en el mismo punto de la mesa que
ocupaba antes a las once y media. Esto no importa cuando se considera un
tiempo absoluto y, por tanto, hay un único reloj para todos los
observadores, pero resulta esencial cuando sistemas de referencia en
movimiento relativo tienen distintos relojes no sincronizables. Por
tanto, todo observador tiene un espacio cua-tridimensional (el
espacio-tiempo) relativo al propio sistema de referencia.
Las transformaciones de Lorentz son más complejas que las de Galileo,
pero tienen la ventaja de eliminar todas las contradicciones halladas
anteriormente. Sin embargo, para velocidades muy inferiores a la de la
luz estas nuevas relaciones se reducen a las de Galileo y sólo se
manifiestan grandes diferencias cuando los sistemas de referencia tienen
velocidades relativas próximas a la de la luz, entonces, el tiempo
transcurre más lentamente para ese hipotético viajero que viaje a esas
velocidades relativistas.
La diferencia fundamental entre la mecánica clásica y la mecánica
relativista radica en el hecho de que, en el primer caso, la velocidad
de un cuerpo es diferente para un observador en reposo y para otro en
movimiento, es decir, es un concepto relativo; sin embargo, en el
segundo caso la velocidad es un concepto absoluto, no cambia con el
movimiento y tiempo. El hecho de que dos velocidades que deben ser
diferentes sean iguales obliga a que exista una variación en el espacio
y el tiempo. Así se debe, no obstante, como cociente que es entre dos
magnitudes fundamentales, espacio y tiempo, producir un acortamiento de
los metros y un retrasamiento del tiempo. En la mecánica de Newton, por
el contrario, los metros y los segundos son invariables.
Las transformaciones de Lorentz son un conjunto de ecuaciones que
relacionan las coordenadas espacio-tiempo de dos sistemas que se mueven
a velocidad constante el uno respecto al otro. Efectivamente, las
fórmulas predicen una contracción espacial (contracción conocida como de
Lorentz-Fitzgerald) y una dilatación temporal, cuando la velocidad
relativa de los dos sistemas se aproximan a la de la luz. Sin embargo,
Lorentz se vio obligado a introducir el concepto de tiempo local, que
supone que el paso del tiempo varía según el lugar. Einstein se basó en
la transformación de Lorentz y la mejoró para el desarrollo de su teoría
de la relatividad especial.
El Diccionario Oxford-complutense de Física explica que, cuando se viaja
a velocidades relativistas, cercanas a c, se produce lo que conocemos
como contracción de Lorente-Fitzgerald que se concreta en la contracción
de un cuerpo móvil en la dirección del movimiento. Fue propuesta
independientemente por H. A. Lorente ( 1.853 -1.928 ) y G. E. Fitzgerald
( 1851-1.900 ) en 1892 para explicar el resultado negativo del
experimento de Michelson – Morley. A la contracción se le dio el marco
teórico en la teoría especial de la relatividad como antes hemos
reseñado.
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